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Full text of "Lavalleja y Oribe"

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PROFESSORSHIP OF 

LATIN-AMERICAN HISTORY AND 

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Biblioteca del Club «Vida Nueva» 



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LAVALLEJA Y ORIBC 



Corresponde á la acción intelectual: 

a) Estimular el estudio de la Historia 
Patria ; 

b) Escribir y publicar en forma de car- 
tillas populares, para qu^ estén al al- 
cance de todos, la Historia del Parti- 
do Colorado y las biografías de sus 
prohombres ; 

c) Extractar, publicar y coleccionar, bajo 
- el título de « Biblioteca del Club Vida 

Nueva», los mejores trabajos políticos 
y literarios de los escritores y hom- 
bres de Estado de nuestro Partido, y 
las conferencias, estudios y reportajes 
de actualidad de los socios del Club. 

( Incisos a, b, c del artículo 4.o de 
los Estatutos del Club « Vida 
Nueva ». 



MONTEVIDtO 

Imprenta y Encuadernación, de Dornaleche y Retes 

Calle del 18 de Julio, núms. 77 y 79 

1902 



HARVARD COLLEGE LIBRARY 
.)EC 24 191S 

LATIN-AMERICAN 
PROFESSORSHIP FUNa 



NOTAS CAMBIADAS 

ENTRE EL VICEPRESIDENTE DEL CLUB «VIDA NUEVA» 
V EL SEÑOR JULIO MARÍA SOSA 



1 



Montevideo, Enero 21 de 1902. 

Señor Julio María Sosa. 

Distinguido correligionario : 

Informada la Comisión Directiva, por el miem- 
bro de la misma que requirió de usted una en- 
trevista con el objeto de pedirle para ser publi- 
cado por cuenta de este Club, su trabajo histórico 
titulado « Lavalleja y Oribe », de que usted no 
tendría inconveniente en cederlo con el referido 
fin, cúmpleme significarte que en la última sesión 
celebrada se resolvió, por unanimidad, solicitarte 
el envío de los originales de su interesante estu- 
dio, para ser entregados á la casa impresora de 
los señores Dornaleche y Reyes, encargada de edi- 
tar las obras que han de constituir la « Biblioteca 
del Club Vida Nueva». 

Considera esta Comisión que propender, por 
medio de la propaganda escrita, á formar el crite- 
rio contemporáneo sobre los acontecimientos y 
hombres más culminantes de la tradicionalidad 
nacional y partidaria, es propender también, aun- 
que fragmentariamente por ahora, á ofrecer ele- 



VIII BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



mentos de análisis para el examen psicológico, de 
nuestro pasado histórico á la juventud que se 
consagra á las investigaciones y estudios de este 
género, y á la cual le corresponde, en razón de 
que actúa en un ambiente más ilustrado y exento 
de las influencias que movieron el alma de aque- 
llos tiempos heroicos y legendarios, contribuir á 
preparar, por la documentación ordenada y la de- 
ducción racional y científica, la síntesis de la His- 
toria de la nacionalidad y del Partido Colorado. 

Explicado el propósito principal de este Club, 
al difundir por el libro ó el folleto los estudios 
y juicios críticos de esa índole y tendencia, sobre 
los cuales no contrae solidaridad de opiniones 
con sus autores, desde que su misión se reduce 
al rol de propagandista bibliográfico, me es grato 
participarle á usted que puede enviar á la Secre- 
taría de esta Comisión los originales de su tra- 
bajo, del cual se puede decir que viene prestigiado 
por la competencia de su labor encomiable é in- 
telectualidad reconocida. 

Lo saluda con su mayor consideración y es- 
tima, 

Alberto Zorrilla, 

Vicepresidente. 

Osear Ferrando y Olaondo, 

Secretario. 



PROLOGO 



PRÓLOGO 

LEÍDO EN EL SALÓN DE ACTOS PÚBLICOS DEL « CLUB 
VIDA NUEVA», EL 22 DE MARZO DE 1902 



Á nuestro juicio, es provechoso para todos la 
difusión de los conocimientos históricos.- Desgra- 
ciadamente, nuestro país no ha tenido hasta ahora, 
— excepto don Francisco Bauza, que circunscribió 
su labor á un período lejano, — un historiador de 
aliento que presente, en una perspectiva sintética 
y distinta, con todas sus sombras, con todas sus 
claridades, sobre el fondo rojizo de nuestras épo- 
cas muertas, el génesis tempestuoso de nuestra 
nacionalidad y el complejo desarrollo de sus cuali- 
dades sociológicas y de su vitalidad orgánica.— Y es 
un deber de todos los que dedicamos nuestros 
esfuerzos al estudio de las cosas y de los hom- 
bres que fueron, preparar materiales de ilustra- 



PRÓLOGO 



ción, de compulsación, de examen filosófico, al 
ciudadano que un día escriba la Historia de la Re- 
pública, no como se confecciona una obra de arte, 
según el gusto del autor, con preocupaciones de 
escuela en su mente y con reticencias hostiles en 
su corazón ; sino como debe ser la verdadera his- 
toria: una ciencia de los hombres y de los he- 
chos; un juicio supremo del mérito y del demé- 
rito; una síntesis filosófica de las épocas que 
abarca; un análisis prolijo y sereno del origen y 
de las consecuencias de los acontecimientos, de 
los principios y de las ideas, del medio social y 
moral, de los agentes que influyen en la determi- 
nación de las acciones; en fin, de todo lo que 
forma ó modifícala vida activa de un pueblo. — Las 
reyertas fratricidas^ los odios atávicos, las rivali- 
dades de bandería, que aún, desde hace setenta 
años, dividen el criterio histórico de los orien- 
tales y personalizan juicios abstractos, han impe- 
dido que se conozca con exactitud la época que 
media desde la caída de Artigas hasta 1870. — Todas 
las mistificaciones, todos los sofismas, todos los 
convencionalismos, todas las mentiras, en fin, se 
han propalado por escritores y publicistas, que en 
vez de hacer ciencia histórica, hicieron historia de 
intereses. — Á causa de esto, y de la instintiva pro- 
pensión de las masas á la credulidad, á la admi- 
ración inconsciente de las cosas y de los hombres, 
que, para halagar su vanidad infantil, se pintan 
en la tela del pasado con colores brillantes, es 



PRÓLOGO 



que se han adulterado épocas enteras, mistificado 
acontecimientos importantes, y transfigurado mu- 
chas personalidades de nuestra vida provincial y 
nacional.— Consentir esas anomalías, esas falseda- 
des, esas falsificaciones burdas de la verdad, con 
que se explota la buena fe pública y se engen- 
dra una conciencia errónea de nuestros tiempos 
pretéritos y de nuestros antepasados, es tan cri- 
minal como formularlas ó fomentarlas. 



II 



El último libro de Luis Alberto de Herrera, ti- 
tulado « La Tierra Charrúa », no escapa á esta crí- 
tica.— Él está destinado, — según su autor,— á uni- 
formarlos sentimientos y las ideas populares en un 
culto purísimo y desapasionado á los hombres de 
verdadero valer de nuestras épocas históricas, no 
teniendo para nada en cuenta los juicios que ins- 
pira el sectarismo tradicional.— En esa obra se 
pasan en revista las principales personalidades y 
los principales hechos de nuestra Historia, anali- 
zándolos con algún cuidado, para deducir de esto 
la necesidad de arrojar al olvido los errores y 
los crímenes, con él propósito patriótico de crear 
una leyenda propia, aceptada por todos y por 
todos venerada. 

Plausible ^Sy— prima faciey — t\ fin que persigue 



PRÓLOGO 



el distinguido autor de «La Tierra Charrúa», no 
entrando á investigar la racionalidad y justicia de 
los dogmas que constituyen su nueva religión 
cívica. — Nada más provechoso para un pueblo ; 
nada más seductor para la conciencia; nada más 
conveniente para la educación cívica de los ciu- 
dadanos, que la comunidad de ideas y senti- 
mientos para juzgar á los hombres y los hechos 
de otras épocas, y para adoptarlos como ejem- 
plos perennes de honor y de virtud patricia.— Se- 
ría esto el desiderátum para formar el carácter 
cívico de un pueblo.— Pero si se pretende torcer el 
criterio, amordazar la conciencia y pervertir los 
sentimientos, predicando el culto de ciertos hom- 
bres que no merecen de !a posteridad sino mal- 
diciones y anatemas, sólo porque hayan sido 
actores en algún hecho honroso ó hayan demos- 
trado alguna vez admirables heroísmos, obscure- 
ciéndolos, sin embargo, con innúmeras acciones 
que deprimen y deshonran; si se pretende esto, 
decimos, la conciencia honesta rechaza la solida- 
ridad de un culto tan poco justiciero. 

El autor de « La Tierra Charrúa » dice que, arran- 
cándonos el trapo blanco ó el trapo colorado, de- 
bemos todos reconocer los brillantes méritos de 
Lavalleja y Oribe, actores de positivo valer en 
jomadas inmortales, como la de los Treinta y Tres, 
como Sarandí, Ituzaingó, etc.; y que ellos mere- 
cen por esos hechos el eterno recuerdo de los 
orientales.— Tan incuestionable es esto, para He- 



PRÓLOGO 



rrera; tan indiscutible, que los que juzgan que La- 
valleja fué un traidor y que Oribe fué un asesino 
execrable; los que no comparten las opiniones le- 
gendarias del vulgo, haciendo derroche de lauda- 
torias en su honor, son maniáticos^ tribunos igno- 
rantes, procaces, anónimos, etc.— Procediendo así, 
ni se respeta la opinión ajena, para merecer, en 
cambio, el respeto de la opinión propia. — Adop- 
tando una norma de conducta semejante en nuestra 
obra, podríamos enrojecer, hasta producir fuego, los 
puntos de nuestra pluma, calificando austeramente 
á los que pretenden cohonestar los crímenes y 
los errores menos disculpables de algunos hom- 
bres del pasado, tan sólo porque ofrecen á la 
posteridad, como títulos de honor, los laureles de 
unas victorias que serían gloriosas si no hubie- 
sen sido obtenidas á la sombra de banderas ex- 
tranjeras, con propósitos indiscutiblemente ane- 
xionistas.— Á semejanza del puñal de Harmodio, 
el delito aparece cubierto de laureles ! ~ Pero nos- 
otros, considerando que el progreso de las ideas 
exige tolerancia y cultura en el juicio, no haremos 
crítica de odios, ni ofenderemos al adversario po- 
lítico deprimiendo su nivel moral ó intelectual.— 
Haremos crítica histórica, con pruebas irrecusables 
por únicos argumentos, con las consideraciones 
que fluyen de esas mismas pruebas, por únicos 
comentarios.— Y así creemos que se forma y se 
consolida la honesta conciencia de la verdad. — Si 
el autor de « La Tierra Charrúa » procede de otro 



PRÓLOGO 



modo, es porque, educado eh una escuela de ata- 
vismos imperantes, se siente arrastrado por una 
ley fatal que el cerebro no resiste, se siente iden- 
tificado á la masa que, como él, ha heredado un 
concepto erróneo de una tradición mistificada.— Su 
libro contiene muchas inexactitudes, que revelan 
la intensa parcialidad de su juicio y la imposibi- 
lidad en que se ha visto de sustraerse á los con- 
vencionalismos de la leyenda en que ha empa- 
pado desde niño su brillante imaginación.— Y este 
defecto, que es gravísimo si se quiere escribir la 
Historia como una enseñanza, desde la cátedra, 
es para el vulgo un mérito, como es un defecto 
para él mismo el mérito que legítimamente nos 
atribuimos nosotros de decir la verdad. 



ni 



¿De qué manera podría evitarse semejante sub- 
versión de los principios más elementales de ecua- 
nimidad y de justicia?— En nuestro concepto, el cri- 
terio público se iluminaría, una reacción saludable 
se produciría en la conciencia nacional, en perjuicio 
de los funestos errores que amenazan perpetuarse, 
si uha educación cívica amplia y altruista, ajena 
á las disidencias tradicionales, modificara gradual- 
rhente el carácter estacionario, si no retrógrado, de 
nuestro pueblo, apegado al culto insensato de los 



PRÓLOGO 



hombres y á la fe exagerada de las divisas, como 
la última tribu bárbara de África al fetiche delez- 
nable que condensa los anhelos de su vida y cris- 
taliza las contingencias veleidosas de su destino. 
— Si un blanco ataca la personalidad de Rivera ó 
de Flores, — vestales inviolables de nuestro dogma 
cívico,— es en vano que tales ataques se robustez- 
can con argumentos y pruebas de valer: nosotros 
diremos que es obra de partido, que es producto 
de la rivalidad de tradiciones. — Si un colorado se 
atreve á romper la crisálida en que cuidadosa- 
mente el fanatismo de los blancos metamorfosea 
los hechos y los hombres, para exhibirnos, sobre 
el alto pedestal del pasado, las tradiciones de los 
Treinta y Tres, de Lavalleja y de Oribe, como glo- 
rias extraordinarias de la patria, dirán nuestros 
adversarios qiie el odio de partido íios inspira; y, 
sin embargo, nadie se preocupa de demostrar con 
la historia en la mano que mentimos los que se- 
ñalamos la roca Tarpeya como tumba merecida 
para los reprobos que trazaron en la página azul 
de nuestro cielo la leyenda de sombras de nuestra 
esclavitud!— Y si esto sucede; si la divisa amolda el 
criterio de cada uno; sí sus colores sellan núes- 
tros pensamientos, es porque no tenemos idea- 
les de vida, es porque falta cultura cívica, es por- 
que falta educación en las masas, es porque ca- 
recemos de hombres de pensamiento sano y de 
limpio corazón que constituyan un arcontado in- 
sospechable en el juicio secular de nuestras di- 



10 PROIOOO 



sidencias históricas!— ¿Acaso hemos adelantado 
desde 1840 en materia de tolerancia política y de 
imparcialidad histórica? — Seamos francos. — Los 
que ayer se llamaban salvajes y asesinos del Cerríto, 
y como meretrices de la última estofa, se escupían 
al rostro la mugrienta saliva de sus procaces in- 
sultos, hoy se llaman también asesinos de Pay- 
sandú ó de Quinteros^ y se ensañarrien la tarea sui- 
cida de cavar la tumba de su propio desprestigio 
moral. — Ésta es una amarga verdad que todos he- 
mos practicado, que todos hemos compartido, á 
la cual todos hemos ofrecido tributos.— Ayer pudo 
justificarse tal anomalía; pero hoy, no.— Será un 
defecto de raza, un resultado morboso de un 
proceso biológico fatal. — Pero el desenvolvimiento 
de las ideas, la evolución correlativa del medio y 
del hombre que en él actúa, permite, sin radica- 
lismos, sin saltos peligrosos,— según el concepto 
linneanodel progreso, — modificar los defectos atá- 
vicos, la idiosincrasia moral de nuestros partidos, 
transformando en una religión de vida, de pro- 
vecho positivo, de ideales concretos, la religión 
que hoy sólo se inspira en los sepulcros, en el 
ambiente caldeado de odios de las cruentas di- 
sidencias pasadas, sin ofrecernos otro ideal que 
la victoria a outrance sobre los que ostentan la 
misma divisa que hacía temblar con ansias de 
muerte y de exterminio el astil de ñandubay de 
las lanzas de nuestros abuelos. — Un ilustre poeta 



PROLOGO 11 



italiano, ha definido, sin saberlo, con admirable 
precisión, lo que hoy constituye nuestro culto : 
// misero orgoglio (Tan tempo che fu! 



IV 



¿Acaso podría jamás escribirse la Historia Na- 
cional, y formarse un concepto verdadero de la 
vida de nuestro pueblo, en la azarosa evolución 
de sus destinos, si el apasionamiento de secta 
predominara, quitando al juicio la absoluta impar- 
cialidad que da el propósito íntimo de discernir 
la verdad y la justicia sin amor y sin odio?— ¿Po- 
dría acaso realizarse jamás, entre nosotros, el ideal 
de la verdadera democracia, la renovación de ios 
partidos en el gobierno del país, el respeto recí- 
proco de las ventajas obtenidas legítima y libre- 
mente por cada uno, y la ecuanimidad indispen- 
sable para juzgar sus^ctos, sus propósitos y sus 
responsabilidades, si, como hoy, el odio que nos 
inspiran los hechos pasados, la simple rivalidad 
de los colores de nuestras divisas, el recuerdo ín- 
timo de la sangre derramada por nuestros padres, 
nos convierten, á blancos y á colorados, en ene- 
migos más que en adversarios, en verdugos más 
que en ciudadanos, en vengadores de ultrajes re- 
trospectivos más que en partidarios que sueñan 
la grandeza de sus ideales en la práctica caballe- 



12 PRÓLOGO 



resca de las instituciones, bajo una bandera que, 
además de ser nuestro símbolo tradicional, — el símr 
bolo de nuestras glorias indiscutibles,— representa 
también un programa de principios auspiciosos ?— 
¿Es acaso lógicamente posible que coexistan, sin 
perjuicio para todos, tales como existen hoy, dos 
entidades políticas, como el Partido Colorado y 
el Partido Blanco, que sólo se disputan la pri- 
macía en el Poder por los méritos que haya tenido 
uno ú otro en épocas ya enterradas en las fosas 
del tiempo, rebeldes á toda declaración expresa 
de principios diferenciales, tanto económicos ó 
metafísicos, como políticos? 

Nosotros diremos que el Partido Colorado tiene 
en su tradición sus principios liberales.— En nues- 
tro concepto, es cierto. — Pero, no basta que, en 
1839, en 1843, ó en 1863, el Partido Colorado haya 
sido el representante de los anhelos de libertad 
de nuestro pueblo.— Los adversarios dirán, á su vez, 
que, en 1832, en 1836," y hasta en 1897, su ban- 
dera fué de libertad política, de orden constitu- 
cional ó de probidad administrativa.— Y, siendo 
así, ¿ qué conclusión obtendremos de las verdade- 
ras tendencias antagónicas de nuestros partidos?— 
Es duro decirio; pero el espectáculo que ofrecen 
dos partidos, disputándose, con un mismo Evan- 
gelio, con la Constitución de la República, por 
principios únicos, el gobierno del Estado, ni es 
correcto, ni es democrático. — Los peligros é incon- 
veniencias que este modo de ser de nuestros par- 



PROLOGO 13 



tidos apareja, son evidentes. —En primer término, 
son accesibles á la llamada política de copartici- 
pación,— 6 sea, la doble paternidad de los actos 
gubernativos, el hermafroditismo de la política di- 
rectriz. — Las posiciones y responsabilidades se 
confunden, porque no hay antagonismo teórico de 
principios é ideas, aunque sabemos que en la 
práctica, muchas veces, para unos ó para otros, 
las teorías son mitos, resultando de ahí la dife-* 
rencia fundamental de su conducta. — Asimismo, 
la profunda analogía de propósitos generales, ins- 
pira los acuerdos, que son la negación palmaria 
de los derechos individuales, de la conciencia cí- 
vica, de la soberanía inviolable, que radica exclu- 
sivamente en el ciudadano; que constituyen,— se- 
gún una frase reciente de un distinguido estadista 
argentino,— la suspensión sin término de la vida 
nacional, la irresponsabilidad de los gobiernos por 
la complicidad de las oposiciones, que dejan de 
ser tales al recibir el exequátur del poder, el cese 
definitivo del sufragio, que se sustituye y se su- 
planta por electores privilegiados. — Consecuencias 
de los acuerdos son situaciones enigmáticas, de 
desconfianzas y amenazas recíprocas, como sucede 
entre nosotros, en que una política de contuber- 
nios áulicos divide el país en solares, en feudos, 
en satrapías independientes, quebrantando todos 
los principios regulares sobre que se funda la 
unidad del Estado.— ¿Dónde se ha visto que, mer- 
ced á la influencia del oficialismo ecléctico, los par- 



14 PROLOGO 



tidos triunfantes cedan porción de sus derechos 
adquiridos, .al adversario?— ¿Qué responsabilida- 
des puede asumir ante la Historia un partido que 
ofrece á sus antagonistas la mitad del gobierno, 
para calmar sus impaciencias logreras, sus ansie- 
dades burocráticas?— En todo país organizado, un 
partido aspira á subir para practicar, en la altura, 
principios é ideas madurados en el llano, y que 
definen su programa de gobierno. — Así se explica 
honestamente la ambición del Poder, porque esa 
ambición es estimulable y proficua. — Pero si la de- 
rrota obliga á ese mismo partido á permanecer 
en la llanura, debe preparar los medios lícitos de 
obtener próximos triunfos, y no mendigar, en 
cambio, las posiciones que ocupa su adversario, 
desde que su participación en la labor guberna- 
mental tendrá que ajustarse á la norma fija que 
le señale el partido triunfante.— De este modo se 
hace la verdadera política impersonal de partido.— 
Entre nosotros sucede todo lo contrario, porque 
nuestros partidos proclaman igualmente el res- 
peto á la Constitución, la libertad electoral, la 
libertad individual y los más pomposos prin- 
cipios de orden y de progreso.— Sólo los diferen- 
cia la tradición histórica, surgente siempre en el 
espíritu público, y el caos, la descomposición, la 
decadencia orgánica, son corolarios de tan injus- 
tificable anacronismo.— Otro resultado fatal de la 
organización actual de nuestros partidos exclusi- 
vamente históricos, es que degeneran frecuente- 



PRÓLOGO 15 



mente en facciones, en partidos personales, de- 
pendientes de la voluntad de hombres más ó menos 
audaces, sin anhelos altruistas, sin propósitos 
colectivos. — De ahí proviene la personalización del 
Poden— Nuestro partido, por ejemplo, ha experi- 
mentado crisis profundas en épocas cercanas, bajo 
gobiernos que, explotando las glorias de su di- 
visa, imponían sin escrúpulos su predominio per- 
sonal, aherrojando el pensamiento y la voluntad 
de los ciudadanos,— blancos ó colorados,— con el 
grillete de sus caprichos más ó menos despóticos. — 
El titulado Partido Nacional, que vistió ropa nueva 
en 1872, y enfáticamente declaró abolido el per- 
sonalismo en sus filas, ha degenerado hoy en un 
partido más personal que el nuestro, sujeto como 
está al cesarismo improvisado del generalísimo del 
Cordobés, y llamándose, merced á una evolución 
rápida, blanco-nacional, — como lo dijo, no hace mu- 
cho, uno de sus intelectuales, el doctor Guillermo 
Melián Lafinun — Y es lógico que se produzcan en 
las facciones estos fenómenos, pues sin idea? 
de futuro, sin los grandes estímulos délos prin- 
cipios impersonales, é inspirándose tan sólo en 
los rencores de los hombres de otras épocas, an- 
tes viven y se nutren de odios que de aspiracio- 
nes comunes y elevadas.— « En vez de ideas, — dice 
un distinguido publicista argentino, — tienen con- 
cupiscencias ; en vez de rivalidades, aborreci- 
mientos implacables. — En el poder, son opresores, 
y en la derrota envidiosos, ... y siendo para las 



16 PRÓLOGO 



facciones el gobierno un botín bélico, aspirantes 
y beneficiarios, vencedores y vencidos, lo gozan 
ó lo reclaman con igual exclusivismo. » — En gene- 
ral, no contemplan el poder, los parados persona- 
les, « como un instrumento del bien, como atri- 
buto inherente á la constitución natural de las 
humanas sociedades. » — « Si lo estimaran así, cal- 
cularían las ásperas responsabilidades que implica, 
y de cierto que no sería objeto de tan vivas ambi- 
ciones.— Lo anhelan por mera sensualidad y por el 
concepto grosero que de sus fines y funciones 
desliza paulatinamente en los espíritus un estado 
doliente de prolongados conflictos y de perpetua 
crisis. »— Sin un ideal superior, noble y generoso, 
de hacer el bien por el bien mismo, y de hacer 
práctica de ideas de progreso y de moralización 
común, los partidos degeneran y arrastran con- 
sigo las instituciones, que se relajan en un juego 
mezquino de intereses particulares. — El poder por 
el poder mismo, es ideal característico de esos par- 
tidos personales; de las facciones disgregadas 
del conjunto honesto de. las asociaciones políticas; 
de las oligarquías que improvisa la burocracia mor- 
bosa de los hombres que podríamos llamar aríí' 
méticos, — Y todos sabemos, por experiencia propia, 
cuan desastrosos han sido para nuestro país esos 
gobiernos que medraron en el Capitolio, á la som- 
bra de banderas augustas, explotando el tesoro de 
nuestras glorias, sin definir una acción política de 
principios, sin trazar rumbos provechosos á su 



A 



PRÓLOGO 17 



conduela, ni siquiera de verdadera responsabilidad 
partidaria, pues, desde hace treinta afros, el Par- 
tido . Colorado, exclusivamente, no es el Parlidó 
del Poder: en ia administración pública han ocu- 
pado puestos importantísimos y colaborado efi- 
cazmente, hombres caracterizados de todos los 
partidos, en una heterogeneidad arlequinesca, eft 
una amalgama incoherente de ambiciones ó dé 
propósitos que, por más divergentes que pudie- 
ran suponerse, convergían, sin embargo, á una fí- 
naHdad común.— ¿Cuál era esta finalidad?— La no- 
toriedad de los hechos evita la ingrata tarea de 
explicarla. 



La necesidad, pues, de modificar el modo de 
ser de nuestros partidos, de organizarlos, de pro- 
gramizarlos, de darles una misión superior y de- 
terminada, independiente de todo punto histórico, 
es tan evidente que, como un axioma, se de- 
muestra por sí misma. — Instruidos ellos separada- 
mente, tolerantes, respetuosos y enérgicos en una 
acción paralela,— que es base necesaria del funcia^ 
namiento regular de los resortes institucionales,-- 
nuestra joven y ardorosa democracia se encauzaría 
en corrientes tranquilas de consolidación y de 
progreso. — Nuestro pueblo, nuestros partidos, han 



18 PRÓLOGO 



de seguir una línea espiral de evolución, de des- 
envolvimiento ntoral é intelectual— El progreso es 
como esas olas gigantescas, de inmensos pena- 
chos blancos, que nos invitan desde lejos á su- 
bir hasta ellos, en las soledades del océano, y 
nos amenazan, al mismo tiempo, con sumergirnos 
en insondables abismos, si locamente nos propo- 
nemos detener su violencia arrolladora.— Aislarnos, 
v^etar, presenciando, sin las emociones de Lamar- 
tine, las ideas y las épocas que pasan, es retro- 
ceder, es atrofiarnos, es estrechar los horizontes 
hasta nuestros propios ojos.— La vida es un movi- 
miento ascendente continuo.— Estacionarse, es mo- 
rir.— El mundo civilizado es una perpetua revolu- 
ción y, — como dijo un poeta cont^poráneo,— las 
revoluciones son los grandes silogismos del des- 
tino.— La ley del progreso, en todos los órdenes de 
la civilización, impone un dilema invariable, que la 
selección constante justifica: cumplirse para vivir, 
para seguir adelante; ó faltar á ella para desapa- 
recer, ó para vegetar. — Cuando los fines ó los me- 
dios de los partidos, como de las sociedades, no 
responden á las exigencias naturales del perfec- 
cionamiento gradual que eleva en un plano ascen- 
dente á la humanidad entera, partidos y socieda- 
des nuevas sustituyen á los organismos que se 
sustraen á la evolución general.— La Historia del 
Mundo lo comprueba, y osadía temeraria sería de 
parte de nosotros, persistir en conservar estacio- 
narios, sin hábitos de vida nueva, sin alientos., 



PRÓLOGO 19 



sin aspiraciones superiores, nuestros partidos, de 
contextura y organización primitiva, actuando en 
una época de relativos progresos institucionales, 
en un medio absolutamente distinto del que pro- 
dujo esas dos grandes agrupaciones históricas.— So 
pena de que degeneren ó desaparezcan en el caos 
de la descomposición corporativa, ellas han de 
evolucionar por fuerza: así lo exige el medio social 
en que actúan y se desenvuelven ; así lo exige la 
razón suprema de los intereses comunes, que se 
transforman á medida que la civilización avanza, 
y el espíritu se afina, y el pensamiento se ampli- 
fica.— Reconocemos que, aun siendo partidos per- 
sonales al formarse, los nuestros, tuvieren princi- 
pios distintos y propósitos más ó menos embo- 
zados que caracterizaron su acción diferencial.— 
Sabido es que Lavalleja y Oribe prestigiaron con 
sus armas, durante una larga época, las preten- 
siones reincorporativas de Rosas, y que anterior- 
mente habían servido en los ejércitos argentinos 
y argentinistas. — Ellos personificaban una tenden- 
cia visible de anexión, ó por lo menos, de condes- 
cendencias excesivas y culpables.— En cambio. Ri- 
vera, Suárez y Pacheco, eran representantes de otra 
tendencia distinta, nacional, de orientalismo in- 
transigente, manifestada en los actos gubernativos 
y en las polémicas ruidosas de las batallas, en 
que la razón es el fuego y el talento es el he- 
roísmo. — ^í?sfl5 y la Defensa, por ejemplo, signifi- 
caban dos principios antitéticos, exciuyentes, de 



20 PRÓLOGO 



absorción fementida uno, de amplia libertad otro. — 
Definidas, deslindadas así las posiciones de cada 
uno, los partidos se agitaron en aquella época con 
banderas de significación intrínseca opuesta, y no 
sólo de colores rivales.— Se dirá que tampoco los 
separaban ideas contrarias, de organización insti- 
tucional, de Economía ó de Religión.— Pero esto, 
aunque cierto, no impide reconocer que tales ideas 
eran de importancia secundaria en la época de la 
Quena Grande, por cuanto, ante todo y sobre todo, 
se trataba de una cuestión de vida ó muerte para 
la nacionalidad, que se hallaba en peligro, que se 
sentía amenazada por los que, orientales ó argen- 
tinos, fueron actores en aquella horrible tragedia 
que aparece en los escenarios de la Historia con 
el nombre de la tiranía de Rosas. — Ló que se im- 
ponía, en primer término, era resolver el problema 
planteado por el antagonismo fundamental de los 
partidos, sobre el destino del país.- Hoy no su- 
cede lo mismo.— El principio de la nacionalidad 
propia y soberana, es aceptado por todos : no nos 
divide ya el deseo de conservar ó de restituir el 
patrimonio nacional. — Desaparecida, pues, la causa 
principal de disidencias cívicas, los partidos, que 
sobreviven, sin embargo, en igual forma que en 
1843, deben necesariamente, para actuar de un 
modo decisivo y eficaz, cada uno por sí, en la 
gestión de la cosa pública, señalarse rumbos pro- 
pios, carácter distintivo, bandera nueva, con fines 
perfectamente deslindados y principios perfecta- 



PROLOGO 21 



mente adecuados á esos finés.— ¿No podrían sur- 
gir, de !a reorganización de nuestras comunidades 
tradicionales, de su modificación, ó, mejor dicho, 
de la mayor amplitud de vistas de sus hombres 
dirigentes, el Partido Liberal y el Partido Católico 
ó Conservador? 



VI 



¿ Debemos, sin embargo, pensando y procediendo 
así, enterrar en sarcófagos inviolables, las tradi- 
ciones partidarias, que son, en conjunto, las tra- 
diciones de la patria ? - ¿ No debemos acaso, 
estudiar los hechos y los hombres del pasado, 
porque se diga, más ó menos poéticamente, que 
el pasado es la muerte?— ¡No! — Por nuestra parte, 
anhelando, como anhelamos, la reorganización de 
nuestras colectividades políticas, sentimos así mis- 
mo que no es incompatible amar las tradiciones 
generosas que nos enseña el libro de la Historia, 
y amar los principios honestos que nos enseña 
el libro de la Ciencia. — El pasado no es la muerte, 
y si lo es,— diremos con uno de los paradojistas 
más jóvenes y talentosos de Francia: la muerte 
misma vive/— Es una escuela que vive, que resurge 
á cada momento, que enseña siempre, con la elo- 
cuencia persuasiva del ejemplo. — Y la fuerza del 
ejemplo tiene siempre una influencia poderosa so- 



22 PROLOGO 



bre la formación del carácter de los hombres. — Los 
pueblos y los partidos han de tener historia, para 
evocarla, como enseñanza, como guía infalible de 
su conducta; no para convertirla en motivo perma- 
nente de odiosidad política. — El recuerdo de las 
generaciones que fueron, no debe ser bandera de 
discordia para las generaciones que son. — Más alta 
es la misión que representa el pasado en la vida 
de los pueblos. — La tradición es mah cuando es 
exclusiva. — La contemplación mística, absorbente, 
del pasado, es,— empleando una frase de Lom- 
broso," una/7í7s^, una tontería, obra de impotentes, 
de matoideSy de gentes que carecen de ¡deas natas. 
— Cuando la tradición se erige,— como lo dijo otro 
distinguido maestro, — en único ideal de vida, es 
destructora. — Pero esto no implica que se cierre á la 
mirada de la posteridad la tradición que reserva 
enseñanzas provechosas para todos. — Es necesario 
estudiar los hechos y los hombres, malos ó bue- 
nos, descubrir las relaciones y consecuencias que 
forman el proceso complejo de una época, para 
discernir la verdad, para distribuir justicia, para de- 
finir responsabilidades y aquilatar el valor moral 
de cada uno.— El ilustre historiador don Vicente 
Fidel López, decía á este respecto : « Las verda- 
des, los errores, y la lucha que los hombres sos- 
tienen ; las guerras y las desgracias mismas, no son 
otra cosa que los grandes documentos con que las 
sociedades prueban sus progresos y su estado de 
civilización. »— Todos los progresos son solida-, 



PROLOGO 23 



ríos ; todas las épocas se encadenan en una serié 
ascendente de relaciones más ó menos directas : la 
obra de los siglos es la obra de la evolución, y 
para que la evolución se produzca es necesario un 
principio de hecho que radique en el pasado. 

Los constitucionalistas de 1 880, — especie de ico- 
noclastas, que esgrimieron la varilla mágica de 
Mahoma para destruir los monumentos simbólicos 
de nuestros dogmas cívicos,— y otros que nunca 
han pertenecido á esa secta heresiarca, han pre- 
dicado siempre el olvido absoluto de la tradición, 
como base primera de reconstrucción de nuestros 
partidos. —Y lo más curioso del caso es que unos 
y otros han querido dar un corte tan hábil á 
nuestra historia, que han arrancado muchas de sus 
páginas mejores, conservando, sin embargo, otras 
que no merecen sino juicios acerbos. — Como en' 
el juego de damas, han pretendido ganar el gran 
partido contra el pasado, haciendo desaparecer las 
fichas que á éste pertenecieran, excepto algunas 
que, al menor esfuerzo de raciocinio, también tu-' 
vieran que desaparecer del damero. — Pero como 
después de todo, el éxito final ha correspondido 
al pasado, se pretende ahora recordario en una 
sola de sus épocas, en la peor quizás, favoreciendo 
así á un partido solo, á una leyenda que, por una 
serie de mistificaciones progresivas, ha sido re- 
vestida de caracteres de verosimilitud. — En efecto: 
el doctor Alfredo Vásquez Accvedo presentó hace 
pocos días al Senado de la República, un pro-' 



24 PROLOGO 



yecto en que suprime las fiestas cívicas y ios 
duelos nacionales, para consagrar únicamente como 
las verdaderas y grandes fechas de la Patria, el 
IQ de Abrilj el 25 de Agosto y el 18 de Julio. 



Vil 



. El doctor Vásquez Acevedo, al formular su pro- 
yecto, ha incurrido, á nuestro juicio, en varios 
errores. 

En primer término, comparte el exclusivismo 
morboso, que todos debemos criticar, de favore- 
cer sólo las tradiciones de un partido, de ele- 
varlas sobre las de su adversario, ó, mejor dicho, 
de rebajar tanto las de éste, que ni siquiera me- 
rece uno solo de sus hombres, ni uno solo de 
sus hechos, un recuerdo ostensible de la poste- 
ridad, consagrado oficialmente en uno de los tres- 
cientos sesenta y cinco días del año. — El doctor 
Vásquez Acevedo considera como no existente 
la nacionalidad desde 1830 hasta nuestros días.— 
Es un paréntesis grandioso hecho al estudio de 
nuestras épocas muertas. — Suprime todos los due- 
los nacionales porque ellos inspiran odiosas diver- 
gencias partidistas.— Estaríamos de acuerdo en que 
se hiciera así, si no hubiera otros remedios me- 
nos radicales para evitar los inconvenientes que 
expone. — No se debe feudalizar la Historia: un 



PROLOGO . 25 



partido no puede tener el privilegio de constituir 
exclusivamente, con sus hombres y con sus he- 
chos, el Evangelio de las glorias nacionales.— Pero 
en vez de incurrirse en el despropósito de impe- 
dir la conmemoración de las luctuosas efeméri- 
des coloradas, en razón de que implican exclu- 
sivismo é inspiran rivalidades inconvenientes, 
¿porqué no se reforma nuestro calendario cívico, 
se reconstituye de acuerdo con un criterio al- 
truista y tolerante, y se agregan á las rememora- 
ciones de los días de duelo del Partido Colorado, 
que en realidad merezcan perpetuarse en la con- 
ciencia pública, los días de idénticas rememora- 
ciones, que pertenecen á la tradición del adversa- 
rio?— Por nuestra parte, jamás negaríamos á los 
hombres de verdadero valer ni á los aconteci- 
mientos trágicos, que impliquen edificantes ejem- 
plos, del Partido Blanco, la ofrenda de nuestro 
respetuoso recuerdo en un día de duelo consa- 
grado á su memoria! 

En el proyecto del doctor Vásquez Acevedo 
se suprime la glorificación de Artigas.— ¿Por qué? 
--¿Acaso el nombre del primer caudillo de los 
orientales suscita rencores ó provoca resistencias 
sectarias? — Sería una majadería afirmario. — Si es 
cierto que Artigas jamás propendió al logro de 
la independencia nacional, y por esto no merece 
la glorificación póstera, no es menos cierto que 
los Treinta y Tres y los diputados de la Florida, 
tampoco pensaron jamás en constituir la sobe- 



26 PRÓLOGO 



ranía de la nacionalidad— Artigas ostenta méritos 
relevantes, que lo hacen digno de la veneración 
postuma. — Pero es una aberración monstruosa de- 
cir que las fechas del IQ de Abril y del 25 de 
Agosto requieren conmemoración oficial porque 
son simbólicas de nuestra independencia,— Como 
lo probamos en los capítulos de esta obra, el 
IQ de Abril desembarcaron efr la Agraciada los 
Treinta y Tres, no, como dicen los legendaristas 
de divisa, para promover un movimiento de re- 
dención absoluta en nuestra provincia, sojuzgada 
por el Imperio del Brasil, shio para reincorpo- 
raría á la antigua comunidad de las Provincias 
Unidas, de cuyo organismo fué parte integrante 
hasta 181 7. -Y, en cuanto al 25 de Agosto, que 
por una mistificación burda y deleznable se con- 
sidera el aniversario de la declaratoria de nuestra 
Independencia, basta leer, para convencerse el más 
miope de lo contrario, el documento público, 
incontestado, clarísimo, en que, confirmando los 
propósitos de los Treinta y Tres, se declara so- 
lemnemente anexada, desde la misma fecha, la 
Provincia Oríental á las demás del Río de la 
Plata. — ¿Puede acaso sin desdoro para la dignidad 
nacional, permitirse que se perpetúe una mistifi- 
cación de tal especie, conmemorando como únicas 
fechas gloríosas, aquellas que representan la en- 
trega de nuestra soberanía á una soberanía ex- 
traña, y que sintetizan toda una época de claudi- 
caciones, de desvarios vergonzantes, de demen* 



PRÓLOGO 27 



cias y de servidumbre?— ¿Por qué no se glorifica 
la fecha del 21 de Abril de 1828, día de la in- 
vasión de las Misiones, efeméride qué recuerda 
aquellas jomadas épicas en que el más audaz de 
nuestros caudillos escribió con los sables de sus 
héroes, con la sangre de los orientales, sobre 
páginas agrestes de gramilla, el mensaje en que 
los hijos de esta tierra, por sí mismos, enviaron 
al despótico usurpador de sus derechos, su de- 
cisión irrevocable, jurada ante el ara triunfal de 
su denuedo, de combatirlo sin tregua hasta ven- 
cer ó morir?— No necesitamos, los que hemos na- 
cido en esta tierra privilegiada del valor, recurrir 
al romance de los que experimentan profun- 
das crisis de megalomanía clásica, para enseñar 
al mundo, desde la cátedra de nuestros heroís- 
mos, una lección de gloria ¡—Fechas rememorativas 
de verdadera defensa nacional, de verdadera In- 
dependencia, exhibimos en nuestros fastos: si se 
quiere, puede consagrarse, con criterio altruista, 
su recuerdo. — Y si es necesario citar ejemplos, re- 
presentémonos aquel día de promisoras espe- 
ranzas nacionales, en que sobre las lomas de Ca- 
gancha, repeliendo la agresión formidable de Ro- 
sas, ciñeron por primera vez, en los torneos de 
nuestras bravezas con el extranjero, la divisa blanca 
y azul de la patria, los orientales, que, guiados 
por Rivera á la victoria, eran sólo guiados por 
el amor del terruño ala pelea!— ¿Se dirá que este 
hecho suscita rivalidades partidistas?— El general 



28 PROLOGO 



Echagüe era un genera! argentino; su ejército era 
argentino, exclusivamente, formando parte de él 
algunos jefes orientales, en el carácter de jefes tam- 
bién argentinos. — No era cuestión de partido: era 
una alta cuestión nacional, iniciada por una decla- 
ratoria de guerra contra el despotismo de Rosas. — 
No obstante, con otros ejemplos confirmaremos 
lo que decimos. — ¿No merece que se glorifique un 
día de aquella época, casi mitológica, encuadrada 
én un marco de factura espartana, bajo relieve 
de hazañas helénicas, en que no sólo la defensa 
de nuestra Independencia y de nuestras institu- 
ciones, sino también de la integridad continen- 
tal, de la civilización sudamericana, circunscribió 
sus esfuerzos dentro de Montevideo, para detener 
al pie de sus murallas numantinas, el avance de 
ios bárbaros que ostentaban en sus banderas de 
pelea un símbolo cabalístico de degüello, que era 
el programa de muerte de la tiranía de Rosas? — 
Se podrá decir también que la Defensa de Mon- 
tevideo fué una obra de partido. — Sin embargo, 
ninguna de nuestras efemérides históricas se ve 
brillar como la Defensa á tanta altura y con tanta 
intensidad, en los espacios estelares de la gloria.— 
Alcanza el meridiano en el cielo de nuestros heroís- 
mos.— Oribe era oriental de nacimiento; pero, du- 
rante toda la Guerra Grande, vistió uniforme ar- 
gentino, fué general de Rosas, de los más incondi- 
dónales y sumisos, como lo demostramos conclu- 
yentcmente en estelibro. — La independencia nació- 



PRÓLOGO 29 



nal estaba amenazada de muerte. — Se salvó dentro 
de las murallas de Montevideo. — El general Euge; 
nio Garzón,~-Jefe del Estado Mayor de Oribe en la 
batalla de Arroyo Grande, — lo reconoció en fra- 
ses entusiastas, antes de la paz de 1851.— En fin,— 
como dijo don Andrés Lamas, refiriéndose á la 
Defensa de Montevideo,— dentro de la plaza no 
había caudillos: había ideas, ideas santas! — Otra 
fecha de gloriosa significación para las arrnas orien- 
tales,— el 3 de Febrero,— se pretende suprimir de 
nuestro calendario cívico.— ¿Con qué pretexto?— 
Porque .también se trata de una rememoración partJT 
daria! — Es el colmo de las aberraciones y de la$ 
imposturas.— El 3 de Febrero de 1852 es una fcr 
cha que debiera rememorar la América toda, desde 
Caracas hasta Montevideo, porque Caseros no sig- 
nifica,— como se afirma erróneamente, — el triunfo 
de uno ú otro partido. — No fué una idea exclusi- 
vista la que inspiró á los héroes de aquel día: no 
se debatieron entonces egoísmos ó tendencias sec: 
tarias.- Mucho más grande y más impersonal fué 
la aspiración que identificó el heroísmo.de tres pue- 
blos sobre los campos de Caseros. — La prepoten- 
cia cesariana de Rosas avasallaba todos los dere- 
chos y todas las cosas: ni la vida ni la propiedad 
de los hombres era respetada por ese déspota 
que vivió encharcado en sangre.— El respeto de las 
soberanías extrañas, nunca fué norma de sus pro- 
cedimientos internacionales. — Amenazó la indepen- 
dencia de tres pueblos americanos, con sus hor- 



30 PROLOGO 



das de degolladores, que usaban chiripá rojo, quizá 
para que la sangre de sus innumerables víctimas 
no produjera manchas visibles en la tela chillona. 
— Lo que Francia hizo con el Paraguay, Rosas 
quiso hacerlo, en el paroxismo de sus quijoterías 
cesaristas, con la América del Sud. — Peligraba el 
principio establecido de las nacionalidades, y una 
toalición de amplias proyecciones, venció en Ca- 
seros á Rosas, — al frío verdugo de hombres y de 
pueblos, que no tuvo partido, que no tuvo admi- 
radores, sino en los que como él hicieron del 
crimen un instrumento de dominación y de la ri- 
queza ajena un medio fastuoso de vida y de po- 
den—Aquella lucha importaba,— según la palabra 
del doctor Manuel Herreray Obes,— una gran revo- 
lución que llevaba en su seno el orden, la tran- 
quilidad, la paz, la civilización, en suma, de vastos 
desiertos y riquísimos países, como el nuestro, el 
Brasil, el Paraguay, Corrientes, Entre Ríos y Bo- 
livia.— ¡ Pobre argumento, para suprimir la fiesta del 
3 de Febrero, el de decir que es una fiesta par- 
tidaria!— Oribe y muchos otros hombres del Par- 
tido Blanco, fueron siempre instrumentos de las 
pretensiones absorbentes de Rosas, como de 
otros mandatarios argentinos.— Sin embargo, con- 
cluida la paz de 1851, la mayoría de los hom- 
bres caracterizados de dicho partido, se alistaron 
entre los que combatían la política de Rosas, y 
prueba de ello es que, sin contar á Garzón, que 
en notas y proclamas hizo el proceso severísimo 



PROLOGO 31 



de aquél y de Oribe, antiguos partidarios de este 
último, que estuvieron á su lado durante el sitio, 
como Juanicó, Leandro Oómez, Baena, etc., toma- 
ron la iniciativa de organizar fiestas populares en 
honor de la División Oriental^ á su regreso á Mon- 
tevideo, después de agregar,— según las palabras 
de los mismos ciudadanos,— « un laurel más á nues- 
tras armas, haciendo tremolar con gloria el pabellón 
de nuestra patria en los campos de Caseros. » — 
Pero hay algo más importante aún para demostrar 
el error del doctor Vásquez Acevedo, que en este 
caso ha querido ser más realista que el rey. — La cam- 
paña contra Rosas fué popular; «y tuvo, -dice el 
doctor Luis Melián Lafinur,-geQeral asentimiento 
la medalla acordada á la « División Oriental » por 
el gobierno de que era Ministro de la Guerra el en- 
tonces coronel don José Brito del Pino (blanco), 
y aprobada más tarde por las Cámaras de Sena- 
dores y de Representantes, presididas respectiva- 
mente por ciudadanos que no habían pertenecido 
á la « Defensa », como don Bernardo P. Berro y don 
Atanasio C. Aguirre.»— Además, el Presidente de 
la República, don Juan Francisco Giró, en la pro- 
clama que lanzó al distribuir las medallas acuña- 
das para los héroes que estuvieron á las órdenes 
de César Díaz, llamó á éstos « representantes arma- 
dos del principio de libertad é independencia de 
la Patria en la gran jornada de Monte Caseros. » — 
¿Puede quedar alguna duda ahora de que es una 
fiesta absolutamente nacional, consagrada por la 



32 PROLOGO 



opinión de todos los partidos, la del 3 de Fe- 
brero?— Una fecha que también debe ser de duel<^ 
nacional justicieramente, aunque hoy no lo sea, 
es la de la famosa hecatombe de Quinteros. -¿Se 
dirá que recuerda un hecho horrible, perpetrado 
con escarnio de toda noción de respeto -á la vida 
de los revolucionarios rendidos bajo la fe de una 
capitulación, y que la cultura pública exige su ol- 
vido?— ¿Que ese suceso luctuoso reabre heridas 
que es necesario cauterizar en el corazón de todo 
un partido?— Si se tiene de la historia una concep- 
ción amplia y altruista; si el cerebro y el corazón 
no se dejan dominar por las intemperancias tra- 
dicionalistas ; si los hechos del pasado se juzgan 
cojno son, buenos ó malos, sin enrojecer el vo- 
cablo para condenar á todo un partido por las 
faltas ó los crímenes de algunos de sus hombres 
aislados, y se señala sólo la memoria de los cul- 
pables con el estigma de la reprobación á que 
se han hecho acreedores, no puede existir, para 
ninguna conciencia honesta, inconveniente que 
le impida rememorar, sin reproches colectivos, 
la gloria del sacrificio de los héroes que rodaron 
amortajados en una túnica de trébol y margaritas, 
en las orillas del Río Negro, no mereciendo, no, 
morir con la resignación de los cautivos, sin ven- 
der al precio de la sangre de sus adversarios la 
exuberante vitalidad de su propia sangre! — Y así 
como debe perpetuarse la gloria de los mártires,-— 
que es una gloria indiscutible, — también debe per- 



PROLOGO 33 



petuarse el recuerdo de la perversidad que inspiró 
á los verdugos de esos mismos mártires, como 
un ejemplo que nos ofrece la experiencia para 
que, condenándolo acerbamente, no incurramos un 
día en la misma falta, ofuscados por esa especie 
de delirio de sangre que se apodera de la con- 
ciencia cuando en ella predominan las pasiones^ 
Entrando en un nuevo orden de argumentos, 
el doctor Vásquez Acevedo dijo, al fundar su pro- 
yecto, que el comercio se resentía de tantas fies- 
tas que perjudican sus transacciones, y que para 
el proletariado también era perjudicial esa serie abu- 
siva de fiestas.— Perfectamente.— ¿Pero acaso las 
fiestas cívicas y duelos nacionales abundan de tal 
manera que aparejen los perjuicios á que se re- 
fiere el doctor Vásquez Acevedo?— No: nuestras 
fiestas cívicas son muy pocas, tan pocas que sólo 
alcanzan al número de cinco en todo el año.— En 
cuanto á los duelos nacionales, nada tienen que 
ver con el comercio ó con el proletariado: son 
días hábiles de trabajo, y en nada y á nadie perju- 
dican.— El argumento, pues, falla por su base.— De 
las cinco fiestas cívicas actuales, podrían supri- 
mirse dos, precisamente las que, en compañía del 
18 de Julio, pretende confirmar el doctor Vásquez 
Acevedo, porque entendemos que los hechos 
rememorados jDor todo un pueblo deben ser de 
positiva é indiscutible gloria, evidenciada por sí 
misma, como la luz del sol, á la conciencia na- 
cional.— V en este caso, podrían sustituirse por 



3 



34 PRÓLOGO 



otros acontecimientos, que hemos citado, dignos 
de perdurables laudatorias. 

Por otra parte, si el autor del proyecto referido 
desea evitar la repetición inconveniente de tantos 
días festivos como hay en nuestro almanaque, 
¿ por qué no se preocupa de proponer, con más 
evidente equidad, en un proyecto de verdadero 
prestigio popular, la abolición de todas esas fies- 
tas religiosas, que, en número de quince, están 
destinadas á rememorar el nacimiento de Jesús, 
sus diversas transfiguraciones milagrosas, el acto 
absolutamente privado de la circuncisión, etc., etc.; 
á perpetuar, en la conciencia de los fieles, el 
culto de las vírgenes parturientes, de los pecado- 
res convertidos en santos por arte de arrepenti- 
miento ; de todo ese cortejo divino, en fin, seme- 
jante á un conglomerado de estrellas, atraídas 
por un centro radioso,— la trinidad evangélica,— 
y compuesto de centenares de ídolos, de lujosos 
hábitos y brillantes accesorios, con una expresión 
de misticismo elegiaco en sus semblantes pálidos 
é iguales, engarzados en los templos augustos de 
sumisión beatífica, en que se explota la candidez 
y el fanatismo de las masas, en que realmente se 
hace del carácter un instrumento, del secreto del 
hogar un motivo de corrupción, y de la holga- 
zanería más refinada un modas vivendi, tan con- 
fortable como aquellos fastuosos mausoleos de 
la voluntad y de la conciencia?— ¿Acaso nuestra 
Constitución, al establecer un culto oficial, nos ha 



PRÓLOGO 35 



obligado á seguir al pie de la letra, sin beneficio 
de inventario, las extravagancias crecientes de la 
liturgia católica?— He ahí donde hay mucho paño 
que cortar.— Y sería necesario preocuparse de ello 
.un poco más, antes de pretender suprimir los 
grandes días de la patria, que son las páginas 
más elocuentes de un libro esencialísimo de ex- 
periencia cívica, en que se aprende á cumplir el 
deber del patriotismo y á imitar los ejemplos dig- 
nos de ser imitados. 



VIII 



Pretender suprimir el estudio y la recordación 
de la Historia, es más que una tontería ó una ri- 
diculez: una estúpida negación de los inmensos 
beneficios que reporta á las generaciones jóvenes, 
aisladas en un ambiente propio, sin orientación 
fija, sin la brújula de la experiencia ajena, sin esas 
constelaciones que señalan, engarzadas en las 
sombras de la noche, el rumbo del viajero ; solas, 
sobre la arista punzante de una roca, amenazadas 
de muerte por el oleaje fatal de las violencias 
intemperantes que producen las pasiones humanas. 
— El pasado es la columna miliaria sobre que se 
yergue con altiveces de desafío, el porvenir.— Oau- 
tier, en una de sus obras, pone en boca de Cleo- 
patra la descripción de las grandezas arqueólo- 



36 PROLOGO 



gicas de Egipto, y dice que un pueblo se asienta 
sobre otro pueblo, cada ciudad sobre veinte pi- 
sos de necrópolis, debajo del padre se encuentra 
el abuelo y el bisabuelo en sus cajas pintadas 
y doradas, lo mismo que eran en vida, y si se 
sigue buscando se encuentran otros y otros.— Así 
es la vida de los pueblos; así es la Historia. — Hay 
que distinguir el concepto que de ella se forman 
los cronistas apasionados, y el que define la ver- 
dadera ciencia histórica, imparcial y serena, sin 
personalismos y sin odios, sin desvarios dantes- 
cos de infamación colectiva. — Si estudiáramos his- 
toria para enrostrar á nuestros adversarios con- 
temporáneos los errores ó faltas de sus antece- 
sores, y viviéramos eternamente inspirados por 
el mismo odio recíproco que dio un carácter cruel 
á nuestras guerras civiles, entonces sí estaríamos 
de acuerdo con el doctor Vásquez Acevedo y con 
Luis Alberto de Herrera, que predican el olvido 
de las tradiciones como desquiciadoras, criticán- 
dose hasta un artículo del Reglamento del « Club 
Vida Nueva», porque establece el culto de las 
glorias partidarias.— Pero si el pasado, en vez de ser 
manzana de discordia, es fuente de enseñanzas 
aprovechables y origen de orgullos legítimos, 
¿ por qué hemos de relegario á la muerte y al ol- 
vido?— « Es de importancia capital, — dice Smiles,— 
el que una nación tenga tras de sí un gran pasado 
que contemplar. — Eso es lo que da fuerza á su 
vida en el presente, lo que la eleva y la sostiene, 



PRÓLOGO 37 



la ilumina y la transporta, por la memoria de los 
grandes actos, de los nobles sufrimientos, de las 
valientes empresas de sus antepasados.— La vida 
de las naciones, como la de los hombres, es un 
vasto tesoro de experiencia : bien empleado, con- 
duce al progreso social; mal empleado, no sale 
de sueños, de ilusiones y de faltas. — Como los hom- 
bres, las naciones se purifican y se justifican por 
las pruebas. » — El doctor Arnold, en su Diario ^ 
dice también : « La desgracia de Francia es que 
su pasado no pueda ser amado ó respetado ; su 
porvenir y su presente no pueden unirse á él: 
¿cómo puede dar frutos el presente, ó cómo dar 
esperanzas el porvenir si no se fijan sus raíces 
en el pasado?— El mal es infinito. » — Por su parte, 
el doctor Vicente Fidel López afirma que, cuando 
el estudio de la Historia es hecho con concien- 
cia, nos enseña á vivir con la sociable tolerancia 
del buen patriota; nos enseñad conocer y á res- 
petar las virtudes del ciudadano ; nos da valor para 
defender el bien en toda ocasión ; en fin, sólo en 
él aprenderemos á conocer las exigencias del Es- 
tado, y los medios más propios de satisfacerias 
en el sentido de la felicidad común.— Seriamente 
convencidos de las faltas y de los extravíos pro- 
ducidos por los errores pasados, entraremos á 
influir sobre nuestros tiempos con precioso cau- 
dal de experiencias .... marcharemos entusias- 
mados en las filas de los que abogan por el bien 
de la humanidad; ningún error funesto vendrá á 



38 PRÓLOGO 



poner la venda de las preocupaciones sobre nues- 
tros ojos, y repetiremos siempre lo que decía el 
gran Leibnitz : « La época actual, hija déla pasada, 
está preñada del porvenir. y> —Y agrega el mismo 
López : « Tal es el estudio de la Historia. — De él no 
se saca indignación contra las instituciones, con- 
tra los pueblos, ni contra los hombres.— Todo 
ocupa en ella su legítimo lugar. — Sise comprende 
el mal, no es para reclamar eternamente contra él, 
sino para evitarlo, para curar facultativamente las 
llagas que pudiera haber producido. » 



IX 



En vez de malgastar los años y las generacio- 
nes en la vana tarea de suprimir los partidos tradi- 
cionales ó de convencerlos de la innecesidad ó in- 
conveniencia de que recuerden á Leandro Gómez ó 
á Flores, á Quinteros ó Paysandú, se impone como 
una obligación patriótica que todos contribuyamos 
á estudiar y juzgar nuestra historia con el criterio 
que creamos justo, pero sin reproches odiosos, 
sin exageraciones en la crítica, sin ataques perso- 
nales, sin atribuir solidaridad colectiva de hechos 
que sólo á algunos hombres corresponden, por 
el prurito de denigrar al adversario. — Cuantas ten- 
tativas se han hecho desde 1846 hasta la fecha, 
para lograr el olvido de ciertos hechos históricos, 



PRÓLOGO 39 



han sido inútiles.— Eugenio Garzón, Melchor Pa- 
checo y Obes, Gregorio Lecocq, Joaquín Suárez, 
Lorenzo Batlle, Andrés Lamas, Eduardo Acevedo, 
José María Muñoz, Bernardo P. Berro, Venancio 
Flores, Juan Francisco Giró, Pedro Busíamante, 
y tantas otras personalidades de nuestros parti- 
dos tradicionales, tentaron en diversas circuns- 
tancias la extinción de esos mismos partidos ó 
de los odios históricos. — Pero ningún éxito ob- 
tuvieron.— Más aún: la mayoría de los mismos 
ciudadanos nombrados fueron, en las altas posi- 
ciones en que les tocó actuar, los adeptos más 
radicales é intransigentes, proclamando unos, como 
Batlle, el gobierno de partido en fórmula progra- 
mática, y otros, como Berro, persiguiendo con 
saña odiosa á sus adversarios tradicionales, hasta 
el punto de que sus desaciertos provocaron la 
titánica reivindicación de la Cruzada.— Otro es 
el camino que hay que seguir ^^l El tradiciona- 
lismo á ouírancey el charruismo de las divisas que 



( I ) Juan Carlos Gómez, en El Nacional del 1." de Junio de 
1857, decía y^ : «Seamos prácticos, y aprovechemos en educar A 
los partidos el tiempo que perderíamos, en la pretensión de supri- 
mirlos. 

«Seamos prácticos, y aprovechemos en encaminarlos al bien, el 
tiempo que perdemos en impedir que se precipiten al mal. 

« Los partidos existen, y existirán porque han existido. Nosotros 
no los hemos formado, porque existían antes que viese la luz de 
la vida la generación á que pertenecemos. » 

Juan Carlos (iómez sostenía, .en el mismo artículo, una tesis 
relativa á la formación de un Gobierno, que podríamos llamar in- 
coloro, indefinido, sin un sello partidario determinado.— En esto 
divergimos. — Ya hemos expuesto las razones. 



40 PROLOGO 



destilan sangre y que resurgen á través de los 
tiempos como motivos latentes de discordia ín- 
tima, es perjudicial y es indigno. — Modifiqúese el 
concepto actual de la tradición, inocúlese una sa- 
via nueva de tolerancia y de discernimiento en las 
masas, que hoy no evolucionan porque todos 
contribuimos á extraviarlas y á obcecarlas, y len- 
tamente lograremos, como ha sucedido en la Re- 
pública Argentina, atemperar sus pasiones y sub- 
sanar sus defectos de educación.— De lo contrario, 
no sólo serán ineficaces cuantos esfuerzos se 
hagan para reorganizar nuestros partidos, sino 
que éstos, necesariamente, se convertirán en ban- 
dos personalísimos funestos, y nuestra marcha 
política será de descenso y de ruina. — No se lo- 
grará inmediatamente un resultado auspicioso ; las 
rivalidades atávicas no desaparecerán en un día; 
pero al fin el éxito coronará una obra de al- 
truismos tan insospechables.— « Figuraos un bu- 
que,— decía Alberdi, — que navega en los mares 
del Cabo de Hornos con la proa al polo de este 
hemisferio: esa dirección lo lleva al naufragio.— Un 
día cambia de rumbo, y toma el que debe lle- 
varlo á puerto.— ¿Cesan por eso en el momento 
la lluvia, el granizo, la obscuridad y la tempestad 
de los sesentagradosdelatitud?— No, ciertamente; 
pero con sólo persistir en la nueva dirección, al 
cabo de algún tiempo cesan el granizo y las tem- 
pestades, y empiezan los hermosos climas de las 
regiones templadas. » — La reforma de nuestros 



PROLOGO 41 



partidos es cuestión de rumbo, de dirección acer- 
tada. — Hasta ahora ellos han seguido líneas conver- 
gentes ó divergentes: tratándose de precisar pro- 
pósitos teóricos, convergen á idénticos anhelos; 
tratándose de esclarecer cuestiones históricas, el 
criterio diverge hasta lo infinito.— Ahora es me- 
nester que se tracen caminos distintos y para- 
lelos. 

En resumen: no es necesario colocar un velo 
en los lindes del presente y del pasado para vi- 
vir la vida actual, sin preocuparnos para nada de 
la vida que fué. — No! — Lo que es necesario es que 
los partidos se eduquen, se reformen, y no siendo 
ya latente causa de discordia los hechos y los 
hombres de otras épocas, puedan todos, blancos 
ó colorados, juzgar aquellos hombres y aquellos 
hechos con criterio sereno.— De este modo se 
hará la Historia Nacional.— Con recriminaciones, 
con odios, con mentiras escudadas en el interés 
de la divisa, se hará sólo Historia de Partidos. 



Tales han sido, en general, las ideas y propó- 
sitos que nos han inspirado al escribir este, libro. — 
Si en él juzgamos severamente á algunas perso- 
nalidades históricas, lo hacemos fundándonos en 
pruebas irrecusables, en toda la documentación 






42 PRÓLOGO 



que hemos podido obtener de una azarosa época 
de nuestra nacionalidad.— Toda sospecha de que 
nuestro juicio es producto de animosidades sec- 
tarias, debe desaparecer ante un hecho que co- 
rroborarán todos los que lean las páginas que 
siguen : no nos hemos separado en nuestro juicio 
de sucesos y documentos innegables y de los 
comentarios que fluyen naturalmente de tales do- 
cumentos y de tales sucesos. — Tampoco damos 
patentes de privilegio á los que en el pasado os- 
tentaron nuestra propia divisa.— Para nosotros, 
cometen el mismo error los que opinan que Ri- 
vera fué paladín de nuestra independencia hasta 
1828, como los que también opinan que hasta la 
misma fecha, Lavalleja y Oribe merecen el título 
de libertadores de la patria. — Convencidos, aderhás, 
de la necesidad de que se produzca una reac- 
ción en el modo de juzgar á los hombres del 
pasado, quitando al juicio todo sello egoísta de 
parcialismo intransigente, nos hemos propuesto 
eludir todo reproche para el partido en que ac- 
tuaron las personalidades que estudiamos.— Ni 
una recriminación, ni una alusión desdorosa, ni una 
inculpación colectiva de errores individuales, apa- 
recerá en una sola de nuestras páginas.— Conscien- 
tes de nuestro deber y confiados en la sinceridad 
de nuestras opiniones, el respeto más profundo 
nos inspiran el deber y las opiniones del adversa- 
rio.— Y bien sabemos que atribuir solidaridad de 
los errores de algunos hombres á todo un par^ 



PROLOGO 43 



tido, máxime si se trata de hombres muertos y 
de un partido renovado en todos sus elementos 
constitutivos, es injusticia irritante y notoria que 
da margen á propagandas de odio, de impreca- 
ciones febriles y de desvarios comunes, caracte- 
rísticas de los partidos en descomposición ó en 
decadencia. 

No obstante, y aunque cultura obliga, nuestro 
libro, en razón de la ignorancia predominante ó 
de la errónea instrucción histórica que se recibe 
hoy en el hogar y en la escuela, suscitará críticas 
acerbas, más ó menos ostensibles. — Lo sabemos, 
y las despreciamos desde luego, como hemos des- 
preciado otras críticas ya exteriorizadas '^'.—Te- 
nemos la profunda convicción de que decimos la 

(1) Para que los que lean esta obra se den cuenta de la forma 
agrresiva é intolerante en que se pretende desvirtuar la arffunien- 
tación sólida é indestructible de los documentos y de los hechos, y 
de la osadía injustificable de algunos que se empeñan en sostener 
fajsedades evidentísimas, reproducimos aquí los siguientes párra- 
fos de un editorial de El Siglo, de fecha 19 de Abril de 1902 : 

«Mentira la doctrina que hace de nuestra independencia el fruto 
de combinaciones diplomáticas, producto artificial como tantos 
otros Estados que nacen al solo efecto de contribuir al equilibrio 
entre las grandes potencias! Mentira! La independercia nacional 
tiene su cuna en los primeros tiempos de la revolución de Mayo. 
Palpita ja en Las Piedras, en todo el esfuerzo gigantesco de Ar 
tigas, lo mismo cuando vencedor imponía la ley á toda esta parte 
del continente, que cuando vencido, disputaba la tierra nativa, 
palmo á palmo, al invasor extranjero. Palpita, igualmente, en la 
Agraciada, en toda la cruzada legendaria del año 25, en la epo- 
peysi soberbia de los Treinta y Tres! » 

He aquí otros párrafos de un editorial de El Deber, de Febrero 
5 de 1901, cuya ampulosidad llega hasta la ridiculez : 

« Para llamar traidor á Lavalleja, se necesita mucho coraje y 
no ser oriental sino de nacimiento. La cuna no basta para enlazar 



44 PRÓLOGO 



verdad. — Siempre es duro decir verdades que no hay 
costumbre de oir; siempre es doloroso para el alma 
nacional desvanecer errores que todo el mundo, 
á pesar de su evidencia, siente placer en continuar 
aceptando, porque,— como dijo Carlos María Ra- 
mírez,— en toda leyenda que muere hay un pedazo 
de corazón arrancado al pueblo que en ella ha 
creído. — Pero, aun á trueque de recibir en plenas 
espaldas el raudal pestilente de dicterios que col 
man los estercoleros de la rabia y del despecho, 
no hemos de reservar nuestras opiniones íntimas 
sobre ciertos puntos de nuestra Historia, aunque 
sean contrarias á las de la generalidad. — Preferimos 
pensar como pensamos, en el aislamiento de nues- 
tras convicciones, que pensar de otro modo, vio- 
lentando nuestra conciencia, para solazar la vani- 
dad de cartulina de los que profesan el charruismo 
retrógrado de los errores atávicos y reconcentran 
su juicio en la estultez embrutecedora de la ley 
de herencia aplicada al cerebro y al corazón.— Ma- 
caulay logró imponer al fin su austero juicio con- 



un hombre á su país, como no basta para enlazar un hijo á su 
raaire haberse despertado A la vida en el seno de ésta. 

« Colorados y nacionalistas tenemos un deber más grande que 
todos los deberes que nos impone nuestra fe partidaria : el deber 
de ser orientales, y no pueden ser orientales, por más que lo di- 
gan, los que ignoran que Rivera es el héroe de Rincón de Haedo 
y que Lavalleja es el héroe de Sarandí ! Los que hicieron libre y glo- 
riosa á la patria c no merecen respeto ni merecen culto de grati- 
tud?. . . No lo creemos ! ¡ Haga usted que se callen esos cachorros de 
mastín ! Libre usted de sus mordeduras emponzoñadas al bronce 
de la estatua de Lavalleja I» 



PRÓLOGO 45 



trario á William Penn, cuyo nombre era un culto de 
gloria para los ingleses y norteamericanos. — La tra- 
dición de Independencia que se atribuye á los 
Treinta y Tres, y sobre todo á Lavalleja y á Oribe, 
es una mistificación, es una de las mentiras con- 
vencionales, definidas por el talento de Nordau; 
y el amor á la verdad, que es superior á toda 
consideración utilitaria, y el amor al terruño, que 
no se alimenta de leyendas falsificadas, imponen, 
á una, el deber de no mentir en aras de un ri- 
dículo patrioterismo que nos empequeñece á los 
ojos del espectador imparcial. — Creemos, — con Smi- 
les,— que mucho de lo que hoy pasa con el nom? 
bre de patriotismo, no es en gran parte más que 
una vulgar amalgama de santurronería y de estre- 
chez de espíritu, poniéndose de manifiesto por 
preocupaciones, vanidades y odios nacionales in- 
veterados. 

Nosotros no opinamos,— como el doctor Ale- 
jandro Chucarro,— actor en todas nuestras acci- 
dencias políticas desde la época de Artigas, — ^'¿í^ 
vale más que no se escriba la Historia Nacional. — 
No! — Nosotros decimos, — con el doctor Luis Me- 
llan Laf inur : — escrlbase,y escríbase pronto ! — De este 
modo se logrará desvanecer las exterioridades ar- 
tificiosas de una tradición inspirada y fomentada 
por un espíritu de utilitarismo sectario; de este 
modo desaparecerán los convencionalismos efec- 
tistas de la leyenda, las mentiras disfrazadas de 
verdades insospechables, los errores dogmatiza- 



46 PRÓLOGO 



dos ante el ara sin honor de los ídolos falsos, 
producto de las imposturas de muchas generacio- 
nes.— Á este fin convergen todos nuestros esfuer- 
zos; sabemos que en nuestra Historia hay pá- 
ginas admirables que el patriotismo obliga á 
venerar : pequeña nuestra patria por la extensión 
de su territorio, es grande por las hazañas legen- 
darias de sus hijos.— Para escribir nuestros anales 
de pueblo valeroso y abnegado, no necesitamos 
pedir á la leyenda el concurso novedoso de sus 
glorias ficticias. — Hagamos la verdadera Historia 
Nacional, sin apasionamientos, sin vanos pruritos 
de exhibicionismo helénico. — Demostraremos más 
amor á la tierra de nuestra cuna, si, altivos por 
la propia confianza de nuestros méritos históricos, 
desmentimos á los que desde hace setenta años 
entretejen con laureles de papel, ficticios, marce- 
sibles, la corona triunfal de nuestras grandezas 
tradicionales ! — La verdad, siempre la verdad, por 
más dura que sea! — La historia, — dijo Cicerón,— 
es la maestra de la vida! 



Julio María Sosa. 



PRIMERA PARTE 



PRIMERA PARTE 



Los orientales bajo la dominación portug^uesa. — Entrada triunfal de Le- 
cor á Montevideo. — Servilismo del Cabildo. — Representación al 
Rey. — Inconsecuencias y claudicaciones. — Reacción antiartiguista. — 
Comentarios que sugiere. — La traición de Bauza, Oribe, etc. 



Es necesario, para encadenar perfectamente los 
sucesos y para juzgarlos sobre bases seguras de 
certeza histórica, analizados desde su punto de 
arranque. — Veamos, pues, la actitud de los prin- 
cipales hombres de la Banda Oriental en la época 
que siguió á las derrotas de Artigas y á los triunfos 
de los portugueses, alentados por la pérfida política 
de los directoriales porteños. — Como consecuencia 
de la derrota que Araújo Correa infligió á Rivera 
en India Muerta el 10 de Noviembre de 1816, 
Lecor,— jefe supremo de las fuerzas portuguesas,— 
tomó la dirección de Montevideo. — El 10 de Enero 
de 1817, entró Lecor á esta ciudad, que se ha- 
llaba desguarnecida, y el Cabildo Oriental recibió 
bajo palio al invasor extranjero, labrando un acta 

4. 



50 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

de reconocimiento y fidelidad, que lleva la fecha 
de 24 de Enero de 1817. — Este Cabildo estaba 
formado por los hombres mejor conceptuados de 
aquella época, como Juan José Duran, Juan de 
Medina, Juan Francisco Giró, Lorenzo Justiniano 
Pérez, etc.— No se contentó el Cabildo, sin em- 
bargo, con su filial recibimiento á Lecor, indigno 
de hombres que habían resuelto defender la in- 
tegridad de su suelo á todo trance, coadyuvando 
álos planes autonomistas de Artigas.— Y el mismo 
Cabildo, deseoso de congraciarse con el monarca 
lusitano, se reunió para deliberar sobre « qué di- 
ligencias serían consiguientes respecto á este 
pueblo y S. M. F.'el Rey nuestro señor {q\xt Dios 
guarde), después que sus armas ocuparon esta 
plaza con el carácter de pacificadoras que tan dig- 
namente tomaron, » - « Después de varias discusio- 
nes, convino S. E. en que si esta Provincia había 
sido sacada del centro del desorden en que el 
interés de los hombres la había sumergido, y 
que si los pueblos tan mutuamente se felicitaban 
unos á otros llamando su salvador al Ejército, que 
la bondad del Rey de Portugal, tan franca y ge- 
nerosamente tuvo á bien destinarle, apiadado de 
las aflicciones generales de esta Banda Oriental, 
era muy del caso que el Cabildo, su represen- 
tante, diese en su nombre al Rey las debidas 
gracias de un modo efectivo. — Inmediatamente y 
consiguiente á esto, trajo S. E. á consideración, 
que entre las naciones civilizadas se practicaba 



JULIO M SOSA 51 



como un deber sagrado, ir uno ó más diputados 
del pueblo recientemente libertado, á felicitar y 
rendir obediencia á los pies del mismo Rey, cuyas 
eran las armas regeneradoras ^ ^ \ » — El mismo día 
31 de Enero, fueron designados los señores don 
Dámaso Antonio Larrañaga y don Jerónimo Pío 
Bianqui, para cumplir la comisión á que hace re- 
ferencia el acta transcripta (-^. — Por las credenciales 
expedidas con la misma fecha, en favor de los 
señores Bianqui y Larrañaga, se les daba amplia 
autorización « para proponer y suplicar á 5. M. F. 
el Rey nuestro señor (que Dios guarde), á nom- 
bre del Cabildo y en el de todos los pueblos de 
la Banda Oriental del Río de la Plata, » haciendo 
uso de «las altas facultades que por elección de 
ellos mismos residen en este Cabildo.» Por otra 
parte,— según lo afirma Berra ^^^,— aquellos diputa- 
dos se hallaban encargados de la misión especial de 
entregar á don Juan VI un documento en que se 
leen declaraciones tan vergonzosas de sumisión y 
de servilismo, que producen á un mismo tiempo in- 
dignación y pesar. — En ese documentóse decía: 
« que hacía siete años que estos pueblos habían 
empezado á sentir las dolorosas convulsiones de 



( 1 ) Acta del Cabildo de Montevideo, de fecha 31 de Enero 
de 1817. 

(2) El doctor Berra asegura que los diputados nombrados fue- 
ron los señores Giró y Pérez. — No conocemos el documento en que 
funda su afirmación. — En cambio, en el Archivo Nacional existe 
el acta de nombramiento de los señores Larrañaga y Bianqui. 

(3) «Bosquejo Histórico de la República O. del Uruguay». 



52 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

una revolución inevitable en su origen, pero des- 
graciada y terrible en todas sus vicisitudes; que 
los habitantes de la provincia habían hallado en 
los Brasiles un asilo contra la persecución y el 
furor de los partidos; que en los momentos de 
su agonía, cuando la opresión, el terror y la anar- 
quía, en estrecha federación con todas las pasio- 
nes de una facción corrompida, iban á descargar 
el último golpe sobre su existencia política, ha- 
bía interpuesto S. M. su brazo poderoso, ahu- 
yentó al asesino (Artigas), y los pueblos se 
hallaron rodeados de un ejército que les asegura 
la paz, el reposo y la protección constante de un 
cetro que para ser grande no necesitaba de nue- 
vas conquistas. » — El documento de la referencia 
concluía en esta forma : « El Cabildo gobernador 
no encuentra un homenaje digno de la gratitud 
que respira para ofrecerlo á los pies de S. M.; 
pero si puede mirarse como tal el voto uniforme 
y el clamor de todos los pueblos que representa, 
por la incorporación del territorio pacificado d la 
Nación que le ha preservado de tantos desastres, 
uniendo este nuevo reino á los tres que forman 
el Imperio lusitano, V. M. jamás se arrepentirá de 
haber dado al mundo esta última prueba de pre- 
dilección hacia nosotros y de amor á la Huma- 
nidad.»— Otras frases y otras declaraciones aun 
más humillantes, contiene este documento; pero 
sólo con lo transcripto basta para demostrar cuál 
era el concepto que del decoro de su país tenían 



JULIO M. SOSA 53 



nuestros cabildantes de 1817.— Hay algo más to- 
davía : este mismo Cabildo se había negado dos 
meses antes,— el 8 de Diciembre de 1816,— á apro- 
bar el acta de pacificación que algunos de sus 
propios miembros habían formulado de acuerdo 
con el Directorio de Buenos Aires.— ¿Qué de- 
muestra esto?— Ó que Artigas les impuso aquella 
negativa, ó que más conveniente les pareció la 
incorporación al Brasil.— En cualquiera de estos 
dos casos, resulta que el propósito era el mismo : 
la anexión. 

Variados comentarios suscitan estos hechos.— 
El Cabildo de 1817, incapaz de comprender ó 
de realizar su misión patriótica, ó sacrificando, 
por rencores pueriles originados de hechos ante- 
riores en que intervino Artigas, los intereses su- 
premos de la Provincia que representaba, dio la 
nota más alta de inconsecuencia y de traición 
al territorio que gobernaba, legitimando con su 
aquiescencia servil, con su sometimiento antipa- 
triótico, la conquista lusitana. -La costumbre de la 
esclavitud, que es la peor y más denigrante ae 
las costumbres, ó el odio personalísimo, inspiró 
la conducta de los cabildantes de 1817. — No se 
entrega el patrimonio nacional, sin que el pa- 
triotismo deje de existir, ó el apasionamiento 
egoísta prime sobre todos los sentimientos en 
una circunstancia dada. -¿Por qué razón atendible 
aceptó y prestigió el Cabildo de 1817 la domi- 
nación lusitana?— ¿Fundado en qué derecho asu- 



54 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

mió la representación de todos los pueblos de la 
Banda Oriental del Río de la Plata, para diri- 
girse al Rey de Portugal, deponiendo á sus pies 
nuestra soberanía provincial, en momentos en que 
Artigas, con todos los habitantes de la campaña, 
disputaba heroicamente los palmos de la tierra 
de su cuna á la avaricia secular del absorbente 
lusitanismo? -Sea por lo que fuere, en ese mo- 
mento histórico, Artigas era el representante de 
verdaderas tendencias localistas, puesto que sus 
esfuerzos propios, sin ayuda de nadie, eran del 
mismo modo dirigidos contra los portugueses y 
contra los porteños. — Además, es históricamente 
indiscutible que Artigas no era un tirano que 
inspirara terror hasta á los mismos orientales.— 
Por consiguiente, la actitud del Cabildo obedecía 
á un propósito anexionista evidente, sin justifi- 
cación ni atenuación aceptable, y representaba una 
reacción de los hombres de la ciudad, contra el 
predominio del viejo caudillo, después de haberie 
servido, después de haberie adulado, después de 
haber depositado en sus manos el tesoro de la 
autonomía provincial para que lo salvara de la 
débácle de la conquista ! — Eran los mismos hom- 
bres que habían endiosado á Artigas en los días 
deslumbrantes de su prosperidad, los que en las 
noches pavorosas de la derrota y de la impoten-^ 
cia, deprimían su nombre para halagar la vanidad 
mamarrachesca de los usurpadores victoriosos! 
Pocos meses después, una traición más sensi- 



JULIO M. SOSA 55 



ble aún para la causa de la Provincia Oriental, 
debía producirse con la deserción del Cuerpo de 
LibertoSf compuesto de negros del Ejército de 
Artigas, sojuzgado por influencias perturbadoras. 

— Este suceso tuvo lugar el 3 de Octubre de 1817. , 

— Un contemporáneo explica en la siguiente forma, 
la deserción: «Otorgues tenía á sus órdenes al 
coronel don Rufino Bauza, que mandaba un ba- 
tallón de 600 libertos, tres piezas de artillería con 
no pocas municiones de guerra; pero parece que 
cansados del desorden y sin esperanzas de suceso, 
el Coronel Bauza, los capitanes don Manuel y 
don Ignacio Oribe, don Gabriel Velazco, don 
Carlos de San Vicente, don José Monjaime y 
otros oficiales, entre éstos el secretario de Otor- 
gues, don Atanasio Lapido, resolvieron enten- 
derse con el Barón, á efecto de que, á condición 
de separarse de la guerra que le hacían, se les 
permitiese embarcarse en Montevideo con sus 
fuerzas para dirigirse á Buenos Aires ^^\» — Por 
su parte, un autor brasileño, dice al respecto: 
< Comunicaciones reservadas se habían entrete- 
nido por el general Lecor y por su asesor ofi- 
cial don Nicolás de Herrera, con don Rufino 
Bauza y don Manuel Oribe, resultando de ellas: 

— 1.0 Que el cuerpo de artillería con todo su tren, 
cañones y demás armamentos, se debía entregar 
al general Lecor én día y hora convenientes.— 

( 1 ) Memorias del general Rivera. 



56 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

2.0 Que este cuerpo, después de recibido en la 
plaza, sería transportado con brevedad á Buenos 
Aires, quedando allí enteramente libre y dueño 
de sus acciones,» etc. ^^l — Estas cláusulas fueron 
cumplidas estrictamente, embarcándose los de- 
sertores de las filas de Artigas, el Q del citado 
mes de Octubre, para la ciudad vecina.— Algu- 
nos de los oficiales embarcados, sirvieron inme- 
diatamente en el Ejército de las Provincias Uni- 
das.— Bauza comunicó á Pueyrredón su determi- 
nación, fundándose en que se había convencido 
al fin «de que la causa personal de Artigas no 
era la de la patria, de que su tiranía los bar- 
barizaba, » etc.— ¿Cuál era esa patria? —St de- 
duce lógicamente que era lo que es hoy Re- 
pública Argentina, desde que Artigas defendía la 
Banda Oriental de la invasión portuguesa.— El 
mismo Bauza, y Oribe, decían igualmente en otra 
carta, « que no quenan servir á las órdenes de un 
tirano como Artigas, que, vencedor, reduciría al 
país á la barbarie; y, vencido, lo abandonaría!» 
— El Director Pueyrredón, de acuerdo con el ge- 
neral Lecor, y quizás inspirado por la Logia 
Lautaro, de Buenos Aires, fué el verdadero autor, 
sin embargo, de la defección del regimiento de 
Bauza.— Los orientales empezaban así el aprendi- 
zaje del anexionismo, fuere cual fuere la bandera 
impuesta. 

(1) Senén Pereyra : «Memorias y reflexiones sobre el Río de 
la Plata». 



JULIO M. SOSA 57 



II 



El Cabildo de 1819. — Cesión de territorios por una farola. — Someti- 
miento de los jefes artíguistas. - La conquista triunfante. — El Con- 
greso de 1821. — Incorporación de la Provincia Oriental al Reino 
Unido de Portugal, Brasil y Algarves. — Comentarios que suscita este 
acto. — Restablecimiento de antiguos límites provinciales. 



El Cabildo de Montevideo, que en la pendiente 
de las humillaciones no se detuvo ni un momento, 
acordó, en 181Q, con el general Lecor, la cesión 
de una gran parte de nuestro territorio al Brasil, 
en cambio de una farola en la Isla de Flores. - El 
Barón de la Laguna, interpretando los deseos de 
su soberano, aspiraba á formar del territorio 
oriental una capitanía separada de la de Río Grande, 
con límites propios, fijados de antemano, con el 
propósito ulterior de asegurar para el porvenir 
más extensas y ricas fronteras al Brasil. — Así lo 
insinuó al Cabildo de Montevideo. — Y como la 
época era propicia para las concesiones, de parte 
de un Cabildo que era, sencillamente, instrumento 



53 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



de las pretensiones portuguesas, se encontró pre- 
texto para una negociación leonina, que daría por 
resultado la irritante desmembración del territorio 
nacional. — Dicho pretexto fué la construcción de 
un faro en la Isla de Flores. — El general Lecor se 
comprometió á construido, siempre que el Cabildo 
cediera á Río Grande una porción de territorio. 
— Y á pesar de que la iniciativa de este negociado 
correspondía á Lecor, el Cabildo se impuso la 
responsabilidad de aparecer proponiéndolo, en 
nota dirigida al Barón de la Laguna con fecha 
15 de Enero de 1819. — En ese documento dijo el 
Cabildo: «V. E. sabe que los límites que sepa- 
ran esta Provincia de la del Río Grande de San 
Pedro del Sud, no están bien demarcados, y que 
la línea divisoria de ambos territorios podría rec- 
tificarse con utilidad común. Basta examinar el 
plano geográfico de dichas provincias para con- 
vencerse de esta verdad. Si la línea de demarca- 
ción se tirase por los puntos que indica la na- 
turaleza de los terrenos, ríos y montañas de sus 
inmediaciones, desaparecería la confusión de límites 
que ha dado mérito á tanta desavenencia, y resultan- 
do un « superávit » á favor del Río Grande de San 
Pedro del Sud, podía V. E. hacer uii beneficio 
considerable á aquel territorio con la nueva agregar 
ción de preciosos campos, y á esta Provincia con la 
indemnización de los valores respectivos á la parte 
cedida. Este Cabildo, como sabe V. E., fué 
electo por todos los pueblos, representa sus de- 



JULIO M. SOSA 59 



rechos, y conservando todavía sus poderes para 
promoverlo que convenga á su prosperidad común, 
se cree autorizado en el estado presente de las cosas, 
para intervenir y ejecutar lícitamente la permuta ó 
cesión de una pequeña parte del territorio limí- 
trofe, cuando sus productos hayan de invertirse 
con gran utilidad del país en algún establecimiento 
de importancia ^ ^ K Ninguno puede ser comparable 
al del fanal de la Isla de Flores. » — La demarcación 
de la nueva línea propuesta por el Cabildo, se ha- 
ría en esta forma, según el tenor de la nota citada: 
« La línea divisoria por la parte del Sud entre las 
dos Capitanías de Montevideo y Río Grande de 
San Pedro del Sud, empezará en la mar á una legua 
Sud Este y N. O. del Fuerte de Santa Teresa; se- 
guirá al N. O. del Fuerte de San Miguel ; continuará 
hasta la confluencia del arroyo San Luis, inclu- 
yéndose los cerros de San Miguel. De allí seguirá 
la margen occidental de la Laguna Merín, según la 
antigua demarcación, continuará antes por el Río 
Yaguarón hasta las nacientes del Yaguarón Chico, 
y siguiendo el rumbo de N. O. en derechura de 
las nacientes del Arapey, cuya margen izquierda 

(1) Es inexacto que el Cabildo de 1819 tuviera facultades para 
ceder los territorios que cedió. — La extensa zona ofrecida, tenía 
su Cabildo propio. — Refiriéndose á esto mismo, decía el doctor Flo- 
rencio Várela, en sus «Apuntes», de 1845: * El Cabildo de Montevi- 
deo en 1819, ni era Cabildo gobernador, ni tenía más representa- 
ción que la de la ciudad y su distrito, con arreglo á las leyes ge- 
nerales de su institución. » — Sobre este punto puede leerse con pro- 
vecho un interesante estudio del doctor Vicente G. Quesada, apa-, 
recido en la «Nueva Revista » de Buenos Aires. 1881. 



60 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

seguirá hasta la confluencia en el Uruguay, divi- 
diendo los límites del territorio de ambas capita- 
nías í ^ I » — Con fecha 30 de Enero, el general Lecor 
acusó recibo de la nota mencionada, manifestando 
su conformidad.— Por acta secreta del mismo día 30 
de Enero, quedó concluido el negociado.— En los 
meses de Octubre y Noviembre del mismo aíio, 
los comisarios nombrados por el Cabildo de Mon- 
tevideo y por el Capitán General de San Pedro de 
Río Grande, procedieron á la demarcación defini- 
tiva de los límites convenidos. 

Esta cesión injustificada de una extensa zona de 
nuestro territorio,— evidentemente nula por la falta 
de facultades del Cabildo para hacerla,— implica una 
de las más grandes infamias de aquella época, in- 
grata por todos conceptos. — Una farola resultaba 
cara en aquellos tiempos y con aquellos hombres, 
que no tenían otra voluntad que la del conquis- 
tador! — Es innecesario comentar tal hecho, que por 
sí mismo jse condena, y que resulta aún más mons- 
truoso si se tiene presente que la farola acordada 
jamás fué construida por los portugueses. 

En los últimos meses del año 1 81 Q,— aprove- 
chando Lecor el alejamiento de Artigas de la Pro- 
vincia Oriental, — pidió al Cabildo de Montevideo 
que « interpusiera su autoridad y sus buenos ofi- 



(1; Firman esta nota los señores Juan José Duran, Juan Be- 
nito Blanco, Juan Francisco Giró, Juan Correa, Agustín Estrada, 
Juan Méndez Caldeira, Lorenzo J. Pérez, Francisco J. Muñoz, José 
Álvarez, Jerónimo Pío Bianqui. 



JULIO M. SOSA 61 



cios para que los caudillos que aun iban errando 
por los campos del territorio oriental, se recogie- 
sen á sus hogares, prestasen sumisión á las au- 
toridades constituidas y acatasen las leyes ^ ^ ). » — 
El Cabildo accedió á lo solicitado, y nombró una 
Comisión encargada de conferenciar « con las cor- 
poraciones, jefes y habitantes de la campaña, que, 
extraviados por el error y la incertidumbre, y fa- 
tigados de la anarquía, han manifestado última- 
mente disposición á entrar en negociaciones con 
el Excelentísimo señor Barón de la Laguna,» 
etc. (2). 

Antes de que el Cabildo resolviera enviar una 
diputación á campaña, ya algunos jefes de parti- 
das, en Canelones, se habían sometido al régimen 
portugués, « persuadidos ... de que las intencio- 
nes benéficas de V. E. no se dirigen á hacer la 
guerra contra sus pacíficos habitantes, sino á res- 
tablecer el orden y la tranquilidad pública, y á 
sofocar la anarquía ^^\» Debemos hacer constar 
que estos jefes y oficiales habían servido siempre 
con Artigas, y que le calificaban de anárquico 
recién entonces, después de ocho años de lucha, 



(1) Deodoro Pascual: c Apuntes para la Historia de la Repú- 
blica O. del Uruguay ». 

(2) Instrucciones dadas por el Cabildo de Montevideo, con fecha 
26 de Diciembre de 1819. 

(3) Nota dirigida al Barón de la Laguna, con fecha 19 de Di 
ciembre, por el comandante de linea Simón del Pino, por el co- 
ronel Fernando Candiá, capitán Juan Bautista López y tenientes 
Tomás Burgueño, Joaquín Figueredo y Santos Casaballe. 



62 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

cuando ya el vencedor de Santa María, impo- 
tente y decepcionado, se abría por las provincias 
litorales un camino hacia el destierro. 

La diputación del Cabildo comenzó á principios 
de 1 820 su obra de pacificación. — Resultado de tales 
negociaciones fué que los jefes artiguistas al mando 
de fuerzas, que aún resistían á la invasión ex- 
tranjera, aceptaran y prestigiaran la nueva situa- 
ción,—^/ orden de cosas establecido en iWí7/zím- 
úf^í?, — preparado por la sublime intriga de la di- 
plomacia diabólica de los directoriales porteños, 
en la corte de Río Janeiro. — El mismo coman- 
dante Rivera, que fué . el enemigo más terrible, 
después de Artigas, para los portugueses, y que 
fué el último en someterse, no confirmó con actos 
posteriores la altivez que demostró al ser víc- 
tima de la celada que le preparó, para que se rin- 
diera, el teniente coronel Carneiro ^^^. 

Á principios de 1820, la Provincia Oriental era 



(1) En nota -protesta del 2 de Marzo, dirig^ida por Rivera á los 
comisionados del Cabildo, explicaba así este hecho : « Confiando la 
división de mi mando en la garantía del armisticio celebrado con 
el Mayor don Bentos Manuel Riveiro, en consecuencia de la orden 
dictada por el Barón de la Laguna, y del convite de que fué en- 
cargada la Comisión de V. S., oficiado por el ciudadano don Julián 
de Gregorio Espinosa, singular fué mi sorpresa al ver presentarse 
delante de mí, al frente de este campamento, á las 6 de la ma- 
ñana, todas las fuerzas mandadas por el teniente coronel don Ma- 
nuel Carneiro, con un aspecto militar imponente. Mi sorpresa 
aumentó aún más, al recibir una intimación de aquel jefe para 
que reconociese simultáneamente el gobierno de la capital de 
Montevideo como la autoridad del país, si no' quería manchar mi 
oposición con la sangre de mi patria. » 



JULIO M. SOSA 63 



tierra conquistada para los portugueses.— La ban- 
dera de Artigas no tremolaba ya en nuestras 
cuchillas de esmeralda, ni el choque de las lanzas 
patriotas estremecía la tierra subyugada de los 
orientales.— No se había formado aún nuestro 
pueblo un concepto exacto de su verdadera si- 
tuación, ni de sus deberes, ni de sus derechos.— 
Los sentimientos de nacionalidad, de localización, 
de autonomía, si existieron, se habían desvanecido 
ante la prepotencia suave y alucinadora de los 
hábiles portugueses.— Los jefes, como Rivera, que 
con mayor eficacia habían secundado los planes 
de Artigas, y que, lógicamente, debían de haber 
heredado un odio irreconciliable á los usurpado- 
res de su tierra, se caracterizaron por sus reite- 
radas y entusiastas demostraciones de adhesión 
al nuevo orden de cosas.— En este período de 
claudicaciones y servilismos inconcebibles, no 
hubo una sola voz patriótica que se levantara en 
el silencio de las conciencias dormidas ó compra- 
das, y salvara el honor de su suelo, protestando 
en nombre de la libertad.— El pueblo de Artigas 
no sólo fué dominado, sino que también fué se- 
ducido .^ 

En efecto : la política usada por Lecor con los 
orientales, ajustándose á las instrucciones recibidas 
de la Corte portuguesa, era en extremo halagadora. 
-Por decreto del 6 de Junio de 1817, había prome- 
tido aquél á los que depusieran las armas la con- 



64 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

servación de sus propiedades, y el goce «por 
toda su vida, de sus empleos militares y sueldos 
correspondientes,» etc. — Garantidos los derechos 
individuales, la propiedad privada, el respeto á 
todas las opiniones y una vida holgada de tole- 
rancia y de tranquilidad general, la Provincia 
Oriental prefirió la esclavitud á los azares de la 
lucha por la libertad.— Es necesario reconocer que 
el general Lecor procedió con tino y mesura, 
granjeándose las simpatías de la Provincia.— Ha- 
lagó, además, particularmente, á los hombres de 
prestigio entre los orientales, y ofreció puestos 
importantes en el ejército á Rivera, á los hermanos 
Lavalleja, á Servando Gómez, Araujo, Laguna, etc. 
—Y todos aceptaron agradecidos el honor que se 
les dispensaba con solapadas miras de futuro. 
Estas miras muy pronto se manifestarían. — La 
Corte de Río Janeiro, siguiendo la tradición de 
la Corona de Portugal, ambicionaba extender sus 
fronteras del Sud hasta el Río de la Plata. — Mo- 
tivo de conflictos frecuentes y terribles, fué esa 
ambición durante el dominio de los españoles en 
estas regiones.— Así es que, cuando la Provincia 
Oriental se halló en paz, sin factores que quebran- 
taran la monotonía de la sumisión general, don 
Juan VI creyó llegado el caso de añadir definiti- 
vamente á sus dominios la zona comprendida en- 
tre el Arapey, el Plata, el Uruguay y el Océano.— 
En ese tiempo se tenía la seguridad de que el 
voto de los pueblos orientales era favorable á la 



JULIO M. SOSA 65 



incorporación al reiíio lusitano.— El Barón de la 
Laguna, con fecha 15 de Junio de 1821, dirigió á 
las autoridades respectivas una nota en que decía: 
« Su Majestad el Rey del Reino Unido de Portu- 
gal, Brasil y Algarves, consecuente á la liberalidad 
de sus principios políticos y á la justicia de sus 
sentimientos. Quiere, y es su Real Voluntad, que 
esta Provincia determine sobre su suerte y felici- 
dad futura.— Al efecto manda que se convoque un 
Congreso extraordinario de sus Diputados, que 
como representantes de toda la Provincia, fije la 
forma en que ha de ser gobernada, consultando 
d bien general, y que los Diputados sean nom- 
brados libremente, sin sugestión ni violencia, y en 
aquella forma que sea más adaptable á las cir- 
cunstancias y costumbres del País, con tal que 
se consulte la voluntad general de los Pueblos. » 
— El oficio de Lecor fué hecho conocer de todos 
los Cabildos de la Provincia, para que procedieran 
á hacer efectivo su cumplimiento, acompañando, 
además, á ese oficio, las instrucciones dictadas 
por el Gobernador Intendente, don Juan José Du- 
ran, á todas las autoridades de campaña, sobre la 
forma en que debía llevarse á cabo el acto co- 
micial. 

Efectuadas las elecciones de Representantes de 
las distintas jurisdicciones de la Provincia, se reu- 
nió el Congreso General, el día 18 de Julio de 
1821, en la sala capitular.— Se dio cuenta, en pri- 
mer término, de un oficio del Barón de la Laguna, 



66 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

de fecha 16 de Julio, en que decía lo siguiente: 
« Su Majestad el Rey del Reino Unido de Por- 
tugal, Brasil y Algarves ha tomado en considera- 
ción las repetidas instancias que han elevado á su 
real presenciüy Autoridades muy respetables de esta 
Provincia y solicitando su incorporación á ía Mo- 
narquía Portuguesa, como el único recurso que 
en medio de tan funestas circunstancias, puede 
salvar el país de los males de la guerra, y de los 
horrores de la anarquía. Y deseando S. M. proce- 
der en un asunto tan delicado con la circunspec- 
ción que corresponde á la dignidad de su Au- 
gusta Persona, á la liberalidad de sus principios, 
y al decoro de la Nación Portuguesa, ha deter- 
minado en la sabiduría de sus Consejos, que 
esta Provincia, representada en Congreso Extra- 
ordinario de sus Diputados, delibere y sancione 
en este negocio, con plena y absoluta libertad, 
lo que crea más útil y conveniente á la felicidad 
y verdaderos intereses de los Pueblos que la cons- 
tituyen. Si el M. H. Congreso tuviese á bien de- 
cretar la incorporación á la Monarquía Portu- 
guesa, yo me hallo autorizado por el Rey para 
continuar en el mando y sostener con el Ejército 
el orden interior y la seguridad exterior bajo el 
imperio de las Leyes. Pero si el M. H. Congreso 
estimase más ventajoso á la felicidad de los pue- 
blos incorporar la Provincia á otros Estados, ó 
librar sus destinos á la formación de un Gobierno 
independiente, sólo espero sus decisiones para 



JULIO M. SOSA 67 



prepararme á la evacuación de este territorio en 
paz y amistad, conforme á las Órdenes Sobera- 
nas. La grandeza del asunto me excusa recomen- 
dario á la sabiduría del M. H. Congreso. Todos 
esperan que la felicidad de la Provincia será la guía 
de sus acuerdos en tan difíciles circunstancias. » 
— Leído este documento, el Presidente propuso, 
como el punto principal para que había sido 
reunido este Congreso : « Si según el presente es- 
tado de las circunstancias del país, convendría la 
incorporación de esta Provincia á la Monarquía 
Portuguesa, y sobre qué bases ó condiciones; 
ó si por el contrario, le sería más ventajoso cons- 
tituirse independiente, ó unirse á cualquiera otro 
Gobierno, evacuando el territorio las tropas de 
S. M. F. » — « Cuya proposición admitida á discu- 
sión, tomó la voz el señor Bianqui, y dijo : « la 
Provincia Oriental es preciso que se constituya 
Nación Independiente, ó que se incorpore á otra 
que esté constituida : ésta es la única alternativa 
que le dejan las circunstancias; véase, pues, si 
Montevideo y su Campaña pueden constituirse 
en Nación, y sostener su Independencia; ó si no 
puede, cuál es aquella á que podrá incorporarse 
con más ventajas y con menos peligros. 

« Hacer de esta Provincia un Estado, es una 
cosa que parece imposible en lo político; para 
ser Nación, no basta querer serio : es preciso te- 
ner medios con que sostener la Independencia. 
En el país no hay población, recursos, ni ele- 



éS BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

mentos para gobernarse en orden y sosiego, 
para evitar los trastornos de la guerra, para de- 
fender el territorio de una fuerza enemiga que lo 
invada, y hacerse respetar de las Naciones. Una 
Soberanía en este estado de debilidad, no puede 
infundir la menor confianza: se seguirá la emi- 
gración de los capitalistas, y volvería á ser lo que 
fué: el teatro de la anarquía y la presa de un 
ambicioso atrevido, sin otra ley que la satisfacción 
de sus pasiones. 

«¿Hay algún hombre que desee ver á su pa- 
tria en tan triste situación? Luego, es evidente 
que la Banda Oriental, no pudiendo ser actual- 
mente Nación, debe constituirse parte de otro Es- 
tado, capaz de sostenerla en paz y seguridad. 
Buenos Aires en medio de sus guerras civiles, no 
puede llenar estos objetos, mucho menos el En- 
tre Ríos, y tampoco la España, porque su domi- 
nación tiene contra sí los votos de los pueblos, 
y porque en su actual estado ni puede socorrerla, 
ni evitar que esta Provincia fuera el teatro san- 
griento de la guerra de todas las demás que han 
proclamado su Independencia; no queda, pues, 
otro recurso que la incorporación á la monarquía 
portuguesa, bajo una Constitución liberal. De este 
modo se libra á la Provincia de la más funesta 
de todas las esclavitudes, que es la de la anarquía. 
— Viviremos en orden bajo un poder respetable, 
seguirá nuestro comercio sostenido por los pro- 
gresos de la pastura : los hacendados recogerán el 



JULIO M. SOSA 69 



fruto de los trabajos emprendidos en sus hacien- 
das para repararse de los pasados quebrantos, y 
los hombres díscolos que se preparen á utilizar del 
desorden, y satisfacer sus resentimientos de la 
sangre de sus compatriotas, se aplicarán al tra- 
bajo, ó tendrán que sufrir el rigor de las Leyes, y 
en cualquier caso que prepare el tiempo ó el torrente 
irresistible de los sucesos, se hallará la Provincia 
rica, poblada, y en estado de sostener el orden, 
que es la base de la felicidad pública.» — El se- 
ñor Alagón contestó: «Éstos son los sentimientos 
de todo mi pueblo, y así me lo han especialmente 
encargado. » — « El señor Llambí dijo : En la alter- 
nativa que se nos presenta elegir, una resolución 
poco circunspecta ó meditada con abstracción de 
las circunstancias políticas de la Provincia, debe 
sumergirnos en un caos de desgracias, y envolver- 
nos en las diferentes aspiraciones de cada una de 
las fracciones de que se compone el país. — En el 
momento mismo ,en que el territorio fuese evacuado, 
tendremos tal. vez sobre nosotros las fuerzas del 
Entre Ríos para dominarnos, ó sacar de nosotros 
las ventajas que le proporciona el País en la guerra 
que tiene pendiente contra Buenos Aires. Cuando 
quisiéramos observar una perfecta neutralidad, mi- 
rar por nuestros intereses propios, suponiéndo- 
nos todos conformes y unidos á este objeto, 
¿cómo podríamos resistir á la fuerza que á sus 
órdenes tiene el jefe de aquella Provincia? — Si 
nos consideramos tan virtuosos que cada uno 



70 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

pueda desprenderse de los resentimientos perso- 
nales que han ocasionado la revolución, de los 
diferentes motivos que deben impulsarnos según 
nuestras ideas y comportación en el tiempo an- 
terior; con todo, no podremos evitar servir, y ser 
víctimas de las pretensiones del Entre Ríos sobre 
Buenos Aires; y en aquella suposición evidente- 
mente falsa é inaccequible, nuestros deseos se- 
rían tan estériles, como todos los de un pueblo 
indefenso. 

c Si hemos visto que las provincias del inte- 
rior, á pesar de la independencia de ellas, han 
sido atacadas, y tal vez obligadas á tomar el par- 
tido de aquel que con las fuerzas llegó una vez 
á dominarlas, ¿qué motivo habría para dudar de 
estas probabilidades? 

< Abandonados á nosotros mismos, vamos á 
fomentar el celo de las provincias limítrofes : cada 
una de ellas debe ponerse á la expectativa del par- 
tido á que nos inclinemos, y cualquiera que sea 
nuestra moderación, cualquiera los principios que 
adoptemos, ni estaremos libres de las descon- 
fianzas de éstas, ni tampoco seguros de que ellas 
no aspiren á hacernos tomar un partido más de- 
cidido por una ú otra. En este caso, ¿cuáles son 
las ventajas que podremos proponernos? Si la 
guerra es el mayor mal de un país; si desgracia- 
damente nosotros lo hemos experimentado dema- 
siado ; si vemos destruidas tal vez más de la mi- 
tad de su población, aniquiladas nuestras rique- 



JULIO M. SOSA 71 



zas, destruidas las haciendas, y careciendo aun 
del alimento más abundante de la Provincia, ¿ne- 
cesitaremos analizar sus efectos para comprender 
los males que nos deban suceder? 

< En la explanación de estos pormenores en- 
contraremos nosotros resuelta cualquier dificultad 
que se presente hoy á la consideración del Ho- 
norable Congreso. 

« He dicho que habíamos perdido la mitad de 
nuestra población; y á este hecho que ninguno 
puede poner en duda, se sigue que hemos per- 
dido también el poco armamento que teníamos 
que estamos sin rentas, y el comercio casi en su 
último grado. Á este estado hemos llegado sin 
que podamos culparnos de haber sido nosotros 
la causa ó el origen. Sin tales recursos es evi- 
dentemente cierto que estamos reducidos á una 
nulidad completa para disponer de nuestros desti- 
nos. Un Gobierno independiente, pues, entre nos- 
otros, sería tan insubsistente como lo es el del 
que no puede, ni tiene los medios necesarios para 
sentar las primeras bases de su estabilidad. Pero 
si aspirásemos á incorporario á la España, encon- 
traremos además del choque de partidos entre 
nosotros mismos, unos recursos que se presen- 
tan á 2,000 leguas de distancia, que no nos liber- 
tan de los males indicados, que nos precipitan 
á la guerra desde el mortifento en que lo pense- 
mos, y finalmente que nos obligan á tomar las 
armas unos contra otros. — Si nos inclinamos á 



72 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

.Bu,enos Aires es muy probable se resista á.admi- 
lirnos, supuesto, que las demás Provincias tienen 
fijos los ojos sobre ella, atribuyéndole aspiracio- 
nes á un mando absoluto,, que por esta razón le 
hacen la guerra, y á nosotros mismos nos supon- 
drían unidos á esos principios. Si nos unimos al 
Entre Ríos, además de la poca importancia de 
esta Provincia, también ella nos obligaría á con- 
tribuir á sostener sus intereses por la guerra que 
actualmente tiene. Á cualquier parte que vuelvo 
la vista,, me veo amenazado de los efectos de ésta; 
y si á todos se les presenta con el horroroso 
aspecto que á mí, ningún mal deberemos temer 
tanto como él. De hecho, nuestro país está en 
poder d^ las tropas portuguesas; nosotros ni po- 
demos ni tenemos medios de evitarlo. Cuatro años 
y más han transcurrido, y al fin de ellos, cual- 
quiera resolución que sea la nuestra, el primero 
que pueda contar con cincuenta hombres podrá, 
desbaratar los mejores proyectos y las mejores 
ideas. El aventurarnos á estas contingencias se- 
ría una imprudencia, de que siempre respondería- 
mos á.los pueblos; desde que nos suponemos 
dueños y arbitros de nuestros destinos, á nadie 
podríamos culpar de no haber calculado sobre, 
nuestra impotencia; y entonces, ¿nos salvarían 
cualesquiera consideraciones dirigidas por otro 
principio que el bien del país según su presente 
estado? » — « E| señor Larrañaga dijo : Nosptros nos 
hallamos en. yne§tado de abandono: desampara- 



juno M. SOSA 73 



dos de la España desde el año catorce, á pesar de 
los. decididos esfuerzos de muchos habitantes de 
esta Provincia; Buenos Aires nos abandonó, y 
todas las demás, provincias hicieron otro tanto; 
la Banda Oriental sola ha sostenido una guerra 
muy superior á sus fuerzas; cualquier convenio 
anterior, cualquiera liga, ó. cualquier pacto, está 
enteramente disuelto por esta sola razón. En el 
triste estado á que hemos sido reducidos, colo- 
cados entre dos extremos diametralmente opues- 
tos, de nuestra ruina, ó de nuestra dicha; de 
nuestra ignominia, ó de nuestra gloria, todas nues- 
tras consideraciones no se pueden dirigir á otra 
cosa que á consultar nuestro futuro bienestar. El 
dulce nombre de patria debe enternecernos; pero 
el patriota no es aquel que invoca su nombre, 
sino el que aspira á librarla de los males que la 
amenazan. Hemos visto invocado este sagrado 
nombre por diferentes facciones que han destruido: 
y aniquilado el país; después de diez años de 
revolución, estamos muy distantes del punto de 
que hemos salido. Á nosotros nos toca ahora 
conservar los restos de ese aniquilamiento casi 
general: si lo consiguiésemos seremos unos ver- 
daderos patriotas. La guerra ha sido llevada hasta 
los umbrales mismos de Buenos Aires, y sus 
campañas se talan; nosotros no podemos espe- 
rar otra suerte, desde que, colocados, en medio 
de ellas, sin recursos, tuviésemos necesidad ó de 
repeler por defendernos de un enemigo, ó de 



74 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

ofender por sostener nuestros derechos. Si, pues, 
por el abandono en que hemos quedado, nues- 
tro deber nos llama hoy á consultar los intereses 
públicos de la Provincia, sólo esta consideración 
debe guiarnos; porque en los extremos, la salud 
de la patria es la única y más poderosa ley de 
nuestras operaciones. Alejemos la guerra; disfru- 
temos de la paz y tranquilidad, que es el único sen- 
dero que debe conducirnos al bien público; con- 
sideremos este territorio como un Estado separado 
que debe unirse conservándose sus leyes, sus 
fueros, sus privilegios y sus autoridades; pida- 
mos la demarcación de sus límites, según estaba 
cuando fué ocupado por las tropas portuguesas; 
sean sus naturales ó vecinos los que deban optar 
á los empleos de la Provincia; sean ellos sus úni- 
cos jueces por quienes sus habitantes han de 
sostener y defender sus derechos; aspirernos á 
la libertad del comercio, industria, y pastura; pro- 
curemos evitar todo gravamen de contribuciones; 
y finalmente, acordemos cuanto creamos más útil 
y necesario para conseguir la libertad civil, la segu- 
ridad individual y la de las propiedades del vecin- 
dario. ^ — « Entonces, por una aclamación generaly 
los señores Diputados dijeron: Éste es el único 
medio de salvar la Provincia; y en el presente 
estado, á ninguno pueden ocultársele las ventajas 
que se seguirán de la incorporación bajo las con- 
diciones que aseguren la libertad civil de su ve- 
cindario. Por lo mismo, sin comprometer el ca- 



JULIO M. SOSA 75 



rácter que representamos, tampoco podemos pen- 
sar de otro modo. En este estado, declarándose 
suficientemente discutido el punto, acordaron la 
necesidad de incorporar esta Provincia al Reino 
Unido de Portugal, Brasil y Algarves, constitución 
nal, y bajo las precisas circunstancias de que sean 
admitidas las condiciones que se propondrán y 
acordarán por el mismo Congreso en sus últi- 
mas sesiones ^ ^ ^ ...» 

Este largo documento es de gran interés para 
la Historia. — Demuestra, en primer término, y con 
un sello indiscutible de veracidad, cuál era la opi- 
nión pública de la época, sobre el problema magno 
del destino de la Provincia Oriental. — En todos 
los párrafos transcriptos se nota, á primera vista, 
la prevención latente en los espíritus contra Ar- 
tigas.— Todos los oradores del Congreso mani- 
festaron su antipatía al primer jefe de los" orientales, 
y, más que esto, el prurito injustificable de de- 
primir sus actos y de rebajar á un nivel vulga- 
rísimo la talla moral del héroe de las Piedras.— 
Sin embargo, no está de más decir que los dipu- 
tados de 1821, al pretender denigrar á Artigas, lo 
enaltecían, por el contraste que sus propios he- 



(1) Firmaban el acta transcripta del Congreso Extraordinario 
de Diputados de la Provincia, los seftores Juan José Duran, Dá- 
maso Antonio Larraftaga, Tomás García de Zúfliga, Fructuoso 
Rivera, Loreto de Gomensoro, José V. Gallegos, Manuel Lago, Luis 
Pérez, Mateo Visillac, José De Alagón, Jerónimo Pío Bianqui, 
Romualdo Ximeno, Alejandro Chucarro, Manuel A. Silva, Salvador 
García y Francisco Llambí. 



76 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

chos y su propia conducta ofrecían en parangón 
con los hechos y la conducta de Artigas, que 
tuvo la intuición del porvenir de la patria al dic- 
tar las ejemplares instrucciones de 1813, y que 
tuvo la suficiente altivez y el necesario cariño á 
su tierra para rechazar el auxilio vergonzante de 
Buenos Aires, en momentos de terribles decep- 
ciones y de irreparables desastres, porque él creía, 
con convicción espartana, que el patrimonio de 
los orientales no debía venderse al bajo precio 
de la necesidad! — Precisamente, uno de los más 
grandes méritos de Artigas, el más grande qui- 
zás, es el de haber sabido ser, antes que polí- 
tico suspicaz y sin escrúpulos, patriota decidido, 
rudo tal vez, pero al fin y al cabo de un corazón 
purísimo, en consorcio con un carácter de es- 
toico!— Los congresales de 1821, que habían sido 
amigos y partidarios de Artigas, le despreciaron 
y le detractaron, cuando, ya impotente, él bus- 
caba un consuelo á las ingratitudes de sus paisa- 
nos, en la voz de su conciencia, que le decía, 
allá, en los esteros solitarios del Paraguay, que 
había cumplido con heroísmo su deber.— Y si 
en vez de deprimir su obra, hubieran sabido 
aprovechar los orientales las enseñanzas que él 
les inculcara, no hubieran jamás suscrito un acta 
en que se claudica por interés propio; en que 
se vende la conciencia nacional al que da más 
seguridades de buen precio; en que se evidencia 
una transformación trascendental de los hombres 



JULIO M. SOSA 77 



de más valer y de mayores prestigios dé la Pro- 
vincia, en un sentido denigrante para el país y 
para ellos mismos; en que, para colmo de sub- 
versiones, se insinúa la posibilidad de devolver 
la Provincia al dominio español, si no fuera porque 
los países limítrofes convertirían en teatro de nue- 
vas y sangrientas guerras el territorio oriental ! . . . 
— Es sin duda incuestionable, por otra parte, que 
la opinión general de los orientales, en aquella 
época, era favorable á la incorporación al Brasil: 
los mismos que algunos años después protes- 
taron por la nulidad de las resoluciones del Con- 
greso, acataron y prestigiaron entonces su decla- 
ratoria fundamental de incorporación. — La política 
benedictina de los portugueses había producido 
esos resultados en nuestras masas, fastidiadas del 
desorden de las montoneras artiguistas, desorden 
irremediable y justificado por las necesidades rigo- 
rosas de la guerra.— Pero, este hecho jamás podría 
presentarse como atenuante de la conducta ob- 
servada por los que suscribieron el acta del 18 
de Julio de 1821. — El sentimiento de la patria es 
uno solo y no admite tergiversaciones ni sub- 
terfugios.— Inspirándose en él, la conducta es una 
sola también, clara y franca, en favor de la inte- 
gridad del suelo de nuestra cuna; y los congre- 
sales de 1821, si hubieran procedido con patrio- 
tismo, habrían hecho lo que hizo Artigas, y no 
autorizar y legitimar con su voto las usurpaciones 
vergonzosas de la conquista lusitana. — En el Con- 



78 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

greso de 1821 fué donde, por primera vez en 
nuestra Provincia, se habló de la Independencia 
Nacional — Y, desgraciadamente, se habló de ella 
para combatirla, para decir que era un imposible, 
que no convenía á los intereses materiales de los 
habitantes (^\ — Conservadores hasta la médula 
de los huesos, los congresales de 1821 sobre- 
pusieron á todo sentimiento patriótico, el interés 
secundario de los industriales y de los ganaderos. 

— Parece que más hubiera sido una cuestión co- 
mercial, que una alta cuestión política, en que se 
hallaba comprometido el porvenir del país, la que 
se tratara en el referido Congreso. 

El día 19 de Julio, volvieron á reunirse los di- 
putados de la Provincia, acordando pasar una 
circular á todos los cabildos y autoridades de 
aquélla, á fin de hacerles conocer el texto ín- 
tegro del acta de incorporación y « puedan repre- 
sentar al Congreso algunas condiciones ó bases 
que tiendan á conseguir el futuro bienestar, » etc. 

— Fueron designados, además, para que presen- 
taran las condiciones de la incorporación, los se- 
ñores Llambí, Larranaga y García de Zúñiga.— 
Estas cláusulas ó condiciones se establecieron 
en acta del 31 de Julio del mismo ano de 1821, 
después de doce sesiones laboriosas del Con- 
greso; pero es necesario hacer constar que la ma- 



(1) La Convención de Paz de 1828 demostró la falsedad de 
esta afirmación. 



JULIO M. SOSA 79 



yona de ellas fueron platónicas, es decir, nunca fue- 
ron cumplidas.— Y la explicación es bien clara: 
desde que los mismos diputados declararon que in- 
corporaban la Provincia Oriental al Reino de Portu- 
gal, por considerarlo el único poder capaz de tu- 
telarla y defenderla, declarándose al mismo tiempo 
incapaces de constituirse independientemente, por 
carecer de elementos y de recursos, era inoficioso 
y ridículo prescribir condiciones que ningún cui- 
dado inspirarían, por más audaces que fueran, á 
la nueya metrópoli. — Era, sencillamente, una deco- 
ración de papel chinesco en un escenario de títeres 
Una sola de las cláusulas del contrato de la 
referencia tiene verdadera importancia. — La que se 
refiere á los límites de la Provincia. — Por la cláu- 
sula segunda se dejó sin efecto la demarcación 
de límites acordada con el Cabildo de 181Q, es- 
tableciéndose en la siguiente forma : « Los lími- 
tes .. . serán los mismos que tenía y se le re- 
conocían al principio de la Revolución, que son : 
por el Este, el Océano; por el Sud, el Río de la 
Plata; por el Oeste, el Uruguay; por el Norte, el 
río Cuareim hasta la cuchilla de Santa Ana, que 
divide el río de Santa María, y por esta parte el 
arroyo Tacuarembó Grande, siguiendo á las pun- 
tas de Yaguarón, entra en la Laguna del Marín, 
y pasa por el puntal de San Miguel á tomar el 
Chuy, que entra en el Océano: sin perjuicio de 
la declaración que el Soberano Congreso Nacio- 
nal, con audiencia de nuestros diputados, dé so- 



80 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



bré el derecho que puede competir á esté Estado 
á los campos comprendidos en la última demar^ 
cación practicada en tiempo del Gobierno Es- 
pañol ^^\» 

Pocos días después, las autoridades civiles y 
militares juraron fidelidad al monarca lusitano.— 
La juraron también Rivera y Lavalleja, cómo jefes 
en actividad. 

Vemos, pues, demostrado, con hechos y docu- 
mentos que nadie se atreverá á desconocer, que 
en la Provincia Oriental, desde 1817 hasta 1821, 
el más absoluto espíritu anexionista cooperó al 
triunfo y consolidación de la hegemonía portu- 
guesa. 



( 1 ) Acta del Congreso Extraordinario de diputados de la Pro- 
vincia Oriental, de fecha 31 de Julio de 1821. —Archivo Nacional. 



JULIO M. SOSA 81 



III 



La Independencia del Brasil. — Efectos que produjo en la Provincia 
Cisplatina. — Lecor y da Costa. — Los orientales en campos opues- 
tos. — Los « Caballeros Orientales > . — Propaganda argentinista. — 
Diputaciones á Buenos Aires. — Actitud de Rivadavia. — Solicitudes 
á Bolívar y á López. — Rivera y Oribe. — El Cabildo de Montevi- 
deo declara incorporada la Provincia Oriental á las demás del Río 
de la Plata. - Los pueblos de la Provincia juran la Constitución 
Imperial. -Hace lo mismo el Cabildo de Montevideo. 



Sucesos posteriores de vital importancia, pro- 
dujeron en la Banda Oriental movimientos di- 
versos, que dieron por resultado la dominación 
de los brasileños en lugar de la de los portu- 
gueses. 

El 7 de Septiembre de 1822, el Brasil se de- 
claró independiente de la metrópoli europea y 
reconoció como su Emperador á don Pedro I.— 
Este acontecimiento tuvo inmediata repercusión 
en la Provincia Cisplatina, dividiendo en dos cam- 
pos á portugueses y brasileños. — Los orientales 
también se dividieron en los mismos bandos, alis- 



82 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



tándose unos bajo la bandera de Juan VI, y otros 
bajo la de Pedro I.— El brigadier portugués don 
Alvaro da Costa, vicepresidente de la Junta Mili- 
tar instalada en Montevideo por iniciativa de Le- 
cor, representaba la causa de don Juan, y contaba 
en su favor con la mayor parte de las tropas que 
guarnecíanla ciudad.— Lecor, en cambio, era el 
representante de la causa brasileña. — Muy pronto, 
los antagonismos de ambos jefes tradujéronse en 
hechos que sucintamente analizaremos. 

El 1,0 de Agosto de 1822, es decir, un mes 
anie$ de la proclamación de la Independencia del 
Bfasil, dispuesto ya todo para este acto, el « prín- 
cipe regente constitucional » envió una nota á Le- 
cor, ordenándole «que la división portuguesa 
denominada Voluntarios reales del Rey, fuese re- 
movida cuanto antes de la plaza de Montevideo, 
donde se hallaba estacionada, intimándole al bri- 
gadier don Alvaro da Costa su embarque con la 
mencionada división para Lisboa, en los trans- 
portes que se designasen. » — La previsión de don 
Pedro estaba justificada por los disturbios y co- 
natos de motín que produjo en Montevideo, á 
principios de Mayo de 1821, la noticia de la 
ida de don Juan VI para Lisboa. — Con fecha 
24 de Julio, ya Lecor, por instrucciones reci- 
bidas de su soberano, había intimado la diso- 
lución de la Junta Militar, que era adversa á los 
intereses brasileños, pues ejercía sobre ella una 
influencia decisiva el brigadier da Costa.— La 



JULIO M. SOSA 83 



Junta habíase rebelado contra ese decreto, ale- 
gando que era su deber no acatar otras órde- 
nes que las emanadas del legítimo soberano don 
Juan VI, ó de sus Cortes.— Tales antecedentes obli- 
garon á Lecor á proceder cautelosamente. — Y, el 
10 de Septiembre, partió acompañado de su Se- 
cretario, don Nicolás de Herrera, y del Síndico, 
don Tomás García de Zúñiga^*^, haciendo esta- 
ción en Guadalupe, para seguir después hasta 
San José, donde estableció su residencia defini- 
tiva.— El 11 del mismo mes, el Barón de la La- 
guna creyó oportuno cumplir la orden de don 
Pedro, relativa al embarque de los Talaveras para 
Lisboa, y así lo hizo en forma de intimación á 
don Alvaro da Costa. — Éste aparentó estar dis- 
puesto á cumplir la orden recibida, como lo de- 
claró al Cabildo de Montevideo en notas de 8, 
de 16 y de 19 del mes de Octubre, en que ur- 
gía el «aprontamiento de los transportes > para 
embarcarse. 



En esta misma época se esparcieron rumores 
insistentes que atribuían al brigadier da Costa 
intenciones bélicas. — Pero él mismo, para disipar 
la alarma que pudieran producir tales rumores, se 
dirigió al Cabildo de Montevideo, por nota de 
fecha 30 de Septiembre, previniéndole que no pres- 

. (1) A quien llamaban los orientales argentinistas, t\ parricida* 



84 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



tara atención á las versiones corrientes de que él 
y sus tropas portuguesas pensaban dirigir sus ar- 
mas contra los habitantes de la Cisplatina, pues 
« nunca volvería sus armas contra aquellos que 
desde 1820 reconoce como amigos, y que su único 
fin es embarcarse para Portugal,» etc.— Á esta nota 
contestó el Cabildo, con fecha 4 de Octubre, di- 
ciendo, entre otras cosas, que el brigadier da 
Costa « debe quedar persuadido de que los habi- 
tantes todos de la Provincia no están en disposi- 
ción de alucinarse; y que en consecuencia, des- 
precian y despreciarán siempre las siniestras voces 
que se hagan correr, por los autores de su futura 
opresión; manifestándose, por tanto, indiferentes 
en las actuales desavenencias, respecto á las cua- 
les nadie ignora el lugar de la justicia.— En este 
concepto, dígnese V. E. aceptar la gratitud de este 
cuerpo por el orden y seguridad que promete ; y 
no le sea dudoso que los habitantes de Montevi- 
deo jamás intentarán interrumpirio, tanto en fuerza 
de las razones aducidas, cuanto por la estimación 
con que respetan la moderación y laudable con- 
ducía de estas tropas en los momentos de verse 
abandonadas á sí mismas. » — Firmaron este do- 
cumento, entre otros, don Gabriel Antonio Pe- 
reira, don Carios Camusso, don Cristóbal Eche- 
varriarza, don Estanislao García de Zúñiga.— 
Como se verá después, el Cabildo no fué muy 
consecuente con estas declaraciones, y como si 
fatalmente, en aquellas épocas, la inconsecuencia 



JULIO M. SOSA 85 



de los hombres y el prurito curioso de variar de 
ciudadanía legal, fuera norma de conducta común, 
encontraremos al Cabildo de Montevideo seña- 
lando distintos rumbos á su acción política. 



En el campo de los brasileños ocurrían otros 
hechos no menos interesantes, entretanto. — El Ba- 
rón de la Laguna, fuera de Montevideo, reunió á 
sus adeptos, y el 12 de Octubre éstos aclama- 
ron al Emperador del Brasil.— Á este acto siguie- 
ron otros semejantes de las fuerzas militares.— 
Los cabildos de los pueblos de campaña juraron 
también fidelidad á don Pedro I, considerando que 
« las circunstancias, la razón, la conveniencia pú- 
blica y privada, » imponían la incorporación « á 
un Imperio poderoso por su naturaleza, para que 
nos defienda y proteja. » — Don Tomás García de 
Zúñiga, en nota de 26 de Octubre de 1822, daba 
cuenta al Imperio del sometimiento, y decía que 
se había hecho « con demostraciones de entusias- 
mo y júbilo, » por la « libre y espontánea volun- 
tad» de los pueblos.— El 17 de Octubre, el Re- 
gimiento de Dragones de la Unión, del cual eran 
jefes el coronel Rivera y el comandante Juan An- 
tonio Lavalleja, aclamó entusiastamente al Empe- 
rador del Brasil, vivándose por todos á don Pedro, 
á la Asamblea Constituyente del Brasil, etc.— 
Entre los oficiales que firmaron el acta de acla- 
mación se hallaban los hermanos Lavalleja y Ba- 



86 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



silio Araújo, que formaron parte de los cruzados 

de 1825(1^. 



¿Qué hacían, en estas circunstancias, los orien- 
tales residentes en Montevideo?— ¿Aprovechaban 
Ja anarquía de los dominadores para desatar la 
coyunda que los uncía al yugo del extranjero? 

Los orientales que no aceptaban como legítima 
y provechosa la dominación de los portugueses 
ó de los brasileños, conspiraban.— ¿Pero con qué 
fin lo hacían?— ¿Acaso aspiraban á la Indepen- 
dencia del territorio oriental contra los mismos 

( 1 ) He aquí el acta de aclamación, del Regimiento de Drago- 
nes : « En el «rroyo de la Virgen, á 17 de Octubre de 1822, á las 
once de la mañana, reunido el Regimiento de Dragones de la 
Unión, su comandante, el coronel don Fructuoso Rivera, mani- 
festó á los señores oñciales las ventajas que resultarán al Estado 
Cisplatino de invitar á los demás cuerpos de tropa veterana, 
pueblos y cabildos de las Provincias del Brasil, que habían decla- 
rado solemnemente su independencia y confederación, aclamando 
por su primer Emperador al señor don Pedro de Alcántara, antes 
Príncipe Regente, defensor perpetuo del Brasil ; bajo juramento 
de guardar, mantener y defender la Constitución Política del Im- 
perio, que hiciese la Asamblea General Constituyente del Brasil, 
compuesta de representantes de todas las Provincias confedera- 
das, cuya aclamación hizo el día 12 del corriente al frente de las 
tropas del Continente, el Excmo. señor Barón de la Laguna, jefe 
del ejército, Gobernador y Capitán General de este Estado, y que 
seguirán haciendo los pueblos, cabildos y cuerpos militares, como 
una medida la más importante para fijar la libertad é indepen- 
dencia de este Estado, sofocar las aspiraciones de los anarquistas 
y garantir bajo la poderosa protección del Imperio, los inaliena- 
bles derechos de los pueblos, poniendo un término no esperado á 
la revolución de estos países, 

« Seguidamente, vueltos los señores oficiales á ocupar sus pues- 
tos en sus respectivas compañías, dirigió la palabra á todo el Re- 



JULIO M. SOSA 87 



orientales que, como Rivera, Lavalleja, etc., reco- 
nocían la tutela del Emperador del Brasil? 

Nada de esto.— Si conspiraban, era para cam- 
biar de amo.— Lo comprobaremos. 

Declarada la Independencia del Brasil, y pro- 
ducidos los primeros acontecimientos que hemos 
narrado, se formó en Montevideo una sociedad 
denominada Los caballeros orientales, — especie de 
logia, con secretos y conciliábulos íntimos,— á fin 
de lograr el retiro de los portugueses y la en- 
trega de las llaves de la ciudad al Cabildo.— De 
este modo,— según se creyó,— podría disponerse 
libremente délos destinos de la Provincia.— De 



pimiento, expresándose en estos términos : Soldados I doce años 
de desastrosa ¿guerra por nuestra regeneración política, nos hicie- 
ron traer al infausto término de nuestra total ruina, con tanta 
rapidez cuanto raaypr fué nuestro empeño por conseguir aquel fin 
laudable. Este desastre era consiguiente á nuestra impotencia, á 
nuestra pequenez, á la falta de recursos y demás causas que por 
desgracia debéis tener presentes, y que más de una vez habrán he- 
cho verter vuestra sangre infructuosamente. El remedio de tantos 
trabajos, desgracias y miserias, demasiadamente nos lo tiene exi- 
gido y enseñado la experiencia, pues que no es otro que apoyarnos 
en un poder fuerte é inmediato para ser respetables ante los 
ambiciosos y anarquistas, que no pierden momento para proporcio- 
narse fortuna y esplendor á costa de nuestros intereses y de vues- 
tro sosiego y tranquilidad, últimamente de vuestras vidas, mil 
veceb más apreciables que las de aquellos fratricidas. Si ellos se 
desvelan por su interés particular y momentáneo, '¿con cuánta 
más razón debemos nosotros desvelarnos para fijar por siempre 
los destinos de nuestro país ? Y así, soldados, en ratificación de 
los deseos que ha doce años manifestáis, decid conmigo....» (Si- 
guen varios vivas á la Independencia del Brasil y del Estado 
Cisplatino, al Emperador, á la Asamblea Constituyente, etc. ) 
« Se acordó que se extendiese acta de esta aclamación en el íibro' 
del Regimiento, » etc. 



88 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



acuerdo en absoluto con esta sociedad, procedía 
el Cabildo de Montevideo, y aparentaba proceder 
el brigadier da Costa. — Considerando dicha cor- 
poración que pudieran ser sinceras las declaracio- 
nes que en repetidas ocasiones le hiciera el general 
da Costa, sobre su propósito decidido de embar- 
carse para Lisboa, no vaciló en empeñarse afano- 
samente por reincorporar nuevamente la Provincia 
Oriental á las demás del Río de la Plata, en com- 
binación con la sociedad secreta de que antes he- 
mos hablado. — El ambiente era propicio á esta 
solución, pues los emigrados y los que aún resi- 
dían dentro de la plaza, que habían aceptado an- 
tes con entusiasmo la hegemonía de los portu- 
gueses, volvían á sus antiguos amores con Bue- 
nos Aires. 

En efecto; el 22 de Octubre de 1822 se repartió 
profusamente una proclama, surgida del cónclave 
de los caballeros, y dirigida á los orientales, en 
que se les manifestaba la necesidad de pedir un 
cabildo abierto para acordar en él «la forma de 
gobierno que afiance la seguridad individual, la 
de la propiedad, y haga poner en vigor los dere-. 
chos usurpados á los dignos orientales por una 
fracción que dirigió la reunión de un Congreso 
nulísimo en todas sus partes. » — El documento 
concluía así: «Entrar en convenio con Buenos 
Aires debe ser la decisión nuestra, porque allí 
están los hijos de nuestros padres, y no en el 
territorio del Brasil » — Dos periódicos, La Au- 



JULIO M, SOSA 89 



rora y El Pampero, en que colaboraban distin- 
guidos orientales, prestigiaban también las mismas 
ideas contenidas en la proclama de que hemos 
transcripto los párrafos anteriores. — Ellas tuvie- 
ron más farde, como veremos, su consagración 
oficial y solemne. 

Se desprende de todo esto, que los « bandos 
antagónicos,— según las palabras de don Isidoro 
De-María, — que se habían formado, ó las parcia- 
lidades en lucha que se disputaban el triunfo de sus 
ideales, hasta entonces sin la menor efusión de 
sangre, eran sugestionadas, una, por la política 
falaz é interesada del Brasil, y la otra, por la de 
Buenos Aires, y seguían en las mismas posicio- 
nes que ocupaban dentro y fuera de Montevideo, 
empeñadas en su propaganda de dominio.» — 
«Así se mantenían en agitación los ánimos, 
ahondando las divisiones lamentablemente entre 
los elementos del país, que de una parte y de la 
otra, dejándose alucinar por el canto engañoso 
de las sirenas extrañas, olvidaban acaso, más ó 
menos, sus tradiciones, desviándose del rumbo 
señalado un día por aquellas altivas frases del 
ilustre precursor de la nacionalidad oriental : Amo 
demasiado á mi Patria para sacrificar el rico pa- 
trimonio de los orientales al bajo precio de la 
necesidad. » — La situación era tirante entre los 
hombres nacidos en el mismo suelo. —Era una 
lucha desesperada de oprimidos que habían to- 
mado con calor la causa de uno ó de otro de 



90 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

los opresores. — La publicación de un oficio de 
don Juan José Duran,— Gobernador Intendente de 
Montevideo,— en que se amenazaba á los Tala- 
veras, más ó menos veladamente, por sospechár- 
seles de desleales, bastó para que el Cabildo se 
reuniera, y por medio de un acuerdo de fecha 8 
de Noviembre, calificara el citado oficio « de sub- 
versivo del orden, » considerándolo « una produc- 
ción natural de aquellos que decididos por la 
dominación del Brasil, reparan poco en los me- 
dios y en las clases de individuos que compro- 
meten. »— El brigadier da Costa había ofrecido á 
los orientales las llaves de Montevideo, llegado el 
caso de embarcarse para Lisboa; y éste fué el 
motivo determinante de la actitud del Cabildo 
contra los brasileños. — Su resolución estaba he- 
cha en favor de la anexión á las Provincias 
Unidas. 

El 16 de Diciembre, el Cabildo de Montevideo, 
reunido en la Sala Capitular, después de oir un 
discurso ilustrativo del señor Echevarriarza, acordó, 
« por voto unánime, que de la parte libre de la 
provincia se convocase una asamblea de diputa- 
dos libres y regularmente elegidos, para que ésta, 
en vista de las actuales circunstancias políticas, 
determinase lo más conveniente al País. » — Sin 
embargo, esta resolución no tuvo consecuencias, 
pues el Consejo Militar portugués no aceptó tal 
procedimiento. -Así fué, que el 24 de Diciembre, 
el Cabildo resolvió suspender la convocación de 



JULIO M. SOSA 91 



la asamblea, «quedando, no obstante, descono- 
cida la autoridad del Barón de la Laguna. » — El 
l.o de Enero de 1823, fué elegido popularmente 
el nuevo Cabildo de Montevideo. — Y este hecho 
dio lugar á que Lecor dictara un decreto, en la 
villa de San José, de fecha 7 de Enero, en que 
calificaba de « escandaloso atentado » la elec- 
ción verificada, y desconocía su autoridad.— Tal 
hecho determinó la iniciación de hostilidades 
efectivas entre las fuerzas que guarnecían á Mon- 
tevideo y las que se hallaban en campaña. 

Los trabajos de los montevideanos, en favor 
de la anexión á las Provincias Unidas, caracteri- 
zaron su acción en la misma época.— ¿í75 caba- 
lleros orientales designaron por ese mismo tiempo 
al coronel Tomás Iriarte,— argentino afiliado á la 
logia,— para que tratara con don Bernardino Ri- 
vadavia, Ministro del Gobernador Rodríguez, todo 
lo relativo á la reincorporación.— Por su parte, el 
Cabildo de Montevideo envió, con el mismo ob- 
jeto, á Buenos Aires, á tres de sus miembros, don 
Gabriel Antonio Pereira, don Santiago Vázquez y 
don Cristóbal Echevarriarza ^ ^ '. — Estas gestiones 
obtuvieron resultados, por el momento al menos, 
completamente negativos. — Rivadavia contestó, 
tanto á los representantes del Cabildo como al 
coronel Iriarte, que á pesar de sentir personal- 
mente sincera simpatía por los orientales, no po- 

( 1 ) Acta secreta del Cabildo, de fecha 4 de Enero de 1823. 



92 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

día asumir una actitud decisiva mientras ellos no 
expresaran solemnemente, por el órgano de sus 
verdaderos representantes, congregados al efecto, 
los deseos que manifestaban los que entonces 
proponían la anexión.— Rivadavia autorizó, por 
otra parte, al coronel Iriarte para que propusiera 
al general da Costa el abandono de Montevi- 
deo, y declaró que, en caso de que accediera el 
jefe portugués, un ejército argentino ocuparía 
Montevideo.— Todo esto, así como la misión Gó- 
mez enviada á Río Janeiro en 1823, fué puro pa- 
pel pintado! — Nada tuvo consecuencias, por el 
momento al menos. 

El libertador Bolívar fué solicitado también para 
proteger á los orientales en la empresa que pre- 
paraban contra los dominadores brasileños ; pero 
aquél excusó su concurso ^^\~A\ Gobernador de 
Santa Fe, Estanislao López, se le dirigió igual- 
mente una entusiasta nota, implorando sus auxi- 
lios para la libertad de la Provincia ^'\ y aunque 
se consideró más tarde seguro el concurso de este 
caudillo, ciertas incidencias de su alianza con el 
Gobernador de Entre Ríos, general Mansilla, impi- 
dieron su efectiva intervención en los sucesos 
de la Banda Oriental.— Firmaban la nota dirigida 
á López muchos de los que anteriormente se 
habían manifestado entusiastas partidarios del 



( 1 ) Fué portador de la solicitud el seflor Atanasio Lapido. 

(2) Nota de fecha 26 de Diciembre de 1822. 



JULIO M. SOSA 93 



régimen portugués, como Juan Francisco Giró ^ ^ \ 
Pérez, Aguirre, Lecocq, etc.— El comandante don 
Juan Antonio Lavalleja^-^ que se había sublevado 
contra los brasileños en el Rincón de Clara, 
también hizo gestiones insistentes en Santa Fe 
y en Entre Ríos para que coadyuvaran sus go- 
bernadores á la acción de los orientales. 



El 20 de Enero de 1823, el Barón de la La- 
guna puso sitio á Montevideo.— Mandaba la van- 
guardia de su ejército el coronel Rivera, y por una 
coincidencia curiosa, digna de aquellos tiempos, 
el sargento mayor don Manuel Oribe ^^^ era el jefe 



(1) Este ciudadano, que fué portuguesista acérrimo, y uno de 
los caballeros orientales, aceptó después la dominación brasi' 
leña ; y sirvió á Lecor durante cuatro años, siendo separado de 
su empleo, al cabo de ellos, por el mismo Lecor. 

(2) Lavalleja era hijo de don Miguel Pérez Lavalleja, uno de 
los primeros pobladores del país. — Nació en Minas, en 1778. — Fué 
de los primeros y más valientes voluntarios que se presentaron & 
Artigas, en 1811, para contribuir á la expulsión de los españoles 
de nuestro territorio. — Llegó á alcanzar el grado de capitán á 
su lado, peleando con Rivera en el combate heroico de Guayabos 
y en la adversa jornada de India Muerta. — Entre los oficiales to- 
mados prisioneros por los portugueses, al invadir nuestro territo- 
rio, se encontró Lavalleja, que fué destinado al pontón Á Gloria, 
frente á Río Janeiro. — Debido ala intervención del Ministro 
francés, el Príncipe Regente concedió algunas facilidades á La- 
valleja para vivir menos incómodamente, y se le permitió bajar 
á tierra, pasando largo tiempo en la « Isla das Cobras ». — En esa 
época, Lavalleja tuvo una hija ; y designó como padrino de la 
criatura al mismo príncipe don Pedro, quien aceptó el padrinazgo. 
— Poco después, en 1821, regresó á su país, para formar parte del 
Regimiento de Dragones, como segundo jefe. 

(3) Oribe pertenecía á una familia distinguida de Montevideo. 



94 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

de la vanguardia del ejército de da Costa. — Los 
dos grandes enemigos de épocas posteriores ini- 
ciaban así la era de sus sangrientas rivalidades, 
batiéndose por causas que eran igualmente anti- 
patrióticas: uno quería ser brasileño, el otro que- 
ría ser argentino! — La dualidad de un mismo 
delito. 

Después de varios encuentros, casi sin impor- 
tancia, entre los sitiados y sitiadores, el 18 de 
Noviembre del año referido, el brigadier da Costa 
se declaró vencido, sometiéndose á Lecor, con el 
compromiso de embarcarse para Lisboa. — La 
buena fe de los orientales argentinistas quedó 
buriada con este convenio de su falso protector. 
— Da Costa entregó la plaza al Barón de la La- 
guna, sin tener para nada en cuenta sus vincu- 
laciones y compromisos, morales por lo menos, 
con los patriotas de Montevideo, quienes, por 
irrisoria ofuscación, se llamaban independientes. 

Para evidenciar la falsedad de tal calificativo, 
agregaremos que antes del sometimiento de da 
Costa, el 29 de Octubre, el Cabildo de Montevi- 
deo declaró : que la Provincia toda se ponía libre 

. — Su padre, don Francisco Oribe, era coronel de los ejércitos 
reales de España y fué gobernador de Lima, donde falleció. — 
Su madre fué doña Francisca Viana de Oribe. — Obtuvo sus pri- 
meros grados militares en España. — El 31 de Diciembre de 1812, 
de regreso á su patria, se presentó á Artigas, para desertar pocos 
años después, conjuntamente con don Rufíno Bauza y su hermano 
don Ignacio. — Producidas las divergencias que estudiamos, entre 
brasileños y portugueses, volvió á Montevideo, entrando al ser- 
.vicio de los últimos. 



JULIO M. SOSA ^ 



y espontáneamente bajo la protección del gobierno 
de Buenos Aires; que en su concepto « era nulo, 
arbitrario y criminal el acto de incorporación á la 
monarquía portuguesa sancionado por el Con- 
greso de 1821 ; » y que « la Provincia Oriental del 
Uruguay no pertenece, ni debe ni quiere pertene- 
cer á otro poder, estado ó nación que la del Río 
de la Plata, de que ha sido y es una parte, ha- 
biendo tenido sus diputados en la soberana asam- 
blea constituyente desde el año 1814, en que se 
sustrajo completamente del dominio español eu- 
ropeo ( 1 \ » — Esta acta fué notificada al gobierno 
de Buenos Aires. 

Pero lo dicho no es todo: una nueva incon- 
secuencia debía producirse, y se produjo como 
prueba complementaria de la originalidad de la 
época.— El 24 de Febrero de 1824, desocuparon los 
portugueses la ciudad de Montevideo, y poco 
después entró el general Lecor, instalándose las 
nuevas autoridades, etc.— Antes de esta fecha, di- 
cho general había recibido instrucciones de su 
soberano para someter á la aprobación de los 
orientales el proyecto de Constitución Imperial, 
confeccionado á gusto y capricho del propio don 
Pedro I,— Aún no había capitulado la plaza de 
Montevideo, cuando ya algunos cabildos, como el 
de Maldonado, habían aceptado y jurado aquella 
Constitución. — Hicieron lo mismo en breve tér- 

(1) Acta del Cabildo de Montevideo, fecha citada. 



96 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

mino los demás cabildos y pueblos de Cerro 
Largo, Colonia, Soriano, Carmelo, Rosario, Víbo- 
ras, Canelones y San José. — Algunos de ellos,— 
según la frase del historiador brasileño Deodoro 
Pascual, — aprobaron el código imperialista en tér- 
minos que acusaban «servilismo extremo» ^^^.— 
El 22 de Abrir fué presentado á la aprobación del 
Cabildo de Montevideo.— Solemnizado el acto con 
un aparatoso ceremonial, tuvo lugar la Jura de la 
Constitución el 10 de Marzo, por medio de la 
siguiente fórmula: < Juro por los Santos Evange- 
lios obedecer y ser fiel á la Constitución Política 
de la Nación Brasilera, a todas sus leyes y al Em- 
perador constitucional. Defensor perpetuo del Bra- 
sil, Pedro I. » — Días después, y por invitación del 
Cabildo,— según dice don Isidoro De-Marfa,— 
«se presentaron 594 ciudadanos, sin contar los 
empleados públicos, por haberio hecho ya en sus 
respectivas oficinas, jurando en los términos que 
quedan referidos (-^.» — La dominación brasileña 
quedaba establecida en toda la Provincia Orien- 
tal. 



¿Qué se deduce lógicamente de cuanto deja- 
mos dicho, basándonos en hechos innegables y 
en documentos incontrovertibles? 



( 1 ) « Apuntes para la Historia de la República O. del Uruguay ». 

( 2 ) t Compendio de la Historia de la República O. del Uruguay », 
tomo V. 



JULIO M. SOSA 97 



De un modo que no deja lugar á dudas sus- 
picaces, se deduce el desconcierto de aquellas 
épocas de asombrosas veleidades, en que los sen- 
timientos del terruño no equilibraban con la sen- 
satez del cerebro la rectitud de la conciencia.— 
En las propias autoridades de la Provincia con- 
tinuaron figurando hombres que habían adherido 
á la política portuguesa y que después la habían 
rechazado por inmoral, para plegarse al movi- 
miento argentinista.— Nuestro territorio hacía las 
vieces de un objeto superfino que se enajena y 
se rescata al precio que las circunstancias exigen, 
variando sólo el usurero que acepta el negocio, 
según los temores ó la confianza que él perso- 
nalmente inspire. 

¿Estaba acaso hecha el alma del país, como 
dice el autor de «La Tierra Charrúa?» 

Queda bien demostrado que hasta el año 1824, 
ni un solo hecho, ni un solo documento, revela 
propósitos de verdadera Independencia en el ánimo 
de los orientales. 



98 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



IV 



La independencia nacional no tuvo defensores. — Preliminares de la re> 
volución argentinista. — Causas de descontento. — La política de Bue> 

* nos Aires con relación á la Provincia Oriental. — El partido de Do- 
rrego. — Propaganda en favor de la incorporación de la Cisplatina 
á las Provincias Unidas. — El Ministro García, y Balcarce. — La acti- 
tud de Rivera. — Sus propósitos. — Trabajos revolucionarios. — Un 
ideal superior : la Confederación del Sud. — Preparativos de la em- 
presa anexionista de los Treinta y Tres orientales. — Rosas y Rivera. 
— Solidaridad de este último con los cruzados de 1825. 



El autor de « La Tierra Charrúa » coloca á La- 
valleja y á Oribe entre los héroes que debe recor- 
dar el pueblo oriental, sin distinción de partidos, 
con el cariño que inspira su patriotismo y sus 
esfuerzos por nuestra libertad, demostrados en la 
cruzada de los Treinta y Tres y en los días fa- 
mosos de Sarandí é Ituzaingó.— Pues bien: hemos 
probado, como lo dejamos dicho en el capítulo 
anterior, que, hasta el año 1824, no hubo un solo 
oriental que anhelara la Independencia de su tierra. 
—Ni Rivera, ni Lavalleja, ni Oribe,— la famosa tri- 
logía de los caudillos rivales,— escapan á aquella 



JULIO M. SOSA 99 



conclusión absoluta de un silogismo que tiene 
por premisas los hechos evidentes. — Probaremos 
ahora que después del ano 1824, hasta 1828, no 
hubo orientales que, ó por intuición natural, ó por 
conveniencias colectivas latentes, alzara resuelta- 
mente sobre las dos banderas extrañas que se 
disputaron la primacía en nuestro territorio, la 
bandera propia de una nacionalidad que debió 
surgir de las entrañas de fuego del combate, ama- 
sada con la sangre de sus hijos, y no del con- 
nubio diplomático de los advenedizos que discu- 
tían con las armas su mejor derecho á imponer- 
nos la dura ley del vencedor. 



Establecida en toda la Provincia Cisplatina la 
dominación brasileña, por la ocupación de Mon- 
tevideo, un centenar, ó más, de orientales, adictos 
á la causa argentinista, emigraran para las Pro- 
vincias Unidas. — Según ellos, no tenían valor al- 
guno los actos de incorporación al Brasil que se 
habían hecho en esta banda del Plata.— Además, 
los brasileños, tratándola como tierra conquistada, 
habían arreado enormes cantidades de ganado 
para su territorio; arrebataban las propiedades 
raíces á los habitantes orientales para conceder- 
las graciosamente á individuos oriundos del Bra- 
sil; el comercio decaía rápidamente; las rentas 
de aduana disminuían hasta el extremo de que 
en cuatro años tuvieron una merma de treinta 



100 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

mil pesos, etc.— Las razones, pues, de descon- 
tento, eran de índole política y económica. 

El pueblo argentino, por su parte, prestigiaba 
y alentaba la propaganda de los orientales contra 
la dominación brasileña.— El partido de Dorrego 
no consideraba legítima la incorporación de la 
Provincia Oriental al Brasil, pues, en su concepto, 
para sancionarla era necesario el voto de todas 
las provincias que formaban con aquélla una sola 
entidad, desde la época de la revolución de Mayo. 
— La prensa argentina exigía la intervención del 
gobierno para rescatar la Banda Oriental, en tér- 
minos severísimos.— «Hoy tenemos por amigos, 
—decía un diario,— á todos los orientales, rabiosos 
por sacudir el yugo que los oprime; son más 
que amigos, unas fieras que devorarán hasta el 
nombre imperial; hoy las provincias libres del 
Río de la Plata, decididas por la libertad oriental, 
están prontas á alcanzarla, y tanto mejor cuanto 
reunidas en Congreso, el orden será restablecido 
y la acción simultánea y reglada. »— Sin embargo, 
el gobierno argentino, ó mejor dicho, el Ministro 
García, parece que no pensaba del mismo modo, 
suscitando con tal motivo una violenta oposición 
popular.— Saldías afirma que el gobierno de Las 
Heras desconfiaba de la lealtad de la Provincia 
Oriental, y por este motivo se negaba á proteger 
toda empresa redentora (^^.— En cambio. Berra 

(1) € Historia de la Confederación Argentina». 



JULtO M. SOSA 101 



asegura que, si bien García, aunque menos opues- 
to que en años anteriores á que la Argentina in- 
terviniera en los asuntos orientales, no era afecto 
aún á la causa, temiendo que la incorporación de 
la provincia uruguaya fuera motivo de discordias 
interiores,— Balcarce, en cambio, era más accesi- 
ble á los deseos populares y entendía que en un 
caso dado podría auxiliarse reservadamente la 
acción de los orientales ^ ^ '. Sea lo que fuere, el 
hecho es que la opinión pública en las Provin- 
cias Unidas era unánime en favor de un movi- 
miento que reincorporase á la patria argentina 
la Banda Oriental, de acuerdo con el propósito 
de los emigrados al promover la revolución contra 
los brasileños.— Los gobernadores de Santa Fe, 
Córdoba y Entre Ríos, apalabrados para secun- 
dar el movimiento de los orientales, habían ma- 
nifestado, además, su resolución de contribuir a 
dicha empresa, y se llegó hasta combinar un plan 
secreto de invasión, que quedó sin efecto más 
tarde, por el cual se comprometieron á invadir 
nuestra Provincia Andrés Latorre, Lavalleja, Do- 
rrego, Mansilla y otros.— En Buenos Aires fun- 
cionaba una Junta Revolucionaria. 



Entretanto, se hacían también serios trabajos 
subversivos en la misma Provincia Oriental, pre- 

( J ) « Bosquejo Histórico de la República O. del Uruguay ». 



102 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

parando los ánimos para una lucha que se pre- 
veía próxima.— El gobernador de Entre Ríos, don 
León Sola, invitó, á fines de 1824, á Fructuoso 
Rivera á acompañar á los emigrados en sus pro- 
yectos; pero aquel jefe <no se resolvió entonces 
á pronunciarse, conservándose como ajeno á to- 
mar parte en los planes indicados ^ ^ \ » —No im- 
plicaba esto, sin embargo, el propósito de servir 
al Brasil en todas las vicisitudes á que diera lu- 
gar un movimiento emancipador: poco después, 
considerando necesario que la Provincia se des- 
ligara de aquellos dominadores, concibió la idea 
de preparar furtivamente el ánimo de sus com- 
provincianos para la hora solemne de la reivin- 
dicación.— Al efecto, dio conocimiento de sus 
planes al Coronel Julián Laguna y á Bonifacio 
Calderón, quienes creyeron que no era político 
embarcarse, entonces al menos, en tales aventu- 
ras.- No desmayó Rivera por este contratiempo, 
y, en el secreto de las conh'dencias amistosas, 
manifestó sus propósitos á otros orientales, como 
don Goyo Mas, don Pedro Pablo Sierra, Duarte, 
etc.— Visitando un día al segundo de los nombra- 
dos, Rivera le habló de la Patria, y le preguntó 
«si no le parecía que los patriotas debían dis- 
ponerse á trabajar por la libertad. »— Sierra, asom- 
brado, le contestó:— «General, ¿quiere usted com- 



' ( 1 ) Isidoro De-María : « Compendio de la Historia de la Repúr 
blica Oriental del Uruguay », tomo v. 



JULIO M. SOSA 103 



prometerme?»— «No, mi amigo,— respondió á su 
vez Rivera.— Le hablo con ingenuidad.- Sé que 
usted es patriota y hombre de confianza.- Es me- 
nester que pensemos en la libertad de la Patria. 
—Hablemos con franqueza.— Si desconfía de mí, 
lo autorizo para que me denuncie.— Á dos cua- 
dras de aquí está el cuartel de los brasileros ^ ^ ^ 
y el general Bagés.— Puede usted hacerlo. » —Tal 
hecho fué relatado por el propio señor Sierra á 
don Isidoro De- María.— Este mismo historiador 
agrega que Rivera hizo trabajos secretos en el 
sentido indicado, y que en el curso de ellos 
« llegóse hasta el plan de inducir al Barón de la 
Laguna á una reunión de fuerzas en Canelones, 
donde concurrirían cien hombres de milicia, de 
cada departamento, con el objeto aparente de 
imponer á los enemigos.— Esas fuerzas debían 
ser revistadas por Lecor, en cuyo acto se efec- 
tuaría un pronunciamiento separatista del Imperio, 
apoderándose de su persona y de su Estado 
Mayor.— La ¡dea, empero, no pudo llevarse á efecto, 
quedando en el secreto de los que la concibie- 
ron^-^. »— Más aún: si se puede dar crédito ala 
relación de los contemporáneos, el jefe del Regi- 
miento de Dragones de la Unión concibió altos 
ideales de independencia y engrandecimiento de 
su país.— Un testigo de los sucesos de 1824, des- 



( 1 ) Situado en el mismo punto que ocupa hoy el cuartel del Ba* 
tallón 2.° de Cazadores. 

(2) «Rasgos biografíeos del general Rivera». 



104 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

pues de decir que Rivera iba á menudo á su casa, 
por ser íntimo amigo de un cuñado suyo, 
agrega que allí se reunían Importantes jefes rw- 
grandenseSj « combinando los medios de indepen- 
dizar esta Provincia (Oriental) con la del Río 
OrandCf y otras brasileras y argentinas^ para 
constituir un Estado fuerte é independieute, algo 
así como el ideal de Artigas (*\— Confirma, aun- 
que veladamente, la verdad de los propósitos 
revolucionarios que se atribuyen á Rivera, el testi- 
monio de don Carlos Anaya, uno de los miem- 
bros de la Asamblea de la Florida en 1825, quien, 
después de hacer notar el conflicto en que se halló 
el Barón de la Laguna, — muerto el Marqués de 
Sousa,— para sustituir á éste en el cargo de co- 
mandante general de campaña, dice: «El general 
Lecor. . . creyó salvar el conflicto con la elección 
de Comandante General de Campaña en el bri- 
gadier don Fructuoso Rivera.— Revistióle de todas 
sus facultades y puso á sus órdenes todas las 
divisiones de los distintos acantonamientos del 
Estado, que subían próximamente á tres ó cuatro 
mil bayonetas.— Rivera aceptó con orgullo esa 
distinción, como el único capaz de desempeñar 
tales funciones, y marchó al Durazno, donde se 
hallaba de antemano el Regimiento de Dragones 
de la Unión, al que se le habían agregado algu- 
nos jefes y oficiales imperiales como en previsión 

( 1 ) € Apuntes de cartera », por don Pedro J. Britos. 



JULIO M. SOSA 105 



de su conducta.— La recepción fué celebrada con 
un banquete en aquella guarnición, en que el ge- 
neral Rivera cometió algún imprudente . desliz, y 
avisado el general Lecor le llamó á la capital, 
donde llegado aquél, logró desvanecer la descon- 
fianza ( ^ ^ » 

Todos estos hechos demuestran, contrariamente 
á lo afirmado por algunos historiadores y publi- 
cistas, que Rivera había concebido, conjuntamente 
con los futuros Treinta y Tres y el plan de des- 
alojar á los brasileños de la Banda Oriental.— Más 
adelante tendremos ocasión de exhibir mayores 
pruebas sobre la actitud del general Rivera, no 
ya con el fin de justificar sus propósitos, que 
eran, en el fondo, idénticos á los de los argenti- 
nistas de 1825, sino para desvanecer errores vul- 
garizados por la pasión de partido. 



Mientras en la Provincia Cisplatina los trabajos 
reseñados se hacían sotto voce, los orientales re- 
sidentes en la Argentina se aprestaban resuelta- 
mente para la guerra, alentados por la propaganda 
entusiasta de la prensa y por las auspiciosas no- 
ticias del triunfo de la Revolución Americana con 
el último fogonazo de Ayacucho. — En los prime- 
ros meses del año de 1825, se hallaban reunidos 



( 1 ) € Apuntes para la Historia de la República Oriental del 
Uruguay». 



106 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

varios amigos en el saladero Costa, en Barracas, 
á cargo de don juan Antonio Lavalleja.— Reca- 
yendo la conversación sobre los asuntos orienta- 
les, Lavalleja manifestó el deseo de lanzarse á la 
conquista de la libertad de su país,— aunque ya 
Oribe y otros orientales habían insinuado el mismo 
pensamiento, — y en el acto se comprometieron á 
acompañario don Manuel Oribe, don Manuel La- 
valleja, don Simón del Pino, etc — En posteriores 
reuniones, que tuvieron lugar en la casa de ne- 
gocio de don Antonio Villanueva, se formalizaron 
estos propósitos, labrándose un acta por la cual 
se reconocía como jefe de las fuerzas invasoras 
á Lavalleja y se comprometían los firmantes á li- 
bertar la Provincia Oriental ó morir en la demanda. 
— Los Anchorena, Lezica, Rosas, Martínez, Do- 
rrego y otros hombres descollantes en la política 
portería, prestaron su concurso moral ó pecunia- 
rio á la empresa que se preparaba bajo auspicios 
lisonjeros para los argentinos.— Y decimos para 
los argentinos, porque los iniciadores del movi- 
miento, como se verá después, no se proponían 
otra cosa que arrancar del dominio brasileño la 
rica joya de la Cisplatina, para integrar la sobera- 
nía de las Provincias Unidas. — Se anhelaba la Li- 
bertad sin aspirar á la Independencia. — Era el con- 
cepto de la nacionalidad en aquella época.— Así 
se formaba el alma del país .^ . . 

Resuelta la invasión de los orientales, éstos se 
preocuparon de preparar elementos que secunda- 



JULIO M. SOSA 107 



sen su empresa en la Provincia Cisplatina, comi- 
sionando á don Juan Manuel de Rosas (^\— sinies- 
tramente célebre después,— para que se entrevis- 
tase con algunos jefes orientales.— Rosas tuvo en 
esta Banda una conferencia con Fructuoso Rivera, 
á quien entregó una carta de Lavalleja, solicitando 
su <!oncurso.— Según el historiador Saldías ^-\-' 
cuyo testimonio no puede ser sospechado, por 
tratarse de un enemigo de Rivera y por fundar 
su opinión en carta que le dirigió el mismo Ro- 
sas después de su caída y su destierro,— et jefe 
del Regimiento de Dragones prometió incorpo- 
rarse á los revolucionarios con las fuerzas que 
mandaba. —Por otra parte, informes que ha reco- 
gido don Isidoro De -María, confirman lo que 
asevera el historiador de Rosas y que desmienten 
los que creen que puede arrojarse sombras sobre 
el vencedor de Guayabos, haciéndolo aparecer 
rehacio á toda connivencia con los Treinta y Tres, 
y prisionero de Lavalleja, sin darse cuenta de que, 
sirviendo á la causa brasileña ó sirviendo á la 
causa de Buenos Aires, se cometía un delito idén- 
tico y una evidente traición á los ideales de In- 
dependencia.— El general Rivera, en el mes de 



(1) Los historiadores argentinos Lucio V. Manstlla y Adolfo 
Baldías escriben el apellido de Rosas con a, porque así lo usa- 
ron los ascendientes de don Juan Manuel y sus propios her- 
manos don Prudencio y don Gervasio. — Sin embargo, nosotros 
insistiremos en escribirlo Rosas, con s, teniendo en cuenta que 
así firmaba el tirano argentino, no usando jamás la a, 

(2) Obra citada. 



108 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Marzo de 1825, á propósito de un negocio de 
ganado que formalizaba don Gregorio Lecoq, le 
manifestó áéste, confidencialmente, que apurara tal 
negocio, pues en Mayo ó antes, sucesos de impor- 
tancia se producirían trastornando el orden esta- 
blecido, y que él, por su parte, preparaba caute- 
losamente elementos nativos para un próxima 
movimiento revolucionario.— Si alguna declaración 
faltase de parte del mismo Rivera sobre sus in- 
tenciones en aquella época, léase lo que él mismo 
ha dicho: «Apenas se supo la pasada de los 
Treinta y Tres, efectuada en circunstancias de ha- 
llarse el general Rivera en la Colonia, recibió éste 
órdenes de ponerse en marcha sobre ellos, en 
dirección á las Vacas, donde se suponía su des- 
embarque. Rivera cumplió la orden marchando con 
unos setenta hombres de escolta, en que figuraba 
su ayudante Pozzolo; pero en vez de dirigirse á 
aquel punto ú otro de la costa del bajo Uruguay, 
marchó estudiadamente al centro de la campaña, 
con la idea preconcebida de dejar obrar á los pa- 
triotas. Si otra cosa se hubiese propuesto, dispo- 
nía de fuerzas superiores para someterlos y dis- 
persar aquel grupo de valientes (^\» — Dígase 
ahora, como tantas veces se ha dicho, ofuscado 
el criterio por el apasionamiento político, que Ri- 
vera fué sordo á los clamores de los orientales 
emigrados. 

( 1 ) Referencias hechas por el general Rivera á don Isidoro 
De María, en 1846. 



JULIO M. SOSA 109 



Después de otros trabajos que realizaron clan- 
destinamente delegados orientales en la Provincia 
Cisplatina, se fijó para el mes de Abril la inva- 
sión de los Treinta y Tres.— Hasta este momento 
los términos del problema varían aparentemente; 
pero, en el fondo, son los mismos que produje- 
ron los resultados de 1821, de 1822 y de 1823. 
— Cambiará de amo la Provincia Oriental; la 
bandera brasileña no tremolará en la cindadela de 
Montevideo; pero, para sustituirla, los revolucio- 
narios de 1825 adoptarán la bandera de Belgrano, 
derrochando bajo ella sus denuedos en el día 
triunfal de Ituzaingó. 



no BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



V 



La revolución argeniinista de los Treinta y Tres. — Sus propósitos fun- 
damentales contrarios á la Independencia Nacional. Itinerario de 
los invasores. — Proclama de Lavalleja á los argentinos - orientales, 
— Programa de la revolución. — Protección de Buenos Aires. — Di- 
putaciones á esta ciudad. -■ El primer Gobierno Provisorio. — Decla- 
ración expresiva de Lavalleja. — La Asamblea de la Florida, impuesta 
por el Gobierno de Buenos Aires. — Declaraciones contradictorias 
del 25 de Agosto. — Anexión á las Provincias Unidas. 



En la madrugada del 19 de Abril de 1825, des- 
embarcaron Los Treinta y Tres Orientales en la 
Agraciada, margen izquierda del arroyo Gutiérrez, 
puerto de doña Manuela Ruiz de Gómez. — Se 
iniciaba así la famosa campaña contra los brasi- 
leños, que tantas mistificaciones y leyendas inspi- 
raría á la fantasía de nuestro pueblo, seducido por 
las brillantes exterioridades de un indiscutible 
rasgo de meritoria abnegación í^^.— Algunos auto- 

(1) El severo juicio que nos sugiere la empresa de los Treinta 
y Tres orientales, es sólo relativo á sus fines políticos. — No des- 
conocemos el valor admirable demostrado por todos y cada uno 
de los cruzados de 1825, al iniciar la campaña que tantas pruebas 



JULIO M. SOSA 111 



res, compartiendo tradicionales errores, que sólo 
el tiempo y una propaganda sana podrán desva- 
necer, consagran ditirámbicos elogios á la cruzada 
de 1825, y consideran, á pesar de todos los he- 
chos y documentos que demuestran lo contrario, 
que bajo el aparente propósito de reincorporar la 
Provincia Oriental á las demás del Río de la Plata, 
se encubría el patriótico anhelo de emancipar to- 
tal y absolutamente nuestro territorio de toda do- 
minación extranjera. -Dice Herrera, por ejemplo, 
que Artigas « hizo el bosquejo audaz y perdu- 
rable de una nacionalidad arrancada, palpitante 
como una presa, de las garras opresoras, » y que 
Lavalleja « dio las pinceladas definitivas á la obra, » 
es decir, que formó la nacionalidad^^). — Lo pri- 
mero es un absurdo ya evidenciado por los pro- 
pios admiradores del general Artigas ; lo segundo 
es un absurdo también que es necesario eviden- 
ciar. — Desearíamos que se nos señalara un solo 

ofrece de heroísmo. — Si los panegiristas de los Treinta y Tres 
concretaran sus elogios á la abnegación, al valor temerario, á la 
romántica hazaña de aquellos que no vacilamos en llamar héroes^ 
— no en el sentido en que entendía esta palabra Carlyle, sino en 
el sentido vulgar, — entonces no tendríamos nosotros ningún es- 
crúpulo en unirnos á ellos para hacer justicia á los que, sin mi- 
rar atr^s, afrontando todos los peligros que amenazaban á una 
falange tan diminuta de soldados, resueltos á librar batalla á mi- 
llares de veteranos, desembarcaron en la Agraciada el 19 de Abril 
de 1825. — Pero de ahí á deificar la causa ignominiosa que inspi- 
rara su denuedo ; de ahí á mistificar los hechos y las cosas, sólo 
por satisfacer un prurito vulgarizado de atribuir nobles propósi- 
tos que jamás existieron, hay una distancia enorme que el amor 
á la verdad nos impide salvar. 
( 1 ) «La Tierra Charrúa ». 



112 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

hecho en que Lavalleja se demuestre partidario de 
nuestra Independencia, ó se nos exhibiera un solo 
documento en que el mismo personaje histórico 
vierta algún concepto favorable á la emancipa- 
ción absoluta de nuestro territorio, en la verdadera 
acepción de ese vocablo.— En cambio, ¡cuántos 
hechos y documentos comprueban que sólo per- 
seguían Lavalleja y sus compañeros de 1825 la 
reincorporación á las Provincias Unidas del Río 
de la Plata! 



Los Treinta y Tres se armaron y pertrecharon 
para la campaña que proyectaban, algún tiempo 
antes de invadir, con armas y pertrechos que les 
facilitó el Parque de Buenos Aires, cumpliéndose 
así la promesa del Ministro Balcarce. — El día de 
su desembarco, los expedicionarios lo ocuparon 
en reunir caballadas y explorar las inmediaciones. 
— Tarde ya, tomaron la dirección de San Salva- 
dor, derrotando en ese punto al coronel Laguna 
y á Servando Gómez. — Siguieron marcha después 
hasta Soriano, adonde llegaron el 24 de Abril.— 
En este pueblo lanzó Lavalleja su primera pro- 
clama, que condensa, de un modo intergiversable, 
las ideas y propósitos de los revolucionarios.— 
Lavalleja encabeza este documento llamando á 
sus comprovincianos argentinos- orientales , y si- 
gue diciendo que ha llegado el momento de re- 
dimir á la patria; que el negro pabellón de la 



JULIO M. SOSA 113 



venganza se ha desplegado y el exterminio de 
los tiranos es indudable ; que los que sienten amor 
patrio no han podido mirar con indiferencia el 
triste cuadro que ofrece su país bajo el yugo del 
déspota del Brasil ; que los libres hacen la jus- 
ticia á sus compatriotas de creer que su indig- 
nación se inflame al ver la Provincia Oriental como 
un conjunto de seres esclavos, etc. — Esta pro- 
clama concluye con los siguientes párrafos : « Las 
provincias hermanas sólo esperan vuestro pro- 
nunciamiento para protegeros en la heroica em- 
presa de reconquistar vuestros derechos. — La 
gran*nación argentina, de que sois parte, tiene gran 
interés en que seáis libres, y el Congreso que 
rige sus destinos no trepidará en asegurarlos vues- 
tros. — Decidios, pues, y que el árbol de la liber- 
tad, fecundizado con sangre, vuelva á aclimatarse 
para siempre en la Provincia Oriental. Vuestros 
libertadores confían en vuestra cooperación á la 
honrosa empresa que han principiado. Colocado 
por voto unánime á la cabeza de estos héroes, 
yo tengo el honor de protestaros en su nombre 
y en el mío propio, que nuestras aspiraciones sólo 
llevan por objeto la felicidad de nuestro País, 
adquirirle su libertad. Constituir la Provincia bajo 
el sistema representativo republicano de conformi- 
dad á las demás de la antigua Unión. Estrechar 
con ellas los dulces vínculos que antes la ligaban. 
Preservarla de la horrible plaga de la anarquía 
y fundar el imperio de la ley. — He aquí nuestros 

8 



114 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

votos. — Retirados á nuestros hogares después de 
terminar la guerra, nuestra más digna recompensa 
será la gratitud de nuestros conciudadanos. » — 
Estas frases programáticas, que no admiten in- 
terpretaciones sofísticas, fueron confirmadas por 
actos y declaraciones posteriores del mismo La- 
valleja y de los hombres que bajo su influencia 
actuaron en la Provincia Oriental. 



Entre tanto, el Gobierno de Buenos Aires se- 
guía protegiendo indirectamente la empresa de 
los Treinta y Tres, suministrándoles armas y mu- 
niciones. -En el transporte y embarque en Bue- 
nos Aires de estos pertrechos, se ocupaban las 
patrullas nocturnas de vigilancia, á fin de ocul- 
tar estos hechos al cónsul brasileño Sodré, que 
presentaba reclamaciones diarias por la protección 
del gobierno á los aventureros orientales. — Entre 
los contingentes importantes dé artículos de gue- 
rra que se recibieron de Buenos Aires en esta 
Banda, es de notarse los que transportó la goleta 
Libertad del Sud.—k propósito de esto, decía La- 
valleja, al otro día de la llegada de la goleta, di- 
rigiéndose al Cabildo de Guadalupe: « Todo ano- 
che mismo quedó en nuestro poder; con más 
que aquel gobierno hermano (de Buenos Aires), 
amante de la libertad y engrandecimiento de la 
Provincia, oferta cuanto sea preciso y necesario. » 
— En 11 de Marzo, el Congreso de las Provin- 












gao o 
tros- 






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116 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

s 

espectables, que se constituyera una autoridad 
regular en la Provincia, y para lograr esto insta- 
ban á los jefes militares á que urgieran su ins- 
talación.— De acuerdo con tales deseos, Lavalleja 
se dirigió el 27 de Mayo á los Cabildos, orde- 
nándoles que designaran las personas que debe- 
rían componer el Gobierno Provisorio provincial. 
— El 14 de Junio, se instaló esta autoridad, siendo 
electo presidente don Manuel Calleros. — En la 
Memoria que sobre los trabajos realizados hasta 
entonces presentó Lavalleja al Gobierno Proviso- 
rio, decía : « En unión del señor brigadier Rivera 
me he dirigido al Gobierno Ejecutivo Nacional 
{de Buenos Aires) instruyéndole de nuestras cir- 
cunstancias y necesidades; y aunque no hemos 
obtenido una contestación directa, se nos ha in- 
formado por conducto de la misma Comisión (á 
que ya nos hemos referido) las disposiciones 
favorables del Gobierno, y que éstas tomarán un 
carácter decisivo tan luego como se presenten co- 
misionados del Gobierno de la Provincia. » — 
Confirman en absoluto estas declaraciones del 
general Lavalleja, las que constan en la corres- 
pondencia que mantenían con los jefes orientales 
los miembros de la Comisión designada para so- 
licitar del Gobierno argentino los auxilios tenden- 
tes á fomentar la revolución iniciada en 1825. 

Uno de los primeros actos del Gobierno Pro- 
visorio, fué designar, considerando atendible lo 
que el Gobierno argentino solicitaba al respecto, 



JULIO M. SOSA 117 



los comisionados que debían convenir con la 
autoridad central la forma en que ella protegería 
más eficazmente el movimiento revolucionario, y 
admitiría la Provincia Oriental en la comunidad ar- 
gentina. — Los señores Loreto Gomensoro y 
Francisco J. Muñoz, que resultaron agraciados con 
el mandato, fueron recibidos con entusiastas de- 
mostraciones de simpatía por el pueblo argentino, 
que, á toda costa, exigía de sus autoridades la rup- 
tura de relaciones con el Imperio, interviniendo efi- 
cientemente en los sucesos de la Banda Oriental. — 
El 26 de Julio, los señores Gomensoro y Muñoz, 
en carta al general Lavalleja, daban cuenta de sus 
gestiones y le decían que abrigaban la firme con- 
vicción, por declaraciones de los congresales argen- 
tinos, de que podíase contar con el concurso de la 
República de las Provincias Unidas, y que ya se 
habían impartido órdenes al Ejecutivo Nacional para 
que, guardando alguna reserva, facilitara los recur- 
sos necesarios á los revolucionarios orientales. — 
El 12 de Agosto, el señor Muñoz comunicaba al 
mismo Lavalleja, que el Gobierno de Buenos Ai- 
res « estaba pronto á facilitar todo cuanto se ne- 
cesitase para llevar adelante la guerra. » — Con lo 
dicho, queda evidentemente comprobada la inter- 
vención del Gobierno argentino en los sucesos 
á que dio margen la empresa de los Treinta y Tres. 



Pero era necesario que el pueblo oriental hi- 



118 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

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ciera una manifestación libérrima y plebiscitaria 
de sus intenciones favorables á la anexión con las 
Provincias Unidas, desligándose previamente de 
todo tutelaje extraño, para que el Gobierno ar- 
gentino afrontara resueltamente las contingencias 
de una guerra con el Brasil. — Y los sagaces po- 
líticos porteños de aquella época, exigieron que 
la Provincia Oriental rechazara solemnemente la 
dominación brasileña, para evitar que el gabinete 
de Río Janeiro hiciera objeciones análogas á las 
que habían hecho antes los diplomáticos de Bue- 
nos Aires, sosteniendo que carecía de valoría incor- 
poración de nuestra Provincia á los dominios lusi- 
tanos, por cuanto, ya con anterioridad, habían for- 
mado parte de las Provincias Unidas, y no ha- 
bían hecho ninguna declaración colectiva sepa- 
rándose de la confederación natural de los terri- 
torios del Plata. — Después de reivindicar sus fue- 
ros provinciales y reintegrarse en la plenitud de 
su soberanía, llegaría el momento de manifestar 
cuál era su única y libre voluntad. — Al pie de la 
letra se cumplieron las instrucciones de los polí- 
ticos porteños. 

El 17 de Junio de 1825, el Gobierno Provisorio, 
presidido por don Manuel Calleros, se dirigió á 
los cabildos y jueces departamentales de la Pro- 
vincia, ordenándoles que procedieran inmediata- 
mente á la elección de los miembros que deberían 
componer la Sala de Representantes de aquélla. 
— En esa circular, decía el señor Calleros: «La 



JULIO M. SOSA 119 



Provincia Oriental desde su origen ha pertenecido 
al territorio de las que componían el Virreinato 
de Buenos Aires, y por consiguiente, fué y debe 
ser una de las de la Unión Argentina represen- 
tadas en el Congreso General Constituyente. 
Nuestras instituciones, pues, deben modelarse por 
las que hoy hacen el engrandecimiento y pros- 
peridad de los pueblos hermanos. » — El mandato 
imperativo era evidente. 

Mientras los pueblos de la Provincia se ocu- 
paban en elegir sus representantes, que debían 
reunirse el 25 de Agosto en la villa de la Florida, 
el Gobierno de Buenos Aires preparaba el terreno 
para sus previstas evoluciones en favor de los 
revolucionarios orientales.— En efecto: el 16 de 
Agosto, el general Martín Rodríguez, encargado 
de organizar en Entre Ríos el Ejército de obser- 
vación, partió para esta provincia con elementos 
militares que sirvieran de plantel á las fuerzas 
que estarían bajo sus órdenes.— Ya hechas las de- 
claratorias de la Florida, el 16 de Septiembre, el 
general Rodríguez hizo pública una proclama, que 
era una promesa para unos, y una amenaza para 
otros, poniendo en jaque á los meticulosos y 
asustadizos diplomáticos brasileños.— «Yo os fe- 
licito,— decía á los entrerrianos,— porque la suerte 
señala Hoy á nuestra provincia como la vanguar- 
dia de la A^ar¿77í.» — Refiriéndose á la misión del 
ejército, agregaba : « Sus armas no ofenderán sino 
á los enemigos de la Nación ; á su voz todos á la 



120 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

vez marcharemos á donde nos llame el honor.,. » 
— Más que un ejército de observación, era un 
ejército dispuesto á invadir. 

El 25 de Agosto de 1825, se reunió en la Florida 
una asamblea de representantes de la Provincia 
Oriental.- De acuerdo con la condición exigida 
por el Gobierno Argentino, como medida previa á 
toda otra, la asamblea declaró solemnemente « írri- 
tos, nulos, disueltos y de ningún valor para siem- 
pre todos los actos de incorporación, reconoci- 
mientos, aclamaciones y juramentos arrancados á 
los pueblos de la Provincia Oriental por la vio- 
lencia de la fuerza, unida á la perfidia de los in- 
trusos poderes de Portugal y Brasil...»— Y en 
consecuencia, « se declara de hecho y de derecho 
libre é independiente del rey de Portugal, del em- 
perador del Brasil y de cualquier otro del Uni- 
verso, y con amplio y pierio poder para darse las 
formas que en uso y ejercicio de su soberanía 
estime convenientes. » — Sería una verdadera glo- 
ria nacional esta declaratoria, si los diputados de 
la Florida no la hubieran anulado inmediatamente, 
con otra que pocos conocen y que muchos no 
quieren conocer, habiéndose hasta eliminado de 
casi todos los textos escolares, con el propósito, 
muy poco laudable, de formar en la conciencia de 
la infancia un concepto falso del proceso genésico 
de nuestra Independencia.— Así no se hace Histo- 
ria; con mistificaciones se forma la Leyenda.— He 
aquí la otra acta sancionada el mismo 25 de 



JULIO M. SOSA 121 



Agosto por los propios firmantes de la anterior : 

— «La H. Sala de la Provincia Oriental del Río 
de la Plata, en virtud de la soberanía ordinaria y 
extraordinaria que legalmente inviste para resolver 
y sancionar todo lo que tienda á la felicidad de 
ella, declara: que su voto general, constante y de- 
cidido es y debe ser por la unidad con las demás 
provincias argentinas, á que siempre perteneció por 
los vínculos más sagrados que el mundo conoce, 

— Por tanto, ha sancionado y decreta por ley fun- 
damental, la siguiente: Queda la Provincia Orien- 
tal del Río de la Plata unida á las demás de este 
nombre en el territorio de Sud- América, por ser la 
libre voluntad de los pueblos que la componen, ma- 
nifestada por testimonios irrefragables y esfuerzos 
heroicos desde el primer día de la regeneración po- 
lítica de las provincias ^ ^ \ — Firmaron las dos actas 
antitéticas que hemos transcripto, los señores Suá- 
rez, Larrobla, Pérez, Vázquez, Calleros, Anaya, 
Sierra, de León, del Pino, Lapido, Núñez, Barrios, 
Cortés y Pereyra, algunos de los cuales fueron 
obsecuentes, y no obligados, servidores de los 
portugueses ó de los brasileños. — Una nueva 
transformación había sufrido el espíritu público, en 
favor de la incorporación á las Provincias Unidas. 
—Del mismo modo que en 1817 y en 1821 la opi- 



( 1 ) Las actas transcriptas fueron leídas ante regular concu- 
rrencia, desde la cúspide de la Piedra i4//a,— paraje situado á la 
orilla del río Santa Lucía Chico, próximo á la ciudad de la Flo- 
rida. 



122 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

nión general se manifestara favorable á los lusi- 
tanos, en 1825 se inclinó abiertamente en un sen- 
tido favorable á los argentinos.— En ocho años, la 
versatilidad de los hombres de nuestra Provincia 
había dado uno de los más sorprendentes ejem- 
plos de pastelerismo político.— Sociólogos sagaces, 
algún día harán el proceso científico de tales fe- 
nómenos. 

¿Es menester pruebas más concluyentes, más 
incontestables, de los propósitos anexionistas que 
flotaban en la atmósfera revolucionaria de la Pro- 
vincia Oriental en 1825?— ¿No son, las declara- 
torias de la Florida, la confirmación franca y so- 
lemne de los anhelos de los Treinta y Tres y 
de los jefes principales de la revolución, manifesta- 
dos repetidas veces en documentos y hechos que 
anteriormente hemos dado á conocer? 

No se destruye lo indestructible con sofismas 
más ó menos ingeniosos, con suposiciones más 
ó menos ridiculas, que inspira el prurito de des- 
conocer la evidencia de amargas verdades. — En 
breve, discutiremos tales sofismas y tales suposi- 
ciones. — Tenemos el valor de nuestras ¡deas y el 
valor de confesar la verdad. — Poco nos importa 
que los inconscientes ó los ignorantes se resis- 
tan hoy á reconocer la sanidad de nuestros pro- 
pósitos. 



JULIO M. SOSA 123 



VI 



La Provincia Oriental envía sus diputados al Congreso de las Provin- 
cias Unidas. — Combates del Rincón y de Sarandí. — Influencia de 
estos hechos de armas. — Aceptación de la declaratoria de la Flo- 
rida. — Lavalleja, gobernador de la Provincia. — Sus juramentos.— 
La guerra argentino -brasileña. — Proclama de Las Heras. -La re- 
presentación oriental en el Congreso de las Provincias Unidas.— 
Sustitución de la bandera de los Treinta y Tres por la de Belgrano. 
— Los cuerpos orientales en el Ejército argentino. — Previsión pa- 
triótica de Rivera. — Rivalidades y defecciones. — Correspondencia 
entre Alvear y Lavalleja. — La «anarquía» de Artigas. — Operacio- 
nes del Ejército argentino. — Ituzaingó. — Lavalleja sustituye á Alvear 
en el mando del Ejército. — Falta de escrúpulos de la Legislatura 
Oriental. 



El 2 de Septiembre de 1825, la Asamblea de 
Representantes de la Provincia Oriental comu- 
nicó al Congreso de las Provincias Unidas las 
declaratorias del 25 de Agosto, y designó á los 
señores Tomás Javier de Oomensoro y José 
Vidal y Medina, para que representasen la anti- 
gua Cisplatina en el referido Congreso, 

El 24 de Septiembre, el brigadier Rivera obtuvo 
el famoso triunfo del Rincón de Haedo, que de- 



124 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

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mostró el ingenio y la audacia de nuestro José 
Antonio Páez. — El 12 de Octubre, Lavalleja y Ri- 
vera obtuvieron una nueva y ruidosa victoria en la 
horqueta del Sarandí, siendo el segundo el héroe 
de la jornada, según los propios cronistas de la 
época y actores en aquel combate. 

Estos éxitos de las armas revolucionarias tuvie- 
ron ruidoso eco en Buenos Aires, y cuando los 
emisarios de Lavalleja llegaron allá para ponerlos 
en conocimiento del Gobierno, fueron objeto de 
entusiasta recibimiento.— Antes de los hechos enun- 
ciados, las autoridades argentinas, con menos escrú- 
pulos, habían facilitado ingentes sumas de dinero 
á los orientales para los ga'stos de la guerra ; pero 
aun el Congreso, vacilante y temeroso de las con- 
secuencias que pudiera acarrearle, no había acep- 
tado la reincorporación de la Provincia Oriental, 
y, por consiguiente, tampoco, habían ingresado á 
aquel alto cuerpo los representantes de ella.— 
Las victorias del Rincón y de Sarandí disiparon, 
sin embargo, todos los temores y recelos que 
habían impedido hasta entonces una acción de- 
cisiva del Gobierno argentino. — El 25 de Octubre, 
el Congreso sancionó el siguiente proyecto: «Lo 
— De conformidad con el voto uniforme de las 
provincias del Estado y con el que deliberada- 
mente ha reproducido la Provincia Oriental por 
el órgano legítimo de sus representantes en la 
ley del 25 de Agosto del presente año, el Con- 
greso General Constituyente, á nombre de los 



JULIO M. SOSA 125 



pueblos que representa, la reconoce de hecho 
reincorporada á la República de las Provincias 
Unidas del Río de la Plata, á que por derecho 
ha pertenecido y quiere pertenecer; 2o — Que en 
consecuencia el gobierno encargado del Poder 
Ejecutivo Nacional proveerá á su defensa y se- 
guridad. »— Fueron aceptados, además, el día 25, 
los poderes de los diputados orientales. — Por un 
decreto gubernativo, se les concedió á Rivera y 
Lavalleja los grados de brigadieres de la Repú- 
blica.— Pocos días después, el Ministro García 
comunicaba á la Corte de Río Janeiro las nuevas 
ocurrencias que confirmaban los presentimientos 
de la diplomacia brasileña. 



La noticia de estos hechos causó en la Pro- 
vincia Oriental los más sinceros entusiasmos.— 
El anhelo de los revolucionarios del 19 de Abril, 
se había realizado.— La Asamblea Provincial cons- 
tituyó el gobierno definitivo, confiando á Lava- 
lleja el Poder Ejecutivo.— El nuevo Gobernador, 
al tomar posesión de su cargo, dirigió una pro- 
clama al pueblo, con fecha 1 7 de Noviembre, en 
que decía que lo aceptaba contrariando sus pro- 
pósitos; que juraba ante el cielo y la patria que 
antes que expirara el término de la ley pondría 
^n manos de los representantes del pueblo la 
autoridad que se le había confiado; que juraba 
también ser el más sumiso y obediente á las le- 



126 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

yes y decretos del soberano Congreso y Gobierno 
Nacional de la República; que alejaría de sí los 
odios y personalismos, considerándose, no el ar- 
bitro, sino el garante del poder; y terminaba así: 
« ¡Pueblos! Ya están cumplidos nuestros más ar- 
dientes deseos, ya estamos incorporados á la Na- 
ción Argentina, por medio de vuestros represen- 
tantes, ya estamos arreglados y armados. — Ya te- 
nemos en la mano la salvación de la Patria. Pronto 
veremos en nuestra gloriosa lid las banderas de 
las provincias hermanas unidas á la nuestra, » — 
En breve sabremos con qué sinceridad eran for- 
mulados los juramentos del general Lavalleja. 



Declarada la guerra entre el Brasil y la Argen- 
tina, como consecuencia de todos estos hechos, 
comenzó á organizarse eficientemente el ejército 
republicano. — Con este motivo. Las Heras se diri- 
gió á todas las provincias por medio de proclamas 
entusiastas, exhortándolas á contribuir á la defensa 
común.— En una particular, que dirigió álos orien- 
tales el 1.0 de Enero de 1826, les decía: «Ocu- 
páis el puesto que se os debe de justicia; for- 
máis la primera división del Ejército Nacional; 
lleváis la vanguardia en esta guerra sagrada; que 
los oprimidos empiecen á esperar y que los vi- 
les opresores sientan luego el peso de vues- 
tras armas. -Esa, vuestra patria, tan bella como 
heroica, sólo produce valientes: acordaos que 



JULIO M. SOSA 127 



sois orientales, y este nombre y esta idea os ase- 
gurarán el triunfo. » — Algún tiempo después, el 
Congreso de las Provincias Unidas sancionó un 
proyecto por el cual se asignaba una renta vi- 
talicia á cada uno de los Treinta y Tres. — Pro- 
cediendo noble y patrióticamente, Lavalleja la agra- 
deció sin aceptarla. — Eran momentos de pelea: 
no eran momentos de superfinas regalías. 

El Congreso de las Provincias Unidas acordó, 
en ese mismo tiempo, duplicar el número de Re- 
presentantes de cada Provincia, á fin de presti- 
giar más sus resoluciones, en momentos difíciles 
para la República. — Por esta razón, la junta de 
Representantes de nuestra Provincia designó á 
los señores Vidal y Medina, Manuel Moreno y 
Giró para completar la delegación respectiva.— 
Giró no aceptó el mandato y fué sustituido por 
don Bernardino Rivadavia, — figura descollante en 
el patriciado porteño, — el cual tampoco aceptó, 
por razones de incompatibilidad con otro cargo 
que ocupaba. -« Estos nombramientos, — dice un 
historiador argentino (^\- que, como se habrá no- 
.tado, recayeron los más en conspicuas persona- 
lidades de Buenos Aires, demuestran, si no que se 
hubiese consultado todas las conveniencias po- 
líticas del momento, la sinceridad con que los 
uruguayos propendían á consolidar la unión so- 
bre la base de sentimientos cordiales y de mu- 

( 1 ) Francisco A. Berra, obra citada. 



128 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

tua confianza. » — Confirman, por otra parte, los 
propósitos predominantes, el hecho de que el 2 
de Febrero, la Junta de Representantes declarara 
«que la Provincia Oriental del Uruguay recono- 
cía en el Congreso instalado el 16 de Diciem- 
bre de 1824, la Suprema Autoridad del Estado.» 
— Es importante agregar que desde el 15 de 
Enero ya no tremolaba en la Provincia de Ar- 
tigas, ni la bandera que éste salvara inmune y 
gloriosa en sus épicas campañas, ni la de los 
Treinta y Tres que habían inspirado las hazañas 
triunfales del Rincón y Sarandí ! - Había sido adop- 
tada la bandera argentina! 



El 28 de Enero de 1826, el general Rodríguez, 
al mando de mil quinientos hombres, pasó á la 
Banda Oriental, situándose en San José del Uru- 
guay hasta el 13 de Julio, fecha en que instaló 
el cuartel general en la costa del Yí ^^^.—Este 
acontecimiento fué solemnizado entusiastamente 
en nuestra Provincia.— « En el Durazno,— dice en 
sus Memorias don Carlos Anaya,— se celebró con 

( 1 ) Para demostrar más aún el concepto de la época, respecto 
de la Banda Oriental, y de sus sentimientos anexionistas, dire- 
mos que el general Martín Rodiíguez pa?ó á este lado del Uru- 
guay, « no con el objeto de ayudar á los orientales en su causa, 
sino con el fin de tomar la iniciativa en una guerra tan nacional 
como la que exige nada menos que la integridad de una parte 
del territorio (argentino) usurpado. > —(Párrafo de un discurso del 
general Mansilla, pronunciado en el Congreso argentino el 25 de 
Diciembre de 1825.) 



JULIO M. SOSA 129 



una brillante parada de las fuerzas orientales pro- 
clamadas por el general Rivera con la habilidad 
y el genio especial que lo distinguiera. » 

El ejército del general Rodríguez continuó su 
organización en nuestro territorio.— Á fin de cons- 
tituir una unidad militar eficiente, ordenó al general 
Lavalleja que le enviara fuerzas provinciales para 
robustecer su ejército, á lo cual accedió de in- 
mediato el vencedor de Sarandí, siempre obe- 
diente á las órdenes emanadas de Buenos Aires. 
— Surgen ahora, con motivo de este proceder de 
Lavalleja, que confirma más, si aún es necesario, 
sus íntimas convicciones anexionistas, el gran 
conflicto y las rivalidades que perdurarían entre 
los dos grandes caudillos de la revolución de 
1825.— « Rivera,--dice don Isidoro De- María,— era 
opuesto á que se desorganizasen los cuerpos 
orientales que estaban bajo sus inmediatas ór- 
denes, y los cuales quería Lavalleja incorporar 
á los argentinos. — Rivera, suspicaz ó caviloso, 
creía ver en esa medida un fin político de mal 
agüero, una tendencia á dislocar los elementos 
orientales, que respondería quizás á ulteriores mi- 
ras de absorción ó dominación. » — El propio Ri- 
vera dice, en una exposición de IQ de Septiembre 
de 1826, que con aquellos dislocamientos «no 
sólo se aniquilarían las fuerzas de la provincia, 
sino que se desgarraría en trizas su autonomía, 
verdadero fin perseguido desde los tiempos de Ar- 
tigas. »— He ahí, veladamente manifestada, la con- 

9 



130 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

cepción instintiva de la patria libre.— Si bien toda- 
vía no se exteriorizaba un propósito definido, lo 
cierto es que, desde 1817, no se había ni siquiera 
esbozado la necesidad de que la Provincia Orien- 
tal formara su ejército propio para evitar ulterio- 
res miras de absorción ó dominación. — Comienza, 
á destacarse, sobre las mezquindades de su época, 
el ilustre conquistador de las Misiones. — Sus 
grandes errores no se justificarán; pero sus gran- 
des méritos obligarán, en parte, á disimularios. 



Las medidas de Lavalleja dieron lugar á de- 
fecciones importantes en el ejército de la pro- 
vincia, y, como veremos después, á una insu- 
rrección en forma. — Las primeras manifestaciones 
de descontento en las tropas,— sustraído ya Ri- 
vera á la obediencia de Lavalleja,— fueron motivo, 
en 1826, de una correspondencia muy intere- 
sante entre el general nombrado y el general 
Alvear, Ministro de la Guerra entonces. — Con- 
testando á una nota en que el general Lavalleja 
se quejaba al Gobierno argentino en términos 
calurosos, de los amagos de sedición de los ofi- 
ciales Pozzolo y Caballero, Alvear le decía: que 
se había dejado arrastrar por apasionamientos, 
perjudicando la organización y disciplina del ejér- 
cito; que se iba á decir que los orientales no 
querían ser argentinos; que sólo podía verse en 
el incidente que motivaba la queja, manejos ais- 



JULIO M. SOSA 131 



lados de oficiales indiscretos « que tal vez abu- 
saron de nombres que es preciso respetar ^^>;» 
etc.— Por su parte, Lavalleja replicaba á esta nota 
en términos categóricos, que conviene conocen— 
He aquí un párrafo en que vierte su opinión 
íntima sobre un punto importante: — «El con- 
cepto,— decía,— con que el señor Ministro de 
la Guerra sienta por pretexto de parte del ene- 
migo ante la Europa, de que los orientales no 
quieren pertenecer á la nación argentina, está 
solemnemente desmentido de hecho y de de- 
recho con testimonio público. »— En otro pá- 
rrafo, después de hacer notar la necesidad del or- 
den, impidiendo la anarquía, decía que «el Excmo. 
general en jefe ha dispuesto de todos los destaca- 
mentos ó escuadrones destinados al frente del 
enemigo, y que el general que firma ha puesto 
bajo de sus órdenes hasta el número de 280O 
soldados, con sus oficiales y jefes competentes; 
armados á caballo, y en todo lo necesario S. E. ha 
sido obedecido ...» — Y en cuanto al temor 
manifestado por Alvear, de que resurgiera la anar- 
quía que empezó en 1812 bajo el caudillo Artigas^ 
contestaba textualmente el antiguo y veleidoso 
capitán de las caballerías artiguistas: — «¡Terrible 
vaticinio! — El general que suscribe no puede 
menos que tomar en agravio personal un paran- 
gón que le degrada, en circunstancias tan diver- 

(1) Se refería á Rivera. 



132 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

sas cuales fueron las de aquel tiempo, compara- 
das con las presentes, que gritan en favor del 
infrascripto firmado ^^\» 



Dejaremos de lado, por el momento, el aná- 
lisis de la conducta del general Rivera, acusado 
de traidor, y del general Lavalleja, acusado de 
arbitrario y déspota, para seguir el curso de los 
sucesos con el ejército de las Provincias Unidas. 
— El 31 de Agosto, el general Garios María de 
Alvear, designado por el Gobierno de Rivadavia 
jefe del ejército que se hallaba al mando del ge- 
neral Rodríguez, tomó posesión de su cargo, 
trasladando poco después su cuartel general al 
Arroyo Grande.— Los primeros actos de Alvear 
tendieron á destruir los gérmenes de anarquía 

(1) Archivo del Estado Mayor G. del Ejército. 

Es oportuno hacer notar aquí un error en que incurren los que 
identifican la tradición de los Treinta y Tres con la de Artigas. 
— Es un absurdo evidenciado por todos los hechos históricos y por 
todos los documentos de la época, — algunos de los cuales hemos 
transcripto en capítulos anteriores, — firmados por individuos que 
hicieron causa común con la reacción de 1825, y por otros, que, 
como Lavalleja, la iniciaron. — ¿ Es posible suponer acaso que si 
no se hubiera manifestado un odio profundo á la tradición arti- 
guista, el Gobierno de Buenos Aires hubiera aceptado el pre- 
sente griego de la incorporación? — Bien claro lo dice Lavalleja 
en su nota al general Alvear ; constituiría un agravio paran- 
gonarle con el general Artigas ! — Así recompensaba el antiguo 
capitán de India Muerta á su viejo protector, al que haciendo 
un sacrificio, sólo apreciable teniendo presente la situación cala- 
mitosa por que atravesaba Artigas, le envió una cantidad de di- 
nero al pontón A Gloria, para que atendiera á sus necesidades 
más apremiantes de prisionero! 



JULIO M. SOSA 133 



que mantenían en perpetua agitación al ejército, 
dominando la insurrección, producida, —como ha 
dicho un autor,— «por el fraccionamiento y di- 
visión de los cuerpos orientales, llevado á efecto 
por el general Lavalleja. » — La insurrección era 
encabezada por don Bernabé Rivera; y Alvear, 
muy afecto á los recursos poco dignos para ob- 
tener los resultados que apeteciera en cualquiera 
empresa, hizo con aquel bravo jefe, lo mismo, 
que había hecho en 1814 con Vigodet, al entre- 
garle éste, bajo la fe de una capitulación, la 
plaza de Montevideo. — El coronel Brandzen pi- 
dió á Rivera que pasara al alojamiento de Alvear 
para tratar los términos de una conciliación que 
vinculara á todos los jefes del ejército; pero en 
vez de recibido como un pariamentario ó un ne- 
gociador de paz, el último lo redujo á prisión, 
con gran disgusto del pundonoroso coronel 
Brandzen, cuya palabra de honor había compro- 
metido con Rivera. — Pocos meses después, pudo 
evadirse de su prisión este valiente caudillo. 

Organizado el ejército, Alvear se dispuso á 
entrar en operaciones, realizando su genial pro- 
yecto de invadir el Brasil para conquistar en el 
propio territorio de los usurpadores la libertad 
de nuestra provincia. — El 25 de Diciembre, estuvo 
todo pronto para la marcha.— Alvear dividió sus, 
nueve mil hombres en tres cuerpos: la vanguar- 
dia mandada por Lavalleja, y los otros dos cuer- 
pos á las órdenes de Alvear y de Soler. — Con dis- 



134 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

tintos itinerarios, los tres cuerpos emprendieron 
la marcha para el Brasil, reuniéndose el 4 de 
Enero al Norte del Río Negro.— El 14, la van- 
guardia pasó la frontera; el 19, todo el ejército 
se hallaba en territorio extranjero, avistándose la 
primera guardia enemiga. — Después de varios 
triunfos parciales, como los de Yerbal, Bacacay 
y Ombú, y de marchas y contramarchas, seguido 
por el enemigo ó siguiendo á éste, el ejército 
argentino presentó sus líneas en batalla al ejér- 
cito brasileño en los llanos de Ituzaingó, el 20 
de Febrero de 1827. — Los brasileños, á las ór- 
denes del Marqués de Barbacena, serían nueve 
mil sobre el campo: los argentinos, sólo siete mil. 
— La considerable diferencia de ambas fuerzas, 
la suplirían los soldados de las Provincias Uni- 
das con el valor indomable que siempre demos- 
traron en la práctica varonil de la pelea. — Des- 
pués de seis horas de combate á muerte, en que 
las cargas de la caballería criolla rompieron los 
cuadros de acero de la infantería alemana, la 
bandera argentina agregó á sus lozanos laureles 
de otras épocas el nuevo galardón de una es- 
truendosa victoria. — El 22 de Abril del mismo 
año, Lavalleja, Oribe, Pacheco y otros orientales, 
cumpliendo órdenes del general Alvear, atacaron 
y derrotaron en Camacuá algunas divisiones de 
caballería brasileña. -En el mes de Mayo, el ejér- 
cito libertador, en retroceso, llegó á Cerro Largo, 
donde se constituyó el cuartel general. — Poco 



JULIO M. SOSA 135 



después, Alvear se retiró á Buenos Aires, y La- 
valleja fué designado para sustituirlo en el co- 
mando del ejército. — Su falta de conocimientos 
militares y de iniciativas provechosas, fué causa 
de que la acción de aquel ejército victorioso se 
esterilizara en la inercia y en el abandono, á que, 
por otra parte, tuvo que condenarlo su jefe, en 
el afán prepotente de ser el arbitro gubernamen- 
tal y de ser la ninfa Egeria de la política de su 
Provincia. 



Antes de concluir este capítulo, diremos que 
la Asamblea representativa de la Provincia Orien- 
tal, así como las demás autoridades, siguieron 
obsecuentemente los rumbos que señaló la agi- 
tada política porteña de aquella época.— Acepta- 
ron sin protesta de ningún género la Constitución 
unitaria de 1826, que dio el triunfo á las ideas 
de Rivadavia; y, sin protesta de ningún género 
también, á pesar de lo contradictorio de los prin- 
cipios, aceptaron la Constitución de 1827, defini- 
damente federal, que dio el triunfo al coronel 
Dorrego. — No perdemos tiempo en comentar es- 
tos hechos. 

Todo lo que dejamos reseñado, cuidadosa é 
imparcialmente, confirma una vez más que la 
Provincia Oriental no aspiraba á la Independen- 
cia absoluta. 



136 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



Vil 



Rivera en Buenos Aires. — Recibimiento entusiasta. — Orden de prisión 
contra el caudillo. — Intrigas en juego. — Rivera se asila en Santa Fe. 

- Proyecto de invadir las Misiones. — Defensa de Rivera. — Inacción 
de Lavalleja en el campamento de Cerro Largo. — Su incapacidad 
evidenciada. — Oposición sistemática á los proyectos de Rivera. — 
Invasión de las Misiones por este caudillo. — Actitud de Lavalleja. 

— Rivera es perseguido por Oribe. — Jactancias de este último. — 
Conducta criminal. — Triunfos de Rivera. — Nota á Lavalleja. —Jui- 
cios sobre la campaña de Misiones. 



Ocupémonos ahora un momento del general 
Rivera, á quien dejamos en ocasión de sus des- 
inteligencias con el general Lavalleja. — Rivera se 
separó de la obediencia al jefe de los Treinta y 
Tres, incorporándose á las fuerzas que mandaba 
el general Rodríguez.— Durante su permanencia 
en este ejército. Rivera fué encargado de varias 
comisiones importantes contra los brasileños.— 
Una de ellas, no la cumplió á satisfacción del 
general Rodríguez, y recibió orden de embar- 
carse para Buenos Aires.— Así lo hizo á fines 
de Julio, burlando la vigilancia de los cruceros 



JULIO M. SOSA 137 



imperiales en una débil lancha que lo condujo 
al punto de su destino. — A pesar de que la ca- 
lumnia comenzaba ya á zaherir al general Ri- 
vera, el pueblo y el gobierno de Buenos Aires 
recibieron con demostraciones entusiastas de ca- 
riño al vencedor del Rincón de Haedo, hasta el 
punto de que,— según Deodoro de Pascual,- 
cuya opinión es insospechable, — se le hizo « una 
verdadera ovación. » — El Presidente Rivadavia, que 
tuvo una conferencia muy cordial con Rivera, 
prohijó, sin embargo, las intrigas malevolentes 
de los enemigos del caudillo oriental, que pro- 
pendían á su descrédito, temerosos de que los 
prestigios efectivos de Rivera anularan los pres- 
tigios de cartulina de Lavalleja; y con pretextos 
cuya ridiculez más tarde se puso en evidencia, 
aquél autorizó la prisión del caudillo. — Con la hiél 
de todas las calumnias y de todos los ultrajes, se 
pretendió entonces salpicar la reputación del ge- 
neral Rivera.— «Se le imputaban, — dice don Isi- 
doro De - María, — trabajos de infidencia, confabu- 
laciones con el enemigo, forjando cartas en ese 
sentido, que se daban interceptadas del modo 
más inverosímil, en cuya consecuencia se ha- 
bía acordado su prisión ^^^ ...» — Por las re- 
ferencias que al mismo historiador hizo, en 
1861, don Agustín Almeida, actor en aquellos 
sucesos, se sabe que éste, en compañía de don 

( 1 ) Rasgos biográficos del general Rivera . 



138 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Julián Gregorio de Espinosa, pusieron en cono- 
cimiento de Rivera lo que ocurría y el peligro á 
que estaba expuesto. — Rivera, en un principio, 
se resistió á huir, consciente de su inocencia; 
pero al fin salió de Buenos Aires, auxiliado por 
el doctor Tagle, dirigiéndose á San Nicolás, pri- 
mero, y, después, á Entre Ríos y Santa Fe. 

La fuga de Rivera alarmó al Presidente Riva- 
davia, que lo consideraba uno de los más peli- 
grosos enemigos de su causa unitaria, y el 14 
de Septiembre dictó un decreto ordenando su 
encarcelamiento donde se le encontrase, y empla- 
zándolo por veinticuatro horas para que se pre- 
sentara ante los tribunales á dar cuenta de su 
conducta. — « El modo como se obró en esta co- 
yuntura,— dice de Pascual,- prueba que los adver- 
sarios del jefe oriental procedieron con conato 
reconcentrado contra él. » 



Sea lo que fuere, Rivera, desde entonces, no 
pensó en otra cosa que en llevar á la práctica pla- 
nes concebidos desde tiempo atrás, con el propó- 
sito de servir eficazmente á su patria y realizar 
los ideales redentores esbozados ya, en esa época, 
en su mente. -- Esos planes están claramente 
expresados en una nota que dirigió el 10 de 
Diciembre de 1825, durante su estadía en Bue- 
nos Aires, al Gobernador de las Misiones, don 
Félix de Aguirre. — Comienza su carta. Rivera, 



JULIO M. SOSA 139 



diciendo que el objeto de su viaje á Buenos Ai- 
res es dar impulsos á la guerra y proponer la 
ocupación militar de los pueblos de las Misio- 
nes, no habiendo podido conseguir hasta enton- 
ces su objeto, pues no había sido despachado á 
causa de que el Gobierno no podía deliberar 
«sin que primero,— decía,— se preste á una con- 
ciliación conmigo el general Lavalleja, y de esto 
está pendiente el buen ó mal resultado de mi 
comisión; aquí consta que dicho general trabaja 
por esos destinos con el fin de paralizar esta 
tan digna resolución, queriéndola llevar por sí, 
y privando que las provincias contribuyan con 
sus fuerzas como están resueltas, por otro mo- 
tivo, que los celos que contra mí ha desplegado 
este señor,» etc.— Después decía noblemente: 
« ... .Yo estoy resuelto á llevar mi brazo y el de 
mis paisanos á la guerra contra el enemigo común, 
sin absolutamente mezclarme en cosa alguna que 
tenga tendencia al general Lavalleja; mi conducta 
á este respecto será la misma que he observado 
basta el presente; yo, á pesar que debiera y po- 
día, jamás, amigo, he pensado en perturbarte la 
buena ó mala marcha que ha seguido, á pesar 
de sus persecuciones: así no se haga la injusti- 
cia de creerme inspirado de resentimientos par- 
ticulares: mi objeto es uno solo, y en el que 
está interesada la generalidad, en cuya virtud yo 
espero que V. S. se digne contestarme si está ó 
no resuelto á cooperar con sus dignos subditos 



140 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

al objeto que todos estamos resueltos ....» — « No 
hay, mi amigo,— continuaba Rivera,— que acordar- 
nos de las rencillas del general Lavalleja; vamos 
á llevar nuestros esfuerzos contra el enemigo, 
y si el resultado correspondiese á nuestros es- 
fuerzos (como lo espero), no dude entonces que 
el mismo general Lavalleja arribará á esa recon- 
ciliación tan deseada por todos los amigos del 
país. » — Concluía la nota diciendo que trataría de 
allanar todos «los obstáculos que se presenten, 
y partir sin demora sobre esos destinos (las 
Misiones ) ^ ^ \ » — Esta nota, que revela íntimas 
generosidades, contrasta con los odios y renco- 
res de Lavalleja, expresados en documentos y 
actos que en breve daremos á conocer. 



La evasión del general Rivera produjo honda 
alarma en el ejército que Alvear tenía á sus ór- 
denes en la Banda Oriental, y en el ánimo de 
Lavalleja.— Fundándose en cartas fraguadas que 
se presentaron para desacreditar al caudillo, Al- 
vear dictó orden de que se le aprehendiera en 
cualquier parte en que se le encontrase.- Pero en 
ese mismo momento,— IQ de Septiembre,- el que 
poco después debía arrancar declaraciones hasta 
á sus propios enemigos, en favor de su inocen- 
cia y de su patriotismo, confiaba la defensa de 

( 1 ) Archivo del Estado Mayor G. del Ejército. 



JULIO M. SOSA 141 



SU conducta á don Julián Gregorio de Espinosa 
y explicaba sus actos por la prensa, rehuyendo 
el juicio á que se le citara, por falta de garan- 
tías de imparcialidad. — Uno de los párrafos de la 
carta que el 10 de Octubre publicó Rivera en Bue- 
nos Aires, levantando los cargos que se le hacían, 
ha sido objeto de acerbos comentarios por parte 
de un historiador argentino, y es, precisamente, 
en nuestro concepto, el que más honor refleja so- 
bre Rivera, pues formulaba en él esta pregunta, 
que tiene gran importancia si se relaciona con los 
hechos posteriores del caudillo: «¿Se me ha de 
considerar como traidor porque he seguido una 
correspondencia con mi hermano Bernabé, acon- 
sejándole que no reconozca ninguna otra autoría 
dad, sino la que es legítimamente natural del 
País ? » 

Un año después de estos sucesos, renunció 
Rivadavia la Presidencia argentina, sucediéndole 
el doctor López. — Rivera volvió á Buenos Ai- 
res y propuso al nuevo gobernante la soñada 
expedición al Norte, destinada á operar á la re- 
taguardia del ejército imperial, situado entonces 
en el Yaguarón. — El doctor López rechazó la 
proposición de Rivera, y éste volvió á Santa Fe 
á preparar, con el auxilio del caudillo de esta 
provincia, lo necesario para la empresa que pro- 
yectaba. — Esta empresa era gigantesca: no sólo 
pretendía Rivera apoderarse de Misiones como 
un medio de obligar al Emperadora ceder, sino 



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también para ensanchar las fronteras de su pa- 
tria, para llevadas al Ibicuy, que era d límite se- 
ñalado desde 1777. — Además, en su mente genial 
columbraba la posibilidad,- según los propios 
historiadores argentinos,— de formar la gran co- 
munidad que, con el nombre de Unión del Lito- 
ral, comprendería los territorios bañados por los 
ríos Uruguay, Paraguay y Paraná! 



Mientras Rivera se disponía á servir tan efi- 
cazmente la causa de su país, Lavalleja, al man- 
do del ejército de las Provincias Unidas, dormía 
sobre antiguos laureles en el cuartel general de 
Cerro Largo, á donde había tenido que volver 
después de una inhábil marcha sobre Yaguarón. 

— Impotente para atacar, por su propia ignoran- 
cia, la campaña se hallaba paralizada, con gran 
descontento de los jefes que tenía Lavalleja 
á sus órdenes.— Parapetados los brasileños de- 
trás de las asperezas de lá sierra, sobre el arroyo 
de San Lorenzo, se mofaban de la pujanza de 
nuestros bravos, que, enfrenada por un general 
sin conocimientos prácticos ni teóricos de la 
guerra, esperaba candidamente que el enemigo 
desalojara sus posiciones para atacarlo y vencerlo. 

— Con proclamas platónicas pretendía, sin embargo, 
mantener en tensión el nervio de su ejército, y 
al efecto, el 20 de Febrero de 1828, le hacía esla 
promesa: «El día que el enemigo abandone es- 



JULIO M. SOSA 143 



tas escabrosidades donde le tiene sepultado el 
terror de nuestra justa venganza, ese día será el 
que cubráis de lustre las armas de la Repú- 
blica! ! » — Pero el enemigo no abandonó las 

escabrosidades, y las armas de la República que- 
daron sin lustre, hasta que Rivera dio el gran 
ejemplo de audacia y de habilidad, reivindicando 
para los orientales el honor que peligraba en los 
inactivos campamentos del jefe de los Treinta y 
Tres. 



En efecto: á principios de 1828, Rivera estaba 
resuelto á invadir las Misiones. — Pero la em- 
presa era difícil para el valeroso caudillo, que, 
como se lo recordó más tarde, en carta que pu- 
blicaremos, el general Paz, tenía que vencer dos 
enemigos: los brasileños y sus rivales del ejér- 
cito oriental. — Dorrego, que sucedió al doctor 
López en el Gobierno argentino, comunicó á La- 
valleja, á principios del año mencionado, el acuer- 
do que había formulado con el Gobernador de 
Santa Fe para emprender una campaña sobre Mi- 
siones. — Lavalleja se dio cuenta inmediatamente 
de que esa campaña era inspirada y quizás en- 
cabezada por su rival don Frutos, y se opuso 
enérgicamente á ella.— Dorrego le contestó que 
nada tenía que ver Rivera con la empresa que 
se preparaba. 

Sin embargo, hostigado por las circunstancias 



144 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

y sin recursos en realidad, Rivera no esperó la 
protección de Dorrego, y se lanzó á la Banda 
Oriental, seguido de algunos oficiales y sesenta 
soldados. — El 25 de Febrero se hallaba en So- 
riano; siguió á Mercedes; aumentó su gente; la 
armó y pertrechó, y escribió dos cartas, una para 
el Gobernador Pérez y otra para el general Lava- 
lleja, en las que les decía que sus propósitos eran 
solamente los de atacar las Misiones. — Á Pérez le 
pedía que intercediera con Lavalleja para « extin- 
guir antiguos disgustos entre dos jefes fuertes 
que podían bastar para aterrar al Brasil. » — La- 
valleja no procedió con la nobleza de Rivera. — 
Contestó al Gobernador Pérez que el vencedor 
del Rincón debía incorporarse á su ejército en 
Cerro Largo, y que en cuanto á la campaña de 
Misiones, no podría realizaria, porque ella estaba 
ya combinada con el Gobernador de Santa Fe. — 
Por otra parte, agregaba que debía desconfiarse 
de Rivera, por sus connivencias con los impe- 
riales. -Á esto respondió el gobernador con las 
siguientes palabras, que revelan la rectitud de sus 
procederes: «Si don Frutos es imperial, es ne- 
cesario que se haga saber al público con datos 
positivos. — Hágase ver que el hombre es traidor, 
y su opinión está definida ... » — Y en otra carta 
le decía: « No ha faltado quien me insinuase que 
bajo de la buena fe le engañase y lo prendiese 
(á Rivera). »- «Pero,— agregaba,— yo siempre he 
pertenecido á la clase de hombres de honor 



JULIO M SOSA 145 



que jamás cometen esas bajezas. »— Así se que- 
ría proceder con Rivera.— Juzgúese qué concepto 
merecen los rivales de este caudillo.— Á una carta 
en que Lavalleja le intimaba que se retirara del 
territorio oriental ó que se incorporara á su ejér- 
cito, Rivera contestó en la siguiente forma : « En 
cuanto á decir á V. E. que el general que suscribe 
ha desobedecido las órdenes del gobierno encar- 
gado de la dirección de la guerra, si es así no 
debe serle extraño, pues V. E. mismo las desobe- 
dece—En esta virtud, el infrascrito no puede mar- 
char al Este conforme V. E. lo desea, porque ade- 
más de tener presente el hecho perpetrado con su 
hermano (don Bernabé), con el capitán Arrúe y 
otros que han sido víctimas de su buena fe, no 
tiene las garantías necesarias para dar semejante 
paso, cuando el oficio de V. E. más es amena- 
zante que conciliador. » — Rotas nuevamente todas 
las relaciones entre los generales Rivera y Lava- 
lleja, el primero se dispuso á realizar sus proyec- 
tos de invasión á las Misiones. 

El comandante de campaña don Manuel Oribe, 
invocando órdenes del Gobierno argentino, que, 
como se verá, fueron desmentidas por el propio 
Dorrego, organizó la persecución, pretendiendo 
arrebatarte los laureles que iba á conquistar el 
más grande de nuestros caudillos. — Á propósito 
de esto mismo, decía, en carta á Rivera, el doctor 
Lucas J. Obes: < Oribe escribió asegurando que 
para el 16 (Marzo de 1828) habría concluido 

10 



146 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

con Rivera; pero somos á 27 y yo aseguro que 
usted existe todavía; mi corazón lo dice y así 
piensan todos sus amigos. » — Las promesas de 
Oribe no se cumplieron; pero es necesario decir 
que hizo lo posible por cumplirlas. 

El 21 de Abril de 1828, Rivera se hallaba ya 
en las Misiones, seguido de cerca por Oribe. — 
Al llegar éste á la orilla del Ibicuy, y antes de 
empeñar una acción entre sus fuerzas y las de 
Rivera, se le ofreció el correntino López Chico, 
que tenía á sus órdenes quinientos hombres, para 
proponer una conciliación al caudillo invasor.— 
En una conferencia que tuvo López con Rivera, 
quedaron de acuerdo en que el primero se in- 
corporaría á la expedición, abandonando á Oribe. 
— Este refuerzo hizo más fácil la campana del 
caudillo libertador, y el 16 de Mayo comunicaba 
ya á Dorrego que las Misiones habían sido con- 
quistadas.— En la desesperación de su impoten- 
cia. Oribe, que no podía conformarse con los 
ruidosos triunfos de su rival, retuvo los primeros 
partes de los éxitos de Rivera, fusilando sin pie- 
dad á sus conductores, Juan Tomás Sosa, Tomás 
Baca, Encarnación Parraguirre, Modesto Lugo y 
Manuel González. — Estos rasgos de crueldad, 
hijos del despecho y de la envidia, revelan ya 
los instintos del futuro general de Rosas. 

Se ha dicho y repetido, por todos los histo- 
riadores orientales y argentinos, que el coman- 
dante Oribe persiguió á Rivera obedeciendo ór- 



JULIO M. SOSA 147 



denes del Gobierno de Buenos Aires. — No es 
cierto. — La persecución de Oribe obedecía sen- 
cillamente al odio que él y Lavalleja profesaban 
al general Rivera. — Era cuestión de rivalidades 
personales: nada más. — En carta que el Gober- 
nador Dorrego dirigió á Rivera, el 20 de Junio 
de 1828, le decía: «Don José Ignacio Vera me 
ha sacado de la ansiedad en que estaba por la 
conducta contraria y tenaz contra las órdenes de 
este Gobierno que habla desplegado Oribe, — Fe^ 
lizmente, las cosas han terminado sin los fatales 
resultados que eran de temerse, debido princi- 
palmente á la prudencia de \x%\.tá,— Tenga usted 
la bondad de dar las más expresivas gracias^ á 
mi nombre, al comandante de la fuerza correntia 
na (López Chico) por el modo como se ha com- 
portado no secundando la tenacidad de Oribe ^ ^ I > 
— ¿Es necesario otra prueba de la actitud per- 
sonalísima y cruel de Oribe? 

Tanto es así, que el propio Oribe, el 15 de 
Agosto de 1828, después de los triunfos de Ri- 
vera, persistía en presentarlo ante el Gobierno de 
Buenos Aires como un hombre que no conve- 
nía en las Misiones, «y es de necesidad que de 
allí se le saque, — según sus propias palabras,— 
cuanto antes, como también que se restituyan los 
sublevados á su antiguo jefe, » — Éste es el quid 
de la cuestión: desprestigiar y anular la influen- 

(1) Alberto Palomeque: «La campaña de Misiones y el doctor 
Lucas José Obes». 



148 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

cia de Rivera, para poder sobreponerse á él los 
que no eran capaces de igualarlo en méritos 
efectivos. 

Rivera, procediendo con una generosidad que 
es digna de elogio, se había dirigido, después 
de sus triunfos, al general Lavalleja, no obstante 
el profundo odio que éste le profesara, tratando 
de evitar sus diferencias. — Al mismo tiempo, le 
mandaba de regalo un hermoso poncho arribeño. 
— Pero el general Lavalleja, que carecía, no ya 
del alto tino político que le atribuye bondadosa- 
mente el autor de « La Tierra Charrúa », sino de 
las más elementales nociones de cordura y de 
buen tino, contestó á Rivera en una carta que 
el doctor Lucas J. Obes juzga así: «El señor 
Lavalleja toma un tono que sólo convendría al 
Gobierno general y parece que esquiva los per- 
dones hasta que nuevos triunfos se lo exijan. 
Esto, en el mismo día que la nación entera se 
desata en aplausos por el general Rivera y en 
boca de un gobernador de Provincia, es de un 
ridículo muy subido ... También habla el señor 
Lavalleja de sus resentimientos particulares^ cosa 
que si no se perdonase por la ingenuidad, sería 
preciso reprenderla por lo indiscreta. » — Con 
este motivo, decía irónicamente el mismo doctor 
Obes á Rivera : « Usted ha causado males con sus 
procedimientos anárquicos, y los Treinta y Tres, que 
envolvieron á la Nación en una guerra, nada más 
han hecho que bienes y grandes servicios! — Vea 



JULIO M. SOSA 149 



lo que sabe el poder uno alabarse á sí mismo 
y deprimir á sus rivales!» 



La campaña de Misiones suscitó juicios entu- 
siastas de amigos y enemigos del general Rive- 
ra. — El general Paz, — el primer táctico de su 
época, — decía al general Rivera que sus triunfos 
de Misiones «a! paso que le han adquirido una 
gloria duradera, han tapado la boca á sus ene- 
migos. — Ha triunfado usted dos veces. — Que 
la fortuna le acompañe siempre, y que el orden, 
decencia y conducta digna que han observado 
esas tropas, contribuyan á hacer resaltar más 
sus sucesos. » — Los generales Guido y Lavalle 
le hicieron análogas manifestaciones. — Por otra 
parte, un hombre como don Garios de San Vi- 
cente, — que fué enemigo del partido de Rivera, 
— escribía á don Gabriel A. Pereira en Junio de 
1828: «Supongo que ya sabrán ustedes los su- 
cesos de don Frutos; sin embargo van los par- 
tes por si no los tienen; amigo, yo salí con la 
mía, el clasificado de traidor ha demostrado con 
hechos de importancia que no lo es . . Aquí 
(Durazno) hay mucho contento, luminarias, etc., 
no lo hicieron algunos como debían á causa de 
no sé qué consideraciones del diablo .... Mucho 
hay que esperar de este suceso por allá, por acá 
y por acullá, por todas partes; esto debe tener 
un gran desenlace, y esto será lo que prepara 



150 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



la ruina de algunos. » — En otra carta, de Octu- 
bre del mismo ano, decía San Vicente que era 
admirable la empresa que había realizado Rivera, 
pues « este hombre célebre, perseguido de todos, 
proclamado traidor y sin más amparo que el de 
unos pocos bravos que lo acompañaron en su 
peregrinación, después de haber atravesado un 
inmenso territorio, en el cual sufrió todas clases 
de penurias y privaciones, se lanzó sobre los 
opresores de este país, que tienen diez veces 
más fuerza que él, acudió en todas direcciones 
tomándoles bagaje, artillería, caballada y todo 
cuanto existía en su poder, y en el corto plazo 
de días después de la célebre jornada del Ibicuy, 
quedó completa y enteramente libre de sus tira- 
nos. » — En otro párrafo, decía « que en Misio- 
nes ha retoñado el marchito árbol de la Liber- 
tad, y que en Itaquí se ha construido el Baxel 
de nuestra salvación, dirigido por el general Ri- 
vera ^^\» — El propio Oribe, á raíz de la con- 
quista de Misiones y á pesar de sus rivalidades 
y envidias ya manifestadas, no pudo menos de 
declarar, en nota al general Lavalleja, que debían 
tenerse en consideración « las utilidades efectivas 
de un extravío que presenta un término feliz y y 
que el señor Rivera es acreedor á que se le releve 
de la ominosa nota de traidor con que por equi- 



( 1 ) « Correspondencia Confidencial y Política del doctor don 
Gabriel A. Pereira », tomo i. 



JULIO M. SOSA 151 



vocación lo calificó problemáticamente el señor 
Ministro de la Querrá /....» 



Amigos y enemigos, como se ve, del genera! 
Rivera, no podían menos de aquilatar la subida 
importancia de la campaña audazmente realizada 
en el propio territorio de los brasileños. — Podrá 
decirse que esa campaña fué breve, fácil, sin pe- 
ligros reales; pero el hecho de concebirla, de 
iniciarla, de llevarla á cabo solamente, demuestra 
la perspicacia profunda de Rivera, y, sobre todo, 
la altiva decisión de su carácter. — Nadie hubiera 
previsto la facilidad de tal empresa, que apa- 
rece en la Historia con contornos espartanos de 
leyenda. — Nadie hubiera imaginado que pudiese 
abrirse, sin grandes dificultades, un camino por 
la retaguardia del Ejército imperial, en su propio 
territorio. — La aventura era peligrosa, y se nece- 
sitaba abnegación para emprenderia. — Misiones 
pudo ser muy bien la tumba del general Rivera 
y de los héroes que lo acompañaron, como la 
Agraciada pudo ser la tumba de los Treinta y 
Tres. — El destino fué propicio á nuestros sol- 
dados. — Pero el valor de unos y de otros es 
innegable. 



152 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



vm 



Importancia de la campaña de Misiones. — Sus efectos. — Propósitos 
emancipadores de Rivera. — Factores que también contribuyeron á 
la cesación de la guerra argentino-brasileña. — La intervención del 
Ministro Ponsomby. — Condiciones de paz que propone. — La Con- 
vención de 1828. — Disposiciones denigrantes para la dignidad na- 
cional. — El pésimo efecto que causa en Buenos Aires la noticia del 
tratado de paz. - Opinión de Rosas. — Declaraciones antipatrióticas 
de Lavalleja y Laguna. — Rivera aspira á fijar los límites de la Re- 
pública en el río Ibicuy. — Noble defensa del territorio. 



La importancia de la campaña de Misiones es 
evidente, no sólo del punto de vista militar, sino 
también del punto de vista político. — Trajo, como 
consecuencia inmediata, la Convención preliminar 
de paz de 1828.— Ya hemos hecho conocer la opi- 
nión de algunos hombres importantes sobre la 
empresa audaz del traidor de 1827. — El general 
Tomás Guido, en momentos en que partía acom- 
pañado del general Balcarce para Río Janeiro, á fin 
de negociar un tratado de paz con la Corte del Brasil, 
sirviendo de intermediario el Ministro de Inglaterra, 



JULIO M. SOSA 153 



le decía al general Rivera, en carta del 10 de Julio 
de 1828, que la comisión que se le había encar- 
gado «era espinosísima y el éxito muy incierto; 
pero mi deseo de ver un término á esta lucha fatal, 
ha vencido mi repugnancia y envuéltome en este 
grave compromiso. » — « Es usted, — continuaba, — 
á quien pertenece darnos el más fuerte argumento 
para traer al Emperador á razón, — Yo marcho , fijas 
las esperanzas en los esfuerzos de usted, porque el 
ejército (de Lavalleja) difícilmente vencerá las dificul- 
tades que lo rodean para moverse, » — Por su parte, 
el Gobernador Dorrego, en una entusiasta carta, 
le decía á Rivera el 6 de Junio: « La atrevida y bri- 
llante empresa que acaba usted de ejecutar ocu- 
pando los pueblos de las Misiones orientales, á 
la par de ser un suceso de la mayor importan- 
cia, que obligará al Emperador á desistir de su 
pretensión de titularse señor de un territorio usur- 
pado, lo coima á usted de gloria ....»— De- 
muestran también la influencia de la campaña de 
Misiones en los destinos futuros de nuestro te- 
rritorio, las frases pronunciadas por el Emperador 
del Brasil al saber la toma de Misiones: « Con otra 
discordia de los jefes orientales, se vienen hasta 
Porto Alegre. Es preciso hacer la paz. » — El doctor 
Alberto Palomeque, en un interesantísimo trabajo 
sobre estos sucesos, que publicó hace varios 
años, expresa su opinión en el sentido indica- 
do ^^^.— Dice aquel distinguido publicista: «La 

( 1 ) « La campaña de las Misiones y el doctor Lucas J. Obes». 



154 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

impresión causada por la toma de Misiones fué 
tal, que los contendientes creyeron llegado el 
momento de realizar, no ya una tregua, sino la 
paz, en lo que á la Provincia Oriental hacía re- 
ferencia.— La jornada de la recuperación de las 
Misiones había tenido lugar en Abril, y ya, en 
menos de dos meses, se hablaba de la celebra- 
ción de aquélla. Así se desvanecería por completo 
la impresión que dejó el arreglo del negociador 
García, durante el gobierno de Rivadavia, que éste 
había desaprobado ( ^ ^ . . . . » — Por otra parte, 
la campana de las Misiones tiene una importan- 
cia excepcional en nuestros anales históricos, por- 
que ella significad primer esfuerzo, ó, mejor dicho, 
el único, de los orientales, exclusivamente, en favor 
de su soberanía absoluta.- Fuere por lo que fuere, 
el hecho es que el mérito de la empresa perte- 
nece solamente á Rivera y á los héroes que tuvie- 
ron el valor de seguirlo en su temeraria aventu- 
ra—En medio á las claudicaciones y servilismos 
anexionistas de la época, es digna de notarse la 
conducta de Rivera, quien, después de haber ser- 
vido incondicionalmente la política coercitiva y 
conquistadora de portugueses, brasileños y ar- 
gentinos, levanta su corazón á la altura de las 
circunstancias, para propender por sí solo á la 
Independencia de su país. — Demuestra lo que de- 



( 1 ) La negociación á que se refiere el doctor Palomeque era 
una por la cual, en 1827, se devolvía nuestra Provincia & los bra- 
sileños. 



JULIO M. SOSA 155 



cimos, la nota dirigida por el mismo Rivera al 
Gobierno Provisorio de la Provincia Oriental, á 
raíz de la paz de 1828, en que decía que, <^ ena- 
jenado con la perspectiva del nuevo Estado y » de- 
ponía « su espada á los pies de la patria, como 
un tributo que á ella sólo pertenecía, desde que 
ella sólo era arbitra del destino de sus hijos, » — 
Y agregaba: « ¡La soberanía de la Provincia Orien- 
tal !~És\2í es una base del tratado, y éste era el 
único objeto de la invasión de Misiones en su 
origen ^ ^ ^ . . » 



Podemos repetir, pues, que la Convención de 
1828 fué una consecuencia inmediata de la cam- 
paña de Misiones. — El Brasil se hallaba en una 
situación económicamente desesperante: dismi- 
nuía su comercio; los gastos extraordinarios au- 
mentaban, y los recursos se agotaban rápidamente 
en una lucha que parecía no tener término.— 
Por otra parte, las armas del Imperio habían sido 
derrotadas por mar y por tierra, y su gran ejér- 
cito se hallaba inmovilizado sobre el Yaguarón. 
— La República Argentina, á su vez, atravesaba 
una época de anarquía y disensiones internas que 
le hacía difícil mantener una guerra formidable 
en el exterior. — Todos estos factores influían 



(1) • Nota dirigida desde el Cuartel de Itú, con fecha 18 de No- 
viembre de 1828. 



156 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

también directamente en el ánimo de los gobier- 
nos de ambos pueblos, inclinándolos á una solu- 
ción pacífica honrosa. — El terreno estaba, pues, 
preparado, y la toma de las Misiones fué el mejor 
argumento, — como decía el general Guido,— para 
hacer entrar en razón á don Pedro /. — Fué el 
golpe de gracia. 

Lord Ponsomby,— Ministro de Inglaterra en Bue- 
nos Aires, — tomó á su cargo la misión de propo- 
ner la paz, inspirado por el interés que su país 
tenía en que concluyera de una vez la guerra, á 
causa de los perjuicios que acarreaba á su co- 
mercio en estos países. — Aquel diplomático pro- 
puso la paz sobre las siguientes bases: 

1.1 Independencia de la Banda Oriental 

2.a No tendrá el nuevo Estado libertad para 
incorporarse á otro, 

3.a Las plazas fuertes se entregarán á los mis- 
mos orientales. 

Tales eran, en síntesis gráfica, las condiciones 
propuestas por lord Ponsomby. — Como se ve, 
aún se sospechaba de la conducta de los orien- 
tales, después de declarada su Independencia, es- 
tableciéndose que no podría incorporarse á otra 
nación; tan común era la creencia de que nues- 
tro territorio sería satélite al fin de algún otro.— 
Después de muchas negociaciones y varios pro- 
yectos sustitutivos, en que se propuso la Inde- 
pendencia relativa de la Provincia, y hasta la for- 
mación de un ducado especial para don Pedro, 



JULIO M. SOSA 157 



se aceptaron, el 27 de Agosto de 1828, bajo la 
presión indirecta del Ministro inglés, las bases 
que él había propuesto. — El 26 de Septiembre, 
fueron aprobadas por la Convención de Santa 
Fe; el 29 se ratificaron; el 4 de Octubre se can- 
jearon con los brasileños las ratificaciones del 
tratado; cesaron las hostilidades, y cundió en toda 
la Provincia la noticia de la solución inesperada 
de la guerra. 

Por los artículos l.o y 2.o de la Convención 
aprobada, el Brasil y la Argentina renunciaban á 
todas sus pretensiones de dominio sobre la Banda 
Oriental, « para que se constituyera en Estado libre 
é independiente de toda y cualquiera nación, bajo 
la forma de gobierno que juzgase más conve- 
niente á sus intereses, necesidades y recursos;» 
por los artículos 4.», 6.» y 7.«, debía elegirse en la 
nueva nación un gobierno provisional que du- 
rara hasta tanto se constituyeran las autoridades 
definitivas, encargándose aquél de formular una 
Constitución, que, antes de su sanción, debería ser 
visada por las altas partes signatarias del tratado; 
por los artículos 3.o, \0p y n.o^ el Brasil y la 
Argentina se comprometían á defender la Inde- 
pendencia de la Banda Oriental por el tiempo 
que se estipularía luego, y á proteger las autori- 
dades legales hasta cinco años después de ju- 
rada la Constitución, limitándose á restablecer el 
orden perturbado; por los artículos 12.» y 13.o 
se establecía que las tropas brasileñas y argenti- 



158 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

ñas desocuparían el territorio oriental en el tér- 
mino de dos meses, pudiendo quedar, sin em- 
bargo, 1 500 hombres de cada nación hasta cuatro 
meses. — Por otros artículos, se acordaban bases 
accesorias. 

Como se ha visto, para nada intervinieron los 
orientales en las negociaciones de paz: todo se 
hizo con prescindencia absoluta de sus opinio- 
nes. — Ni siquiera uno de nuestros jefes milita- 
res fué consultado. — La Convención de Santa 
Fe presta su consentimiento al tratado de paz; 
pero «nadie lo pide, — como dice Berra, — al pue- 
blo oriental ó á su gobierno.» — «Sólo vota, — 
agrega el mismo autor, — el representante que este 
pueblo tenía en la Convención, como uno de tan- 
tos diputados. El tratado habría obtenido la ra- 
tificación y se habría ejecutado sin ese voto y 
contra ese voto. » — Por otra parte, una de las 
cláusulas de la Convención establecía que los 
orientales tendrían que formular una Constitu- 
ción y proponeria á los Gobiernos argentino y 
brasileño, á fin de que éstos aprobaran el pro- 
yecto ó no lo aprobaran, según su real voluntad. 
— Esto era sencillamente humillante: no sólo se 
imponía una condición; no sólo se reataban los 
vínculos de amistad entre los dos grandes pue- 
blos, disponiendo ellos soberanamente de nues- 
tros destinos; sino que se creía necesario extre- 
mar el desdoro hasta legalizar las páginas de 



JULIO M. SOSA 159 



nuestro Código político con la rúbrica infamante 
de los antiguos opresores. 



Volviendo al orden cronológico de los suce- 
sos, daremos á conocer la pésima impresión que 
causó la Convención de 1828 en Buenos Aires. 
— Los argentinos querían á toda costa que la 
Provincia Oriental perteneciera á su comunidad 
confederada, de acuerdo con los propósitos rei- 
teradamente manifestados por los orientales. — 
Don Adolfo Saldías, en su « Historia de la Con- 
federación Argentina », dice que « el pueblo y la 
prensa desahogaron su despecho en manifesta- 
ciones hostiles contra los hombres del gobierno, » 
al conocerse la Convención firmada. — - El ejér- 
cito, — agrega, — donde militaban los jefes que ya 
una vez habían reivindicado á sangre y fuego 
esa preciosa porción de las Provincias Unidas, y 
que acababan de abatir el orgullo del imperio 
en Yerbal, Bacacay, Ombú, Cutizaingó y Cama- 
cuá, se sentía humillado en presencia de esa paz 
bochornosa; de ese resultado único en los anales 
de las guerras argentinas, después de haber pro- 
vocado al imperio á la guerra con el exclusivo 
objeto de recuperar la Banda Oriental. » — El en- 
tonces coronel Juan Manuel de Rosas, cuya opi- 
nión fué requerida por Dorrego, dijo á éste: 
«Será tan ventajoso como usted dice el tratado 
celebrado con el Brasil ; pero no es menos cierto 



160 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

que usted ha contribuido á formar una grande 
estancia con el nombre de Estado del Uruguay. » 
— Ya el siniestro personaje despreciaba y reba- 
jaba á los que más tarde pretendiera humillar 
con el taco ensangrentado de su bota de dic- 
tador omnímodo. 

En la Banda Oriental, la noticia de la Indepen- 
dencia causó más bien estupor que alegría.— Nadie 
esperaba, por lo menos tan pronto, una solución 
que constituyera la nacionalidad definitiva de los 
orientales, acostumbrados como estaban á formar 
una provincia y pedir que continuaran formár.dola. 
—Y si esta impresión causó en el pueblo la noticia 
de su soberanía, con más evidencia y con peores 
caracteres resalta laque recibió Lavalleja,-el jefe 
de los Treinta y Tres, el libertador de la Patria, 
según el autor de «La Tierra Charrúa», — en el si- 
guiente párrafo de una carta de aquel general, diri- 
gida á Dorrego el l.o de Octubre: « Si la guerra 
no ha podido terminarse sino desligando la Provin- 
cia Oriental de la República Argentina, constitu- 
yéndola en Estado independiente, ella sabrá dirigirse 
al destino que se \e prepara, sin olvidar ios sagrados 
lazos con que la naturaleza la ha identificado á las 
provincias hermanas . . . . » — Por estos términos, 
no es difícil colegir las ideas de Lavalleja, el cual, 
no habiendo ya otro remedio, aceptaba los he- 
chos consumados, con fines ulteriores que hemos 
de tener ocasión de evidenciar. — Por su parte, 
el general Laguna, subalterno de Lavalleja y 



JULIO M. SOSA 161 



amigo íntimo de éste, decía en otra carta, después 
de mostrarse agradecido por los esfuerzos hechos 
en favor de la paz: «Este convencimiento y la 
necesidad de hacer cesar una guerra que gravi- 
taba solamente sobre esa heroica provincia (Bue- 
nos Aires) que ha prodigado sus riquezas y la 
sangre de sus hijos por la libertad de ésta, hacen 
conformar al general que firma á verle desligar 
para siempre de la asociación de sus hermanas, 
quedando reconocida como un Estado independien^ 
te. Nuestra población y recursos no serán lo ba¿^ 
tante á colocarnos en el grado de respetabilidad 
necesaria; pero confío en que la generosidad de 
V, E. y de la provincia de Buenos Aires no aban- 
donarán á los orientales en su nuevo estado, » — 
He, ahí mejor explicadas, con lujo de servilismo, 
las Ideas embozadas del general Lavalleja. 



¿Qué hacía, entre tanto, el general Rivera?-- 
Vamos á saberio. 

El general Hilarión de la Quintana fué encar- 
gado por Dorrego de notificar á Rivera el ajuste 
de la Convención del 27 de Agosto, y, al mismo 
tiempo, de ordenarie la retirada de las Misiones, 
y que se situara en el pueblo de la Cruz. — Ri- 
vera desobedeció las órdenes de Dorrego, consi- 
derando que ya no se hallaba bajo su dependen- 
cia, y que sólo debía recibir órdenes de las autori- 
dades legales de su país, en el mismo territorio 



11 



162 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

que ocupaba. — Envió á su jefe de Estado Mayor, 
coronel Escalada, á presentar su espada, en prueba 
de acatamiento, á la Asamblea Constituyente, 
y se situó, el 18 de Noviembre, con su ejér- 
cito y las familias que le seguían, en la margen 
oriental del Ibicuy. — Rivera conceptuaba el Ibi- 
cuy como la frontera natural de su patria, según 
el tratado de San Ildefonso, de 11 de Octu- 
bre de 1777^ y se negó á retirarse de allí cuando 
el general Barreto le intimó el desalojo. — Te- 
miéndose, con razón, un conflicto lamentable entre 
ambas fuerzas, se consiguió que sus jefes nom- 
braran dos arbitros que decidieran la cuestión, pues 
el tratado preliminar de paz del 27 de Agosto nada 
decía respecto dé límites, y era lógico suponer 
que el statii quo fuera la primitiva demarcación ajus-^ 
tada entre España y Portugal. — Los coroneles Trole 
y Barboza, — arbitros nombrados por Rivera y Ba- 
rreto,— llegaron á una conclusión conciliatoria, fi- 
jando como límite el río Cuareim, punto intermedio 
entre el Arapey y el Ibicuy. — « Esta tentativa de rei- 
vindicación de territorios nacionales, — dice un his- 
toriador,— unida á su triunfo de Misiones, que 
había sido eficiente para la paz entre el Brasil y 
la Argentina, granjearon grande popularidad al 
general Rivera ^^^.. » — Mientras Lavalleja y 
otros jefes se conformaban, á la fuerza, con la 
Independencia del país. Rivera, que la había pro- 

( 1 ) Santiago Bollo : « Manual de Historia de la República 
Oriental del Uruguay». 



JULIO M. SOSA W3 



vocado y que había sofíado la gran patria de los 
orientales con límites extremos, propendía al en- 
sanche relativo de las fronteras de su tierra, con 
admirable patriotismo. 

Tales son los hechos y tales son los comen- 
tarios que fluyen lógicamente de esos hechos.— 
Ellos constituyen los antecedentes de la Indepen- 
dencia Nacional. 



IM BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



IX 



Examen de los arg^umentos con que se pretende cohonestar la leyenda 
de la Independencia Nacional. — La esperanza de la emancipación 
desde 1817 á 1828. — ¿« El instinto de la Independencia estaba en la 
sangrre » ? — Por qué prefirieron los orientales la dominación argen- 
tina. — El partido argentinista de Lavalleja. — ¿ Puede suponerse 
que las Provincias Unidas concederían la Independencia á la Pro- 
vincia Oriental, después de vencer al Brasil ? — La Independencia 
fué impuesta. — Las luchas de los orientales y la Revolución de 
Mayo. — Parangón ridículo. 



Hemos probado en los capítulos anteriores, con 
la prolijidad necesaria, exhibiendo documentos 
incontrovertibles y dando á conocer hechos in- 
concusos, que los hombres de actuación promi- 
nente en la Provincia Oriental, desde 1817, jamás 
intentaron constituir la nacionalidad soberana de 
los orientales. — Nuestra Historia carece de tradi- 
ciones de Independencia, hasta 1828. — Es triste 
decirio, pero es una verdad evidente, que no po- 
drán desmentir jamás, con razones de buena ley, 
nuestros artistas chauvinSy — según la expresión de 
Max Nordau, —que crean leyendas caprichosas, con 



JULIO M. SOSA 165 



románticos panegíricos á ifalsos libertadores.— Tal 
es la conclusión á que se arriba después de estudiar 
la vida del pasado, sin los apasionamientos, sin 
los preconceptos de un chauvinisme tan ridículo 
como injustificable. 

Sin embargo, á falta de argumentos basados en 
los hechos y en los documentos,— que constitu- 
yen la verdadera Historia, — se han querido hacer 
valer sofismas y suposiciones voluntariosas, per- 
sonalísimas, rebuscadas en el laberinto de la ima- 
ginación, contra las resultancias,— empleando tér- 
minos jurídicos,— del proceso del pasado. — Como 
nuestro propósito es disipar en absoluto la falsa 
atmósfera de artificiales seducciones, que se ha 
formado alrededor de ciertas personalidades dé 
otras épocas, y sentimos la profunda convicción 
de que tenemos la verdad en nuestro favor, vamos 
también á evidenciar la inconsistencia de los ar- 
gumentos que se presentan con el propósito de 
sostener lo contrario de lo que nosotros sostene- 
mos, para ocuparnos después, particularmente, de 
las personalidades á que hemos hecho referencia. 



El primer argumento que se hace contra los 
que opinamos que jamás pensaron nuestros an- 
tepasados, hasta 1828, en ser absolutamente inde- 
pendientes, es que á pesar de todos los hechos 
y documentos que justifican tal opinión, aquéllos 
tuvieron siempre fija la idea de emanciparse, acep- 



166 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

t ■^■■.^- ..-—I ■ ■■■—-—■ ■■ ■■■■■! — I ■ ■■- ■ I «l.^^ ■-■■■!» ■■■■ I I III ■ 

tando, hasta una buena oportunidad, los hechos 
como se produjeran.— Según esto, se aceptó la 
subordinación de nuestra Provincia á las demás 
del Río de la Plata, esperando que llegara un 
momento oportuno de redención absoluta; se 
aceptó la dominación lusitana; se aceptó la do- 
minación brasileña y se aceptó nuevamente la 
dominación argentina, con la secreta esperanza 
de otros destinos más lisonjeros. 

Ante todo, debe hacerse constar: l.o, que Ar- 
tigas rechazó las proposiciones del Gobierno 
de Buenos Aires para que la Provincia Orien- 
tal se constituyera independientemente de las 
otras del antiguo virreinato ; 2.o, que los orienta- 
les solicitaron, como lo hemos probado, la rein- 
corporación á Portugal; 3.o, que los orientales 
solicitaron igualmente la reincorporación al Brasil; 
y 4.0, que los mismos orientales volvieron á so- 
licitar empeñosamente la reincorporación á las 
Provincias Unidas. — Por otra parte, ni de la co- 
rrespondencia pública, ni de la correspondencia 
confidencial, que se conoce, de los hombres que 
actuaron en aquellas épocas, se desprende, ni re- 
motamente, que hayan abrigado la esperanza ó 
el propósito de la Independencia.— Cuando se trató 
de ella entre los orientales, fué para combatiría; 
se dividieron y se anarquizaron por distintas ideas 
ó conveniencias; pero ni esas ideas, ni esas conve- 
niencias, se refenan á un plan de libertad absoluta. 
— Por el contrario, unos fueron portuguesistas. 



JULIO M. SOSA 167 



otros brasileños, y los más, es justo decirlo, fue- 
ron argentinistas, triunfando al fin con la empresa 
de los Treinta y Tres ^^K 

«Ya estaba en la sangre, — dice Herrera, — el 
instinto de la Independencia, y locura fuera su- 
poner que con documentos forzados se iba á 
interrumpirio. — ¿Á qué, entonces, lanzarse á la 
lucha, si sólo se trataba de cambiar la librea?» 

— Precisamente,- para cambiar de amo es que se 
lanzaron los Treinta y Tres á la empresa de 1825. 

— Lo dijeron bien claramente en sus proclamas 
y con sus actos que ya hemos analizado. — ¿En 
qué funda su opinión arbitraria el autor de «La 
Tierra Charrúa » para sostener que el instinto de 
la Independencia estaba en la sangre? — Si ese 
instinto jamás' se exteriorizó, y ni siquiera en las 
intimidades de la correspondencia confidencial 
aparece, ¿es acaso lógico, es acaso aceptable, que 
se atribuyan á ciertos hombres móviles descono- 
cidos de todos, ocultos siempre en la obscuri- 
dad del fuero íntimo, máxime si los hechos niegan. 



( 1 ) Algunas cartas que se conocen, en que don Carlos Anaya, 
l^avalleja y otros, usan la palabra Independencia, refiriéndose á. 
su país, no tienen valor alguno, pues están fechadas en Marzo de 
18.5, un mes ames de la cruzada de los Treinta y Tres. — Los 
mismos personajes nombrados, en documentos posteriores, firma- 
dos por ellos mismos, se encargaron de explicar lo que para ellos 
significaba la Independencia. — Kn el concepto de la época, inde- 
pendencia era sinónimo de libertad, de separación del Brasil, de 
transición; pero no de emancipación absoluta para constituir una 
soberanía propia. 



168 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

con toda su elocuencia, tales móviles? ^'^^ — Es un 
absurdo suponer lo que no ha existido, por el 
solo gusto de mistificar los hechos evidentes, 
para bordar con el oro falso del patrio terismo 
la leyenda romancesca de una época! — La Inde- 
pendencia Nacional no se obtuvo porque al fin la 
exigieran los orientales. — Lavalleja, hasta el último 
momento, fué subdito obsecuente de la metro- 
poli porteña, y aun después de concedida nues- 
tra Independencia, por el tratado de 1828, las 
frases que hemos transcripto de una carta suya, 
demuestran que aceptaba, como irremediable y 
con pesar íntimo, la solución inesperada que las 
conveniencias internacionales daban al conflicto 
brasileño -argentino. — ¿Cuándo mejor que en esa 
hora histórica, sin temer ya las consecuencias de 
una actitud franca y decidida, pudo declarar, como 
lo hizo Rivera, con todo el orgullo que inspira el 
patriotismo, que aquella solución era su gran anhelo, 
era el desiderátum que su mente columbraba en 
las lejanías del porvenir? 



Dijimos, — contestando á una pregunta de He- 
rrera,— que, efectivamente, se lanzaron los orien- 
tales, en 1825, á una aventura revolucionaria con 



( 1 ) « Los móviles, — dice Max Nordau, — son algo obscuro que 
pasa en el fondo del alma; algo que es difícil exponer á la vista 
y á la comprensión de la multitud, mientras que los hechos se 
imponen por su fulgor y su resonancia á los más recalcitrantes. » 



JULIO M. SOSA 169 



el solo fin de cambiar de amo. -Y los hechos lo 
comprueban.- Dominados por los brasileños, es- 
quivaron el yugo que sufrían entregando la cerviz 
á la coyunda de Buenos Aires. — Y la explicación 
de este hecho es evidente. — Desde la Revolución 
de Mayo, desde Artigas, la Provincia Oriental per- 
teneció á la Confederación del Río de la Plata, 
por espontánea voluntad de sus hijos. — Analo- 
gías étnicas y filológicas; identidad de costum- 
bres; similitud de carácter; solidaridad de propó-* 
sitos finales en la gran obra de la independencia 
común, — todo esto aproximaba los orientales á 
los argentinos, alejándolos, en cambio, del Brasil, 
que no tenía su mismo idioma, ni sus mismas 
costumbres, ni su mismo carácter, ni siquiera an- 
tecedentes de solidaridad política. — Además de 
esto, los vínculos que habían unido estrechamente 
la Provincia Oriental con las demás del Río de 
la Plata, habían unido también á los hombres, y 
una simpatía general, bien explicable, obligaba á 
preferir sin duda algún?, el consorcio fraternal 
entre los pueblos del Plata. —Tal fué el motivo 
de las preferencias argentinistas. — Los hechos pos- 
teriores, -ya independiente la Banda Oriental,— 
demuestran asimismo, como lo veremos después, 
que el sentimiento argentinista se hallaba arrai- 
gado en el corazón de los hombres que formaron 
el partido de Lavalleja. — Es conveniente recordar 
que las medallas civiles mandadas acuñar bajo 
el Gobierno Provisorio del mismo Lavalleja, en 



170 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



1830, con motivo de la Jura de nuestra Consti- 
tución, tienen grabado en uno de sus lados el Es- 
cudo Argentino, siendo ya nuestra Provincia libre 
é independiente! . . . . — Y aun hoy, ese sentimiento 
se exterioriza, por el menor pretexto, en los ado- 
radores á outrance del jefe de los Treinta y Tres. 
— Una prueba de ello, son los siguientes pá- 
rrafos de un discurso pronunciado el día 10 del 
mes de Diciembre de 1901, en Buenos Aires, con 
motivo de la organización de la Legión Oriental^ 
por uno de sus iniciadores: «Nuestra cuna,— 
dijo, — es oriental, pero nuestro corazón late al 
calor de sentimientos argentinos ...» — «Si el gran 
capitán San Martín hubiera traspasado el Plata 
con su generoso estandarte redentor, como salvó 
los Andes para libertará Chile, -á los orientales, 
repito, nos hubieran faltado fuerzas para empuñar 
las armas y abocarlas contra el pueblo que tiene 
la metrópoli de la independencia americana! — 
Conciudadanos, nobles hijos de la tierra de Ar- 
tigas y los Treinta y Tres: os invito á poneros 
de pie, y ante la majestad de la bandera de Bel- 
grano, juremos defender el bri|lo de su espléndido 
sol, símbolo de libertad, porque ese sol es tam- 
bién el de nuestra patria!» — Según un diark) de 
Buenos Aires, «la concurrencia electrizada», aplau- 
dió entusiastamente las palabras del orador. 



Por otra parte, ¿qué esperanzas podrían abri- 



JULIO M. SOSA 171 



gar los Treinta y Tres, de que, devuelta la Pro- 
vincia Oriental á la comunidad argentina, aquélla 
pudiera emanciparse, siendo tan poderosa la do- 
minación de las Provincias Unidas como la del 
Brasil, según lo reconocen los mismos que dicen 
que, si los orientales no hubieran solicitado el 
auxilio de los argentinos, no habrían logrado 
jamás emanciparse de la tutela de don Pedro I? 
— Si en la guerra de 1827-28 hubiera triunfado 
la República Argentina, los orientales habrían 
permanecido siendo subditos de la nación que 
integraron por medio de la declaratoria de la Flo- 
rida, pues es ridículo suponer que ella nos hu- 
biera regalado nuestra Independencia después de, 
codiciarnos tanto. — En efecto: ¿cómo es posible 
suponer que los hombres dirigentes del movi- 
miento revolucionario de 1825 aparentaran una 
subordinación tan insospechable á Buenos Aires, 
que alcanzó los grados extremos del servilismo 
en muchos casos, con el propósito íntimo, no 
obstante, de redimirse de toda opresión futura,— 
si era lógico, tan claro como la evidencia misma, 
que los argentinos, que se habían desvelado por 
poseernos, y que siempre han alimentado la vana 
ilusión de que llevaremos su nombre, no des- 
perdiciarían la ocasión de remachar bien los hie- 
rros que, para esclavizarnos, los mismos orien- 
tales les ofrecían? — ¿No era pueril y ridículo es- 
perar que el Gobierno argentino hiciera sacrificios 
de todo género en la guerra con el Brasil, para 



172 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

transformarse luego en un protector apostólico 
de nuestro país, regalándonos, con un desinterés 
sobrenatural, los trofeos de la lucha y, en toda 
su integridad, el suelo redimido? — El testimonio, 
— dice un conocido escritor, — tiene por objeto 
los hechos. — Pues bien: ¿qué testimonio ba- 
sado en hechos verdaderos podrá presentársenos, 
para demostrar que se perseguía un ideal de Inde- 
pendencia al unir la Provincia Oriental á la Repú- 
blica Argentina? — Basta de mistificaciones: tén- 
gase el valor de decir la verdad, aun sacrificando 
los pueriles escrúpulos que sugiere el secreto de 
las tumbas! — La posteridad tiene el deber de 
juzgar á los muertos. 



El autor de « La Tierra Charrúa » dice también : 
« Y á no haber comprendido en toda su robusta 
energía el ideal de libertad absoluta que palpitaba 
en el fondo de la reacción nativa, ¿es creíble que 
la Argentina, tan codiciosa siempre de este territo- 
rio, renunciara espontáneamente á una propiedad 
espontáneamente conferida? » — Esta propiedad 
espontáneamente conferida, y que, para nosotros, 
también fué sinceramente conferida, se disgregó de 
la comunidad del Río de la Plata contra la vo- 
luntad del pueblo argentino, y es sabido que hasta 
trajo como consecuencia la bochornosa paz de 
1828,— según el calificativo de Saldías, — la caída 
de Dorrego, así como el proyecto anterior de 



JULIO M. SOSA 173 



pazy formulado por García, aparejó la renuncia de 
Rivadavia.— Hemos hablado ya, en el capítulo re- 
ferente á la Convención de 1828, de los pési- 
mos efectos que causó en Buenos Aires el tra- 
tado que entregaba á su propia soberanía la 
Provincia Oriental. — Además, debe tenerse en 
cuenta que si el Gobierno de Buenos Aires ac- 
cedió á suscribir el tratado del 27 de Agosto, 
no fué mota proprio. — Estaba de por medio la 
influencia avasalladora del Ministro de la Gran 
Bretaña, que defendía los intereses de su país 
propendiendo á la conclusión de la guerra^ y es 
de suponerse cuánto influyó el propósito inque- 
brantable de lord Ponsomby, en favor de la paz, 
para que Dorrego y Pedro I se resignaran á re- 
cortar lo que ambos creían sus fronteras legíti- 
mas y naturales.— He ahí contestada la pregunta, 
que, á fuer de argumento, formula el ilustrado 
autor de que nos ocupamos. — Es evidente, 
por lo tanto, que nada tuvieron que ver con la 
Independencia de la Provincia los ideales de liber- 
tad que injustificadamente atribuye Herrera á los 
revolucionarios argentinistas de 1825, y es evi- 
dente, del mismo modo, que « la pasada de los 
Treinta y Tres, — como lo dice un cronista de 
la época, — no había respondido,— y eso lo sa- 
bía el Gobierno argentino por explicaciones que 
se le habían dado, — al propósito de hacer de la 
Banda Oriental un Estado libre é independiente, 
sino una entidad componente de las Provincias 



174 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Unidas del Río de la Plata; cuerpo político á 
que había pertenecido desde su emancipación 
del poder de España y al que era su voluntad 
seguir perteneciendo.» — Un inteligente compa- 
ñero, — Carlos Oneto y Viana, — que sabe sentir 
y pensar con prescindencia de rancios conven- 
cionalismos, dijo también, hace muy poco tiempo, 
que era « un error, fruto del patrioterismo, decla- 
rar que la Asamblea de la Florida y los cruzados 
de 1825 sólo tenían en la mente el estableci- 
miento de la nacionalidad propia. Ellos abriga- 
ban las mismas ideas de Artigas, con quien habían 
aprendido á defender la autonomía de la Provin- 
cia Oriental dentro de la federación. Nuestra inde- 
pendencia, á despecho de los que quieren crear 
historia que satisfaga el sentimiento nacional, fué 
el resultado de la Convención de 27 de Agosto 
de 1828.» — Era igualmente ésta la opinión de 
Juan Carios Gómez. 

Dice también Herrera, en su nuevo libro, como 
supremo recurso de dialéctica, en favor de los 
anexionistas de 1825, que si se fulmina la con- 
ducta de éstos, « debe fulminarse lógicamente á 
los proceres de Mayo de 1810, negándoles mérito 
libertador, por cuanto ellos en sus documentos 
insistían en su fidelidad á la Península í^^.» — Se 

( 1 ) Ese argumento fué opuesto ya por La Rasón^ hace dos 
años, y reproducido en El Tiempo del 19 de Abril de 1902. 



JULIO M. SOSA 175 



establece así, sencillamente, una similitud ridicula. 

— Si algunos de los documentos, — no todos,— 
de la revolución de Mayo, revelan propósitos de 
fidelidad á la Península, los actos todos de los 
revolucionarios contradicen esos documentos de 
un modo evidente. — No sucede lo mismo con 
los revolucionarios de 1825, cuyos actos ratifican 
sus declaraciones escritas. — Por otra parte, es 
cierto que los revolucionarios porteños pelearon 
contra España enarbolando su misma bandera, y 
que, á los gritos de ¡Viva Fernando!, tronaban 
los cañones patriotas y morían los hijos de Amé- 
rica. — Sin embargo, ¿pedían acaso auxilios, á 
trueque de su anexión, á otro Estado ? — Ellos 
luchaban contra España, á la sombra de su propio 
estandarte, porque era lo irremediable, porque era 
el único medio de no atraerse oposiciones temi- 
bles y, quizás, intervenciones fatales. — Nosotros, 
con Artigas, fuimos argentinos; con los cabildos 
posteriores á 1817, fuimos portugueses ó brasile- 
ños, y con los Treinta y Tres, volvimos á ser argen- 
tinos, sin que hubiera necesidad de cambiar tan á 
menudo la libreay si el propósito íntimo, latente 
en todos los espíritus, hubiera sido el de la inde- 
pendencia. — Los casos son distintos en absoluto. 

— En Buenos Aires hubo necesidad de aparentar 
durante algún tiempo, cierta adhesión, sin com- 
promisos ulteriores, al monarca hispano; no se 
reconoció, propiamente hablando, ningún amo, 
después de 1810, y en cuanto sus fuerzas lo per- 



176 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



mitieron, el gigante de la Revolución se presentó 
con la cabeza enhiesta en las luchas de la liber- 
tad, y en los baluartes americanos flameó la ban* 
dera de las nacionalidades nuevas, consagradas 
por las glorias simbólicas del sol de Mayo. — 
Por sus hechos posteriores, los argentinos demos- 
traron cuál había sido el sentimiento inspirador de 
la obra que iniciaron. — ¿Hicieron lo mismo los 
Treinta y Tres? — Que lo digan las famosas lla- 
nuras de Ituzarngó, labradas con el buril de fuego 
de sus abnegaciones estériles. . . — Que lo diga 
la Convención de 1828! 



JULIO M. SOSA 177 



Las personalidades de Lavalleja, de Oribe y de Rivera con relación á 
la Independencia Nacional. — El 19 de Abril y el 25 de Agosto son 
fechas ominosas de la Historia uruguaya. — El gran día de la patria 
es el 18 de Julio de 1830. 



Después de reseñar los hechos de la triste 
época que media entre los años 1817 y 1828, 
hemos analizado y discutido los argumentos con 
que se pretende explicar y justificar la conducta 
de los revolucionarios de 1825, atribuyéndose- 
les propósitos ulteriores, que milagrosamente se 
conservaron en estado de latencia.— Pues bien: 
tanto aquellos hechos, como los razonamientos 
que suscita la defensa de los ocultos ideales de 
Lavalleja, Oribe y demás congéneres de aquella 
época, nos autorizan á repetir lo que ya hemos 
dicho: ni Lavalleja ni Oribe merecen con justi- 
cia el pomposo calificativo de libertadores, — 
Anexionistas recalcitrantes, ellos sólo pueden me- 
recer de los orientales el concepto de soldados 



178 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

valerosos que honraron sus armas en Sarandí^ 
Ituzaingó y Camacuá; pero de ahí á que se ins- 
criba sus nombres en el libro de oro de los pa- 
dres de la patria , de los fundadores de la nació- 
nalidady y á que se convierta su memoria en un 
culto popular, hay una diferencia que el amor á 
la verdad y el amor al terruño obligan á dis- 
tinguir.— Y nosotros, que tenemos un concepto 
sincero y consciente de Lavalleja y de Oribe, 
jamás pronunciaremos sus nombres con el res- 
peto que inspiran los libertadores de nuestro 
suelo, porque no queremos mentir ante los alta- 
res augustos de la Historia; porque no quere- 
mos engañarnos á nosotros mismos, como lo 
hacen generalmente los que preconizan la gran- 
deza de la obra de los Treinta y Tres; porque 
preferimos arrostrar las iras despreciables de los 
que nos insultan sin comprendemos, de los que 
nos niegan patriotismo sin saber lo que esto 
significa, de Jos que alimentan su espíritu con 
las mentiras convencionales vulgares y con fan- 
tasmagorías de linterna mágica, antes de des- 
conocer las verdades de la Historia, para endio- 
sar á los que siempre traicionaron la patria y 
traficaron con su soberanía en la noche tenebrosa 
del anexionismo! — Lo declaramos con toda con- 
ciencia: Lavalleja y Oribe son, para nosotros, unos 
advenedizos : á sus esfuerzos no debemos ni un 
palmo de la tierra generosa en que nacimos! 
Todos los hechos llevan en sí un elemento 



JULIO M. SOSA 179 



esencial, que es la idea que ios inspira, que es 
el principio que el hecho mismo traduce ó cris- 
taliza.— ¿Podremos encontrar, por más meticuloso 
que sea el análisis, una idea, un principio de ver- 
dadera Independencia, en tos hechos de Lavalleja 
y de Oribe?— Ya hemos visto que no, y, por 
consiguiente, tarea frivola es discurrir sobre ideas 
y principios que jamás se manifestaron.— Lavalleja 
y Oribe nunca propendieron con sus esfuerzos 
á la Independencia de la tierra en que nacieron, 
y ni siquiera la soñaron libre y constituida, 
siendo, en 1825, su único anhelo, el único desi- 
derátum que ambicionaban para la patria, lá soli- 
daridad de un mismo destino con las Provincias 
Unidas del Río de la Plata, después de haber 
coadyuvado también á la consolidación del régi- 
men portugués ó del régimen brasileño.— Y este 
cargo, que puede hacerse á todos los hombres de 
culminante actuación hasta 1828, se agrava al refe- 
rirse á Lavalleja, porque éste fué el jefe de una 
revolución que no tendía á otro objeto que el 
de libertar á su provincia de la hegemonía brasi- 
leña, para arrojarla, como una presa palpitantey 
á la voracidad siempre latente de los políticos 
argentinos, á quienes no hace muchos meses toda- 
vía, ofrecían los discípulos de la escuela lavalle- 
jista, los vigores de su brazo para defender la 
integridad de un territorio que comprende por- 
,c¡ones legítimamente orientales ' ^ ), — Preséntese 

( 1 ; La isla de Martín García, por ejemplo.'; 



180 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

una prueba de que nos equivocamos, y sin con- 
trariedad rectificaremos nuestro juicio. 



En cambio, para el autor de « La Tierra Charrúa >, 
Rivera es un personaje digno sólo del recuerdo 
popular en cuarto término, después de Artigas, de 
Lavalleja y de Oribe! — No discutimos los méri- 
tos del primero: ya hehios reconocido sus mé- 
ritos indiscutibles. — Pero, en cuanto á Lavalleja y 
Oribe, jamás podremos silenciar la injusticia que 
se comete al anteponerios á Rivera.— Ya hemos 
hablado extensamente de la actitud patriótica del 
vencedor del Rincón, iniciando y llevando á cabo 
gloriosamente la toma de las Misionas, después 
de ponerse á las órdenes de su presuntuoso ri- 
val Lavalleja. — Ya hemos dicho que este jefe 
envidioso de la suerte de aquél, y con virtiendo 
en razones públicas sus resentimientos particula- 
res, obstaculizaba la empresa audaz del 21 de 
Abril, y, después de realizada, aún se negaba á 
una conciliación franca con Rivera, en momentos 
en que éste la pedía en nombre de los supre- 
mos intereses de la patria.— Ya hemos dicho 
también que mientras Rivera arrebataba á los bra- 
sileños, en el propio territorio de éstos, las banderas 
imperiales, para deponerias ante el ara de la pa- 
tria, como prueba gloriosa de su denuedo y de 
su amor al terruño. Oribe, cruel por idiosincra- 
sia, sin obedecer órdenes superiores, rompía los 



JULIO M. SOSA Í8I 



partes en que Rivera anunciaba sus triunfos, y 
fusilaba á los valientes heraldos de la buena 
nueva!— Y diremos, en fin, que mientras el ven- 
cedor de las Misiones disputaba palmo á palmo 
las fronteras legítimas de su tierra, desconociendo 
la obra suicida del Cabildo de 1819, Lavalleja se 
dirigía á Dorrego aceptando como un hecho 
irremediable la Independencia Nacional, y Oribe 
al mismo personaje le decía que Rivera era un 
hombre peligroso por sus afinidades con los 
imperialistas ! — Y, sin embargo. Rivera había im- 
puesto con su espada victoriosa el dilema de 
independencia ó guerra! 

No importa esto creer que Rivera fué el pro- 
genitor de nuestra Independencia: nuestra impar- 
cialidad nos salva de semejante error. -^ Pero sí, 
afirmamos con absoluta fe en la verdad de lo que 
decimos, que Rivera fué el único agente, genuina- 
mente oriental, que influyó, con sus hechos, de 
un modo decisivo, en la consecución de nuestra 
soberanía absoluta. — Y, ante todo, fué el único 
que, irguiéndose sobre las mezquindades de su 
época, concibió el pensamiento de constituir la 
gran nacionalidad de los orientales con los pue- 
blos limítrofes afines, extendiendo nuestras fron- 
teras hasta el Ibicuy, el Paraguay y el Paraná! — 
Y cuando juzgó su pensamiento irrealizable, no 
pensó en intrigar á sus enemigos, como lo hicie- 
ron Lavalleja y Oribe, sino que, corriendo la vista 
sobre el territorio estrecho de su patria, decidióse 



182 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

á rescatar las tierras que se te habían usurpado, 
plantando mojones en el Ibicuy primero, y, des- 
pués, por imperio de la necesidad, en las orillas 
del Cuareim! 

Rivera, como Artigas, ó más que éste qui- 
zás, tenía, instintiva ó conscientemente, el sen- 
timiento del terruño, del pedazo, de suelo en que 
había abierto los ojos á las claridades del sol; 
en que había aprendido las lecciones prácticas 
de la vida; en que se había hecho hombre, 
en contacto diario y continuo con la tierra y 
con sus habitantes naturales, adaptando su idio- 
sincrasia criolla al medio único y limitado que 
comprendía su país. — Jamás emigró voluntaria- 
mente de su suelo; jamás fué á vivir al calor 
de sentimientos exóticos que cosmopolitizan y 
transforman el alma, los sentimientos, las ideas 
de los hombres. — Vivió la vida de su pueblo en 
las duras y vejatorias alternativas de su esclavi- 
tud; transigió sin escrúpulos con los domina- 
dores, cuando su pueblo acató sin protestas la 
ley del vencedor; cometió errores injustificables, 
que fueron los errores de todos sus paisanos; 
aceptó, en fin, la solidaridad de todos los actos 
de su Provincia. — Y, de este modo, siempre fué 
el intérprete de sus sentimientos, de sus anhelos, 
de sus caprichos; fué, en una palabra, la perso- 
nificación audaz de un pueblo y de una época, 
con todos sus defectos y con todas sus cuali- 
dades. 



JULIO M. SOSA 183 



Lavalleja y Oribe, por el contrario, eran orien- 
tales de nombre, sin arraigo en la tierra de su 
cuna, sin vinculaciones con los habitantes ape- 
gados á su trabajo y á su rancho, bajo el cielo 
que iluminara la primera mirada de sus ojos. — 
Oribe desertó de las filas de Artigas, donde se 
formaba un carácter autonómico, si no indepen- 
diente, en lucha diaria contra portugueses y por- 
teños.- Lavalleja, prisionero, no formó prestigio 
en la masa de los orientales; y, ya en libertad, 
por muy poco tiempo regresó á su Provincia, 
para volver luego á Buenos Aires á inspirarse en 
los anhelos anexionistas que fermentaban en el 
espíritu porteño. — Ni uno ni otro hicieron vida 
nacional, vida del terruño, para asimilarse los sen- 
timientos que ella inspira.— Vivieron siempre la 
vida argentina. 

He ahí la diferencia que revela la Historia 
entre el vencedor de Misiones y los iniciadores 
de la empresa de los Treinta y Tres.— Y esta 
diferencia explica la conducta y el prestigio res- 
pectivo de Rivera, de Lavalleja y de Oribe.— 
El primero sentía el mismo odio de Artigas 
hacia los porteños; los segundos, educados en 
otra escuela, quizás más culta, se sentían atraí- 
dos hacia Buenos Aires, y aún después de de- 
clarada la Independencia nacional, representaron 
tendencias argentinas contra las tendencias ge- 
nuinamente orientales de Rivera, como lo de- 
mostraremos en capítulos subsiguientes. 



184 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Por todo esto, puede deducirse lógicamente que 
Rivera alentó sentimientos, quizás instintivos, de 
libertad, de Independencia, de amplia autono- 
mía, por lo menos, y que se lanzó á las Misiones, 
solo, sin recursos, á demostrar aquellos sentimien- 
tos, sus propósitos íntimos, en favor de la tierra 
en que naciera.— Obedecía, sin ningún género de 
duda, á la influencia de la masa, que á su vez 
se sentía influenciada por él, y lo seguía sin va- 
cilaciones, aún en las horas críticas de sus luchas 
menos honrosas. — Y el egoísmo propio del hom- 
bre que sólo conoce el hogar en que se ha criado, 
y que vela por su integridad con toda la decisión 
que sugiere la necesidad de conservarlo sin men- 
gua, por amor propio y por cariño de cuna, ins- 
piró á Rivera la más gloriosa acción de su vida, 
que deben recordar, como un culto á su memoria, 
todos los orientales: la defensa tenaz de las fron- 
teras legítimas de la patria en. las márgenes leja- 
nas del Ibicuy! 

Estos méritos de Rivera jamás serán obscu- 
recidos por la bambolla de chafalonía con que 
se pretende hacer sonar á través de los tiempos 
los nombres de Lavalleja y de Oribe. — Hágase 
un balance de méritos personales, y dígase con 
sinceridad, si es cuerdamente posible comparar 
siquiera al héroe de las Misiones con los inicia-, 
dores de la revolución argentinista de 1825! 

En nuestro concepto, los orientales debemos 
directamente nuestro estado político soberano al. 



JULIO M. SOSA 185 



Brasil, á la Argentina y á Inglaterra, que manco- 
munaron sus propósitos en favor de nuestra Inde- 
pendencia, por exigirlo así intereses recíprocos. 
— Pero, si, para satisfacción de una mal compren- 
dida vanidad patriótica, ó por orgullo nacional, 
se persiste en el error de considerar á los orien- 
tales progenitores del tratado de 1828, es menes- 
ter persuadirse de que tal mérito no corresponde 
ni á Lavalleja, ni á Oribe, ni á sus compañeros 
de la aventura de 1825, ni á los diputados de la 
Florida, ni á los ejércitos que, á las órdenes de 
jefes nombrados por el Gobierno argentino, hicie- 
ron la campaña contra el Brasil, sino al más 
sincero de todos los pecadores de nuestras épo- 
cas difíciles, al más entusiasta soldado de la Repú- 
blica, al .más prestigioso de nuestros viejos cau- 
dillos: al general Fructuoso Rivera ! — Negar esto, 
sería negar lo que Stuart Mili llamaba « la lógica 
de la verdad.» 



Es, pues, más que un absurdo, una ridiculez, 
de parte de los que, como el autor de « La Tierra 
Charrúa », consideran la cruzada de los Treinta y 
Tres inspirada por sentimientos de Independen- 
cia, decir que el 19 de Abril ó el 25 de Agosto 
son fechas simbólicas de la Soberanía Nacional. 
— El 19 de Abril es el aniversario de un simple 
movimiento argentinista, y el 25 de Agosto es 
el aniversario de la reincorporación de nuestra 



186 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Provincia á las demás del Río de la Plata.— ¿ Pueden 
solemnizarse, sin desdoro para todos, estas fechas 
como rememorativas de nuestra Independencia? 
\ Con sobrada razón dijo el ilustre Ministro de 
Rivera, don Santiago Vázquez, que el primer día 
DE LA NACIÓN es el 18 de Julio de 1830! — Y 
cuando él lo dijo en un decreto oficial, siendo 
también Ministro solidario el general Manuel 
Oribe, actuando en aquellas épocas y teniendo 
conocimiento personal de lo sucedido y de lo 
que se pensaba entonces, ¿cómo no debían de 
tener la absoluta seguridad de que las fechas del 
19 de Abril ó del 25 de Agosto carecían de la 
significación nacional que hoy arbitrariamente se 
les atribuye?— Es necesario tener en cuenta, ade- 
más, que sólo desde el año 1862 es gran fecha 
nacional el 25 de Agosto, y que sólo desde hace 
dos ó tres años es fiesta el 19 de Abril! — En 
1834 se consagró como el día verdadero, grande 
y auspicioso de la nacionalidad, el 18 de Julio de 
1830, día en que se juró la Constitución del Estado. 
— Las intransigencias y mistificaciones á que da 
margen el sectarismo tradicional, sólo pudieron ins- 
pirar el desatino histórico que autorizó don Ber- 
nardo P. Berro, decretando que el 25 de Agosto 
sea la gran fecha de la Independencia Nacional ^ ^ \ 



( 1 ) Berro prefirió conmemorar el 25 de Agosto por una razón 
partidista, sencillamente. — El 18 de Julio era el aniversario del 
movimiento militar de 1853, contra el gobierno de Giró, y la soli- 
daridad de creencias partidarias, sugirió la torpeza de sobreponer 
éstas á la verdad histórica. 



JULIO M. SOSA 187 



Desligúense de la conmemoración de esa Inde- 
pendencia las tradiciones de los Treinta y Tres 
y de la Florida, y entonces solemnícese el acto 
de su realización.— Pero, sin hacer esto,— como 
decía Juan Garios Gómez,— las estatuas del Go- 
bernador Dorrego y del Emperador don Pedro I, 
deberán ser colocadas en el monumento simbó- 
lico de la Patria libre!- ¿Soportará tamaña afren- 
ta el patriotismo de los orientales?— Es imposible. 
— Por consiguiente, evitemos discordancias y con- 
troversias enojosas, y abramos el libro de nues- 
tra vida independiente con esta fecha que nadie 
discute: «¡18 de julio de 1830!» 



SEGUNDA PARTE 



SEGUNDA PARTE 



Lavalleja, Gobernador provisorio de la Provincia. — Se le impele á ocu- 
par su puesto en el Ejército nacional. — Sus ambiciones políticas. — 
Falsos méritos. — Prevalenda del militarismo. — Arbitrariedades de 
Lavalleja. — Actitud de la Junta de Representantes. — El motín mili- 
tar del 4 de Octubre— Dictadura de Lavalleja. -Atentado ínjustifíca- 
ble. — La bondad del Gobierno de don Joaquín Suárez. — Contraste 
que ofrece con el de Lavalleja.— Atropellos de éste.— Elecciones es- 
candalosas. — Opinión de don Miguel Barreiro sobre el motín lavalle- 
jista. — Lucha de ambiciones durante el gobierno de Rondeau. — 
Vuelve Lavalleja otra vez al gobierno. — Indignidad de su elección. 



Hasta ahora hemos concretado nuestro estu- 
dio á las personalidades descollantes de la época 
de la Independencia y en cuanto se referían sola- 
mente á las luchas en que se hallaban empeña- 
das respecto de la comunidad de su provincia, 
sin tomar en cuenta sus actos de funcionarios ó 
sus cualidades políticas, morales é intelectuales. 
— Nuestro objeto era demostrar exclusivamente 



192 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

los errores en que se incurre al atribuir la con- 
secución de nuestra Independencia al esfuerzo de 
los propios orientales y al juzgar libertadores de 
nuestro país á Lavalleja y á Oribe. — Entramos en 
un nuevo terreno: demostraremos ahora que, si 
el título de libertadores^ que se pretende adjudicar 
a estos últimos es inmerecido, no lo es menos el de 
grandes ciudadanos é ilustres patriotas, que se pre- 
tende agregar al primero. — Siempre es provechoso 
desvirtuar la leyenda que transfigura los hechos 
para favorecer á ciertos hombres: la escuela de 
la mentira histórica sólo puede producir una pos- 
teridad fanatizada en el error, y ésta jamás hará 
justicia distributiva é imparcial sobre los sucesos 
y los hombres de otras épocas. 



Como sucede á todos los individuos que, sin 
valimiento propio y por sorpresas de la casuali- 
dad, ó por exigencias de las circunstancias, ocu- 
pan altas posiciones inmerecidas, Lavalleja, en 
1826, se creyó el arbitro de su Provincia, y, en 
el paroxismo de sus pasiones megalománicas, 
pretendió sobreponerse á las necesidades y á las 
leyes de su país, perpetuándose en el mando de 
lo que él conceptuaba su dominio señorial. — Si 
como militar era inepto, como gobernante era 
una calamidad, pues á su mediocre inteligencia 
reunía una falta absoluta de carácter, dejándose 
guiar por las inspiraciones de su amor propio 



JULIO M. SOSA 193 



Ó de interesados amigos, siempre que pudiera 
revestirse de los atributos, más ó menos ficticios, 
del mando. — Nombrado Gobernador de la Pro- 
vincia, en 1826, fueron inútiles los esfuerzos que 
sus mejores 'amigos y los hombres principales 
de la época hicieron para que delegara el mando, 
á fin de ocupar su puesto de lucha en el Ejército 
nacional.— Y tanto fué así, que, ya agotados todos 
los recursos amistosos, la Junta de Representan- 
tes se vio obligada á decretar, el 5 de Julio, que 
el Gobernador delegara sus funciones en don 
Joaquín Suárez,— ciudadano de positivos méritos, - 
y aquél fuera á cumplir sus deberes militares en 
el ejército de la patria ^^^ .—Así procedió el lau- 
reado "^jefe de los Treinta y Tres, que, en un docu- 
mento que anteriormente hemos transcripto, pro- 
clamaba en almibarado tono el desinterés supremo 
de sus propósitos finales! 

Era natural, si se tienen en cuenta las ambicio- 
nes que fermentaban rápidamente en el ánimo de 
Lavalleja, que no debía de haber causado ningún 
placer á su amor propio, la resolución enérgica 
de la Junta de Representantes.— En el silencio de 
su campamento de Cerro Largo, — donde se ha- 
llaba esperando pacientemente que los brasileños 
le ofrecieran, presentando armas, sus banderas ren- 
didas, — maduraba el desgraciado pensamiento de 

(1) Esta actitud de la Junta de Representantes obedecía á 
indicaciones de Rivadavia, que envió en misión especial, para 
trasmitirlas á las autoridades orientales, á don Ignacio Núflez. 

1'^ 



o 



194 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

I - r - l Éi ' I - - - ■ - - — -- - - 1 ■- 

reconquistar las antiguas posiciones políticas. — 
Dice, en efecto, un historiador argentino : « Pobre 
de inteligencia, de educación y de carácter, no 
comprendió Lavalieja ni qué circunstancias extra- 
ñas le habían favorecido, ni qué deberes le impo- 
nía el cargo queidesempeñaba. Greyó que debía- 
el encumbramiento á sus propios méritos, y se 
tuvo desde entonces ( 1827) con más firmeza que 
antes, por el primer genio militar y político dé 
su país. Este concepto de sí propio le indujo á 
desarrollar desmedidamente sus pretensiones de 
mandar en todo, á todos y sobre todos; por 
manera que se creyó con derecho á imponer su 
voluntad á legisladores, gobernador y jueces. Su 
odio á Rivera y á los riveristas se hizo más pro- 
fundo ó más franca, y no olvidó entonces que 
los representantes de su provincia lo habían pri- 
vado del Poder Ejecutivo contra su voluntad, y 
le habían sustituido con don Joaquín Suárez. 
Todo este conjunto de ideas erróneas, de pre- 
sunción, de odios y de resentimientos, lo arras- 
tró al terreno de las violencias, en el que era auxi- 
liado y quizás estimulado por jefes que le rodea- 
ban y por hombres de Buenos Aires, interesados 
en hacer desaparecer del escenario político á los 
que habían prestado su conformidad á la Cons- 
titución ó á las tendencias oficiales del año 

XXVI ( ^ ^ » 

( 1 ) Francisco A. Berra : « Bosquejo Histórico de la República 
O. del Uruguay ». 



JULIO M. SOSA' 195 



Lavalleja se decidió á ocupar nuevamente su 
puesto, á despecho de los más elementales escrú- 
pulos, de los intereses de su país y de las leyes 
tutelares, «movido, — como dice un historiador 
nacional, lavallejista ultra, — por celos indignos de 
su espíritu templado ^^\» — El militarismo,— arbi- 
tro, ley y juez,— invadió las funciones civiles, ino- 
culando el virus morboso que por tanto tiempo 
ha relajado nuestra organización institucional, y 
que aún, desgraciadamente, constituye una ame- 
naza damocleana sobre el patriotismo de todos- 
— Prevalido de la fuerza militar, Lavalleja comenzó 
su obra enemistándose con los miembros del 
Poder Judicial y haciendo aprehender atentato- 
riamente á dos de ellos, — los doctores Ferreira y 
Ocampo, — á quienes desterró de la Provincia, sin 
juicio previo ó indagatoria legal.— Esta evidente 
arbitrariedad fué objeto de severos comentarios, 
y la misma Junta de Representantes resolvió, el 
21 de Septiembre, amonestar á Lavalleja, decla- 
rando violentos y abusivos sus procederes ^-^.— 
¿Qué motivos inspiraron esta conducta de Lava- 
lleja?— Nada más desdoroso para él: como los 
magistrados hicieran respetar con energía las leyes 
promulgadas en favor de los intereses de la cam- 

( 1 ) Santiago Bollo : « Manual de Historia de la República O. 
del Uruguay ». 

( 2 ) El artículo 5.° de la resolución de la Junta, decía lo si 
guíente ; « El procedimiento del general en jefe se declara arbi- 
trario y en contradicción del tenor expreso del artículo 1.° de la 
ley de 8 de Julio de 1826, sobre garantías. » 



196 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

paña, que se hallaban á merced de los caciquí- 
llos militares, — dueños de vidas y haciendas, — 
optó Lavalleja por eliminarlos, ya -que no podía 
imponerles el silencio déla conciencia.— Durante 
los días 20, 21, 22 y 23, la agitación de los lava- 
llejistas anunciaba borrascosos desenlaces. — Los 
comandantes militares, cohibidos en sus desma- 
nes por las leyes y por los jueces que las apli- 
caban, formaban coro á las indignaciones de La- 
valleja, y estimulaban su acción liberticida. — Entre 
tanto, la Junta de Representantes, en actitud enér- 
gica, frente á los avances de la soldadesca, re- 
asumía la soberanía provincial; declaraba respon- 
sables de lo que ocurriera á las autoridades milita- 
res, y no aceptaba la renuncia que, como medida 
conciliatoria, había presentado de su cargo de 
gobernador el íntegro Suárez. 

El 4 de Octubre se acercaba, y todo hacía 
prever un epílogo trágico á los sucesos.— En ese 
día, se reunieron en el Durazno, aprovechando 
la llegada de Lavalleja, el general Laguna, los co- 
roneles Olivera, Pérez, Medina, Latorre y Oribe, 
y los comandantes del Pino y Planes, deliberando 
sobre la actitud que debían asumir en favor de 
su jefe y contra las autoridades legales de la Pro- 
vincia. — En nombre de la Fuerza, que represen- 
taban estos comandantes de campaña, resolvieron 
que Lavalleja reasumiese el mando general, y que 
cesase en sus funciones la Junta de Represen- 
tantes. — Lavalleja fué llamado á presencia de sus 



JULIO M. SOSA 197 



subalternos, y el general Laguna le dirigió la pa- 
labra, diciéndole que « la Provincia no podrá arri- 
bar al verdadero goce de su libertad y derechos, 
mientras mantenga en su seno y al frente de sus 
negocios más importantes, á hombres corrompidos 
y viciados ...» — El general Laguna agregó que, 
por éstas y otras razones, ponía en sus manos 
el gobierno de la Provincia para que rigiera sus 
destinos hasta concluida la campaña, y que pro- 
cediera inmediatamente «á deponer las actuales au- 
toridades.» — No pudo realizar por sí mismo esto 
último el general Lavalleja, á pesar de sus obse- 
cuentes promesas, pues las autoridades ejecutivas 
y legislativas se declararon disueltas, agregando 
que así lo hacían obligadas por el motín del 4 de 
Octubre, y que responsabilizaban ante la Patria 
á los autores de ese criminoso hecho ^^^. — ¡Triun- 
faron de este modo las ambiciones de Lavalleja! 
— ¡ Tristes méritos los de un hombre que, inspi- 
rado por la obsesión de las grandezas, no vaci- 
laba en erigir su autoridad sobre las armas de 
sus soldados, contra la conciencia de su pueblo, 
para escarnio evidente de su nombre! 



¿Acaso habrá atenuantes para la conducta de 
Lavalleja? — Osadía manifiesta sería afirmario. — 
La única justificación honrada y legítima de un 

( 1 ) Declaración de fecha 12 de Octubre de 1827. 



198 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

hecho de esa índole, podría encontrarse en los 
procederes arbitrarios de los déspotas que su- 
plantan la voluntad de todos por la voluntad pro-: 
pia, exclusiva. — Pero los autores del motín del 
4 de Octubre sólo obedecían á inspiraciones ile- 
gítimas de Lavalleja. — El gobierno de don Joa- 
quín Suárez era un modelo de corrección, de 
honestidad y de progreso. — Nadie lo negará. — 
Durante la administración de ese austero ciuda- 
dano, se dictaron disposiciones tendentes á ga- 
rantir los derechos individuales, desconocidos por 
el cacicazgo militar; se reglamentó la ley de trán- 
sito entre los Departamentos de campaña; se re- 
glamentó la libertad de la prensa dentro de lími- 
tes absolutamente democráticos; se aseguró la 
propiedad pecuaria; se organizó el Poder Judicial, 
nombrándose Jueces Letrados de primera instan- 
cia, Tribunales de Apelaciones, etc. — Pero era 
precisamente todo esto lo que irritaba á Lava- 
lleja y á sus capitanejos, extraños á toda noción 
de los derechos comunes y adversarios de toda 
cortapisa impuesta á su arbitrio personalísimo, 
irrefrenable. 

¿Disminuye, acaso, la gravedad del atentado del 
4 de Octubre la conducta de Lavalleja en el des- 
empeño del gobierno dictatorial de la Provincia? 
— Ni siquiera eso ! — De desacierto en desacierto, 
su administración se caracteriza por los atributos 
evidentes de una calamidad. 

Abolió las alcaldías, los jueces de distrito y los 



JULIO M. SOSA 199 



jueces letrados de primera instancia, que asegura- 
ban la distribución ilustrada y recta de la justicia, 
y los sustituyó por consejos administrativos y jue- 
ces legos.— Estos funcionarios, subordinados di- 
rectamente á su influencia, duraban un año en sus 
puestos y prestaban servicios gratuitos. — Así se 
impedía que los funcionarios tuvieran independen- 
cia y se dedicaran con empeño á sus tareas. — Co- 
mentarios severos suscitan estas medidas de Lava- 
Jleja; pero consideramos innecesario enumerarios 
por su propia evidencia. 

Por otra parte, el militarismo que había engen^ 
drado la dictadura de LavaUeja, se caracterizó por 
los desórdenes sancionados con la complicidad 
del dictador. — En Maldonado, el coronel Olivera, 
— un ebrio • consuetudinario, — arrancó violenta- 
mente de sus casas á don Francisco Antonio Vidal 
y á don Antonio Mancebo, vejándolos en su mismo 
cuartel. — En Paysandú, Mercedes y otros pueblos 
sucedieron casos análogos, siendo víctimas siem- 
pre de la prepotencia de los caudillejos lavallejis- 
tas, los miembros ó partidarios de las autoridades 
disueltas el 4 de Octubre. 

El desorden, sin embargo, tomó proporciones 
escandalosas, durante las elecciones de diputados 
á la Asamblea General Constituyente, en 1828.— 
Las crónicas de la época registran hechos curiosos 
del fraude desplegado por los lavallejistas para 
obtener mayoría en aquella Asamblea, — no distin- 
guiéndose de los que tanto usan nuestros go-^ 



200 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

bernantes electores en la actualidad. — Á una de 
las mesas receptoras, por ejemplo, se presentó á 
votar el teniente coronel Soria, pretendiendo de- 
positar los sufragios de todo el regimiento de 
que era segundo jefe. — Don Daniel Vidal objetó 
que no era legítima la pretensión, máxime cuando 
era notorio que una parte del regimiento es- 
taba ausente.— Soria, que consideró un insulto á 
su persona la objeción de Vidal, dio cuenta á 
don Manuel Oribe, que era el jefe de las fuerzas, 
de lo que ocurría. — Contrariado Oribe, dirigió una 
nota al Gobernador Pérez, en que acusaba en 
términos soeces al señor Vidal y exigía que se 
pusiera « remedio á la trascendencia de este in- 
sulto, » y se le obligara á dar satisfacción pública, 
sin perjuicio de corregir su audacia de modo que 
quedara satisfecho el honor del querellante. — Los 
comentarios huelgan. 

Uno de los secretarios de Artigas, de autoridad 
indiscutible, que era enemigo irreconciliable de 
Rivera y admirador de Lavalleja, — don Miguel Ba- 
rreiro, — escribía á raíz del 4 de Octubre á don Ga- 
briel Antonio Pereira, juzgando la conducta del 
jefe de los Treinta y Tres: «He visto que mis 
pronósticos se realizaron, y que Lavalleja al fin 
dio el golpe de Estado y echó abajo el Gobierno 
y representación nacional, haciendo un acto ver- 
daderamente brutal y escandaloso, que no ha sido 
bien madurado y que va á provocar fatales con- 
secuencias. Es vergonzoso que en la aurora de 



JULIO M. SOSA 201 



nuestra Independencia se haya dado un ejemplo 
tan pernicioso y que nos avergüence tanto; por- 
que cuando más celosos deberíamos mostrarnos 
de las formas de nuestra representación y de las 
libertades públicas, venga un acto impremedi- 
tado á que con mucha razón se forme menospre- 
cio de nosotros. Á Lavalleja lo hunde esto en d 
abismo; y no puede ni podrá ser sino siempre 
sensible esta actitud, pues no ha sido más que 
una estupidez ^ ^ ^ . » 



Las ambiciones burocráticas de Lavalleja no 
resistían competidores, aun después de sancio- 
nada la Convención de 1828, evidenciando aquél 
la estrechez de su cerebro y el egoísmo de su 
corazón. — Nombrado el general Rondeau Gober- 
nador de la Provincia, hasta tanto se constitu- 
yeran las autoridades nacionales, la rivalidad, el 
encono, el celo semejante al de una mujer absor- 
bente y exclusiva, que evidenció Lavalleja, con- 
firman lo que decimos. — En efecto: á pesar de que 
Rondeau designó á Garzón y Giró, — dos amigos 
entusiastas de Lavalleja, — para ocupar todos los 
Ministerios creados, el hecho de haberse suprimido 
la Comandancia General de Armas y las particu- 
lares de los Departamentos, fué motivo suficiente 
para que Lavalleja protestara contra el Gobierno, 

( 1 ) « Correspondencia confidencial y política del señor don Ga- 
briel A. Pereira », tomo i. 



202 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

por haber dejado cesantes á muchos de sus ami* 
gos, y obligara á Giró y á Garzón á renunciar 
los Ministerios, obstruyendo toda otra combina* 
ción para reemplazarlos, hasta el punto de que 
Rondeau tuvo que dirigirse á la Asamblea Cons- 
tituyente solicitando su cooperación para solu- 
cionar el conflicto en que se vio envuelto. — Reti- 
raron al fin sus renunciáis los Ministros lavallejisT 
tas; pero hubo necesidad previamente de anular 
el decreto que suprimía las Comandancias militar 
res. — Poco después, en el mes de Febrero de 
1829, llegó al Durazno* el general Rivera, aureolado 
con los laureles de Misiones, prestigioso como 
nunca en la campafia oriental. - Lavalleja sintió la 
rabia del despecho y de la envidia en lo más pro- 
fundo de su corazón.-^ Y cuando Rivera fué nom- 
brado Jefe de Estado Mayor, los lavallejistas vol- 
vieron á presentar renuncia colectiva del Minis- 
terio.— Rondeau, de carácter conciliador y sin am- 
biciones personales, revocó el decreto en favor de 
Rivera, y nombró en su lugar á Lavalleja, que le 
disputaba el cargo. — Al poco tiempo. Rivera fué 
encargado del Ministerio de la Guerra, Relaciones 
y Gobierno. — Tampoco se conformó con esto La- 
valleja, y Rondeau, siempre decidido á evitar el 
desorden que malograría la obra de la Convención 
de 1828, nombró á Lavalleja en sustitución de Ri- 
vera, pasando éste á la Comandancia General de 
Campaña. — Pero el empeñoso rival de este caudillo 
no pudo mirar con buenos ojos la posición de 



JULIO M. SOSA 203 



Rivera, dueño de las masas campesinas, y tuvo 
que abandonar su cartera, no pudiendo lograr 
que se suprimiera el cargo que desempeñaba su 
afortunado adversario.— Los actos de Rondeau 
fueron objeto de una viva oposición de parte de 
Lavalleja y su círculo, á pesar de la honestidad 
y corrección de los procederes del antiguo ven- 
cedor del Cerrito. — En vista de la oposición de 
la Asamblea, que en su mayoría era partidaria de 
Lavalleja, se decidió Rondeau á presentar renun- 
cia condicional, de su puesto, para el caso de 
que aquella corporación se empeñara en interve- 
nir en los asuntos de la jurisdicción exclusiva del 
Poder Ejecutivo. — La Asamblea no tuvo en cuenta 
el carácter condicional de la renuncia de Rondeau, 
y la aceptó sobre tablas, designando corno sus- 
tituto al general Lavalleja, que deliraba por las 
posiciones espectables.— Bajo el nuevo gobierno 
de este ciudadano, se efectuó la ceremonia de la 
Jura de la Constitución de la República, el 18 
de Julio de 1830. 



Tal fué la conducta de Lavalleja, desde 1827. — Ni 
quitamos ni ponemos rey. — Ahí están los hechos 
que nadie podrá desmentir. — Como se ha visto, 
sólo la ambición personal, las rencillas particulares, 
el egoísmo absorbente, la vanidad ensoberbecida, 
inspiraron los actos de Lavalleja, cuya mente cando- 
rosa, preconiza, no obstante, el autor de x La Tierra 



204 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Charrúa». — Ni siquiera los intereses del país, 
comprometidos por la irrupción de las ambiciones 
logreras, constituyeron un valladar á los desbordes 
de rabia y de venganza que animaron al jefe de 
los Treinta y Tres.— Esos hechos exponían á un 
peligro serio la Independencia, la Nacionalidad de 
los orientales; pero ¿qué importaba al recalcitrante 
argentinista de 1825 la pérdida de una soberanía 
que él jamás había soñado? 



JULIO M. SOSA 205 



II 



La primera Presidencia constitucional de la República. -- Porqué Lava- 
lleja no merecía ese puesto. — Las tendencias argentinas de Lavalleja 
. y el orientalismo de Rivera. — La libertad de la prensa durante el 
gobierno de este último. — Propaganda subversiva de los lavallejls- 
tas. — Propósitos de Rosas respecto de nuestra República. — Nece- 
sidad de apropiarse de nuestro territorio ó de la voluntad de nuestros 
gobernantes. — Rosas y los extranjeros. — Solidaridad de Lavalleja 
con el siniestro gobernador. — Preparativos revolucionarios contra 
el gobierno de Rivera. — Negocios inmorales de Lavalleja. — La 
protección brasileña á los conspiradores. 



El 24 de Octubre de 1830, fué electo primer Pre- 
sidente constitucional de la República el general 
Fructuoso Rivera.— Con este motivo, dice el autor 
de «La Tierra Charrúa», refiriéndose á Lavalleja: 
« Sucesor de Rondeau en el gobierno provisorio, 
á él debió corresponder la primera Presidencia 
como premio á su gallarda aventura redentora 
de 1825, y dadas sus beneméritas condiciones 
personales. » — Ya hemos detallado las proyeccio- 
nes de la gallarda aventura de 1825, y hemos dado 
á conocer las beneméritas condiciones personales 



206 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



de Lavalleja.— ¿Es acaso posible, inspirándose en 
un sentimiento de verdadera justicia, decir ahora 
que este caudillo merecía la prfmefa Presidencia 
constitucional de una República que nada le de- 
bía, y cuyas instituciones había sido el primero 
en conculcar, erigiéndose en arbitro irresponsa- 
ble de los destinos comunes?— Como ciudadano, 
era un ambicioso vulgar, cuyos propósitos se re- 
ducían á la realización de personalísimos anhelos ; 
como militar, era una nulidad revestida de atri- 
butos ficticios que las circunstancias le discer- 
nieron, y que en la práctica elocuente de los 
combates resultaron de galvanoplastia; como po- 
lítico, sólo había tenido el talento y la virtud de 
iniciar las dictaduras militares en nuestro país; y 
como patriota, era el cultor más entusiasta del 
anexionismo ! — No eran éstos, sin duda alguna, 
méritos que favorecieran al jefe de los Treinta y 
Tres, en una época en que aún se hallaba en 
embrión la nacionalidad ; vacilante y sin derrote- 
ros fijos; con la anarquía propia de toda socie- 
dad nueva, royendo su seno; con las ambiciones 
burocráticas en auge; con la perspectiva amena- 
zadora de la prepotencia absorbente de Rosas, 
dibujada con siniestros caracteres en el occidente 
de nuestros horizontes! 

Era peligroso,— y los hechos más tarde justi- 
ficaron la previsión de nuestros legisladores de 
1830,— entregar el Poder á un ciudadano como 
Lavalleja, de tendencias netamente argentinas. 



JULIO M. SOSA 207 



' En cambio, Rivera; que fué el favorecido con 
los votos de las Cámaras, había formado una 
mayoría de amigos en ellas, merced excltisivamente 
á su influencia, á su prestigio personal; pu€s La- 
valleja, que era Gobernador y que era enemigo 
acérrimo de Rivera, trató, por todos los medios, 
de impedir que el caudillo de Misiones obtuviera 
el prestigio decisivo de la mayoría legislativa.— 
Pero no logró vencer á su temible rival. — Rivera 
representaba una tendencia absolutamente anta- 
gómcai á la que representaba Lavalleja; era ene- 
migo de los porteños y 'era oriental de corazón. 
— Había conciencia formada de que Rivera jamás 
serviría los intereses argentinos, y menos los inte- 
reses de Rosas. — Y el tiempo, qué es infalible, 
demostró la certeza de la profecía popular. 



Los hechos comprueban lo que decimos, y evi- 
dencian que Lavalleja no sobrepasaba el nivel 
vulgar de los ambiciosos sin méritos, ni de los 
anexionistas contumaces. — Elegido Rivera primer 
Presidente constitucional de la República, lógico 
era esperar una violenta oposición de Lavalleja 
á todos los actos del nuevo gobernante, á quien 
profesaba el odio inextinguible que engendra la 
envidia ó el despecho. — Rivera era partidario inva- 
riable de la libertad de la prensa, y á pesar de 
las diatribas que vomitaban los órganos lavalle- 
jistas, jamás ningún escritor fué coartado en el 



208 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

USO, que llegó hasta ser licencioso, de la palabra 
escrita. —Por el contrario, en Enero de 1832,— el 
año terrible de la oposición á Rivera,— la Asam- 
blea Legislativa, inspirada por el espíritu dé tole- 
rancia del primer magistrado, sancionó una reso- 
lución en que <^ pedía á los escritores públicos que 
por el amor y la dignidad de la patria se respe- 
taran á sí mismos, á la República y las leyes, » 
— Lavalleja y sus partidarios conspiraban abier- 
tamente contra las instituciones, alentados por 
Correa Morales, el agente ad hoc de Rosas, cuya 
verdadera misión,— según don Andrés Lamas,— fué 
« estrechar relaciones é inteligencias privadas con 
el general Lavalleja,» cuando aún éste desempe- 
ñaba el cargo de Gobernador, en 1829. — Rosas, 
aprovechando las impaciencias de Lavalleja,— como 
aprovecharía luego las de Oribe,— cooperaba á la 
obra anárquica de los revolucionarios orientales, 
con el propósito ulterior de integrar con nuestra 
soberanía sus dominios argentinos. 

Rosas quería a toda costa ser dueño de nues- 
tro territorio ó influir decisivamente en él. — Odiaba 
con odio satánico á los extranjeros, y propendía 
á la destrucción de la civilización europea. — 
Rosas no podía soportar la desigualdad de sus 
subditos, y menos podía exponerse á que los in- 
tereses europeos, primando sobre los intereses 
netamente nacionales, le quitaran el nervio prin- 
cipal de su sistema. — Los argentinos y los extran- 
jeros formaban dos clases distintas: con cónsul 



JULIO M. SOSA 209 



una, sin cónsul la otra. — Los nacionales, sin de- 
rechos, sin fortuna, sin la vida misma asegurada, 
expuestos á todas las depredaciones del déspota. 
— Los extranjeros, con todos los derechos, con 
garantías eficaces de sus intereses, sin peligro 
ninguno de su vida, con pasaporte en blanco 
para todos los negocios y para todos sus actos. 
—La igualdad de la conciencia, la sumisión ab- 
soluta de la voluntad, la disciplina de los senti- 
mientos, no podía existir, y Rosas jamás toleró 
que la cuchilla mazorquera tuviera que detenerse 
sobre una cabeza privilegiada. — He ahí por qué 
Rosas odiaba á los extranjeros. — Le estorbaban! 
¿Y qué le era necesario hacer para cerrar estos 
países á la inmigración, al comercio, á la civili- 
zación europea? — Él bien sabía que la Europa 
sería poderosa « teniendo en el Río de la Plata 
un pedazo de tierra amiga,— según las palabras de 
don Andrés Lamas, -donde apoyarse en la civi- 
lización V en los intereses industriales de estos 
países. » — « El día, — continúa diciendo el mismo 
autor, — en que la Europa no tenga una orilla, 
una población amiga en el Río de la Plata, en 
que Rosas domine desde el Cabo de Hornos 
hasta el Cabo de Santa María, será impotente 
para domario. » — Á este fin propendían todos 
los esfuerzos de Rosas: necesitaba apoderarse de 
nuestro territorio, ó, por lo menos, de la voluntad 
de nuestros gobernantes, y, como veremos luego, 
no faltaron orientales, hombres nacidos en la cuna 

14 



210 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



heroica de Artigas, que se prestaran á ser ins- 
trumentos serviles de las absorbentes pretensio- 
nes de Rosas, con la condición única de rescatar 
posiciones políticas, que no reflejan honor cuando 
se obtienen al precio de la conciencia propia y 
de la dignidad de la patria. 

Lavalleja, y sobre todo Oribe, más tarde, fue- 
fon instrumentos de Rosas, quien halagó polí- 
ticamente á estos caudillos ^^K — Como hemos 
dicho, Lavalleja conspiraba, desde el principio, 
contra el gobierno de Rivera, iniciando la serie 
larga y desastrosa de los motines militares y de 
las asonadas cuarteleras. — Lo demuestra acabada- 
mente una carta dirigida desde Buenos Aires, por 



(1) Como anteceJente necesario para relacionar lógicamente los 
actos y tendencias de Lavalleja, haremos notar que, ya en 1830, 
siendo Gobernador del Estado Oriental, y estando al frente de los 
negocios públicos argentinos el mismo Rosas, se produjo un inci- 
dente que demuestra las connivencias existentes entre Lavalleja y 
el déspota de Buenos Aires. — Habiéndose alzado en armas el coro- 
nel argentino Leonardo Rosales, }• entrado al Uruguay con la go- 
leta Sarandi, Rosas reclamó la entrega del revolucionario, y La- 
valleja, por intermedio de su Ministro don Ignacio Oribe, le con- 
testó el 24 de Septiembre, en términos serviles, caliñcando de 
criminales y facciosos á los revolucionarios, y prometiendo per- 
seguirlos y entregarlos á la autoridad argentina. — Se evidencia 
en esto el propósito de contentar á Rosas, pues la extradición no 
es un derecho natural, pudiéndose sólo establecer por los trata- 
dos. —Y, además, la extradición no existe en ningún pueblo ho- 
nesto para los delitos políticos. — La nota de la referencia fué 
anulada por otras posteriores que la opinión pública obligó á 
dirigir á Rosas, alarmada por una ofensa tan grave á la digni- 
dad nacional. — Dichas notas y los severos comentarios que la 
primera suscita, se encontrarán en las págs. 89 y siguientes de 
los « Escritos Políticos y Literarios» de don Andrés Lamas, edi- 
ción de 1877. 



JULIO M. SOSA 211 



un amigo íntimo de don Gabriel Antonio Pe- 
reira, el 29 de Febrero de 1832, en que se lee: 
« .... si en mi última dije á usted que los emigra- 
dos (lavallejistas) estaban como energúmenos, han 
tomado después mayor arma, fundada sin duda 
en el regreso de Bentos Gongalvez á la frontera, 
ocupando el cargo que allí tenía; en que Lo- 
renzo ya está con Garzón, y en otras esperanzas 
de que hablaré después; y para ello sepa usted 
que don Juan AntP Lavalleja busca dinero con 
mucha exigencia y sin pararse en ofertar; sé yo 
que antes de ayer pidió á un sujeto catorce mil 
pesos en metálico, y ayer pidió otra partida, creo 
que menor, á otro individuo, pero en la misma 
materia, ofreciendo á ambos pagarles en ganado 
puesto en el continente del Brasil al duplo de este 
suplemento: para garantir su solicitud manifestó 
cartas de oficiales portugueses de la frontera, en 
cuyo acuerdo dice está apoyada su empresa sobre 
ese Estado, » etc. ^^\ — Esto lo sabía el autor de 
la carta, por haberlo declarado los mismos que 
fueron vistos por Lavalleja para cerrar el negocio. 



Dos partes, á cual más interesante, abarca esta 
epístola confidencial: 1.^, la inmoralidad de la 
conducta de Lavalleja; 2.a, la protección brasileña 
á su proyectada empresa revolucionaria. 

(1) «Correspondencia confidencial y política del señor don Ga- 
briel Antonio Pereira». 



212 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

En cuanto á la primera, es digna de hacerse 
resaltar, porque demuestra claramente que los re- 
volucionarios lavállejistas se proponían, en pri- 
mer término, arrear los ganados de nuestro país 
para pagar sus trampas en Buenos Aires, con- 
virtiendo nuestra riqueza en filón de explotacio- 
nes particulares, contra la noción más elemental 
de las garantías de la ley, que amparan la pro- 
piedad privada. — Demuestra, asimismo, ese he- 
cho, la falta de escrúpulos de Lavalleja en los 
negocios que emprendía. — El cargo más grave 
que se ha hecho al general Rivera, y que re- 
produce el autor de « La Tierra Charrúa », es el 
de que era un malversador de las rentas públi- 
cas, un desorganizado, en cuanto se refería á 
asuntos administrativos ^^\ — Pero nadie se ha 
ocupado en decir que Lavalleja era más que un 



(1) Es cierto que Rivera era un desorgattisado, en el sentido 
económico. — Sin embargo, no está de más hacer notar, como ate- 
nuante poderoso de su conducta, que Rivera fué un ciudadano 
generosísimo con su patria, perdiendo por ella toda su fortuna. 

— En documentos que posee un estimado jefe de nuestro Ejér- 
cito, constan las órdenes que daba contra sus propias hacien- 
das, para subvenir á las necesidades de la Guerra Grande. — Es 
un hecho notorio, además, que la señora de Rivera, doña Bernar- 
dina Fragoso, se desprendió hasta de sus alhajas para contribuir 
á satisfacer los gastos de la Defensa, mientras su esposo pasaba 
duras necesidades, recluido en Río Janeiro, y que llegó á hipotecar 
la última casa que le quedara, con los mismos fines patrióticos. 

— El general Pacheco y Obes tuvo que recolectar dinero entre 
sus amigos para costear los gastos originados por el viaje de 
Rivera al regresar á su país. — Y el mayor elogio que el mismo 
Pacheco hizo de Rivera, ante su tumba, fué decir, al finalizar su 
discurso : « / Murió pobre/ » 



JULIO M. SOSA 213 



desorganizado, un negociador inmoral. — Y no 
se. crea que el hecho solo que revelan los pá- 
rrafos transcriptos de una carta íntima, eviden- 
cia lo que decimos, sino que también otros 
hechos lo confirman. — Cuando Lavalleja organi- 
zaba en Buenos Aires su célebre expedición de 
1825, sentía necesidades apremiantes de dinero. 
— Para arbitrarlo, no vaciló el jefe de los Treinta 
y Tres, — según declaraciones de los propios des- 
cendientes de algunos de los negociadores,— en 
formalizar contratos, como lo hizo, por interme- 
dio de don Pedro Trápani, con el saladero de 
Cambaceres, obligándose aquél á hacer remesas 
dt cueros del Estado Oriental, en pago de las 
cantidades prestadas. — El libro de cuentas de los 
Treinta y Tres, en que probablemente constan 
estas negociaciones, fué entregado al coronel 
Latorre, durante su dictadura, por los descen- 
dientes del señor Trápani, según creemos, é igno- 
ramos dónde se encuentra hoy. — El delito de 
cuerear resulta evidente, y los comentarios huel- 
gan. — Además, en una nota dirigida, el 16 de 
Junio de 1826, por el Ministro de Gobierno, don 
Julián S. de Agüero, desde Buenos Aires, al ge- 
neral Lavalleja, le criticaba su conducta por falta 
de cumplimiento á ciertas leyes del Congreso, y 
agregaba: «... el señor Gobernador, contra las 
repetidas y terminantes órdenes del Excmo. se- 
ñor Presidente de la República, ha autorizado un 
comercio franco con la plaza enemiga (Monte- 



214 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

video), por aprovechar sin duda la recaudación 
de los impuestos sobre lo que se introduce ó ex- 
trae de dicha plaza; comercio á todas luces in- 
moral, que tiende directamente á fomentar al ene- 
migo,» etc. ^^^ — Tampoco es menester agregar 
comentarios á este hecho. 

Ahora, en cuanto á la protección de los bra- 
sileños á Lavalleja,— que veremos comprobada más 
adelante,— demuestra que son pueriles é inocentes 
los cargos que se pretenden hacer contra deter- 
minados hombres de determinada filiación polí- 
tica, aparentando indignaciones quiméricas, para 
apostrofarios con el propósito de rebajar su ni- 
vel moral ante el juicio comparativo de las per- 
sonalidades históricas. 



( 1 ; Archivo del Estado Mayor G. del Ejército. 



JULIO M. SOSA 215 



ül 



Las chirinadas lavallejistas. — Atentado frustrado contra el general Ri- 
vera. - El motín del 3 de julio de 1832. — La dictadura nominal de 
Lavalleja. — La reacción. — Huida de Lavalleja á la frontera. — 
Protección de los ríograndenses. — Grave acusación de don Antonio 
Díaz. — La intervención de Correa Morales en las conspiraciones 
subsiguientes. - Rosas aspiraba á la incorporación de la República 
Oriental á la Confederación Argentina. — Conducta culpable de La- 
valleja al servir los intereses de Rosas. — El Gobierno argentino pro- 
tege á los lavallejistas. — Proclama federal de su jefe contra los 
hombres mejores de la época. — Invasión del coronel Olazábal. — 
Impopularidad de los chirinos rosistas. — Tenacidad de Lavalleja. — 
Las montoneras de 1834. — Composición del « Ejército Restaurador ». 
— Fracaso de la tercera chirinada. 



Reanudemos el hilo de los sucesos, roto un 
momento para comprobar ciertos hechos impor- 
tantes. — El 29 de Junio de 1832, hallándose en 
el Durazno el general Rivera, se pronunció allí 
una insurrección militar, con el único fin de ase- 
sinar al Presidente. — Estos siniestros planes, ins- 
pirados, — según voz pública en aquella época, - por 
Lavalleja, malográronse á causa de la rapidez con 
que Rivera se lanzó al Yí, en ropas menores^ 



216 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

atravesándolo á nado, hasta encontrar protección 
en el oficial Mariano Iriondo, que se hallaba apos- 
tado del otro lado del río. — Llegada esta noticia 
á Montevideo, repercutió trágicamente el 3 de 
Julio, día en que fueron derribadas por Eugenio 
Garzón las autoridades constitucionales, para su- 
plantarlas por la voluntad personal de Lavalleja ^^\ 
-Sin embargo, no duró mucho la nominal dic- 
tadura, pues el 13 de Agosto, el teniente Lazaeta, 
—que fué degollado más tarde por Oribe, en 
Arroyo Grande,— organizó la contrarrevolución 
que repuso las autoridades constitucionales. 

Este movimiento, si demostró una vez más la 
impaciencia de Lavalleja, — según la modesta ex- 
presión de don Antonio Díaz,— evidenció aún más 
su ineptitud, su falta de previsión j—^^gún el mis- 
mo autor. — El 29 de Agosto, Lavalleja cruzaba la 
frontera por el Yaguarón, perseguido de cerca 
por el ejército de Rivera. — Los brasileños ampa- 
raron á los emigrados, y alentaron con ofreci- 
mientos auspiciosos el ánimo decaído de Lava- 
lleja. — Refiriéndose al pasaje de este ciudadano^ 



(1) He aquí el documento oficial: «El ciudadano coronel Eu- 
genio Garzón — resuelve: 

1.® Que cesa desde este momento la autoridad del Vicepresidente 
d¿ la República. 

2.° -Que las oficinas generales de la administración quedan bajo 
su inmediata dependencia. 

3," Que esta resolución se publique en forma de bando y se co 
munique al señor general don Juan Antonio Lavalleja, como úni- 
c.i autoridad que reconoce la fuerza armada. » —Véase el núm. 
882 de El Universa!. 



JULK) M. SOSA 217 



dijo don Santiago Vázquez, que desde el cuartel 
de Rivera se ofrecía á su vista el espectáculo « de 
la desgracia á que pueden arrastrar los extravíos 
políticos. » — « Y, en efecto,— agregó, — quinientos 
orientales preparándose á rendir las mismas armas 
con que se cubrieron de gloria en la lucha por 
la Independencia, á cambio de la protección que 
iba á dispensaries el pabellón del Brasil ! » — Ra- 
tifica la veracidad de estos hechos la opinión au- 
torizada de don Andrés Lamas, que dice que los 
revolucionarios de 1832 encontraron amparo y 
protección « en Río Grande, en el coronel Bentos 
Oonzalves da Silva, á la sazón comandante de la 
frontera del Yaguarón, y en otras autoridades 
locales, ligadas íntimamente á aquel jefe . . . » — 
La prisión é internación de Lavalleja á Porto Ale- 
gre, fué, — según el propio don Antonio Díaz, 
que no tuvo nada de antilavallejista, — sólo apa- 
rente, un simulacro. --Pero hay algo más grave, que 
el mismo historiador no puede menos de anotar ' ^ \ 
y es lo que expresa en los siguientes térmi- 
nos: «El señor Lavalleja, en el estado á que lo 
dejaba reducido el deplorable éxito de su tenta- 
tiva revolucionaria, emigrado en el Brasil y con 
pocas probabilidades de avasallar los elementos 
con que se robustecía cada día el general Rivera, 
entabló con Bentos Oonzalves da Silva, caudillo 
brasilero, riograndense, y su anterior antagonista, 

( 1 ) « Historia de las Repúblicas del Plata ». 



218 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

las negociaciones de un plan, cuyas bases llega- 
ron á considerarse en aquella época, por los que 
se creían informados^ atentatorias á la autonomía 
del Estado Oriental, por la que tanto habla lidiado 
el general ¿¿zi/a/Z^fl. » —Semejante acusación es 
grave, y el historiador no puede ocultarla, tanto 
más si se tiene en cuenta que fué hecha publica 
por un homb;*e que tuvo afinidades estrechísi- 
mas con el partido político de Lavalleja. 



Este, después de una corta permanencia en 
Porto Alegre, se dirigió á Buenos Aires. — El 
terreno estaba bien preparado en esa ciudad para 
que fructificaran las pertinaces pretensiones de 
Lavalleja, pues la prensa rosista había iniciado, 
desde tiempo atrás, una violenta campaña de opo- 
sición contra el gobierno de Rivera, estimulando 
la acción délos revolucionarios, por pretextos que 
escritores espectables desvirtuaron más tarde. — 
Don Juan Correa Morales,— que era el corresponsal 
y agente de los cubileteos de Rosas en nuestro 
país, — había intervenido eficazmente en la ela- 
boración de la trama revolucionaria, siguiendo un 
plan premeditado del propio Rosas, con fines ulte- 
riores de absorción. — Confirmando esto, decía 
don Andrés Lamas que «el coronel Correa Mo- 
rales hacía comprender aquí (en Montevideo) que 
el Gobierno de Buenos Aires, lejos de sostener la 
autoridad constitucional, en cumplimiento del artí- 



JULIO M. SOSA 219 



culo 10 de la Convención^ apoyaría abiertamente 
lo que se hiciera para derribarla. ^ — Esta afirma- 
ción no es aventurada. — Rosas jamás pudo es- 
perar que Rivera coadyuvara á sus planes políti- 
cos, y, por consiguiente, su interés supremo le 
imponía la necesidad de atraerse los jefes opo- 
sicionistas á Rivera, accesibles á toda componenda 
que tuviera por objeto inmediato el derrocamiento 
de la autoridad del primer Presidente. — Aprove- 
chando y fomentando la anarquía entre los orien- 
tales, Rosas preparaba la sanción final de sus 
propósitos. 

¿Cuáles eran éstos? — Los hemos esbozado en 
otro capítulo; pero llega ahora el caso de que 
comprobemos lo dicho con testimonios irrecusa- 
bles. — En una nota confidencial del general Ron- 
deau á don Santiago Vázquez, de Enero 4 de 1833, 
durante el gobierno de Balcarce, que sucedió al 
de Rosas, comenzaba diciendo el primero, que 
había podido obtener de Balcarce, en el seno de 
las intimidades amistosas, una declaración franca 
de los móviles secretos de la política del Gobierno. 
— « Explicaré, — agregaba Rondeau, — el misterio 
que encierra la política de que he hecho men- 
ción, según lo que se me ha comunicado bajo 
la mayor reserva: ella consiste en la incorpora- 
ción de esa República á la Argentinay llegado que 
sea el período del tratado definitivo, valiéndose 
de cuantos medios sean conducentes á su conse- 
cución, siendo uno de los principales contar, como 



220 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

se cuenta, con los disidentes de ese gobierno resi- 
dentes aquí y en ese Estado, más con la masa 
de personas que puedan alucinar atribuyendo miras 
siniestras á esa administración. » — Estas decla- 
raciones, insospechables por la forma en que se 
han dado á conocer y por las personas que las 
trasmitieron, constituyen la síntesis programática 
de todos los actos de los « chirinos » lavallejis- 
tas. — Si traidores puede llamarse á los que com- 
baten contra su patria en nombre de intereses 
extranjeros, y por propios intereses personales, 
¿no merecen de la posteridad tal estigma los re- 
volucionarios de 1832, de 1833 y de 1834, que, 
sirviendo á Rosas, anarquizaron la República, para 
destruirla, en las primeras alboradas de su Inde- 
pendencia? — Del Capitolio de los héroes á la 
roca Tarpeya de los traidores, hay nada más que 
un paso. — Recuérdenlo siempre los panegiristas 
del jefe de los Treinta y Tres. 



Lavalleja, — como hemos dicho, — llegó á Bue- 
nos Aires, después de sus desastres, y fué reci- 
bido con demostraciones de estima bien marca- 
das. — Balcarce, — Gobernador desde 1832, — no 
imponía rumbos propios, según se ha visto, á la 
nación que regía en apariencia. — Predominaba 
eficientemente la influencia de Rosas. — Y las ¡deas 
de este siniestro personaje habían obtenido ya un 
primer triunfo, introduciendo la anarquía en núes- 



JULIO M. SOSA 221 



tro país. — «Desde que logró desunirnos, —- dice 
don Andrés Lamas ^^\— principió á despreciarnos, 
primera consecuencia que le depara á su país la 
facción ( lavallejista ) que, ciega de pasión, comete 
el pecado, irremisible, de tomar las armas del 
extranjero para vengarse de la Patria!» — Esta 
facción hizo serios trabajos en Buenos Aires para 
convulsionar de nuevo el Estado Oriental, pro- 
tegida descaradamente por el círculo de Rosas y 
hasta por Balcarce. — Á principios de 1833, estaba 
todo pronto para invadir. — Á propósito de esto 
mismo, decía Rondeau, desde Buenos Aires, en 
carta confidencial del mes de Marzo, á don San- 
tiago Vázquez: «£7 coronel don Manuel Olazá- 
bal ha hecho dimisión de su empleo aquí para 
alistarse bajo el pabellón pirata de aquél ( Lava- 
lleja ) ; digo pirata, porque este hombre no respira 
sino exterminio, » — En la misma carta, decía tam- 
bién Rondeau : « Por último, desde que he llegado 
á entender que don Juan Manuel de Rosas, en 
una conversación con persona de su amistad y 
confianza, dijo, hablando de los acontecimientos 
notables de por acá, que nada de esto le daba cui- 
dado, y sí mucho lo de la Banda Oriental, es de 
creerse firmemente que la actitud en que se hcí 
puesto Lavalleja es obra suya segundada por 
don Juan Ramón (Balcarce); aunque, como he 
dicho antes, y no me equivoco, contra su volun- 

(1) «Escritos políticos y literarios durante la época de la gue- 
rra contra la tiranía de don Juan Manuel Rosas». 



222 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

tad y conciencia. — Rosas toma el pretexto de 
evitar cualquier combinación de los emigrados 
que están en esa con los unitarios de acá, mien- 
tras él se halla internado en la campaña, pues ya 
marchó, y para que esto no suceda, quiere él, y 
tos Anchorenas sus consultores, que por tnedio 
de Lavalleja se promueva la anarquía en ese terri- 
torio, para tener ocupada la atención de ese go- 
bierno, » etc — Corrobora asimismo el hecho de 
que las autoridades argentinas protegían á Lava- 
lieja, la opinión del historiador Saldías, al decir 
que aquél « obtuvo del Ministro de la Guerra del 
Gobierno de Balcarce los recursos con los cuales 
fué á encontrar á sus parciales en las márge- 
nes del Uruguay ^^K» — Era notorio en aquella 
época, que las armas de los revolucionarios 
habían salido del Parque de. Buenos Aires. — 
Y si otras pruebas fueran necesarias para evi- 
denciar la protección de que hablamos, podríamos 
agregar: las terminantes declaraciones que cons- 
tan en la petición elevada á la Legislatura de 
Buenos Aires por los federalistas, el 1 1 de Octu- 
bre de 1833; el hecho de que el Gobierno ar- 
gentino prohibiera á nuestro Gobierno adquirir 
armas en Buenos Aires para defender las insti- 
tuciones contra los desmanes de Lavalleja; las 
manifestaciones reiteradas de Urquiza, de que la 
empresa de Lavalleja « era protegida por los go- 

( 1 ) Adolfo Saldías : « Historia de la Confederación Argentina». 



JULIO M. SOSA 223 



biernos litorales ^ ^ ' ; » los párrafos de una carta de 
Rondeau á don Santiago Vázquez, de fecha 16 
de Marzo de 1833, en que decíale que Lavalleja 
había salido de Buenos Aires y <<qüe su salida 
fué tan pública^ que no hubo quien la ignorase 
en el mismo día: llegó al Puerto del Tigre en 
San Femando en el carruaje en que salió de ésta, 
allí lo dejó, y se embarcó en uii lanchón santa- 
fecino de nueve remos por banda, que le espe- 
raba ; / quién había de creer que este Gobierno tan 
descaradamente protegiese los planes de aquél! 
está visto, pues, que no me he equivocado en lo 
que indiqué á usted en mi anterior sobre las reso- 
luciones de los hombres de acá, y ahora se me 
dice que también son extensivas á los de Santa 
Fe y Entre Ríos, y que es un plan combinado 
entre ellos al mandar á Lavalleja para que entre- 
tenga la atención de ese Gobierno . . » etc., etc. 
— De todo esto resulta que Lavalleja era un sim- 
ple instrumento, amoldado por sus propias am- 
biciones y por la pobreza admirable de su ca- 
rácter ! 



En Febrero de 1833, poco antes de invadir 
Olazábal, el general Lavalleja hizo repartir profu- 
samente en nuestro país una furibunda proclama, 
incitando á la rebelión á los orientales.— Algunos 

, ( 1 ) Carta confidencial de don Santiago Vázquez al general 
Rondeau de fecha 3 de Abril de 1833. 



224 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

I» I - f .. ■■ ■ ■ 

párrafos de la proclama son dignos de conocer- 
se, porque transparentan el propósito argentinista, 
íntimo, de su autor ó inspirador.— Decía Lava- 
lleja, hablando de un mensaje del Presidente Ri- 
vera: <En él está estampada la, perversidad de 
su autor: ved ahí concluida de despedazar la 
Constitución, ved su horrible absolutismo, y ve- 
réis que nuestros enemigos no están satisfechos. 
r- Querían más sangre, cuando aún humea la de 
Bustamante y sus compañeros, y pretenden arrui- 
nar las familias para saciar sus vicios, y enrique- 
cer á Lavalle, Olavarría y demás asesinos del Go- 
bernador Dorrego.-En hora buena se sacrifiquen 
tan preciosos intereses; pero que no sea pre- 
sentando vuestros cuellos con la humildad de 
los esclavos. Si los traidores triunfan, ya están 
señaladas las víctimas por los malvados Luis Pérez, 
Santiago Vázquez, el traidor Rivera y sus com- 
pañeros prostituidos sin ejemplo, pérfidos, y ene- 
migos acérrimos de nuestra Independencia, » — Es 
el lenguaje de Rosas, escrito con hiél y con san- 
gre! -¡El Gobierno de la República pintado por 
Lavalleja como un cuadro dantesco, con brochazos 
de oprobio y perspectivas infernales !— Y el que ha- 
blaba así, como un nuevo é implacable Catón, era 
el que primero había escarnecido nuestro Código 
político; era el que mendigaba la protección ex- 
tranjera para anarquizar á su país; era el que se 
asociaba á los proyectos anexionistas de Rosas; 
era el que poco después ostentaría sobre su pecho 



JULIO M. SOSA 225 



el cintillo colorado de los pretorianos de la Ma-^ 
zorca/—Y en cuanto á la frase quejumbrosa de 
Lavalleja sobre la sangre de Bustamante, debe sa- 
berse que éste era un forajido, en toda la ex- 
tensión de la palabra, que Lavalle apellida célebre, 
agregando que sus hechos, — según le decían,— 
« oscurecen los de los más famosos criminales de 
la pasada anarquía. »— De esa índole eran las vícti- 
mas endiosadas por Lavalleja! 

Este caudillo sui géneris no alcanzó á invadir 
nuestro territorio, a pesar de sus preparativos béli- 
cos, en 1833.— El coronel Olazábal, que invadió por 
elYaguarónysentó sus reales en Cerro Largo, dic- 
tando ridículos decretos gubernativos, por los cua- 
les platónicamente colocaba en manos de Lavalleja 
la autoridad de la nación, fué en breve expulsado 
del territorio por las tropas legales, y muy pronto 
regresó á Buenos Aires, reincorporándose al ejér- 
cito argentino.— Lavalleja también volvió á esa 
ciudad, siendo recibido «con demostraciones de 
aprecio» por el Gobierno argentino.— Según un 
autor respetable, los invasores « ninguna simpa- 
tía habían encontrado en la parte del país que 
ocuparon accidentalmente, y el sentimiento de 
veraz indignación con que fueron repelidos, debió 
ser un desengaño saludable para los eternos 
enemigos de nuestra tranquilidad. »— El movi- 
miento lavallejista, en efecto, no encontró eco 
en nuestro país, y ésta es la mejor prueba de 
la impopularidad del jefe de los Treinta y Tres. 

15 



226 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

—Un ciudadano importante de la época, en cartas 
confidenciales, califica ese movimiento de « mon- 
tonera descabellada», y dice que á Lavalleja se 
le debía presentar como « un desesperado cuyo 
plan se limita á echar mano de las cosas ajenas 
piara reparar sus quebrantos. » — Los planes de 
Lavalleja no los secundaban ni sus más íntimos 
amigos de verdadero valer y prestigio. — Era público 
y notorio, en 1833, que Rosas halagaba las am- 
biciones de Lavalleja para satisfacer sus propó- 
sitos ulteriores de dominio en nuestro país. — Y 
natural era que el patriotismo obligara á rehuir 
la solidaridad de tan graves responsabilidades! 



Pero Lavalleja no cejó nunca en sus afanes de 
obtener el gobierno de su pueblo, y,aún sacrificando 
ese mismo pueblo, propendió al logro de sus anhe- 
los.— Por otra parte, el odio á Rivera, la envidia 
que le producía el espectáculo de la grandeza de su 
rival, inspiraban sus peores empresas.— En 1833, 
— según una carta íntima de don José Cátala 
á don Gabriel Antonio Pereira, del mes de Abril 
del mismo año,— Lavalleja, personalmente, declaró 
en Entre Ríos á la familia de Warnes, que « había 
de hacer la guerra á la Provincia Oriental mien- 
tras mandase don Frutos; y que luego que mande 
otro aunque sea un negro , que enbaynará su es- 
pada y le prestará obediencia í^- . » — Auxiliado 

( 1 ) Correspondencia de Pereira, tomo i. 



JULIO M. SOSA 227 



eficazmente por Rosas,— que siempre encontraba 
pretextos para formular reclamaciones diplomá- 
ticas que enfriaran las relaciones entre su país y 
el nuestro, en momentos en que se preparaba 
algún movimiento revolucionario,— La valleja orga- 
nizó elementos con que invadir su territorio, y 
así lo hizo el 12 de Marzo de 1834, desembar- 
cando en Punta Gorda, departamento de Colonia, 
á poca distancia del pueblo de Higueritas. —Nue- 
vamente el contumaz revolucionario iba á probar 
fortuna en el juego cabalístico de los combates 
fratricidas ! 

No se crea, sin embargo, que el llamado Ejér* 
cito Restaurador, que encabezaba Lavalleja,— asi- 
milándose un título de puro origen rosista,— se 
componía de emigrados orientales que,— como él 
decía en sus proclamas rimbombantes, — venían 
á salvar la patria de los traidores que solicitaban 
un príncipe extranjero, — Ésta era una mistificación 
urdida por Rosas, como evidentemente lo han de- 
mostrado nuestros más veraces historiadores í^^. 
— El ejército de Lavalleja estaba compuesto, para 
desdoro suyo, de soldados y oficiales argentinos 
y de « criminales á quienes se habían abierto las 
prisiones de Buenos Aires. » — El propio don Anto- 
nio Díaz, que después fué general de Rosas, decía 
en 1834: «Se halla ya en campaña aquel caudillo 



( 1 ) Entre otros, puede verse « Escritos políticos y literarios », 
de don Andrés Lamas, cap. iii, págs. 128 y siguientes. 



228 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

(Lavalleja) con 200 hombres, muchos de ellos per- 
tenecientes á la división del general Quiroga y al- 
gunos presos é individuos de la guarnición del 
Pontón de Buenos Aires.» — lf\Á,% tarde, el mismo 
Díaz, en El Universaly nombraba algunos oficia- 
les de Lavalleja, y agregaba que con él venían 
diez oficiales pertenecientes á las divisiones de Qui- 
roga y Buenos y4//(^5.— Hasta don Manuel Oribe, 
que luego haría lo mismo que Lavalleja, pro- 
testó indignado contra éste por el crimen de bus- 
car,— según sus palabras, — ^/z el extranjero armas 
para destrozar el seno de la Patria.— En la misma 
proclama, en que tales conceptos se leen, agregaba: 
« Ciudadanos : un caudillo que no puede decirse sin 
nombre, porque lo ha manchado con sus grandes 
crímenes f acaba de presentarse á las playas de la 
República^ asociado de un puñado de bandidos 
extranjeros /» — Firmaba también esta proclama don 
Carlos Anaya. 

La chirinada de Lavalleja duró sólo ocho días, 
emigrando nuevamente, al cabo de ellos, su jefe, 
por la frontera del Cuareim.— Á pesar de la pro- 
tección descarada de Rosas y de los riogran- 
denses, fracasó la empresa de Lavalleja.— Su inep- 
titud y su impopularidad se evidenciaron una 
vez más.— Y volvió á Buenos Aires, definitiva- 
mente vencido, dispensándole Rosas, no obstante, 
á su llegada, toda clase de atenciones y, quizás, 
inspirándole toda clase de esperanzas! 



JULIO M. SOSA 229 



IV 



El gobierno de Rivera. — Opiniones favorables autorizadas. — Imposibi- 
lidad de justificar las chirinadas lavallejistas. — Sólo pueden expli- 
carse por la ambición desatentada de Lavalleja y por sus conniven- 
cias con Rosas. — Lavalleja, constituido en instrumento de los planes 
del déspota de Buenos Aires, entra á servir al Presidente Oribe, en 
1836. — Lavalleja desembarca en nuestras costas con un ejército ar- 
gentino, ostentando el cintillo de la Mazorca. — Otra proclama fede- 
ral. — Campañas de Lavalleja. — Batalla de Cagancha. — Las mili- 
cias entrerríanas al mando de Lavalleja degüellan á los enfermos, á 
las mujeres y á los niños del Hospital ambulante del Ejército 
oriental. 



Creemos haber evidenciado los móviles verda- 
deros que inspiraron á Lavalleja su obra anár- 
quica de 1832 á 1834.— ¿Se dirá acaso que las 
arbitrariedades y desórdenes de Rivera suscitaron 
la protesta armada de los lavallejistas?— Aún acep- 
tando, en hipótesis, que fuera verídico este argu- 
mento, ¿puede justificarse la conducta de Lava- 
lleja al solicitar de Rosas su adhesión, coadyu- 
vando á sus propósitos liberticidas, contra la 
propia integridad de su suelo, para combatir á 



230 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Rivera, que, en el peor de los casos, no se podrá 
negar que representaba tendencias nacionales en 
pugna con las tendencias absorbentes de Rosas? 
— La gravedad de la situación política y financiera 
no llegó jamás, por otra parte, al límite de lo inso- 
portable, como lo reconocerán los mismos que la 
ensombrecen á través de los tiempos; y prueba 
de ello es que Lavalleja no pudo reunir nunca 
más de doscientos ó trescientos hombres, en su 
mayoría extranjeros, sin un jefe oriental de valer, 
sin una personalidad civil que prestigiara sus pro- 
pósitos, para combatir á un gobierno que hoy se 
pretende transformar en una especie de fenómeno, 
con todos los defectos, con todas las deformida- 
des imaginables.— Es necesario hacer constar que 
ni siquiera merece serios reproches el general Ri- 
vera, por su gobierno de los primeros años de 
vida independiente. — No haremos la apología de 
ese caudillo, ni justificaremos todos sus actos, 
porque muchos fueron sus errores y no corres- 
ponde á nuestro propósito hacer crónica de sus 
procederes. — Pero sí, diremos que debe tenerse 
muy en cuenta, al juzgar la administración de 
Rivera, la época de prueba en que recién iniciaba 
sus primeros pasos, en la senda de sus propios 
destinos, con andadores constitucionales, la en- 
tidad abortada del connubio tripartito de 1828.— 
No podía organizarse con meticulosa regularidad 
una nación recién creada, casi sin recursos, sin 
horizontes, sin proyecciones propias, y, sobre todo, 



JULIO M. SOSA 231 



casi sin hombres altruistas que sobrepusieran el 
interés común á las egoístas conveniencias per- 
sonales; anarquizada, devorada por el proselitis- 
mo morboso de los despechados y de los aspi- 
rantes; amenazada permanentemente en su propia 
soberanía por los orientales argentinistas y por 
los argentinos orientalistas. — Y Rivera, á pesar de 
todo, tolerante por instinto, generoso por idio- 
sincrasia, magnánimo por temperamento y por 
experiencia, no vulneró los derechos de los ciu- 
dadanos, no privó de su libertad á los habitantes 
tranquilos de su país, no manchó con sangre 
ninguno de sus actos políticos, y hasta fomentó 
los desmanes y las licencias de los periodistas, 
con un espíritu de tolerancia exagerado.— « Du- 
rante su Presidencia,- dice don Andrés Lamas, á 
quien cita el autor de « La Tierra Charrúa » entre 
los detractores de aquel caudillo,— el progreso, 
moral y material del país fué crecidísimo, á pesar 
de los embates de la anarquía; se realizó el pro- 
digio de habilidad, virtud y moderación de resistir, 
evitando las calamidades de la guerra, la ambición 
y las agresiones de nuestros limítrofes : — la repú- 
blica se hizo respetable por su propia fuerza y 
por la uniformidad de su espíritu; — las institu- 
ciones se vigorizaron por la aplicación constante 
de las leyes y de la justicia; por el brillo que 
derramó sobre ella la devoción y el entusiasmo 
con que fueron sostenidas. » — « El orden, — dice 
también Lamas,— era la primera de nuestras ne- 



232 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

cesidades, y, precisamente el orden, la protección 
á la seguridad y á la libertad del hombre, es la 
primera y solidísima base de la influencia, que, por 
tan largo tiempo, ha ejercido el general Rivera. » 
— Don Antonio Díaz, por su parte,— que después 
fué Ministro de Oribe en el Cerrito,— decía en 
El Universal del 25 de Octubre de 1834: «El 
general Rivera llega al término de su gobierno 
dejando en pos de su nombre y sus relevantes 
servicios á la causa del orden y las instituciones, 
un recuerdo indeleble á todos los orientales que 
aspiran á vivir tranquilos bajo la influencia de 
las leyes. Su administración ha abrazado un pe- 
ríodo turbulento y lleno de peligros; y es justo 
decir que si el país se ha salvado del abismo en 
que iba á sumergirlo la anarquía, es debido á los 
esfuerzos de aquel ilustre ciudadano, á su cons- 
tancia infatigable, al sacrificio heroico de su bie- 
nestar y su reposo, y á la entera consagración 
de su influencia y de su crédito en obsequio de 
la causa pública. Hablamos á los contemporá- 
neos y no hacemos más que reproducir en el 
papel lo que á todos dicta su propia concien- 
cia y la justicia. » — Don Isidoro De -María, en 
sus apuntes biográficos sobre Rivera, dice que 
este caudillo « hizo un gobierno liberal, tolerante 
é ilustrado, haciendo prácticas las instituciones 
y respetando las formas y los derechos tute- 
lares del sistema representativo republicano. — 
El país empezó a prosperar bajo el suave impe- 



JULIO M. SOSA 233 



rio de la libertad y del orden. El progreso moral 
y material tomaba creces, el comercio aumentaba 
y la inmigración extranjera empezaba á afluir al 
nuevo Estado. » — Debe tenerse presente que du- 
rante el período presidencial de Rivera, la po- 
blación de la República aumentó á 128.000 ha- 
bitantes, habiendo sólo 70.000 en 1830.— Además, 
no debió de haber sido tan intolerable la admi- 
nistración del general Rivera, cuando los que ja- 
más tuvieron afinidades con él, y en lo futuro 
fueron sns grandes enemigos,— como don Manuel 
Oribe y don Garios Anaya, — tributáronle toda clase 
de honores al resignar honradamente su man- 
dato presidencial.— Anaya y Oribe, en efecto, de- 
cretaron una espada de honor al caudillo de 
Misiones, en nombre del Poder Ejecutivo, con 
fecha 4 de Noviembre de 1834, «como un testi- 
monio público de aprecio que hace de los ser- 
vicios distinguidos que ha prestado el señor bri- 
gadier general don Fructuoso Rivera á la 

conservación del orden y las instituciones ' en 
los acontecimientos que han tenido lugar desde 
el año 1832. » — La Cámara de Representantes 
acordó también otro premio al mismo Rivera por 
idénticas razones. — Igualmente, en un mensaje de 
Anaya, Oribe y Reyes, dando cuenta de la desig- 
nación del general Rivera para desempeñar la Co- 
mandancia Militar de Campaña, se tributaban di- 
tirámbicos elogios al ex Presidente de la República. 
Como se ve, habría cometido errores, durante 



234 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



SU administración, el general Rivera, — ¡ dígase 
quién no los cometió ! — pero ellos no fueron de 
tanta gravedad que transformaran en arbitrario y 
despótico su gobierno. — Las revoluciones son 
justas, son legítimas, constituyen un recurso ne- 
cesario, aunque peligroso, cuando la autoridad se 
erige en arbitro de los derechos, de la vida y de 
la fortuna de los ciudadanos; cuando se violan 
las leyes; cuando se escarnece la dignidad na- 
cional, y el régimen de la soberanía del pueblo 
se sustituye por el régimen personalísimo de una 
sola voluntad. — Nada de esto sucedía con el go- 
bierno de Rivera, y sólo la ambición desatentada 
de Lavalleja y sus adláteres, fomentada y apro- 
vechada por Rosas, para realizar sus siniestros 
planes de absorción, fué la causa ocasional de 
las tentativas revolucionarias del chiríno de Hi- 
gueritas.-El mismo general Oribe lo reconoció 
así, en un decreto posterior de amnistía, en que 
calificó de criminales á los lavallejistas por haber 
tomado parte en revoluciones injustificables. 



Si no basta lo dicho, los hechos posteriores 
de aquel ciudadano corroboran la afirmación que 
repetimos sobre la identidad de los propósitos de 
Rosas y de Lavalleja. — Siendo ya Presidente de la 
República don Manuel Oribe, Lavalleja conservó y 
estrechó la amistad de Rosas. --Don Andrés La- 
mas í ^ \ después de enumerar una serie de arbitra- 

( 1 ) Obra citada. 



JULIO M. SOSA 235 



riedades y claudicaciones de Oribe, en los primeros 
tiempos de su gobierno, dice: «Oribe había caído 
en un abismo que la conciencia de su propia des- 
lealtad le presentaba más profundo, entre él y el 
partido del general Rivera; y teniendo que apo- 
yarse en los revolucionarios de 1832, no había 
logrado captarse la confianza absoluta de esta 
facción, que, en buena parte, se conservaba aún 
con su antiguo jefe, Lavalleja, en actitud amena- 
zante—Rosas cuidó de tener en su mano este 
instrumento manteni^do á su lado á Lavalleja, 
cuyo odio á Oribe le era conocido, y de cuya 
opinión sobre la fe de este hombre participaba 
abiertamente. — Lavalleja era entonces en el fondo, 
el verdadero hombre de Rosas; pero este astuto 
ambicioso halagaba las aspiraciones de Oribe, y 
establecía el precio de su amistad, que se aumen- 
taba en razón de los compromisos en que se 
empeñaba: las exigencias crecían á medida que 
eran satisfechas, como acontece siempre en estos 
casos, sin que la medida se colme jamás; á la 
más ligera reJDUgnancia aparentaba retirar su amis- 
tad, como si nada se le hubiese otorgado, para 
volvérsela á Lavalleja.— Así fué que al presentar- 
le su demanda contra la libertad de la prensa. . . . 
asomaron los anuncios de una nueva invasión 
preparada en Entre Ríos por los antiguos revo- 
lucionarios, contra el gobierno de Oribe. » — Lava- 
lleja hacía las veces de un fantasma para asustar 
niños.— «Si Oribe resistía, Rosas se apoyaría na- 



236 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

turalmente en Lavalleja, y cualquiera que venciera 
en la lucha miserable que entonces se hubiera 
empeñado, las disensiones civiles hubieran pro- 
ducido tantos estragos y aberraciones, que Rosas 
hubiera llegado á su objeto sin remedio.» 

Producida la revolución del general Rivera, en 
1836, por causas que no es ahora el caso de re- 
señar, Oribe pidió su protección, más ó menos 
ostensible, á Rosas, y éste, que confiaba más en 
Lavalleja,— según la opinión de un escritor,— «en 
lo primero en que pensó fué en fortificar la frac- 
ción que le estaba más íntimamente ligada,» é 
introdujo en nuestro país á Lavalleja, con carác- 
ter aparentemente independiente. — « Lavalleja, — 
según las palabras de Lamas, — desembarcó en 
nuestras costas acompañado de una división com- 
puesta, casi en su totalidad, de argentinos, y todos 
sus soldados traían en el pecho la cinta punzó con 
el letrero «Restaurador de las Leyes ^^y y en todo 
idénticas á las que usaban los mazorqueros de Bue- 
nos Aires, »— En la proclama que Lavalleja lanzó al 
pisar el suelo de su cuna, decía que «un bando 
de pérfidos unitarios y de viles traidores d su pa- 
tria, atacan insolentes las libertades públicas,» etc. 
— Y agregaba después : « La voz de la patria llama 
á sus hijos, y el patriotismo que siempre acredi- 
taron, le preparan nuevos laureles. Sus heroicos 
esfuerzos salvarán su existencia que hoy peligra, 
y si desgraciadamente no fuera eso bastante, orien-^ 
tales, tenemos la amistad de un porteño esclare-- 



JULIO M. SOSA 237 



cidOy el que salvó su patria del poder ominoso de 
los que hoy atacan vuestra existencia política : la 
valiosa amistad del Ilustre Restaurador de las 
Leyes don Juan Manuel de Rosas. La política de 
su administración siempre franca, siempre ilustra- 
da, siempre amistosa y leal para el Estado Orien- 
tal, no permitirá que aleves unitarios turben el 
sosiego y la tranquilidad de este país ; no permi- 
tirá que el lustre de sus glorias lo empañen los 
asesinos feroces de ilustres hijos de la Patria, » — 
Digieran bien este documento los que queman 
incienso á la memoria del general Lavalleja; refle- 
xionen sobre su contenido, sobre sus proyeccio- 
nes, y dígase si aquél puede merecer de los 
orientales otro concepto qíie el de un ambicioso 
sin escrúpulos y de un anexionista impenitente. 

— Esa proclama es la síntesis de las ideas todas 
de Lavalleja, desde 1832 hasta 1840; era lógico, 
era consecuente con sus anhelos de 1825; pero 
agrava su delito de otras épocas, deificando y 
sirviendo al más execrable de los déspotas ame- 
ricanos, cuyo poder tenía por base la destrucción 
de sus enemigos, y cuya influencia se trasmitía, 
de rancho en rancho y de pueblo en pueblo, con 
la refalosa siempre sugestiva de sus mazorque- 
At?s/— Lavalleja pisa la tierra en que nació, con 
el emblema de Rosas, para combatir por intere- 
ses puramente argentinos : muy poco le preocu- 
pan las desavenencias fugaces de los orientales. 

— Él necesita, porque Rosas así lo quiere y por- 



238 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

que su interés le aconseja lo mismo, que el 
sultán de Santos Lugares pueda ser arbitro de 
nuestros destinos,— Y á este fin convergen todas 
sus actividades! 



Lavalleja se encontró en el combate de Carpin- 
tería, el 19 de Septiembre de 1836. — En la se- 
gunda campaña de Rivera, inició serias operacio- 
nes contra éste, y tomó parte en el combate del 
Yí, siendo arrastrado, conjuntamente con Oribe, 
por el ala izquierda en desbande del ejército del 
Gobierno.— Triunfante el general Rivera, y firmada 
la paz, previa renuncia del general Oribe, Lava- 
lleja, que se hallaba al frente de las fuerzas des- 
tacadas en Paysandú, volvió á Buenos Aires á 
coadyuvar á los esfuerzos posteriores de Rosas 
contra su país.— No transcurriría mucho tiempo 
sin que aquel ciudadano invadiera nuevamente 
su territorio, aprovechando los momentos en que 
la guerra entre Rosas y la República se iniciase 
con todo vigor. — En 1839, el general Pascual 
Echagüe, al mando de un ejército argentino, in- 
vadió el Estado Oriental, y entre sus subalternos 
figuraba Lavalleja, ya públicamente consagrado ge- 
neral de Rosas. — El 29 de Diciembre del mismo 
año, se dio en los campos de Callorda, inme- 
diatos al arroyo Cagancha, la célebre batalla de 
este nombre, en que obtuvo un espléndido triunfo 
el general Rivera, con menor número de tropas 



JULIO M. SOSA 239 



y peores armas que sus enemigos. — Lavalleja 
mandaba en esta batalla las milicias entrerrianas, 
y su actuación durante la pelea fué objeto de 
severas críticas por parte de algunos de sus com- 
pañeros de armas ^^^ llegándose hasta atribuir 
la derrota á su ineptitud ó á su negligencia. — 
Sin embargo, no demostró tal negligencia para 
hazañas menos peligrosas en el mismo campo 
de batalla. — Dice, en efecto, don Andrés Lamas: 
«en lo más recio de la pelea se destacó una di- 
visión de Rosas acaudillada por don Juan Anto- 
nio Lavalleja sobre las carretas en que estaba 
colocado el Hospital, y allí fueron asesinados en- 
fermos, heridos y mujeres y niños y. cirujanos; se rom- 
pieron los instrumentos quirúrgicoSy se inutilizaron 
los vendajes y las medicinas. >> -Este hecho, — que 
se publicó oficialmente, según puede comprobarse 
y lo dice el mismo autor, — lo testificaron cen- 
tenares de testigos. — ¡ Qué contraste con la con- 
ducta del general Rivera en la misma batalla de 
Cagancha, quien dio amplia libertad á los prisio- 
neros rendidos y dirigió todas las operaciones 
con un látigo de trenza por única arma, demos- 
trando, — según las palabras del doctor Dufort 
y Álvarez,— que sabía vencer, pero que no sabía 
matar! . . . — Un solo mérito podía exhibir Lava- 
lleja hasta 183Q: no se había manchado con la 



( 1 ) Entre ellos, don Manuel Oribe, en documento publicado 
por don Antonio Díaz, en su « Historia Política y Militar de las 
Repúblicas del Plata», tomo v, pág. 41. 



240 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

sangre del enemigo vencido. — Pero en el día 
trágico de Cagancha, hasta ese mérito perdió para 
la posteridad justiciera. — La escuela de Rosas, 
con todas sus enseñanzas sangrientas, con todos 
sus ejemplos de muerte, había sido provechosa 
para Lavalleja. 



JULIO M. SOSA 241 



V 



Los últimos años de Lavalleja. — Su actitud durante la Defensa. ~ Su 
actuación en el Triunvirato. — La influencia de Pacheco y Obes. — 
Declaración de coloradísmo. - Actitud del Partido Blanco. — Lava- 
lleja no fué colorado ni blanco. — Su muerte. 



Puede decirse que la vida activa de Lavalleja 
terminó,— con un epílogo de sangre, — en la batalla 
de Cagancha. — Desde entonces, decepcionado, 
abatido, sin esperanzas ya en la restauración so- 
ñada para sí mismo, por el ascendiente que tomó 
Oribe sobre el ánimo de Rosas, su antiguo pro- 
tector, se apartó de las luchas de la época, reti- 
rándose á la vida tranquila del hogar, á la espera 
del desenlace de los sucesos. 

Resta agregar ahora, á esta especie de mono- 
grafía rápida, la actitud asumida por aquel ciu- 
dadano en los últimos años de su vida. — Durante 
el Sitio Grande, durante los nueve años que fue- 
ron de perpetuo peligro para la Independencia 
nacional y para la civilización del Río de la Plata, 



16 



242 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Lavalleja vivió en el retiro de su hogar, en su 
modesta casa de la Unión, — en el campamento, 
puede decirse, de los sitiadores, -presenciando im- 
pasible el duelo gigantesco en que se hallaban 
comprometidos los hombres libres del Plata y el 
despotismo neroniano que pretendía avasallarlos. 

Hasta 1853, continuó en su retiro. - Conclui- 
da ya la guerra con Rosas, y abatido el poder 
de éste, el movimiento revolucionario de 1853, 
contra el gobierno del presidente Giró, hizo sur- 
gir de nuevo en nuestra escena política al ge- 
neral Lavalleja, merced á la influencia predomi- 
nante del general Melchor Pacheco y Obes, en- 
trando á formar parte del Triunvirato, que tam- 
bién integraron los generales Rivera y Flores.— 
Al fin, después de veinticinco años, lograba La- 
valleja subir los escaños de oro del Poder; y los 
sarcasmos del destino le designaron un puesto 
de coparticipación en el Gobierno, con su antiguo 
rival, el general Rivera! 

Al surgir de nuevo Lavalleja á la vida pública, 
aunque con un rol puramente decorativo, — pues 
se constituyó en eco ó portavoz de las opinio- 
nes y planes políticos del general Pacheco, — fué 
bandera de reacción contra los que en épocas 
anteriores habían sido sus compañeros de armas 
y sus camaradas políticos; contra los .que, desde 
1836, formaban el Partido Blanco, —jamás había 
tenido afinidades con un solo hombre del par- 
tido de Rivera, que se formó frente al de Oribe, 



JULIO M. SOSA 243 



con divisas de colores opuestos: amigo, subal- 
terno y protegido de Rosas, nunca fueron solida- 
rios de sus actos los que derramaron su sangre 
defendiendo el suelo de la Patria y las institu- 
ciones de la República, en las jornadas tirteaicas 
de Cagancha y Montevideo. — Sin embargo, Lava- 
lleja, al revestirse con los atributos del mando en 
1853, hizo profesión de fe colorada^ renegando 
de la tradición de su partido, de sus actos y de 
su nombre, y encomendó á su hijo Constantino 
la misión de entrevistarse con el propio Rivera, 
que se hallaba en el Yaguarón, á fin de partici- 
parte sus sentimientos de amistad. — Por esta acti- 
tud, mereció de los hombres del Partido Blanco 
los más enérgicos apostrofes, declarándolo Giró, 
— desde la Legación en que se había asilado des- 
pués del 18 de Julio, — traidor á la patria y á las 
instituciones.— \ puede considerarse una contesta- 
ción á ese úkase del gobierno caído, la declaración 
célebre de Lavalleja del mismo año 1853: «Ai/ 
desgracia^ — dijo, — ha consistido en haber creído 
al Partido Blanco y que me hablaba en nombre de 
la Ley y de la Patria, para hacerme instrumento 
de sus infamias y de sus maldades,— Dios ha 
permitido que no muera sin poner la espada de 
Sarandí del lado del Partido Colorado, al cual he 
debido pertenecer toda mi vida, porque en él es- 
taban mis principios, la gloria de mi país y de 
mi nombre! ^^^ » — ¡Éste era el precio de su ele- 

( 1 ) Puede leerse, reproducida por Juan Carlos Gómez, en El 
Nacional del 29 de Agosto de 1857. 



244 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

vación al Triunvirato ! —Falsean, pues, la Histo-, 
na, los que dicen que Lavalleja era blanco.— En 
nuestro concepto, no era ni blanco ni colorado: 
era un ambicioso vulgar, sin principios fijos, sin 
ideales altruistas en su mente. — Sirvió siempre 
la causa que fomentara sus ambiciones ó que 
pudiera producirte beneficios propios. — Nada más. 
— No pudo ser colorado, aunque lo declarara obli- 
gado por las circunstancias, quien siempre fué 
enemigo irreconciliable de la bandera y de los 
hombres de ese partido. — No pudo ser blanco 
tampoco quien contribuyó á robustecer el movi- 
miento revolucionario que produjo la caída de 
Oiró, y luego propendió con eficacia á la severa 
reacción contra las ideas y los hombres del Par- 
tido Blanco. 

Poco después, — el 22 de Octubre, á las 3 
de la tarde, -- falleció Lavalleja, víctima de un ata- 
que repentino, en el mismo Fuerte. — Sus con- 
temporáneos propalaron la versión de que el ac- 
cidente fatal provino de una inusitada impresión 
que recibió en determinado momento de las de- 
liberaciones gubernamentales. 



JULIO M. SOSA . 245 



VI 



Lavalleja y la posteridad 

El hecho de que Lavalleja no fuera blanco ni 
colorado, facilita la tarea de juzgarlo y reviste de 
mayor imparcialidad el juicio contrario á su per- 
sonalidad, que nos hemos formado en el estudio 
sereno y detenido de los hechos de su vida. — 
Alguien, subiendo el diapasón de las apreciacio- 
nes personales, atribuye al fanatismo partidario 
los juicios desfavorables sobre el vencedor de 
Camacuá.— Es un error, un error tanto menos jus- 
tificable cuanto más se estudia la vida de Lava- 
lleja.— No es por sentimientos exagerados de co- 
hradismo, que reprobamos la conducta de Lava- 
lleja en las varias fases de su existencia: nuestra 
imparcialidad histórica también nos obliga á con- 
denar severamente á muchos de los que usaron 
y abusaron de la divisa roja. — Si opinamos que 
Lavalleja fué un mal patriota, un mal ciudadano» 



246 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



un pésimo militar y un hombre inepto, es porque 
así lo evidencian los hechos de toda su vida, que 
dejamos reseñados. 

En efecto: fué mal patriota quien desde sus 
primeros actos públicos, demostró tendencias ín- 
timas á la desaparición de la entidad soberana 
de su país, para deponerla bajo el régimen auto- 
nomista de las provincias federales. — Con Arti- 
gas, primero, fué provincialista ; sirvió á los por- 
tugueses en el Regimiento de Dragones, jurando 
acatamiento á la autoridad lusitana. — Proclamó 
abiertamente, sin reticencias de ningún género, 
sus propósitos anexionistas, al pisar la Agraciada 
con la pomposa bandera de « Libertad ó muerte », 
en 1825. — Ni una sola de sus palabras, ni uno 
solo de sus hechos, da margen á la creencia pa- 
triótica de que Lavalleja persiguiera un ideal ul- 
terior de Independencia absoluta.— Ya hemos de- 
mostrado el error de los que, tejiendo sobre el 
canavás de la fantasía leyendas homéricas, juzgan 
de otro modo la conducta del jefe de los Treinta y 
Tres.— ¿Sería un error de la época, más que del 
hombre, el porfiado empeño de Lavalleja de adhe- 
rir la Provincia Oriental al conjunto metropolizado 
de las Provincias Argentinas? — Quizás explicara, y 
hasta quizás justificara su conducta, ese hecho, 
si fuera verdadero. — Pero no lo es. — Lavalleja, si 
fué anexionista antes de 1828, lo fué por con- 
vicción absolutamente personalísima, por senti- 
miento propio, ajeno al sentimiento de la época 



JULIO M. SOSA 247 



y á las exigencias de las circunstancias. -^ Para 
probarlo, sólo basta recordar que si aceptó á re- 
gañadientes la Independencia de su Provincia, 
no tardó él, por sí mismo, en amenazarla con las 
armas de Rosas, cometiendo un doble y graví- 
simo delito de traición á la Patria,- pues eran 
armas extranjeras, —y de traición á las institucio- 
nes democráticas de su pueblo, — pues eran las 
armas de la tiranía que, ensangrentadas en los 
lupanares de muerte de la Mazorca, ahogaban la 
voz de la conciencia libre con el terror de las 
represalias neronianas.— Negar esta amarga ver- 
dad, sería negar la existencia misma de Lavalleja 
desde 1834 á 1839. — Podría decirse en favor de 
este mal oriental, que su actitud pasiva en la guerra 
de los nueve años, demostró que no comulgaba 
en los altares sin honor de Rosas. — Pero sería 
razonar con carencia absoluta de razón, si este 
argumento se hiciera valer para justificar la con- 
ducta anterior de Lavalleja, — Había sido amigo 
de Rosas, había sido su cómplice y su instru- 
mento incondicional en las empresas que aquél 
concibiera para destruir la soberanía de la tierra 
uruguaya y desconocer los derechos de los ciu- 
dadanos que consagraba libres el sol esplendo- 
roso de su bandera bicolor. — Y todo esto lo 
hemos probado con documentos y con hechos 
indiscutibles del propio Lavalleja y de otras per- 
sonalidades de aquellos tiempos de gloria para 
unos, de oprobio para otros. — Si Lavalleja no 



248 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



tomó parte en el sitio de Montevideo, ni derrochó, 
como en Cagancha, su valor, — que no descono- 
cemos, — bajo la bandera azul y negra de Rosas, 
— ¿acaso fué porque el arrepentimiento abriera 
su corazón á las ternuras del terruño y Jas des- 
gracias de sus hijos le revelaran el crimen atroz 
que se cometía con ellos al pretender esclavizar- 
los? — Si éstos fueron sus sentimientos últimos, 
¿por qué no se presentó á los patriotas de Mon- 
tevideo, el 16 de Febrero de 1843, para ofreceries 
el empuje espartano de su brazo y el temple bien 
probado de sus músculos, á fin de combatir las 
hordas federales que iniciaban el gran sitio de 
los nueve años, contribuyendo, por su parte, á 
salvar la Patria de los peligros que la amenaza- 
ban, y, al mismo tiempo, para reparar sus anti- 
guos errores, para purificar su alma en el crisol 
de sacrificio y de honor de la Defensa?— En de- 
terminadas circunstancias, no se eluden las seve- 
ras responsabilidades de la Historia, desapare- 
ciendo del teatro de los sucesos, para dejarios 
correr sin compromisos personales. — Se comete 
un delito al rehuir el cumplimiento del deber su- 
premo que impone la Patria á sus hijos, de que 
la defiendan y la conserven en toda su integri- 
dad. — Lavalleja, á las puertas de Montevideo, có- 
modamente recluido en su hogar, no sintió el 
supremo cariño que á un hijo inspira el peligro 
inminente de su madre, y no fué á alistarse entre 
los defensores heroicos de la Numancia ameri' 



JULIO M. SOSA 249 



cana, ni aún en los días críticos en que el pa- 
triotismo hacía milagros dentro de nuestros muros, 
para robustecer la defensa de la civilización de 
todo un continente amenazada; para detener de- 
lante de sus cañones la irrupción vandálica de 
las mazorcas borrachas en sangre, que escarbaban, 

- - según la frase del poeta, — hasta las tumbas, 
como las hienas, para roer las osamentas de los 
libres ! 

¡Ah! la explicación de la conducta de Lava- 
lleja es bien clara. — Él fué, — como ya lo he- 
mos dicho, — el hombre de Rosas, mientras Oribe 
permaneció en la Presidencia de la República, 
á guisa de fantasma, para asustario, siempre que 
no accediera á sus progresivas pretensiones. — 
Era el oriental de más confianza para Rosas, y 
merecía todas sus preferencias. — Pero, cuando 
Oribe renunció su alto cargo y llegó á Buenos 
Aires, Rosas tuvo deferencias especialísimas para 
el ex Presidente, y logró captarse, más que antes, 
su voluntad. — Rosas, — perspicaz y conocedor 
profundo de los hombres, — comprendió cuánto 
provecho para sus planes ulteriores podía sacar 
de Oribe, que, como inteligencia militar y política, 
no resistía comparación con Lavalleja, aunque 
también, es justo decirio, y así convenía á Rosas, 
aquél carecía en absoluto de escrúpulos morales. 

— Seguro del concurso de Oribe, relegó á se- 
gundo término á su antiguo protegido, y, ya como 
amigo, ya como general de sus ejércitos, ya como 



250 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

cómplice de sus más atroces crímenes, Rosas 
convirtió en instrumento servil de sus planes á 
Oríbe, fomentando sus ambiciones y prometién- 
dole todo su concurso para reivindicar sus fueros 
perdidos de Presidente de la República. — Vemos, 
desde entonces, á Lavalleja inactivo, decepcionado, 
sin iniciativas, olvidado de todos, sufriendo el 
íntimo dolor que produce la impotente rabia del 
despecho y de la envidia. — Ya hemos podido 
demostrar cuan profundos eran estos sentimien- 
tos en el alma de Lavalleja, y es de figurarse 
cuánto habrán trabajado en sí mismo, al verse 
despreciado por un hombre á quien él había hecho 
entrega incondicional de su espada y de su nom- 
bre. — Volvió, pues, á Montevideo, y no queriendo 
servir más al que con tan injustos procederes 
recompensaba sus servicios de otra época, se re- 
tiró á su hogar, sin ofrecer tampoco su concurso 
á los defensores de Montevideo, que eran sus 
enemigos de toda la vida, que eran los que le 
habían privado de los honores y grandezas que 
él codiciara tanto. 

Si como patriota, como oriental, procedió de 
este modo Lavalleja, — como ciudadano, como 
miembro de una sociedad democrática, no pro- 
cedió mejor. — Ya hemos dicho que fué el pri- 
mero que, iniciando una era fatal de asonadas y 
motines, se hizo proclamar dictador en 1827, de- 
rribando del poder á don Joaquín Suárez, que 
era la personificación más pura del civismo na- 



JULIO M. SOSA 251 



cional. — Lavalleja es el precursor de todos los 
desórdenes que desgraciadamente ha aparejado el 
militarismo politiquero, sistematizado, ignorante, 
sin escrúpulos, hijo del caudillaje brutal de los 
analfabetos, que tantos días obscuros ha produ- 
cido en nuestro país. — La soldadesca amotinada 
lo proclamó dictador, y, desde entonces, como uo 
hecho que contamina y sirve de ejemplo, ¡cuántos 
motines militares han despedazado con el filo de 
las bayonetas mercenarias las páginas de la Cons- 
titución de la República ! — Pero no sólo un hecho 
puede presentarse para probar la falta de respeto 
á las instituciones, por parte de Lavalleja. — Hemos 
ya anotado el triunfo efímero que obtuvo por el 
motín del 3 de Julio de 1832, que lo colocó no- 
minalmente al frente de los negocios públicos, 
sostenido por las armas de unos cuantos fac- 
ciosos sin lecursos ni prestigios de ningún gé- 
nero, como se demostró elocuentemente con el 
hecho de que un oficial subalterno sólo bastara 
para reponer las autoridades constitucionales. - 
También hemos detallado las tentativas revolu- 
cionarias de 1833 y de 1834, contra los poderes 
constituidos del Estado, sin otras razones que 
las justificaran que el interés de Rosas y la am- 
bición desmedida de Lavalleja. — Por una coin- 
cidencia curiosa, se puede agregar que, cuando 
ya viejo y retirado de la vida pública, integró el 
Triunvirato de 1853, lo hizo elevándose sobre 
los hombros del motín militar á la última y su- 



252 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



prema posición que, para realizar quizás sus sue- 
ños de oro, en el último año de su vida, le ofre- 
ció la veleidosa coqueta del destino, tan huraña 
con él en otras épocas. 

En cuanto á Ja capacidad militar de Lavalleja, 
todos los cronistas y todos los historiadores de 
las épocas en que actuó aquel ciudadano, con- 
firman nuestro juicio, ya expresado, de que ca- 
recía de cualidades militares, como carecía de 
cualidades políticas. — Bastaría decir que él se 
mofaba de los generales que usaban anteojos para 
mirar al enemigo! — Los hechos, por otra parte, 
lo comprueban. — El combate de Sarandí no fué 
una acción estratégica: toda la pericia de Lava- 
lleja se redujo á dividir en tres cuerpos sus fuer- 
zas, con jefes guapos, y ordenar una carga ce- 
rrada, heroica, contra las fuerzas brasileñas. — Fué 
un choque de músculos, de braveza ingénita: no 
hubo plan militar. — Y, así mismo, á quien se 
debió el éxito del combate, — según un cronista 
imparcial, — fué á Rivera. — En Ituzaingó, la com- 
portación de Lavalleja dio motivo al historiador 
argentino Saldías á críticas que robustece con 
razones muy lógicas. — El general Alvear, en esa 
ocasión, estuvo á punto de fusilarlo por insubor- 
dinado ( ^ ^ . — En determinado momento de la ba- 
talla, Alvear se dirigió á Lavalleja ordenándole 
que cargara inmediatamente . al enemigo con la 

( 1 ) Véase la nota de las págs. 255 y siguiente. 



JULIO M. SOSA 253 



división de su mando, pues de esta operación 
quizás dependiera el éxito de la acción. — En tan 
críticos momentos, Lavalleja desobedeció la orden, 
considerándose desprovisto de la necesaria re- 
serva.— «^ El general en jefe, — dice un distinguido 
publicista, — quedó, al parecer, poco satisfecho con 
esta respuesta, pues teniendo allí el general La- 
valleja más de dos mil hombres de caballería, 
podía haber dejado cuatrocientos ó más de re- 
serva, y cargar con los restantes, que eran supe- 
riores en número á los de la caballería enemiga 
que estaba á su frente ^ ^ ^ . . » — Como jefe del 
Ejército nacional, sucesor de Alvear, ya heñios 
visto la actitud pasiva que asumió Lavalleja al 
reconocerse impotente para desalojar i los brasi- 
leños de las sierras ^ ^ ) . — En el combate del Yí, las 
fuerzas que mandaba quedaron envueltas en el 
desbande del ala izquierda del ejército guber- 
nista. — El mal éxito de la batalla de Cagancha 
lo atribuyeron á su ineptitud ó á su negligencia, 
jefes argentinos y orientales, como Urquiza, Oribe 
y Gómez. — Y en cuanto á sus campañas revo- 



(1) Eduardo Acevedo Díaz: «Batalla de Ituzaingó». 
. (2) Reñriéndose al nombramiento de Lavalleja, para suceder 
á Alvear en el mando del Ejército Republicano, dice Saldías : 

« Lavalleja carecía de la capacidad para tal comando, y esto 

era tan notorio como inexplicable el que se pospusiese A él gene- 
rales como Las Heras, el salvador del Ejército de los Andes en 
Cancha Rayada ; Necochea, el mimado de San Martin ; Martínez, 
el general de Puertos Intermedios ; Soler, el héroe en la Cuesta 
de Chacabuco ; Mansilia, el vencedor en el Ombú. » — Adolfo Sal- 
días, obra citada, tomo i. 



254 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

lucionarias, también hemos visto que jamás pudo 
vanagloriarse de un triunfo, ni aún cuando se 
posesionó de todas las fuerzas, con tiempo su- 
ficiente para organizarse, á raíz del motín del 
3 de Julio de 1832, permitiendo á Rivera reunir 
fuerzas, para formar un ejército poderoso que le 
arrojó á la margen occidental del Yaguarón. — 
El mismo don Antonio Díaz, que tantos elogios 
tributa á Lavalleja, reconoce su ineptitud y su 
negligencia. 

Si se tiene en cuenta, además, la falta absoluta 
de carácter en este ciudadano, podrán explicarse 
muchos actos de su vida militar y política. — Es 
incuestionable que Lavalleja carecía de las ener- 
gías, del discernimiento reflexivo, de las condiciones 
de estabilidad del juicio propio, oue forman y ro- 
bustecen el carácter. — No amoldaba su conducta á 
una norma fija, madurada en su espíritu, producto 
del concepto de su propio valer y de su propia res- 
ponsabilidad. — Obedecía más á la voluntad ajena 
que á la voluntad propia: había nacido para ser 
mandado y no para mandar. — Sin carácter, sin 
principios, — dice Samuel Smiles, — un hombre es 
como un buque sin timón y sin brújula, aban- 
donado para ser impelido de aquí para allá, por 
cualquier viento que sople. — Así era Lavalleja: 
dúctil, maleable, de pasta blanda, se dejaba llevar, 
dominado por sus pasiones impacientes, que no 
detenía ni moderaba la fuerza motriz que exte- 



JULIO M. SOSA 2S5 



rióriza el carácter del individuo ^^K — Esclavo de 
sus pasiones, sirvió de instrumento servil á los 
que supieron, como Rosas, aprovechar la docili- 
dad de su carácter y la monomanía de las gran- 
dezas que lo obligaba á aspirar sin merecer, 
pues él, como todas las medianías encumbradas 
por circunstancias especiales ó sólo por la casua- 
lidad, no tuvo jamás un momento 'de verdadero 
examen introspectivo para cerciorarse de que sus 
cualidades no correspondían á sus desmedidas 
ambiciones. — Dominarse á sí mismo, es prueba 
de carácter: Lavalleja jamás practicó esta máxima. 
— Fué víctima siempre de sus propias pasiones 
y de las de los que lo rodeaban. - Muy vanidoso, 
también como todas las mediocridades, no tuvo 
la virtud de conocerse y servir desinteresada- 
mente á su país, persuadido de que sus rivales 
le sobrepasaban en méritos y en cualidades in- 
trínsecas ^-^ . 



( 1 ) Un hecho concreto robustece nuestra afirmación. — Cuando 
se produjo la revolución de Rivera contra el Presidente Oribe, 
éste entretuvo durante mucho tiempo á Lavalleja, sin daré un 
mando efectivo. Y, -—según las propias palabras de Oribe, — tenía 
á Lavalleja haciendo el ofício de «sargento de partida». 

(2) Una prueba de la vanidad extraordinaria y de la ignoran- 
cia de Lavalleja, ^s el siguiente diálogo mantenido entre él y el 
general Alvear, horas después de la batalla de Ituzaingó, refi 
riéndose á un hecho que ya hemos dado á conocer. — « General : 
si ayer hubiese usted cargado, cuando yo se lo mandé, el ala iz- 
quierda del enemigo que estaba en desorden, no se me escapa 
un solo brasileño. » — El general Lavalleja le contestó en el acto: 
« Señor general : yo sé cargar al enemigo sin necesidad de que 
nadie me lo enseñe.» — A esto replicó el general en jefe: «No se 
trata de eso, señor general, sino de que ayer no cargó usted 



256 BIBLIOTECA DEL .CLUB VIDA NUEVA 

Lavalleja no arrastró jamás la multitud ; en rea- 
lidad, no fué nunca caudillo: no sabía dominar 
á los demás, porque no sabía dominarse á sí 
mismo; y ésta era la gran ventaja que le daba 
superioridad á Rivera sobre él en él seno de las 
masas populares. — El carácter no se define: se 
evidencia en la escuela práctica, pletórica en en- 
señanzas, de 'la vida, y más aún, de la vida mi- 
litar, en que el carácter por sí solo une á milla- 
res de hombres en un pensamiento y en una 
voluntad. — Á Lavalleja, como es notorio, su es- 
posa, doña Ana Monterroso, lo gobernaba: él 
jamás se sublevó xontra esa especie de tutela ín- 
tima que ella ejercía sobre su espíritu en el hogar. 



cuando convenía hacerlo y yo se lo mandaba.» —El jefe de van- 
guardia objetó á tal observación con estas palabras:—* Yo no soy 
de los generales que miran al enemigo con anteojos / » — El ge- 
neral Alvear, que se sentía ya incomodado por esas respuestas 
imprudentes — hijas de un corto criterio y de la prevención que 
existía entre ellos desde algún tiempo atrás, — volvió á decirle 
que no se trataba de eso, sino de la carga que no había dado 
cuando le ordenó que lo hiciera, y de los resultados que debía 
haber tenido. — Excediéndose entonces el general Lavalleja en 
imprudencia, y también en necedad, exclamó : « Seflor general en 
jefe : cuando otros estaban sirviendo á Fernando Vil, yo sabía 
cargar al enemigo ! > — Aludía al mismo Alvear, que había servido 
en España en la guerra de la Independencia contra los ejércitos 
de Bonaparte, como lo habían hecho San Martín, Bolívar y otros 
muchos. — El general en jefe, irritado acaso por una invectiva 
que carecía de fundamento, si no por el desacato del que la pro- 
fería en aquella reunión tan solemne, avanzó dos ó tres pasos 
hacia el general Lavalleja, y con alterada voz le dijo: — « Cálles-e 
usted la boca, sino lo fusilo en el momento!»— ^ el general La- 
valleja guardó profundo silencio. 

Lo transcripto pertenece al señor Eduardo Acevedo Díaz. — 
«Batalla de Ituzaingó». 



JULIO M. SOSA 257 



— El general Flores y el general Pacheco y Obes 
fueron los verdaderos y únicos triunviros en 1853, 
pues Lavalleja no hizo otra cosa que firmar lo 
que Pacheco le aconsejaba que firmara: el ca- 
rácter de acero de este último, se impuso sobre el 
carácter elástico de Lavalleja. 

¿Es acaso necesario agregar que también ca- 
recía este ciudadano de cualidades intelectuales 
ingénitas, que, como sucedía con Rivera, suplie- 
ran la falta de ilustración que caracterizaba á los 
caudillos de las épocas revolucionarias?— Mientras 
Rivera era de una viveza extraordinaria, de intuicixSn 
profunda que le hacía leer en la frente de los -hom- 
bres lo que sus corazones sentían, Lavalleja era de 
corto criterio, — según la expresión de Acevedo 
Díaz, — de mente llana, — como dice Herrera, — 
sin vistas lejanas, apocado en el pensamiento como 
apocado era de carácter.— El mismo don Antonio 
Díaz lo reconoce así, y sus hechos todos lo de- 
muestran, evitándonos la fastidiosa enumeración 
de sus desaciertos. — Rivera, para representar su 
ceguedad intelectual, apellidaba á Lavalleja «ca- 
beza de puerta».— Sólo como dato que demues- 
tra graciosamente su ignorancia y su falta de sen- 
tido común, apuntaremos una anécdota, cuya ve- 
racidad garantimos, por haberia oído de labios 
de un testigo presencial del hecho ^^^ . — Es ésta: 
d 12 de Octubre de 1852,— aniversario del com- 

( 1 ) Don Manuel María de la Bandera. 

17 



258 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

bate de Sarandí,- fueron en corporación varios 
ciudadanos á saludar al general Lavalleja en su 
casa de la calle Zabala.— Éste los obsequió muy 
amablemente, y, como es natural, se pronuncia- 
ron brindis entusiastas.— Le tocó el turno á La- 
valleja, y dijo con toda solemnidad estas pala- 
bras : « Brindo y señores, por que la libertad de la 
prensa sea libre! , . . . » — Ese mismo día, don José 
Marios le ató al cuello, en forma de corbata, al 
general Lavalleja, la gran bandera de los Treinta 
y Tres, saliendo así á la calle. — La corbata resul- 
taba más grande que él, pues el general era de baja 
estatura y de piernas en forma de arco. 

He ahí la vida de Lavalleja y los juicios que 
ella nos sugiere. — No agradarán seguramente 
á los cultores de la romancesca leyenda del 19 
de Abril, ni á los partidarios recalcitrantes del 
jefe de los Treinta . y Tres. — Pero nosotros, ba- 
sados en hechos, en documentos y en opinio- 
nes respetables, creemos que hacemos Historia, 
verdadera Historia, juzgando sin hipocresías ni 
reticencias pueriles, con la severidad que impone 
la crítica justiciera é imparcial. — La posteridad no 
debe ser cómplice consciente de las mistificacio- 
nes que la leyenda tradicional ha arraigado en la 
conciencia del vulgo. — Sólo una brillante cualidad 
exhibe Lavalleja: su valor, que generalmente era 
temerario.— Tenía el valor át los héroes; pero le 
faltaban todas las otras cualidades que, para Car- 
lyle, reúnen los verdaderos héroes! 



TERCERA PARTE 



') ' 



TERCERA PARTE 



La personalidad de Oribe hasta 1832. — Su actuación en el motín del 
3 de Julio. — Traiciona á Lavalleja para servir á Rivera. — Compro- 
miso previo. — Elevación de Oribe á la segunda Presidencia consti- 
tucional de la República. — ¿ Era digno de este cargo ? — Conducta 
altruista de Rivera. — Opinión de don Andrés Lamas. 



Deliberadamente hemos prescindido, en lo posi- 
ble, de la actuación del general don Manuel Oribe, 
en los capítulos anteriores, para concretarnos á 
ella por separado, á fin de presentar á ese per- 
sonaje con sus rasgos propios, con sus hechos, 
con su conducta individual, en la larga época en 
que figuró en primera línea entre nuestros ante- 
pasados. 

Su actuación secundaria hasta 1828, ya la he- 
mos dado á conocer, sucintamente, desde que 
desertó de las filas de Artigas para emigrar 



262 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

á Buenos Aires, y volver luego á servir á los 
portugueses, á las órdenes de Da Costa; tomar 
parte en la empresa de los Treinta y Tres; per- 
seguir á Rivera cuando éste emprendió la cam- 
paña de Misiones, fusilando los conductores de 
sus partes, y contribuir con sus tropas al triunfo 
de la dictadura de Lavalleja y al fraude escanda- 
loso desplegado en la elección de la Asamblea 
Constituyente.— Ahora, estudiaremos sus hechos 
posteriores, después de declarada la Independen- 
cia Nacional, por obra y gracia de Jorge IV, Pe- 
dro I y Manuel Dorrego. 

Si antes de 1828, Oribe, como Lavalleja, fué un 
apóstol armado del anexionismo, del provincia- 
lismo tributario de los orientales, encontraremos 
la más evidente confirmación de tales propósitos, 
con estupendas circunstancias agravantes, en su 
conducta posterior, sombreada por todos los opro- 
bios, execrada por todas las conciencias honestas. 
— íntimo pesar, dolor profundo, causa en nosotros 
el prurito injustificado de cohonestar actualmente 
las traiciones, las impudencias, los crímenes, dig- 
nos de una escena infernal de Dante, que cometió 
aquel hombre sin entrañas, colocado entre los 
libertadores de nuestra tierra, enrojecida por él 
con sangre de sus hermanos, y vendida por él 
al precio de su conciencia y de su honor, al más 
déspota de todos los déspotas de América! — 
Oribe no fué libertador de nuestra Patria, ni fué 
ciudadano por nuestras leyes. — No se redime la 



JULIO M. SOSA 263 



tierra en que uno nace, ofreciéndola al extranjero ; 
ni forma parte de una República, quien esgrime 
las armas de un tirano para destruirla y envi- 
lecerla ! 



Oribe nunca tuvo simpatías por Rivera: ambos 
habían militado en distintos campos, y las afini- 
dades del primero con Lavalleja, identificaban sus 
sentimientos rencorosos hacia el vencedor de Mi- 
siones. —Sus actos, durante esta campaña, eviden- 
cian la rivalidad de ambos jefes. — En consecuen- 
cia, él participaba en absoluto de los propósitos 
lavallejistas contra el gobierno de Rivera ; y tanto 
es así, que se comprometió á prestar su concurso 
al motín que se produjo el 3 de Julio en Mon- 
tevideo, para rescatar el poder y entregarlo á La- 
valleja.— Con este hecho, se revela una traición 
de Oribe á sus antiguos compafíeros políticos.— 
La situación de Rivera era grave el 3 de Julio: 
la adhesión de Oribe podría salvarla.— Don San- 
tiago Vázquez, — uno de nuestros primeros y más 
suspicaces estadistas, — lo comprendió así. — Del 
resultado de las negociaciones iniciadas por el 
doctor Vázquez para obtener el concurso de Oribe, 
dan cuenta los siguientes párrafos de una carta 
confidencial de aquél á Rivera, de fecha 19 de 
Julio de 1832: « La última conferencia con don 
Manuel Oribe ha tenido lugar ayer, quedando de- 
finitivamente convenido que se pondrá de acuerdo 



264 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

con usted para abrir operaciones, apartándose de 
cualquier compromiso de formas que pudiera me- 
diar con Lavalleja, y que el mismo Oribe me ase- 
gura no existe. Esto, no obstante, no ha sido sin 
que haya tenido yo que empeñar compromisos á 
nombre de usted, á lo que espero prestará su 
completa aprobación. Era el único medio de salir 
de la endiablada coyuntura en que nos han metido 
los incurables desaciertos de su compadre don Juan 
Antonio. » — Inmediatamente después de arreglado 
este asunto, Oribe salió á campaña, reunió á sus 
parciales y se incorporó á Rivera. — Se desprende 
de la carta transcripta, que Oribe, si se decidió á 
servir al general Rivera, no fué porque intencio- 
nes honestas de defender las instituciones ame- 
nazadas, le inspiraran, sino por simples conve- 
niencias individuales. — ¿Cuáles fueron los com- 
promisos contraídos por don Santiago Vázquez 
para seducir á Oribe?— Lo dijo después en una 
carta, el jefe del motín de 1832, coronel don Eu- 
genio Garzón: Oribe «ha faltado á sus com- 
promisos, á cambio de la futura Presidencia, » 

En efecto: éste,— según dice don Andrés Lamas, 
— « estuvo en todas las confidencias de los revo- 
lucionarios de 1832: haSta el último momento era 
su espada una de las primeras que debían desen- 
vainarse contra el Gobierno constitucional; pero 
al trabarse la lucha, comprendió que sus amigos 
se perdían, y la volvió contra ellos, sorprendiendo 
así á todos los partidos. » — Era público y notorio 



JULIO M. SOSA 265 



en aquella época, que Oribe se hallaba compro- 
metido con los motineros de 1832, y que, en gran 
parte, ese compromiso se debía á la influencia 
que ejercitaba sobre él Correa Morales,— el agente 
revolucionario de Rosas,— á quien le unía una 
amistad íntima y al cual hospedaba en su propia 
casa. — Pero Oribe ya había traicionado más de 
una vez á sus amigos políticos, como había trai- 
cionado á Artigas anteriormente, y no era nada 
extraordinario para él, repetir lo mismo una, dos 
y veinte veces, si le conviniera hacerio. — Cuando, 
en 1827, el militarismo prepotente derrocó la au- 
toridad legal de don Joaquín Suárez, para susti- 
tuiría por la dictadura de Lavalleja, Oribe se había 
comprometido, —según resulta de cartas íntimas 
de personajes de la época, — á defender la auto- 
ridad legal; pero, á último momento, fué de los 
jefes que, reunidos en el Durazno, declararon sar- 
cásticamente que los hombres del gobierno, como 
don Joaquín Suárez, no podían permanecer en él 
por su corrupción y sus vicios! — En 1832, pro- 
cedió de un modo análogo, no por amor á las 
instituciones, que eran un mito para él, ni por 
simpatías hacia Rivera, á quien odiaba sin reser- 
vas, sino porque así convino á sus exclusivos y 
personales intereses. 



El valioso concurso que prestó, sin embargo, 
al orden establecido, le granjeó la protección 



266 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

de Rivera, quien lo elevó primero al grado de 
coronel mayor de sus ejércitos, después á Ministro 
de la Guerra, confiriéndole también el grado de 
brigadier general, que entonces era la más alta 
jerarquía militar de la República. — Llegó muy 
pronto el l.o de Marzo de 1 835, — acéfala ya la 
Presidencia por haber caducado en Octubre de 
1834 el mandato de Rivera, -y por la influencia 
preponderante de este caudillo, fué electo segundo 
Presidente constitucional de la República, el gene- 
ral Oribe. — Refiriéndose á esta candidatura. Lamas 
decía que « el carácter, los antecedentes, el hecho 
mismo en virtud del cual había venido á formar 
parte de la administración del general Rivera, todo 
parece que debía concurrir á alejar á este general 
(Oribe) de aquella elección. » — Sin embargo, el 
general Rivera «quiso honrar el amor á las ins- 
tituciones,— seguía diciendo el mismo autor, — en 
la persona de su enemigo personal, y creyó que 
era digno de elevarse á alto rango social el que 
tanto se había levantado á sus ojos sobre mez- 
quinas pasiones y odios personales. » — Pero, qué 
desmentido darían los sucesos al propio general 
Rivera ! — « Oribe no estaba,— continuaba Lamas,- 
bajo ningún aspecto, á nivel de esa encumbrada 
posición. — Era incapaz de comprender la gloria 
del magistrado que,, alzándose sobre los intereses 
y los odios de los partidos, los encadena con el 
ascendiente de la ley y con la impasible distri- 
bución de la justicia; los desarma con la pru- 



JULIO M. SOSA 267 



-dencia y la templanza, y los dirige en el sentido 
de la prosperidad pública por medio de una ad- 
ministración próvida y entendida. — Oribe vio so- 
bre esa gloria con que le brindaban las esperan- 
zas y las necesidades del país, el poder del cau- 
dillo, y lo juzgó más eminente; soñó conquistar 
una autoridad cuya vida y extensión no estuviera 
limitada por la ley; y dominado por esta ilusión 
mezquina, no trepidó en abdicar su rango de 
jefe legítimo de la Nación, por el puesto de jefe 
de una de sus fracciones (^^. » 

Con la Presidencia del general Oribe, se inicia 
en nuestra Historia una época de turbulencias y 
de conflictos que cien veces pusieron en peligro 
la existencia misma de la nacionalidad. — Muchos 
horrores, mucha sangre, mucha ignominia encon- 
traremos al estudiar los sucesos de esa época, en 
que el general Oribe aparece en primera línea 
como agente servil de Rosas, en lucha abierta con- 
tra la Independencia de su Patria*— Sin embargo, 
no nos detienen las sombras del cuadro.— ¿Por 
qué no hemos de descubrirlo á la vista de todos? 



(1) «Escritos Políticos», citado. 



268 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



II 



La política resista de Oribe. — Su alianza con el Gobernador de Buenos 
Aires. — Inmoralidad de tal alianza. — Concesiones del gobierno de 
Oribe á Rosas. — Acuerdo atentatorio contra la libertad de la prensa. 

— Contraste con el decreto de Rivera de 1838. — Intimación á El 
Moderador. — El decreto del 4 de Marzo. — Indigno servilismo de 
Oribe. — Ultraje á la dignidad nacional. — Reconocimiento del co- 
misionado ad hoc Correa Morales. — Influencia de éste sobre Oribe. 

— El Presidente de la República y las relaciones exteriores. — Oribe 
protege á los revolucionarios riograndenses. — Actitud correcta de 
Rivera. 



Era lógico deducir, en 1835, que el partido de 
Oribe,— que siempre había sido el partido argén- 
tinista, el partido de Lavalleja,— se inclinara, para 
quebrantar la influencia preponderante de Rivera, 
á satisfacer las exigencias de Rosas, como medio 
de robustecer la acción que necesariamente debía 
iniciarse contra aquel temible caudillo. — Si Oribe 
aceptó y prohijó la conducta de Rivera, durante 
su gobierno, respetuosa y enérgica, al mismo 
tiempo, contra las pretensiones absorbentes de 
Rosas, lo hizo porque la suerte dé su política fu- 



JULIO M. SOSA 269 



tura se hallaba en manos del prestigioso go- 
bernante, que decidiría la realización de sus am- 
biciones presidenciales.— Y no se equivocó. - Pero 
cuando, por el contrario, le fué menester formar 
una fuerza contra Rivera, no tuvo otro remedio 
que buscarla en los revolucionarios de 1832, á 
quienes él había traicionado, y, por consiguiente, 
atraerse la protección decisiva de Rosas. — Era 
una cuestión de equilibrio personal.— Todos sus 
esfuerzos tendieron, pues, á facilitar la política 
maquiavélica del Gobernador de Buenos Aires, y 
fortificar la facción que representaba sus tenden- 
cias en nuestro país. — Como corolario lógico de 
esta actitud, se desprende que Oribe se propuso 
al mismo tiempo debilitar, destruir el partido y 
la influencia de Rivera.— Vejando á ese partido, 
exasperándolo, desesperándolo con sus arbitra- 
riedades, lo obligaría á recurrir á las armas, y en 
el terreno de las violencias le sería fácil desba- 
ratar y aniquilar sus fuerzas con el concurso de 
Rosas. 

Dice, en efecto, don Andrés Lamas : « Los com- 
promisos de la facción que Oribe volvía á adop- 
tar, y su falta de fe en el poder de los elementos 
nacionales de que iba á servirse, lo llevaron á 
solicitar la alianza clandestina de Rosas, cuyo en- 
cono contra el partido que había servido hasta 
entonces de valladar á su ambición, se había irri- 
tado con la resistencia.— Oribe, —jefe de una na- 
ción independiente y pundonorosa,- se sometió á 



270 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



mendigar la benevolencia de Rosas, por los me- 
dios de un pretendiente oscuro y vulgar, intere- 
sando relaciones privadas y de familia, prodigando 
protestas y agradecimientos personales ^^^.— La 
situación en que se colocaba Oribe respecto del 
hombre ambicioso que cortejaba; la situación en 
que dejaba esta conducta al Gobierno de nuestro 
país, que hasta entonces había sabido sobrepo- 
nerse á las insidias de Rosas por una política 
llena de dignidad y moderación, no necesitan ex- 
plicarse. » - Los documentos oficiales y los hechos 
notorios del gobierno de Oribe, confirman en ab- 
soluto estas inculpaciones de un ilustre contem- 
poráneo de aquel gobernante. 



(1 ) Dice el mismo don Andrés Lamas, en la nota 142 de la obra 
ya citada, explicando este punto : < La prueba de hechos de esta 
naturaleza es poco menos que imposible, y es necesario referirse 
á la notoriedad de los hechos. — Pero, por una rarísima casuali- 
dad, está en nuestro poder, autógrafa, la contestación que dio 
don Gervasio Rozas á una de las personas encargadas de esa 
diligencia. — Tomamos de esta carta, con la debida autorización, 
los siguientes períodos : € La estimada carta de usted, de 7 del 
presente, ha llegado á mi poder ; usted expresa en ella deseos 
(para satisfacer á un amigo) de investigar la disposición de este 
Gobierno, etc. — Diré, pues, que sin duda el sucesor del señor 
Maza será instruido de los buenos deseos que animan al señor 
Oribe; así me lo ha prometido, agregando, que por parte de nues- 
tro Estado, se ha cuidado de conservar las relaciones de amistad 
y buena armonía, á pesar de las heridas ofensivas con que se ha 
ultrajado el honor argentino. — Todo esto nada vale si quieren 
entenderse, pero hoy que se espera de un día á otro un cambio 
político, nada puede hacerse, lo hará el nuevo gobernante, y estoy 
autoriaado para creer que este negocio terminará felizmente, » 

Esta carta es de fecha 10 de Mayo de 1835. 



JULIO M. SOSA 271 



La obsecuencia de los estadistas orientales, por 
servir y halagar á Rosas, se manifiesta en todos 
sus actos. — Por decretos del mes de Abril de 1835, 
se revocaron las disposiciones de otros anteriores, 

— de 1832,— sobre guardacostas y valizamiento del 
Uruguay, que habían sublevado la diplomacia ro- 
sista contra el gobierno de Rivera.— Y esto lo hizo 
Oribe, á pesar de haber sido coautor, como Mi- 
nistro de Rivera, de los decretos primitivos, « para 
conciliar,— según sus palabras, — las consideracio- 
nes que se deben á los gobiernos de las Pro- 
vincias Argentinas '*\» 

Pocos meses después. Oribe rechazó el tratado 
de comercio y de amistad con Inglaterra, que 
había sido objeto de predilecta dedicación por 
parte del gobierno de Rivera. — Rosas, ó sus re- 
presentantes genuinos ^-\ veían con desagrado, 

— consecuentes con su plan antrextranjerista y 
con sus propósitos conocidos respecto de la 
Banda Oriental,— que los uruguayos mantuvieran 
perfectas relaciones con una potencia de la im- 
portancia de la Oran Bretaña, que quizás fuera 
un obstáculo serio á sus proyectos de absorción, 
ya evidenciados en otro capítulo. — Tal fué el mo- 
tivo determinante de los procederes de Oribe.— 



(1) Registro Nacional, tomo ix. 

(2) Es de hacerse notar que aun cuando Rosas, en ciertos 
momentos, no ocupara ostensiblemente, por circunstancias que 
no nos corresponde analizar aquí, el gobierno de la Confedera- 
ción, el hecho real y positivo, que no admite dudas, es que él 
era el arbitro entonces de la situación política argentina. 



272 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Las concesiones continuaron, con caracteres gra- 
vísimos algunas. — Rosas había solicitado el 28 
de Septiembre de 1830, del Gobierno oriental, 
ciertas restricciones á la libertad de la prensa, 
por cuanto se atacaba en ella su política; pero 
no fué atendido, en cumplimiento de las leyes del 
país.— No procedió del mismo modo Oribe, al 
tentar cerca de éste resultados más favorables en 
sus gestiones liberticidas, el déspota de Buenos 
Aires.— En nota de su Ministro Arana, fechada el 
14 de Diciembre de 1836, Rosas exigía el amor- 
dazamiento de la prensa, y anunciaba represalias 
para el caso de no ser satisfecho.— Y Oribe cedió, 
como siempre, sin preocuparse para nada de la 
Constitución de la República, que en su artículo 
141 consagra la libre comunicación de los senti- 
mientos y de las ideas.— He aquí el monstruoso 
Acuerdo y adoptado por Oribe y sus Ministros: — 
«Considerando el Gobierno que ni el sistema 
político de naciones independientes, ni los actos 
administrativos de sus gobiernos pueden ser ob- 
jeto de las leyes de un país extranjero y consi- 
guientemente que la libertad de imprenta, como 
cualquiera otra, lejos de considerarse extensiva á 
negocios de este orden, debe, al contrario, enten- 
derse limitada á sólo aquellos que tocan á la so- 
ciedad para que fué sancionada;— Que la utilidad 
y el interés común de ésta, son el verdadero y 
único fin de toda disposición legal, y que en 
defecto de ella el Gobierno encargado de con- 



JULIO M. SOSA 273 



servar la paz y las buenas relaciones con las otras 
naciones, no ha de suponerse impedido para usar 
de los medios indispensables al logro de un ob- 
jeto de la mayor importancia, que se interpone 
la salud del Pueblo, finalmente: — Que todas estas 
razones autorizan al Gobierno para tomar una re- 
solución tal cual demanda la gravedad del nego- 
cio, si la persuasión en que se halla, de que basta 
hacer conocer los inconvenientes que presente- 
mente ofrezca la libertad con que se censura el 
sistema político y los actos administrativos de las' 
naciones amigas, para que los escritores públicos 
se abstengan de ocuparse de negocios extraños, 
y para interesar su patriotismo á que no den lugar 
á las consecuencias que cualquiera resistencia á 
^ste respecto pudiera producir; acuerda se pu- 
blique esta invitación, reservándose^ en el caso de 
que elte no sea suficiente á prevenir los emba- 
razos que toca el P. E. en sus relaciones inter- 
nacionales, expedir otras resoluciones análogas y 
conformes á las circunstancias que las demanden.» 
--Basta leer este acuerdo para cerciorarse del 
atentado que con él se cometía contra la libertad 
de los periodistas. — Y más aún se agrava, si se 
tiene en cuenta que los diarios, no oficiales, exis- 
tentes en esa época, como El Moderador, El Na- 
cional y El Independíente y no censuraban acre- 
mente la política de Rosas. — Oribe debió recordar 
que nuestros hombres públicos habían sido objeto 
de los más procaces insultos y de las más bajas 



13 



274 BIBLICTZCA DEL CLUB VIDA NUEVA 

diatribas, por parte de la prensa de Rosas, fomen- 
tando las rebeliones de Lavalleja y rebajando la dig- 
nidad del país, sin que el Gobernador de Buenos 
Aires se considerara obligado á detener los avan- 
ces de los diarios que destilaban odio y sangre ! 
Es oportuno hacer notar el contraste que ofrece 
la conducta de Oribe respecto de la prensa, con l^a 
de Rivera, á quien muchos atribuyen sentimien- 
tos hostiles á la libertad de los ciudadanos.— El 
17 de Noviembre de 1838, Rivera dictó un decreto 
en que decía: «La absoluta libertad de opinar y 
de publicar las opiniones, debe ser un derecho 
tan sagrado como la libertad y seguridad de las 
personas.— Las producciones de la imprenta libre 
son el freno de los malos mandatarios, la recom- 
pensa mejor de los que gobiernan bien, y el ve- 
hículo más seguro para derramar la ilustración y 
educar á los pueblos.- Pero, este derecho inesti- 
mable, vendría á ser ilusorio si los que han de 
ejercerte conservan el menor recelo de que la 
autoridad puede reprimirte, ó manifestar siquiera 
algún desagrado, por el uso que de él se haga. 
— En fuerza de estas consideraciones, para ma- 
nifestar á la República que deseo oir libremente 
la voz de la opinión; que, contando con ella, no 
puedo temer ataque alguno; y que no deseo otro 
juez, ni otro defensor de mis actos, que la con- 
ciencia del Pueblo, por cuyo bien trabajo; reco- 
mendando á su ilustración y buen sentido, la 
moderación y templanza en el uso de la imprenta, 



JULIO M. SOSA 275 



decreto: Artfenk> l.o La libertad absoluta é ¡li- 
mitada de la imprenta, es también uno de mis 
principios fundamentales.— Todo individuo puede 
usar de ella, sin restricción alguna,» etc. — ¡Qué bri- 
llante réplica á la tesis inconstitucional de Oribe ! 

Pero no se crea que á un simple acuerdo plató- 
nico se concretó la acción inmoral de éste.— No I 
— Pocos escrúpulos tenía el futuro procónsul de 
Rosas.— Intimó al propietario de El Moderador que 
se abstuviera de tratar asuntos relativos á la na- 
ción argentina, bajo pena de destierro; y poco des- 
pués suprimió arbitrariamente ese periódico, con 
escarnio evidente de la Constitución de la Re- 
pública y de los más elementales principios que 
informan una democracia regular. 

¿Es así que se evidencia el carácter inflexible y 
ejemplar de su administración, según los términos 
de uno de los apologistas de Oribe? — Si el 
carácter inflexible y ejemplar es sinónimo de rec- 
titud de procederes, adolece de inexactitud el jui- 
cio del autor aludido; pero, si, por el contrario, 
el carácter inflexible y ejemplar se juzga con arre- 
glo al lenguaje de las mazorcas federales, que 
abusaron tanto de esos términos, aceptamos di- 
chos vocablos como la expresión de instintos mal 
refrenados todavía, para los cuales la inflexibilidad 
provechosa era la violencia, y el ejemplo saluda- 
ble era la muerte! 

Un hecho vergonzoso se produjo después, que 
demuestra acabadamente las connivencias, más ó 



276 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

menos secretas, existentes entre Rosas y Oribe. 
— El 4 dé Marzo de 1836, el primero promulgó 
un decreto en Buenos Aires, por el cual « todos 
los efectos de ultramar que se trasbordaran ó 
reembarcaran de cabos adentro, y se introdujeran 
en esta Provincia, pagarán una cuarta parte más 
sobre los derechos que les correspondan. » — Este 
decreto alarmó seriamente al comercio de Mon- 
tevideo, pues era un golpe destinado á aniqui- 
lario; y no pudiendo resistir el torrente de la opi- 
nión pública indignada, Oribe reclamó de tal dis- 
posición. — Rosas contestó que mantenía en todas 
sus partes el decreto referido. — Oribe insistió en 
su reclamación y amenazó á Rosas «con tomar 
todas aquellas providencias que le proporciona 
la posición misma que motiva el decretó recla- 
mado. » — Con el silencio del desprecio replicó 
Rosas al Gobierno Oriental. — Sin embargo, ¿adop- 
tó Oribe las medidas que anunciaba como repre- 
salia justísima á una medida tendente á destruir 
nuestro comercio, á agotar nuestra fuente princi- 
pal de riqueza y á disminuir considerablemente 
los recursos efectivos del Estado? — ¿Acaso vol- 
vió á insistir, por lo menos, en sus justísimas 
reclamaciones? — Nada de esto: el decreto de 
Rosas quedó en vigencia con el asentimiento 
del gobierno de Oribe. — Éste nada hizo para 
modificar la situación angustiosa que produjo el 
decreto abusivo de Rosas! — No sólo esto: ha- 
biendo sancionado las Cámaras una ley, sobre la 



JULIO M. SOSA 277 



base de un proyecto de represalias, destinada á 
mejorar aquella situación, Oribe suspendió la eje- 
cución salvadora de esa ley patriótica ! . . . 

En momentos en que el Gobierno Oriental se 
decidía á reclamar la derogación del decreto del 
4 de Marzo, llegó á Montevideo el coronel Co- 
rrea Morales, — famoso sujeto, de quien ya hemos 
hablado, y que fué expulsado del país por Rivera, 
á causa de sus afinidades con los revoluciona- 
rios lavallejistas. — Como en otra ocasión, Co- 
rrea Morales llegaba con carácter ad hoc, sin 
verdadera representación diplomática, como un 
simple agente particular de Rosas. — Correa Mo- 
rales, — según la palabra de don Andrés Lamas, 

— « debía vencer las vacilaciones de Oribe, traerie 
á una alianza absoluta y definitiva, » y además 
K hacerlo inaccesible á la conmoción, verdadera- 
mente nacional, que era de calcular produciría el 
decreto » de que ya nos hemos ocupado. — Los 
hechos posteriores comprueban en absoluto estas 
palabras. — Á pesar de que Correa Morales había 
sido expulsado del país, por conspirar contra el 
orden institucional, y de que Rosas jamás des- 
aprobó sus procederes ; á pesar de que antes no 
se le había podido conceder carácter oficial de 
representante del Gobierno argentino, por cuanto, 

— ^egún las opiniones del propio don Antonio 
Díaz, — la clasificación « de comisionado confi- 
dencial ad lioCy no ocupa lugar alguno en la es- 
cala de las categorías diplomáticas, » ni « puede 



278 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

tener los derechos, privilegios é impunidades que 
gozan los agentes diplomáticos ^ ^ ^ ; » á pesar de 
que el hecho de no designar Rosas un represen- 
tante de su Gobierno dentro de las formas estableci- 
das por el Derecho Internacional, demostraba cla- 
ramente su propósito íntimo de no reconocer 
como entidad soberana á nuestro país; á pesar 
de que, confirmando esto, Rosas se había negado 
en 1833 á recibir con carácter público, á un co- 
misionado del Gobierno oriental, considerando 
que nuestra Independencia no era perfecta;— éi pe- 
sar, pues, de tales hechos. Oribe, sin exigir de- 
claraciones expresas que salvaran la dignidad 
nacional, y en el mismo momento en que el Go- 
bierno argentino se negaba á derogar un de- 
creto que era ruinoso para los intereses orien- 
tales, declaró reconocido, en un documento pú- 
blico, á Correa Morales como comisionado del 
Gobierno de Buenos Aires. — En el ascendiente 
innegable que este pseudo plenipotenciario ejer- 
cía sobre Oribe, se encuentra la explicación de 
la actitud pasiva que el Gobierno oriental adoptó 
con motivo del decreto atentatorio del 4 de 
Marzo. — Y, generalizando, todos los actos de 
Oribe robustecen la acusación que le enrostran 
sus opositores contemporáneos, sobre las conni- 
vencias existentes entre él y Rosas.— Nada más ló- 
gico.— ¿No obstante, podrá decirse, sin incurrir 

( 1 ) Obra citada. 



JULIO M. SOSA 279 



en grave ignorancia, que el gobierno de Oribe 
fué un gobierno sobresaliente, como tiene la au- 
dacia de afirmarlo un autor, en un arrebato, qui- 
zás involuntario, de entusiasmo? 



«Don Manuel Oribe,— dice Herrera,— durante 
su gobierno tuvo el acierto de no intervenir en 
los asuntos de nuestra vecindad. — Despótico ó 
no, el dominio de don Juan Manuel Rosas, apre- 
ciario así y proceder en consecuencia, correspon- 
día á sus compatriotas, nunca á un Estado inde- 
pendiente y respetado en su integridad, que había 
encontrado el origen de todas sus desgracias in- 
ternas precisamente en las ajenas disidencias.— 
Profesando con firmeza esas ideas, Oribe hizo lo 
posible por apartar de su camino todo escollo 
que pudiera comprometer sus relaciones de buena 
vecindad í^^.» — En primer término, diremos, para 
rectificar las erróneas afirmaciones contenidas en 
los párrafos transcriptos, que es sencillamente 
monstruoso poner en duda siquiera que el go- 
bierno de Rosas fuera despótico. — Si algún despo- 
tismo sentó sus reales en América, con todos los 
caracteres sombríos de los peores cesares de la 
decadencia romana, ese despotismo fué el de Rosas. 
— Ya tendremos ocasión de demostrarlo.— Tam- 
poco puede afirmarse, sin error, que no fuera po- 

( l ) «La Tierra Charrúa ». 



289 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

sible juzgar la conducta de Rosas en nuestro país^ 
por ser un Estado respetado en su integridad.— 
¿En nombre de qué razones superiores ó deque 
leyes internacionales, puede quitarse el derecho 
de juzgar á los demás?— Y ¿cómo puede decirse, 
sin incurrir en un despropósito mayúsculo, que 
nuestra República era respetada por Rosas, si to- 
dos sus actos tendían precisamente á atacarla en 
sus fueros soberanos, interviniendo descarada- 

4 

mente en nuestros asuntos internos? — Por otra 
parte, no es exacto que Oribe prescindiera en 
absoluto de las cuestiones suscitadas en los países 
limítrofes. — Lo comprobaremos. — El 20 de Sep- 
tiembre de 1835, se produjo en Río Grande una 
revolución contra el Gobierno legal. — Los revo- 
lucionarios eran los mismos que habían protegido 
las empresas subversivas de Lavalleja, y formaban 
en sus filas gran número de emigrados afectos 
á este último. — El general Rivera, que era coman- 
dante general de campaña, consideró de su deber 
conservar la neutralidad y no fomentar en forma 
alguna el movimiento; por el contrario, debía tra- 
tar de que no obtuviera ventajas en territorio 
oriental. — Era lo justo: nuestro Gobierno debía 
contribuir, aunque pasivamente, dentro de sus obli- 
gaciones establecidas por el Derecho internacio- 
nal, al sostenimiento de las autoridades legales. 
—Y, precisamente, procediendo así, no se mez- 
claba en las ajenas disidencias, ni comprometía 
las buenas relaciones de vecindad. — Pero Oribe 



JULIO M. SOSA 281 



no pensaba del mismo modo. — Á pesar de ha- 
ber demostrado idénticos propósitos á los del ge- 
neral Rivera y autorizádole para conferenciar con 
el mariscal Barreto, se trasladó él mismo á la 
frontera con el pretexto de cambiar ideas con 
Rivera sobre el mantenimiento de la neutralidad. 

— Oigamos la palabra de don Andrés Lamas: 
« Oribe y Rivera se vieron en el Cerro Largo, y 
parecían sus alojamientos dos campos rivales: 
allí estaban materializados, digamos así, las sim- 
patías y los principios de que eran representantes. 

— Al lado de Rivera estaban Silva Tavares, Cal- 
derón y otros legalistas; con Oribe, Ismael Soárez 
y varios otros revolucionarios. — Las conferencias 
fueron detenidas: Rivera sostuvo con respetuosa 
energía, la conveniencia de no favorecer una in- 
surrección injustificable, gemela de la que acababa 
de despedazarnos, ligada con ella y ramificada en 
Buenos Aires, cuyo Gobierno intentaba influir en 
nuestros negocios por medio de los anarquistas 
que protegía.— El general Rivera tocaba rectamen- 
te la cuestión; Oribe la eludía unas veces, otras 
hablaba con calor de las simpatías naturales por 
una revolución republicana... todo avenimiento 
era imposible entre esos dos jefes: — entonces el 
general Rivera cerró solemnemente la conferencia, 
declarando que, en su opinión, el Gobierno sacri- 
ficaba los principios del orden legal y equivocaba 
los intereses del país, pero que él llenaría su 
puesto obedeciéndole como debía. » — Oribe se 



282 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

trasladó poco después al Yaguarón. — Bentos 
Gonzálvez, jefe de los revolucionarios, se trasladó 
también al CerrítOy frente al alojamiento de Oribe, 
y éste mandó uno de sus edecanes á felicitarle. 

— Además, dice Lamas «que mediaron explica- 
ciones directas entre los dos jefes, y todo estaba 
concluido. » — « Nuestro Gobierno quedó, decidi- 
damente, en los intereses de la revolución.» — 
¿Acaso esto era proceder lealmente y prescindir 
de las disidencias internas de los países vecinos? 

— Ahora, en cuanto á la política impecable de 
Oribe con el Gobierno de Buenos Aires, ya he- 
mos visto en qué forma este gobernante conservó 
las relaciones de buena vecindad, — Tan estrechas 
eran estas relaciones y tanto interés tenía Oribe 
en conservarlas, que aun sacrificando la dignidad 
nacional y perjudicando el progreso de su propio 
país, accedió siempre á las pretensiones, ó toleró, 
sin represalias de su parte, los avances de Rosas. 

— Por lo demás, ¿cómo podía protegerá los re- 
volucionarios argentinos, que eran sus enemigos, 
que eran los enemigos de Rosas, que eran los 
enemigos del partido lavallejista, al cual se entregó 
el veleidoso mandatario? — Tendremos ocasión, 
en el capítulo siguiente, de confirmar con hechos* 
y documentos lo que dejamos dicho, así como 
también de dar á conocer las arbitrariedades de 
otra índole del gobierno de Oribe. 



1 



JULIO M. SOSA 283 



ni 



La revolución de 1836. - Enemistad de Rivera y Oribe. — Las causas. — 
El Gobierno de Oribe. — Burla de los derechos electorales. — Vejá- 
menes y atropellos. — La cuestión económica. — Complicidades polí- 
ticas de Rosas y Oribe. — Producida la revolución riverista, Oribe 
se dirige al Gobernador de Buenos Aires. - - Actitud de este último. 
— Decreto del l.o de Agosto contra los orientales. -- El concurso 
de las provincias argentinas en favor de Oribe. — La expedición fe- 
deral de Lavalleja. — Dualidad de conducta. — Actitud digna de don 
Joaquín Suárez. — Más pruebas de las connivencias de Oribe y Rosas. — 
La bandera argentina tremola en Paysandú. — Los unitarios y la re- 
volución de Rivera. - - Opiniones de Lamas y Juan Carlos Gómez. — 
Relaciones de los franceses con Oribe y con Rivera. -Los fines de 
Rosas. 



El 16 de Julio de 1836, se produjo la revolu- 
ción encabezada por el general Fructuoso Rivera 
contra el gobierno del general Manuel Oribe.— 
Poco antes, el primero había sido separado de la 
Comandancia General de Campaña, con el pre- 
texto de que debía cesar esta dependencia por su 
notoria inutilidad. —Esto no obstó para que, trans- 
currido breve tiempo, fuera de nuevo creada la 
Comandancia General, y nombrado para desem- 



284 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



peñarla don Ignacio Oribe.— El desaire hecho al 
general Rivera no podía ser más evidente y mor- 
tificante.— Y si á esto se agrega otras medidas 
del Presidente Oribe, contrarias á los amigos de 
Rivera, y su actitud en los asuntos riogranden- 
ses, se puede colegir,— transportándose, in mente, 
al medio ineducado, personalista, de aquella época, 
—el desagrado profundo que causó tal conducta 
del Gobierno, sobre todo en la campaña, donde 
era una religión el amor á Rivera y donde el 
nombre del caudillo se aprendía á bendecir en 
los hogares, junto con el nombre del dios creído, 
desde los primeros balbuceos de la infancia! 

No justificamos, sin embargo, la actitud del ge- 
neral Rivera en 1836. — El amor propio herido 
inspiró, en gran parte, su conducta. — Pero es in- 
dudable que el gobierno de Oribe se hizo acree- 
dor á la protesta armada de los ciudadanos ho- 
nestos que serUían sinceramente el amor al 
terruño, y que, por su parte, el general Rivera no 
debe ser juzgado con tanta severidad, como lo 
hacen los escritores sectarios, considerando la ad- 
ministración de Oribe como un modelo. — El mismo 
Presidente de la República, con su falta de pru- 
dencia, con sus medidas desacertadas, guiado sólo 
por sus rencores personales, produjo y fomentó 
la revolución ^^ I — «Amagado de muerte,— dice 



(1) eremos de interés, á propósito de esto, dar á conocer la 
siguiente página escrita por don Andrés Lamas : 
* Como en el solemne mensaje presentado por el gobierno del 



JULIO M. SOSA 285 



don Andrés Lamas,— que fué uno de los que con- 
denó la subversiva actitud del popular caudillo,— 
el partido político del general Rivera por las envi- 
dias de Rosas y Oribe, coartado en sus más sa- 
grados derechos, cercano á ser excluido, por en- 
tero, del goce de ellos, próximo ya á sucumbir á 
los golpes combinados de la coalición formada 
en su daño, sin esperanza de salvarse por los 
medios legales,— amenazado seria y personalmente 
el general Rivera, se alzó en armas .... » — En 
efecto, este caudillo recibía continuamente de 
Montevideo, noticias de que se preparaba un 
golpe de mano contra él. 



Oribe,— á quien se pretende convertir en un 
gobernante ideal, porque realizó varias mejo- 
ras importantes, cuyos beneficios hoy mismo 
apreciamos, — cometió faltas gravísimas, presciti- 



general Oribe á la asamblea general, fué acusado El Nacional, 
que redactaba el autor de estos apuntes, de haber contribuido « á 
fomentar la anarquía », pedimos licencia para consignar aquí en 
presencia de los contemporáneos que pueden desmentirnos, que 
no entramos, ni indirectamente, en ningún plan que tuviera por 
medio un movimiento militar; — que no tuvimos ni ocasión de 
sospechar que en tal medio se pensase ; que sólo adquirimos co- 
nocimiento del movimiento después de ejecutado, y que entonces 
lo desaprobamos, — más, lo condenamos privada y públicamente. 
De ello dan acabado testimonio los artículos que escribimos en 
ese mismo Nacional, bajo nuestro propio nombre, los días 16 y 
20 de Julio de 1836. Debemos agregar, porque es verdad, y tal 
vez verdad provechosa, que los señores don Santiago Vázquez y 
don Lucas José Obes, á quienes fuimos á pedir razón de lo que 
pasaba, el día mismo en que supimos el movimiento, nos manifes- 



286 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

diendo de las cpse ya hemos reseñado, y sobre 
todo de la complicidad de sus actos con la po- 
lítica falaz de Buenos Aires. — En primer término, 
debemos hacer constar que las ambiciones de 
Oribe al ser electo Presidente de la República, no 
reconocieron límites.— « Encaramado en el poder, 
—decía Juan Carlos Gómez,— Oribe no pensó ya 
más que en perpetuarse en él, por sucesión de 
familia, y quiso imponer al país una representación 
elegida por él con el dedo. » — Rivera no quiso 
seguirle en la senda de violentas imposiciones que 
desde el primer momento eligió para lograr el 
triunfo de sus candidatos á legisladores, como lo 
veremos comprobado más adelante, y pudo añadir 
libertad electoral á la leyenda de su bandera re- 
volucionaria.— Basta recorrerlos diarios de la época, 
los más mesurados, como El Nacional, para en- 
contrar gran número de hechos concretos que 
revelan las arbitrariedades de aquel gobierno.— 
Véanse los números de ese diario correspondien- 



taron que sólo habían sido instruidos 24 horas antes por el coro- 
nel Osorio, y que reprobaban, decididamente, lo que se habia he- 
cho, —* Oribe, — nos dijeron, — /la conseguido su objete: lo ha 
precipitado á Rivera. Y el doctor Obes nos repetía, casi diaria- 
mente, en la tierra del destierro, de la que no salieron más que sus 
despojos mortales : — « Oribe ha hecho hacer una revolución y esta 
revolución pierde al país. Ya no espere usted, tan Joven como es, 
más que anarquía, despotismo..,. Quizás, la dominación argen- 
tina. » —'Ést&s eran sus palabras, bien lo sabe Dios. — Orí 6^, que 
quería aniquilar un partido, cerró el oído á la verdad : eligió sus 
víctimas á pretexto de la revolución, y las víctimas, huyendo el 
sacrificio, aceptaron el combate en el único terreno que les que- 
daba : el terreno de la resistencia armada. » 



JULIO M. SOSA 287 



les al 6, 7, 16, 27 de Enero, 4 de Febrero, 15 de 
Julio de 1836, etc., y se encontrarán los comen- 
tarios que suscitaba la intromisión cínica y vio- 
lenta de las autoridades de policía, obedeciendo 
órdenes superiores, en las elecciones populares 
efectuadas en Paysandú, Maldonado, San Cariois, 
Minas, Durazno, etc.; los atentados á las garan- 
tías individuales; la usurpación de atribuciones 
de algunos jefes políticos, como Leonardo Oli- 
vera; el recargo abusivo de impuestos y contri- 
buciones irregulares al pueblo que debía cubrir 

los vacíos de las arcas del Estado —En el 

número del 27 de Enero de El Nacional, — cuya 
propaganda no tenía nada de violenta contra Oribe, 
— se lee: « . . . el pueblo ve que sus derechos se 
atropellan por la policía, que se arroga sus atribu- 
ciones en las elecciones populares (en el único 
acto en que ejerce directamente su soberanía) y 
que la Comisión Permanente calla y enmudece. » — 
« . . .¿Dónde estamos?— ¿Qué es de nuestras ga- 
rantías?»— En el número del 4 de Febrero, apare- 
cen cartas del propio Jefe Político de Maldonado, 
coronel Olivera, en que confiesa paladinamente su 
intromisión en el acto del comicio. — Y El Nacional 
del 15 de Julio, — cuyo redactor había felicitado y 
elogiado efusivamente á Oribe al ascender á la 
Presidencia, é ignoraba los planes de Rivera, y 
condenó después su actitud, — hacía estas elocuen- 
tes preguntas, contestando un artículo del diario 
oribista El Universal: «¿No fué sobre hechos 



288 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

que censuramos el acuerdo de Diciembre, la in- 
gerencia de la policía en las elecciones, la viola* 
ción de las garantías individuales?— ¿No es sobre 
hechos que hemos discurrido al hacer notar que 
la política del Ministerio era destructora de la 
unión de la familia oriental?— ¿No es sobre he- 
chos que podemos manifestar nuestro asombro al 
ver recargar al pueblo en medio de la paz . . . 
de impuestos y contribuciones? — ¿No es sobre 
hechos que puede lamentarse el infortunio del 
país, cuyos financistas no encuentran otro medio 
de gobernar que el de apurar la bolsa del pue- 
blo y poner el dogal de la miseria al cuello del 
acreedor del Erario? » — Estas acusaciones eran 
ilevantables. — Al referirse al Gobierno de Oribe, 
muchos lo oponen también como un modelo de 
respetuosidad á la propiedad ajena; y no se re- 
cuerda, ó no se quiere recordar, la orden, de 
fecha 7 de Diciembre de 1837, dirigida al Jefe 
Político de Soriano por el Presidente de la Re- 
pública, para que se embargaran todos los bienes 
de los partidarios de Rivera/— El mismo Oribe, 
que tenía conciencia de sus faltas, y que jamás 
tuvo una noción clara de la moral de los hom- 
bres, decía sarcásticamente, que, al criticar sus 
actos, los periodistas ladraban de hambre! 



Producida la revolución lamentable de Rivera, 
los actos del gobierno de Oribe se caracteri- 



JULIO M. SOSA 289 



zaron por un sello oprobioso de connivencia 
con Rosas, y hasta de implícita alianza con 
el siniestro Gobernador de Buenos Aires. — No 
lo decimos nosotros: es la opinión de don An- 
tonio [Díaz, — Ministro de Oribe,— que dice que 
aquellos actos « denuncian más que un afecto un 
aliado ^^\» — En efecto: Oribe, entre las primeras 
medidas que adoptó para dominar á Rivera, fué 
una la de dirigirse á Rosas «provocándolo, — 
como dice un autor,— á que se mezclase en la 
contienda; á que interviniese en los negocios. . . . 
exclusivamente orientales,— abriendo así sacrile- 
gamente las puertas de nuestro país á la ambi- 
ción y á las miras, bien conocidas, del Dictador 
de Buenos Aires, y complicando nuestras cues- 
tiones con las cuestiones argentinas.» — En la 
nota dirigida por Oribe, decía: «Si el mutuo in- 
terés de ambos países exigía hasta aquí estrechar 
las relaciones que deben siempre existir entre 
pueblos vecinos, el descubrimiento de una cons- 
piración, cuyas ulterioridades no pueden ocultarse 
á V. E., exige doblemente que ellas sean culti- 
vadas, trasmitiéndose recíprocamente los conoci- 
mientos que el curso de los sucesos haga des- 
cubrir. » - La nota concluía comunicando el nom- 
bramiento de don Manuel Soria, como agente 

(1) El mismo don Antonio Díaz, además, dice, refiriéndose 
á la revolución riverista: «La actitud del Gobierno argentino en 
esta emergencia, tomaba más bien el carácter de una alianza que 
la condición de un neutraly...^ —-« Historia Política y Militar de 
las Repúblicas del Plata >. 

19 



>,. 



290 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

confidencial ante Rosas, el cual trasmitiría « cuanto 
puede convenir al interés de la República, » y pi- 
dienda que se le prestase « fe y crédito en cuanto 
diga á nombre de este Gobierno. »- Por el mo- 
mento, Rosas observó una actitud pasiva. — Pero 
siete días desoués,— el l.o de Agosto,— abandonó 
esa actitud, y « se resolvió, — según Lamas, — á 
intervenir abiertamente; ya habló de unitarios y 
autoridades legítimas, y se declaró en hostilidad 
con el partido del general Rivera, aplicando á los 
ciudadanos orientales la suma del poder público 
que ejercía sobre los argentinos ' ^ \ » — Por decreto 
del mismo día l.o de Agosto, prohibió que se 
dieran pasaportes para la Banda Oriental sin per- 
miso expreso del Gobierno, y ordenó que se 
formara una lista circunstanciada de las personas 
que hubieran ya solicitado dichos pasaportes. — 
Por otro decreto de igual fecha,— en cuya intro- 
ducción se decía que no podía «la República 
Argentina ser insensible al gran cúmulo de des- 
gracias y peligros que sufre el Estado Orien- 
tal de! Uruguay, »— Rosas dispuso excluir «para 
siempre de poder venir á esta provincia (Buenos 
Aires) toda persona, aunque sea extranjero y que 
hubiese tomado ó tomase parte alguna en la ex- 
presada sublevacióny ó prestase cualquier ríase de 
cooperación á los sublevados. > —E\ que infringiera 
este decreto sería castigado á juicio del Go- 

( 1 } Obra citada. 






V 



j 



JULIO M. SOSA 291 



bierno hasta con la pena de muerte,^— JdX de- 
creto era una ignominia para la Soberanía Na- 
cional, y negaba un asilo, la vida misma, á los 
revolucionarios y á los que no lo fueran, contra 
toda noción de equidad y de principios; contra 
toda consideración al derecho de gentes.— Rosas 
protegía así, con descaro, á un partido en per- 
juicio de otro, desconociendo su deber, que era 
el de conservar la más perfecta neutralidad,, é im- 
pedir sólo que desde el territorio de su mando se 
fomentara la revolución contra un gobierno cons- 
tituido.— Además, en una nota del 2 de Agosto, 
dirigida á los gobernadores de provincia, les 
pedía autorización para que, encargado de las 
relaciones exteriores del Estado, pudiera « forti- 
ficar las estrechas relaciones de amistad y buena 
inteligencia con el Excmo. señor Presidente de 
la República O. del Uruguay, prestándole toda 
clase de cooperación y auxilios que crean conve- 
nientes ' ^ ) ...» — En ese tiempo, Lavalleja partió 



( 1 ) Á fin de que el que lea pueda darse cuenta de las ideas 
predominantes en aquella época sobre las cosas del Es»ado Orien- 
tal, y de la complicidad de nuestro Gobierno con los gobiernos 
argentinos, transcribiremos un párrafo de la nota del Gobernador 
de Santa Fe, don Estanislao López, contestando á la de Rosas 
del 2 de Agosto. — En esanota, aquél no sólo le confiere al Gober- 
nador de Buenos Aires todas las facultades que pide « para que 
pueda obrar libremente respecto de la rebelión que ha estallado 
en el Estado Oriental, prestando al Excmo. señor Presidente de 
dicho Estado toda la cooperación y auxilios que considere ser ne- 
cesarios, sino que ofrece y promete de la manera más solemne, 
concurrir y cooperar con todos los elementos de que pueda dis- 
poner en la provincia que preside^ para exterminar para siempre 



292 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

de Buenos Aires con quinientos soldados ar- 
gentinos, ostentando el cintillo siniestro de la 
Mazorca, para cooperar al triunfo de Oribe.— Más 
tarde,— el l.o de Enero de 1837,— Rosas, ante su 
Cuerpo Legislativo, refiriéndose á la revolución 
Tiverista y á su actitud inmediata, dijo: «las pro- 
vincias limítrofes tomaron las armas en precau- 
ción, y se facilitó la cooperación y auxilios que 
fueron convenientes. La República toda manifestó 
al Gobierno oriental la sinceridad de su amistad, 
sus ardientes votos por el desagravio de las le- 
yes, por el exterminio del bando amotinado y su 
disposición para combatirlo en caso necesario.^ — 
Es oportuno recordar, sobre este punto, la con- 
ducta, muy distinta, observada por Rosas cuando 
se produjeron los movimientos anárquicos de 
Lavalleja contra un Gobierno tan legítimo como el 
de Oribe.— En 1834, Lavalleja, revolucionario, era 
protegido de Rosas.— En 1836 y 1837, Oribe, go- 
bernante, era igualmente protegido de Rosas.— La 
solidaridad de propósitos evidenciada !—¡ Cuánta 
razón tenía el venerable patricio don Joaquín Suá- 
rez, al rechazar altivamente la Presidencia del Se- 
nado que le ofrecía, en 1837, Oribe, contestando 
que sentía profundo desagrado «por el giro que 



á los fnalvados unitarios, enemigos implacables del sosiego pú- 
blico, persiguiéndolos, si necesario fuere, entre las mismas bre- 
ñas del Estado Oriental del Uruguay » — Y el general Oribe 

no sólo toleraba semejantes atentados á la dignidad de la patria, 
sino que los fomentaba con sus complacencias mañosas y sus so- 
licitudes mendicantes ! 



JULIO M. SOSA 293 



llevaba la política con respecto á don Juan Manuel 
de Rosas, cuya influencia en los negocios orientales 
era manifiesta! '^^» 

No son, sin embargo, estos incontestables y 
numerosos hechos, los únicos que prueban hasta 
la evidencia las complicidades de Oribe y Rosas. 
— Éste, — que en cuanto á escrúpulos carecía de 
todos, — tuvo la audacia, en 1837, de declarar en 
un manifiesto público, que el general Rivera ó 
su partido político se habían combinado con el 
general Santa Cruz, Presidente de Solivia, < para 
desquiciar la Confederación. » — Con esto se alu- 
día directamente á la misión del señor Francisco 
J. Muñoz ante aquel funcionario, para arreglar 
cuestiones de límites comunes con el Brasil. — 
De este modo, Rosas pretendía justificar su in- 
tromisión en asuntos puramente orientales. — 



Pero Rosas, que consideraba juiciosamente que 
Oribe no lo desmentiría, por propio interés, fué 
desmentido, en cambio, de un modo altamente 
laudable, por el mismo señor Muñoz, — Ministro 
de Hacienda de Oribe, — con declaraciones de tes- 
tigos y otras pruebas irrecusables, desafiando á 
Rosas á que exhibiera los documentos que decía 
poseer en comprobación de sus falsos asertos. 
— Es excusado advertir que Rosas calló como 
un muerto ante este desmentido que jamás es- 



( 1 ) Rasgos biográficos de don Joaquín Suárez, por don Isidoro 
De-María. 



294 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

pero. — Pero también debe agregarse que la ven- 
ganza de Rosas no se hizo esperar, y que, de- 
mostrando una vez más Oribe su complicidad 
con los actos de aquél, no transcurrieron muchos 
días sin que el señor Muñoz abandonara el Mi- 
nisterio de Hacienda. — Había éste procedido /;z¿7- 
tu proprio, contrariando los planes combinados 
de Oribe y de Rosas!- -El 9 de Agosto, — vein- 
ticuatro horas después de la caída de Muñoz, — 
Oribe mandaba secuestrar por la policía una 
imprenta en la que se había editado el anuncio 
de una publicación contra la tiranía de Rosas. — 
También se prohibía la salida de Otro diario, 
porque había publicado un artículo en que se 
aconsejaba « la clemencia y la reconciliación con 
los orientales proscriptos. » — Si hechos concre- 
tos faltan aún para evidenciar más la connivencia 
de Rosas y Oribe, y la protección que el pri- 
mero ejercía sobre el último, anotaremos los si- 
guientes, comprobados en documentos oficiales. 
— En 11 de Diciembre de 1837, — sitiada la ciu- 
dad de Paysandú por fuerzas riveristas, — el co- 
ronel Eugenio Garzón se dirigió por nota al Mi- 
nistro de la Guerra, doctor Pedro Lenguas, di- 
ciéndole: «Una columna enemiga descendió por 
la margen del Uruguay, en disposición de entrar 
al pueblo por nuestra retaguardia. Dos tiros de 
cañón á bala disparados del buque argentino que 
manda el coronel don Antonio Toll, detuvieron su 
marcha y la hicieron retroceder En esta ocasión, 



JULIO M. SOSA 295 



como en otras de igual naturalezUy y aún más im- 
portanteSy coopera siempre ese distinguido jefe por 
la causa que el Supremo Gobierno sostiene, » — 
En otra nota del 18 de Diciembre, dice también 
Garzón : « . . . . El buque de guerra argentino ha 
disparado sobre los enemigos algunos cañonazos 
con el mejor suceso. . ... Su digno comandante el 
señor coronel Toll, nos presta muy buenos servi- 
cios,» — El mismo jefe de Paysandú, con fecha 
27 del mes referido, decía: «Si es cierto que el 
denodado pueblo de Paysandú ... ha concu- 
rrido con sus esfuerzos á sostener la causa del 
orden y las leyes, no es menos positivo que el 
digno y benemérito general argentino don Justo 
José de Urquiza ha cooperado del modo más efi- 
caz para que nuestros esfuerzos hayan sido más 
completos. El no ha omitido ningún sacrificio. Nos 
ha hecho remisión de armas y municiones consi- 
derable, » — En la misma nota, agregaba que Ur- 
quiza remitía á la plaza carradas de pasto, etc. — 
Además, en la guarnición de Paysandú había un 
batallón argentino al mando del comandante Ga- 
lán, y sobre los muros de esa ciudad tremolaba 
su bandera, que era también argentina / . . . . — 
¿Puede exigirse nuevas pruebas de la protección 
descarada del Gobierno de Rosas y de la gro- 
tesca impudencia del Gobierno de Oribe?— Pues 
bien: sépase que el 5 de Agosto de 1836, este 
último, por un decreto oficial, declaró traidor á 
la patria al general Lavalle, que era argentino! , , , 



296 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



Para atenuar quizás el severo juicio que sugie- 
ren los hechos inconcusos que dejamos apun- 
tados, se ha dicho que la revolución riverista^ 
provocada por el mismo Oribe, contó entre sus 
mejores adalides á los expatriados argentinos, di- 
rigidos por Lavalle í^\— Es un error, y este mismo 
error se ha querido siempre presentar como jus- 
tificativo de la intromisión de Rosas en nuestros 
asuntos. -- En efecto. — « Es verdad, — decía don 
Andrés Lamas, — que el general Lavalle, amena- 
zado personalmente, se incorporó al general Ri- 
vera; y en este hecho, cierto, se ha pretendido, 
presentando al general como jefe de la emigración, 
como cabeza de su partido, probar un hecho 
absolutamente falso.— El del general Lavalle no 
fué un hecho colectivo, un acto de partido: fué 
un hecho meramente personal, por razones y 
peligros personales. Así es que se incorporó casi 
solo; y sus compañeros de armas, de infortunio 
y de causa, los mismos que antes y después han 
cooperado abiertamente á sus empresas de inte- 
rés argentino, permanecieron entonces impasibles, 
y algunos tomaron parteen las filas contrarias...» 
— Por su parte, el doctor Juan Carlos Gómez, 
refiriéndose á la misma acusación, la consideró 
«históricamente falsa,» agregando que «Oribe se 

( 1 ) Con más legítimo derecho, y ajustándonos más á la ver- 
dad comprobada, podemos invertir los términos y decir que los 
federales rosistas eran los aliados de Oribe antes y después de la 
revolución de Rivera. 



JULIO M. SOSA 297 



unió á Rosas, y empezó á perseguir con destie- 
rros y prisiones á los unitarios que no le ayuda- 
ban, aceptando, sin embargo, los servicios de otros 
unitarios, como el general Soler, que no reproba- 
ban la alianza ^ ^ ^. » Para comprobar las palabras 
de estos dos ¡lustres publicistas, bastará decir 
que permanecieron en Montevideo, prescindentes 
en absoluto, muchos jefes argentinos, entre ellos 
los generales Martín Rodríguez, de la Madrid, Iriarte 
y Olazábal ; en Mercedes, los coroneles Olavarría, 
Suárez, Vega, etc.; en la Colonia, el general Ál- 
varez Thomás, á quien Rosas, por intermedio de 
Oribe, hizo desterrar á Río Janeiro. — Y en el 
ejército de Oribe se alistaron, entre otros, el ge- 
neral Soler y el coronel Indalecio Chenaut. — Debe 
saberse también que la provincia de Entre Ríos 
fué refugio y cuartel de las fuerzas gubernistas 
durante la revolución de Rivera, según lo com- 
prueba el parte de un jefe de Oribe,— Vicente Nu- 
bel, — publicado en la prensa de la época ^-l 



Se comete un error igualmente cuando algunos 
escritores, refiriéndose ala alianza de los france- 
ses con el general Rivera, en los primeros meses 
de 1838, dicen que ofertada á Oribe esta alianza, 
«se rehusó terminantemente á aceptar ingerencias 



( 1 ) El Nacional, de 25 de Julip de 1857. 

(2) El Universal, núm. 2082. 



29S BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

en sucesos extraños á los intereses verdaderos de 
su país.» — Herrera, por ejemplo, cita en apoyo 
de su tesis, la opinión, desnuda de pruebas, del 
señor Luis Santiago Botana. —Nosotros contesta- 
remos, que en cuanto á la alianza de Rivera con 
los franceses, es un hecho absolutamente exacto, 
y ello no merece las críticas que se formulan por 
algunos puritanos históricos, por cuanto la Fran- 
cia se hallaba en guerra con Rosas, y, como lo 
veremos, con Oribe mismo, por sus afinidades con 
aquel déspota.— Desde que la acción de Francia y 
la acción de Rivera se dirigían contra los mis- 
mos enemigos, nada más natural que los esfuer- 
zos se mancomunaran en beneficio recíproco ^^K 

— Pero con los franceses ó sin los franceses. Ri- 
vera hubiera triunfado sobre Oribe: antes de 
aliarse con ellos, ya sus armas habían dominado 
en absoluto la República, exceptuando las plazas 
de Paysandú y Montevideo. — Un escritor ilustre, 

— Alejandro Dumas,-dice, por su parte, sobre 
el mismo punto: «Se supone generalmente que 
la influencia de los franceses hizo caer á Oribe; 
sin embargo, nosotros podemos afirmar que él no 
fué combatido sino por los orientales. Su poder 
fué destruido en la batalla del Palmar, donde no 



(1) Mr, Baradére, — agente francés, — dice en nota al Ministro 
de Relaciones Exteriores del Gobierno de Oribe, que «una dolo- 
rosa necesidad arrastraba al jefe francés á tomar las medidas de 
que se recurría, desde que el Gobierno oriental era naturalmente 
aliado del argentino, y los ponía á ellos (los franceses) por lo 
mismo en el caso de serlo también de Rivera. » 



JULIO M. SOSA 299 



se encontró un solo extranjero en las filas de sus 
enemigos; mientras que él, por el contrario, cayó 
apoyado sobre los extranjeros, y la prueba está 
en que, después de la capitulación de la ciudad 
de Paysandú, se encontró en esta ciudad un ba- 
tallón argentino (^^.»— Ahora, respecto de la acti- 
tud correcta que se atribuye á Oribe, permítasenos 
que opongamos la opinión autorizadísima del se- 
ñor don Andrés Lamas, frente á la del doctor 
Botana.— Aquel ilustre ciudadano dice que el ge- 
neral Oribe trató de poner de su parte á los 
franceses, «y buscó su alianza contra el general 
Rivera, que ya lo tenía encerrado en la capital.» — 
El bloqueo que los franceses pusieron á Buenos 
Aires fué agradable á Oribe, aunque al principio 
le pareció mal; pues, — como lo dice él mismo en 
carta á su hermano Ignacio,— «eso está hoy alla- 
nado y lo primero es que tendremos plata como 
nunca.» — «Los esfuerzos de Oribe,— dice La- 
mas,— se contrajeron á ganarse las gracias del 
almirante y de los agentes franceses, y á decidirlos 
contra Rivera.— Hasta entraron en el proyecto de 
hacer aceptar por Rosas el ultimátum francés ('-^.» 
—Y en una nota, que no transcribimos por su 
extensión, el Ministro de Oribe, Villademoros, abo- 
gaba ante el gobierno de Rosas por las preten- 
siones de los franceses.— Los agentes de esta 
nación, invitados por el Ministro Blanc, el 17 de 



(1) «Montevideo, ou Une NouvelljB Troie ». 

(2) «Escritos Políticos», y El Nacional, de 1843. 



300 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Agosto, para servir de garantes á un convenio 
de paz, accedieron gustosos. — El 27 del mismo 
mes, «Oribe solicitó de los franceses y consiguió 
cooperación para perseguir á la Loba, — goleta de 
guerra que se había pasado á las fuerzas del ge- 
neral Rivera, — y se prestaron á ello con fecha 28 
y 30, porque, entre otras cosas, se les hizo creer, 
por los Ministros de Oribe, que era probable que 
tratase de ganar á Buenos Aires ó las costas ar- 
gentinas y servir contra el bloqueo, y que Brown 
quizá estuviese interesado en este negocio,» — El 
coronel Silva, que sitiaba á Montevideo, protestó 
contra la protección de los franceses á Oribe, y 
cesó la persecución de la Z^éa. — Entonces, Oribe 
se decidió á traicionará los franceses, favoreciendo 
á Rosas, cuya adhesión apreciaba más que nada. 
— Hostilizó á los franceses prohibiéndoles ven- 
der en Montevideo las presas hechas á Rosas; 
sometiendo á los marinos de la misma nacionali- 
dad á las más rigorosas medidas policiales, y en- 
tregando al almirante rosista Brown los buques 
orientales para formar una escuadra combinada 
contra Francia ! — Éstos son los hechos.— De ellos 
se desprende que si al fin Oribe hostilizó á los 
franceses, fué porque éstos no accedieron á todas 
sus pretensiones, y que, en cambio, se alió á Ro- 
sas para combatirlos. — Pero aun en el caso de 
que Oribe no hubiera querido aceptar la alianza 
francesa, ¿ no es evidente que incurrirían en error 
sus apologistas cuando afirman que su actitud 



JULIO M. SOSA 301 



siempre fué correcta, no ingiriéndose «en asuntos 
extraños á los intereses verdaderos de su país?» 
—¿Y qué significa, por ventura, el hecho de com- 
binar sus elementos con los de Rosas para hos- 
tilizar á Francia? — Basta, pues, de deleznables 
mistificaciones. 



Diremos ahora, para concluir este capítulo, que 
si Rosas no intervino más abierta y eficazmente 
en la lucha contra Rivera, no fué porque Oribe 
pudiera rechazar su concurso. — Es que el objeto 
final pretendía lograrlo de otro modo aquel dés- 
pota.— Don Andrés Lamas lo explica en términos 
magistrales: «El fin de Rosas,— dice,— era la do- 
minación del país ; sus medios, todos los que, sin 
excepción, podían llevarlo á su objeto; y entre 
estos medios, el primero y principal, el que le en- 
señaban la historia y las tradiciones de la política 
proterva de los tiranos: dividir el país, debilitarlo 
por sus divisiones, deshacerlo física y moralmente 
por la guerra civil, que, entre nosotros, iba, ne- 
cesariamente, á aniquilar los hábitos de orden, á 
separarnos de la senda constitucional en que es- 
tábamos aprendiendo á marchar; á ponernos, de 
nuevo, bajo el dominio de la fuerza animal que 
no engendra más que monstruos de corrupción 
y de violencia; — de la violencia, que no produce 
más que reacciones;— de las reacciones, que ha- 
bían de matar, por consunción, la libertad y la 



302 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

verdadera Independencia de la Patria. » — Confirma 
lo que dejamos transcripto, un documento de 
fecha 7 de Febrero de 1838, que se halla en po- 
der de un historiador nacional, en que se dice: 
« Por desgracia mía estoy al servicio de este ti- 
rano ( Rosas ), que no sólo se contenta con opri- 
mir á sus conciudadanos, sino que también in- 
tenta arruinar á ese Estado, sosteniendo en él la 
guerra civil eternamente. Estoy en los secretos 
de este infernal gabinete, y voy á manifestar á 
V. E. sus planes para que se precava el señor 

Oribe de sus insidias Algún día, señor, y 

muy pronto, sabrán los orientales cuáles son los 
verdaderos enemigos de su prosperidad, pues 
ella causa la ruina de este Gobierno y trata de 
poner en juego todos sus recursos para que ese 
país esté en continua guerra civil .... Lo que 
quieren es que ese país se les subordine como 
se le han subordinado los demás gobernado- 
res ( ^ ^ . . . . » 



(1) Véase la biografía de don Carlos A naya, por don Isidoro 
De-María. — Aquel ciudadano recibía firmados esos avisos, y se 
supone que los trasmitía, en copias, al general Oribe. 



JULIO M. SOSA 303 



IV 



Triunfo de la revolución riverista. — La campaña militar. — Renuncia de 
Oribe ante la Asamblea General. — Su aceptación. — Protesta injus- 
tificable ante Rosas. — Razones de pie de banco. 



Creemos haber probado en el capítulo anterior 
la complicidad de Oribe con la política absorbente 
de Rosas. —Los hechos que subsiguen corrobo- 
rarán esa complicidad odiosa para el patriotismo 
de los orientales. — La revolución riverista, que qui- 
zás tuvo su origen en razones de índole perso- 
nal, fué, sin duda alguna, un movimiento patrió- 
tico, prestigiado por ideales sagrados de integridad 
y decoro nacional, cuando Oribe, — representando 
una tendencia exclusivamente extranjera,- socavó 
el cimiento de su propio prestigio y del prestigio 
de su autoridad constitucional, decidiéndose á 
compartir con Rosas sus deberes y derechos de 
gobernante, aun á costa de su propia dignidad y 
de la dignidad de su pueblo. — La revolución triunfó. 



304 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

y el tiempo, que tiene el don de la evidencia, ha 
justificado ese movimiento subversivo, que se pro- 
dujo bajo obscuros auspicios, y cuyo triunfo, no 
obstante, fué la salvación de nuestra Independen- 
cia, de nuestras instituciones, del decoro del país, 
de la vida misma de millares de sus hijos, que 
de lo contrario hubieran «resbalado en sangre», 
hubieran visto manchados sus hogares por las 
infamias vandálicas de la Mazorca, hubieran sen- 
tido sobre su frente el baldón de fuego con que 
la esclavitud señala á los hombres sin patria y 
sin derechos. 



La primera tentativa revolucionaria de Rivera, 
en 1836, fracasó después del combate de Carpin- 
tería, desfavorable para las armas de aquel cau- 
dillo á causa de la defección del coronel Raña. 
— Desde el 17 de Octubre, -día de aquel encuen- 
tro,— la división de los orientales se materializó, 
si puede decirse, cristalizándose las ideas y pro- 
pósitos de los adversarios en las dos divisas,— 
blanca y roja, -que ostentaron por primera vez, 
y que hasta hoy conservan los que, como nos- 
otros, no han recibido del hisopo bautismal del 
constitucionalismo, la consagración de hombres 
del porvenir, sin pasado y sin historia. — En 1837, 
volvió á invadir Rivera el territorio nacional, con 
elementos escasos, que aumentaron poco después 
considerablemente. -El 22 de Octubre derrotó á 



JULIO M. SOSA 305 



Oribe en Yucutujá; el 21 de Noviembre sostuvo 
un combate indeciso en la costa del Yí, y el 15 
de Junio de 1838, obtuvo la espléndida victoria 
del Palmar, que en breve tiempo le hizo dueño 
de casi toda la República. 

Después de largas y dificultosas negociaciones, 
los revolucionarios obtuvieron como condición 
primera de paz, la renuncia de Oribe á la Presi- 
dencia.— El 21 de Octubre de 1838, se firmó el 
convenio. — El 23, Oribe presentaba ante las Cá- 
maras su renuncia, en que decía: «Convencido 
el Presidente de la República, de que su perma- 
nencia en el mando es el único obstáculo que 
se presenta para volver á la misma la quietud y 
tranquilidad de que tanto necesita, viene ante 
V. E. á resignar la autoridad que como órganos 
de la Nación le habéis confiado. » — Aceptada 
esta renuncia, Oribe salió del país el 25 de Oc- 
tubre,— cuatro meses y seis días antes de ex- 
pirar el plazo de su Presidencia,— dirigiéndose á 
Buenos Aires, donde le esperaba Rosas para com- 
binar con él la forma de reconquistar, en bene- 
ficio propio, las posiciones perdidas. 



Producto, en efecto, de la voluntad de Rosas, fué 
la protesta que Oribe dio á la publicidad en Bue- 
nos Aires, basándose en que su renuncia sólo era 
fruto de « la violencia de una facción armada. » — En 
un manifiesto posterior se extendía en considera- 



20 



306 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

dones sobre la legitimidad de sus fueros presiden- 
ciales, á pesar de !a renuncia.— Rosas contestó, 
por medio de una nota, la protesta de Oribe, ex- 
presándole « el profundo sentimiento que le causa 
el despojo violento que éstos ( los rebeldes y alia- 
dos franceses) han hecho á V. E. de los sobe- 
ranos derechos que ha sostenido hasta donde le 
ha sido posible,» y condenando «los infames pro- 
cedimientos de una facción anárquica, armada y 
acaudillada por un hijo indigno del nombre ame- 
ricano. » 

La actitud de Oribe no podía ser más injusti- 
ficada y ridicula. — Escritores concienzudos, de ver- 
dadera lógica, han destruido todos los argumen- 
tos sofísticos con que Oribe pretendía cohones- 
tar sus planes, que eran los planes de Rosas.— 
« La Convención de Paz de 1838,— se ha dicho,— 
tan formal y circunspecta, promovida por el mismo 
Oribe, autorizado previamente, y con repetición, 
por el Cuerpo Legislativo, y terminada en toda 
forma, era una ley para el país, y siendo celebrada 
en guerra civil, esto es, por partes que se repu- 
tan en derecho igualmente soberanas, ligaba á 
Oribe tan estrechamente como lo ligaría otra ce- 
lebrada con una nación extraña. — Pero sobre todo, 
quien menos derecho tenía á desconocerla, era 
un gobierno extranjero. — No lo podía, ni bajo el 
pretexto de ser Rivera un insurrecto, pues la misma 
autoridad legítima, que así lo declaró, proclamó 
después que no lo era; ni bajo el de que debía 



JULIO M. SOSA 307 



SU triunfo á los franceses, pues esta necia inven- 
ción se desvanece con solo el relato documen- 
tado y sereno de los hechos; ni bajo el de que 
esa Convención fué obra de la violencia y coac- 
ción.— Así es que Rosas, haciendo que Oribe ex- 
tendiese después una celebérrima Protesta, no 
sólo atacó la soberanía oriental, sino que tam- 
bién se cubrió, y cubrió á su protegido, de un 
ridículo perdurable. — Este tirano, tan audaz como 
ignorante, no supo que para nada sirve una pro- 
testa que, prescindiendo de los hechos, ó cues- 
tionables ó evidentemente falsos en que se apoya, 
está en abierta oposición con el tenor de un 
pacto bélico. — ¡ La violenda ! — ¡ Adiós humanidad, 
adiós fe pública, adiós reposo de los pueblos, 
si la demente doctrina de ese tirano llegara á ser 
el derecho común de las naciones!— ¿Qué otra 
cosa que violencia, fuerza, coacción, es esencial- 
mente todo cuanto se hace en la guerra?— El que 
la emprende, lo hace, no sólo invocando, sino 
además sometiéndose á la soberana ley de la 
victoria.— Ya sabemos que Oribe resignó el bas- 
tón forzado y violentado; pero el vencido en la 
guerra, el general juramentado, él jefe que capi- 
tula, el comandante que entrega una plaza, ¿pro- 
ceden acaso de otro modo? ¿dejan por eso de 
estar á la observancia de lo que pactaron?» 



308 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



La guerra contra Rosas. -Oribe se considera «Presidente legal» de la 
República. — Como general de Rosas, pierde su ciudadanía oriental. 

— Conducta denigrante de Oribe. — Su obsecuencia hacia Rosas. — 
Notas serviles. — El elogio del Restaurador. —Oribe traiciona á su país. 

— Documentos que lo prueban. — Sus campañas en las Provincias 
argentinas, como subalterno de Rosas. — Sus crueldades. ^ Sus crí- 
menes. —Crónicas de sangre. 



Más evidente no podía ser la falta de derechos 
de Oribe: la caducidad de su mandato presiden- 
cial.— No obstante, á pesar de haber «cesado, — 
según las palabras de don Antonio Díaz, — de no re- 
presentar ningún derecho,» Oribe continuó consi- 
derándose, platónicamente. Presidente de nuestra 
República, y lo peor del caso es que fué consi- 
derado del mismo modo también por Rosas.— 
Rivera, obligado por las hostilidades perversas de 
este último, se vio en la necesidad de declararle 
la guerra.— En el documento respectivo, decía Ri- 
vera: «La República se honra en declarar que ella 
no lleva, sino que contesta la guerra; su rol es, 



JULIO M. SOSA 309 



pues, enteramente defensivo, aun en el caso pro- 
bable de tener que invadir. Partidaria sincera de 
la paz, es por la paz que se dispone á pelear. 
Habituada al respeto por las nacionalidades ex- 
trañas, quiere ver también respetada la suya ^^l» — 
¿Acaso Oribe, el Presidente legal, se negó á com- 
partir con Rosas los azares de una guerra que 
se hacía de nación á nación, y de cuyas contin- 
gencias dependía la integridad de su suelo?— 
¿ Acaso el Presidente legal se preocupó, al menos, 
de reivindicar sus fueros, sin comprometer la dig- 
nidad de su país, sin el auxilio de una nación 
que se hallaba en guerra con la suya, valiéndose 
de sus esfuerzos propios? — Nada de esto: Oribe 
y los hombres de su círculo se alistaron en el 
ejército federal de Rosas ; se subordinaron á él en 
absoluto y fueron coadjutores principalísimos de 
la obra nefanda del sombrío conquistador de los 
desiertos. — Y es oportuno hacer notar aquí la 
ridiculez tartarinesca de la actitud de Oribe. — Se 
hacía llamar, y se llamaba él mismo. Presidente 
legítimo de la República del Uruguay, y se ponía, 
no obstante, á las órdenes de Rosas ^-\. coma 



( 1 ) Declaración de fecha 10 de Marzo de 1839. 

(2) Para probar irrefutablemente esta aseveración, no de 
jando lugar á que se diga que Oribe era simplemente un aliado» 
insertamos el siguiente párrafo de una carta dirigida por el pro- 
pio Oribe á uno de los que habían sido sus Ministros : « Siento 
tener que decir á usted, que acabo de ser llamado (por Rosas) 
para que me aliste para marchar. No quisiera hacerlo sin usted, y 
sobre esto mañana nos veremos. » — Esta carta lleva la fecha del 
5 de Septiembre de 1839. 



310 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

un quídam cualquiera, como uno de los tantos 
generales rosistas, sometido á la voluntad omní- 
moda del déspota, ciudadanizado en otro país, 
bajo otra bandera, perdiendo así, por consiguiente, 
hasta su propia ciudadanía oriental. — Si ningún 
otro argumento puede persuadir de la falta de 
derechos de Oribe, para creerse Presidente legal, 
después de haber dimitido, basta para demos- 
trarlo, con saber que el general Oribe, por nues- 
tras leyes constitucionales, no era oriental al ves- 
tir el uniforme de un ejército extranjero y pelear 
por una bandera que no sólo era distinta de la 
suya, sino que era enemiga de la bandera de su 
patria! (^^ 



Oribe entró al servicio de Rosas, y sus actos 
de sangriento y repugnante servilismo lo hicieron 
solidario de la obra destructora de aquel dés- 
pota.— En carta de 20 de Diciembre de 1841, de- 
cía Oribe, refiriéndose á Rosas: « Yo he sido im-- 
pulsado (á servirie) por una justa gratitud, y me 
ha ayudado á llenar los objetos de mi corazón 
un ejército heroico, decidido, brillante. . . . Doble- 
mente grato, pues, debo estar al ¡lustre Restau- 
rador de las Leyes, que, aun al querer yo servirle^ 
me presta los medios de llenarlo cumplidamente y 
ton ^tor/úf.» — ¡Triste gloria la que refleja sobre su 

( 1 ) Art. 12, inciso 4.°, de la Constitución de la República O. del 
Uruguay. 



JULIO M. SOSA 311 



nombre la carnicería continuada de sus campañas! 
— Contestando á una nota en que se le daba 
cuenta de la negativa de Rosas á entrar en ne- 
gociaciones, dé paz con Rivera, por considerarlo 
un traidor á la santa causa de la libertad. Oribe 
decía á don Antonio Díaz, con fecha 12 de Oc- 
tubre de 1841: «Todo me ha dejado satisfecho. 
La dignidad^ firmeza y circunspección de ese go- 
bierno (de Rosdis), junto á su extrema generosidad 
y miramientos, y la contestación de usted . . . — 
Dé usted, pues, las gracias á ese gobierno patrió- 
tico, en mi nombre y en el de todos los orien- 
tales, asegurando nuevamente que estoy convencido 
de que la República Oriental puede depositar sus 
destinos en las fieles y poderosas manos del Ilus- 
tre Restaurador, » — ¡ Y el gobierno de Rosas era el 
que había propuesto á Oribe, en las últimas ho- 
ras de su Presidencia, la reincorporación de la 
Banda Oriental á la Confederación Argentina! ^^^ 



( 1 ) Cuando, algunos días antes de la conclusión de la revolu- 
ción de Rivera, Oribe hizo un último esfuerzo, y declaró que las 
hostilidades continuaban, — Septiembre de 1838, — se presentó á 
Oribe el agente ad hoc Correa Morales, proponiéndole, en nom- 
bre de Rosas, la reincorporación de la Banda Oriental d las pro- 
vincias de la Conjeder ación, en cambio de una protección pa- 
ternal en favor del partido entonces dominante. — El acuerdo 
debería ser secreto. — Oribe respondió que el pensamiento fuera 
comunicado d sus amigos. — Asi se hizo, y fué rechazado natural- 
mente. —Sin embargo, tiene este hecho decisiva importancia, si 
se relaciona con los sucesos de aquella época. — En primer término, 
demuestra cuan viable pareció á Rosas su pro3''ecto, tratándose 
de un hombre como Oribe, que era esclavo de su voluntad, aun 
siendo Presidente de nuestra República. — Nunca se hubiera atre- 
vido aquel déspota á proponer semejante fe'.onía á un ciudadano 



312 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



— Y tan innoble, y tan indigna de toda justifica- 
ción, es la conducta de Oribe, que sólo con Ro- 
sas él quiso servir. — Lo dice bien claramente en 
una carta de su puño y letra. — Refiriéndose á los 
rumores de renuncia de Rosas, se expresaba así, 
el 11 de Febrero de 1840: «Yo, por mi parte, si 
eso llegase á suceder, aunque se diga lo que se 
quiera, luego que lo sepa abandonaré este campo 
y me marcharé á vivir donde pueda, pues estoy 
convencido de que otro amigo como él no lo ten- 
dremos, . .»— ¿En qué quedan los propósitos pa- 
trióticos que aún algunos escritores atribuyen á 
Oribe? — Y si esto no es bastante aún, léase esta 
otra carta, escrita por el mismo Oribe á don An- 
tonio Díaz: «Al señor gobernador (Rosas), luego 
que llegue al destino donde debe separarse el 
edecán que me acompaña, pienso pasarie una 
nota, no sólo agradeciéndole todo lo que le debe- 
mos hoy, sino también todos los servicios que 
voy recibiendo en el camino. . . de un modo que 
no hay con qué pagarlo, sino haciéndose colgar 
por él de cualquier modo. Con su señora hija le 
mando decir que las finezas de esta clase sólo se 



que sintiera amor por su tierra y apreciara en algo su dignidad 
personal y la dignidad de su pueblo. — Por otra parle, la propo- 
sición de Rosas, descarada y sin reticencias, ponía en descubierto, 
á la luz del sol, todo su programa político respecto de nuestro 
país. — Oribe, al servir bajo sus banderas, al obedecer sus órde- 
nes más tarde en el campamento del Cerrito, sabía bien, por lo 
tanto, cuáles eran los propósitos fundamentales de Rosas, y si 
contribuía á su triunfo, lo haría con conciencia plena de que ese 
triunfo importaría la desaparición de la nacionalidad oriental. 



JULIO M. SOSA 313 



pagan con sangre, como si llega el caso lo haré. 
He leído la Gaceta, y Dios quiera darme el don 
de pagar á este hombre distinguido como lo deseo 
y nos conviene,» 



Oribe, como general de Rosas, y comandante 
de los ejércitos del interior, más tarde, fué, qui- 
zás, el brazo principal de aquel tirano. — Sus ejér- 
citos recorrieron triunfantes las provincias de 
Cuyo, Tucumán, La Rioja, Córdoba, Santiago del 
Estero, Jujuy, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, y 
hasta los Llanos, durante los años 183Q, 40, 41 
y 42, derrotando á los más temibles enemigos 
de la causa federal, como Lavalle y de la Madrid, 
— los dos héroes de la libertad argentina, — co- 
ronados por el éxito en batallas de la importan- 
cia de Sauce Grande, Quebracho Herrado, Fa- 
maillá, Arroyo Grande, etc. 

Pero estas campañas de Oribe, si demuestran 
sus cualidades militares, demuestran también la 
bárbara inclemencia de sus instintos, las ansias 
húnicas de exterminio y de muerte que devoraban, 
como una fiebre, su alma adormecida en un sueño 
dantesco, pavoroso, de crímenes sin nombre! — 
Y no se crea que recién en esta época se reve- 
laron los perversos instintos de Oribe.— Se habían 
revelado antes. — Daremos á conocer algunos de 
sus crímenes.— Con ellos basta para conmover los 
sentimientos menos blandos de los que aún en- 



314 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

I 



diosan al verdugo de las hecatombes federales, 
al jefe de « las bandas organizadas de degolla- 
dores. » 

Tenía Oribe apenas 17 años. — El capataz de 
una estancia de su padre, había recibido orden 
severísima de no ensillarle cierto caballo arisco 
de la tropilla.— Á Oribe se le antojó, sin embargo, 
ese caballo, y le pidió al capataz que se lo ensi- 
llara.— Éste no accedió á su deseo, y sin más ni 
más, le descerrajó un pistoletazo y lo mató. — Du- 
rante el asedio de Montevideo, en los años 1825 
y 1826, dio Oribe permiso á un amigo suyo, de 
apellido Pintos, para introducir algunas cabezas de 
ganado vacuno á la plaza sitiada; pero inmediata- 
mente lo hizo aprehender, y poco después lo hizo 
fusilar.— El 9 de Febrero de 1826, en nota al ge- 
neral Lavalleja, le daba cuenta de un suceso de 
armas contra una guardia « que fué acuchillada de 
un modo vigoroso . . . » ; «... en el campo,— 
agregaba, — quedan cincuenta cadáveres imperia- 
les. »—« Las pérdidas, por mi parte, — seguía di- 
ciendo Oribe, - han consistido en cinco heridos ; mis 
órdenes de no hacer prisioneros, fueron puntualmente 
obedecidas !» — \Ldi carnicería fué espantosa!— Ya 
hemos dado cuenta del proceder de Oribe con 
los conductores de los partes que anunciaban 
los triunfos de Misiones. — Durante sus campañas 
argentinas, los crímenes cometidos ú ordenados 
por Oribe son innumerables y atroces. — En Enero 
de 1840, lanzó ese hombre sin entrañas, sobre la 



1 



JULIO M. SOSA 315 



población oriental de Belén, una de sus bandas, que 
incendiaron los ranchos, asesinaron las personas 
que encontraron, violaron á las mujeres, y ultima- 
ron á las madres con sus hijos en brazos. — Pero 
antes, en 183Q, el coronel Maciel, que era un va- 
liente, tuvo la desgracia de ser prisionero de Oribe, 
y fué degollado.— El 25 de Septiembre del año 
citado, entró Oribe á Tucumán «é hizo degollar 
á porción de vecinos, azotar á las damas princi- 
pales y entregar á la lascivia de sus soldados, las 
hijas y las mujeres de los proscriptos. » — Hizo 
además « arrasar los cañaverales y destruir los in- 
genios de azúcar, para que la que se consuma 
en Tucumán sea la que haya pagado derechos en 
la Aduana de Buenos Aires ^^\» — En 1840, el Ejér- 
cito Libertador fué vencido en Quebrachito; el 
general Lavalle conservaba algunos, prisioneros 
rosistas; se decidió á daries libertad, y los envió 
al campamento de Oribe, acompañados, como par- 
lamentario, del malogrado doctor Rufino Várela. 
— Algunos de estos prisioneros debían la vida á 
Várela, y los que no le debían la vida, como 
Eugenio Garzón, le eran deudores de grandes 
servicios. — Ni el carácter de parlamentario, ni 
los méritos contraídos con los propios enemi- 
gos, impidieron su muerte.— Entregados los pri- 
sioneros á las guardias enemigas, debía aquél 
regresar á su campo; «pero allí se le detuvo, 

( 1 ) José Rivera Indarte : * Tablas de Sangre ». 



316 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

allí se le insultó, allí lo asesinaron infamemente; 
allí, delante del general Garzón y de los otros 
prisioneros que acababa de salvar; delante de 
Oribe, que galardonaba con la muerte una vida 
pura, una acción gallarda y generosa ( ^ ).» — Después 
de la misma batalla, el agente de confianza de 
Oribe,— José Antonio Martínez,— le pidió el prisio- 
nero Corro, porque quería haceríe unas judiadas. 
— Oribe se lo entregó, y Martínez entonces, en 
presencia de Oribe, que se reía cínicamente, hiza 
ensillar con recado á la pobre víctima, hizo hor- 
quetar sobre él á un ordenanza, y jinetearlo, —como 
á los godos en tiempos de Otorgues,— clavándole 
en el vientre las enormes rodajas de unas naza- 
renas implacables, — Esta, función la repitió otras 
veces. — En cuanto al tratamiento que sufrieron 
los prisioneros en general del mismo combate de 
Quebrachito, — dice Antonio Díaz,— confidente de 
Oribe,— que « no estuvo completamente de acuerdo 
con las leyes de la humanidad, aunque sea dolo- 
roso decir que sus guardadores eran de una misma 
Patria. » — El 18 de Diciembre de 1840, fué sacado 
de la cama, en que se hallaba enfermo, el teniente 
coronel Soto, residente en las sierras de Córdoba^ 
y degollado por orden de Oribe. — Con fecha 4 
de Julio de 1841, en nota al coronel Hilario Lagos^ 
decía Oribe: «Tengo también en mi poder las 
comunicaciones del salvaje, traidor, unitario, de la 

(1) Andrés Lamas: obra citada. 



JULIO M. SOSA 317 



Madrid, y respecto á ellas, prevengo á V. S., no 
ya que debe asegurar á cualquier individuo que 
traiga comunicaciones de los salvajes, para cual- 
quier individuo de esas divisiones sino que 

haga lancear á cualquiera que traiga las referidas 
comunicaciones del enemigo. » — Con fecha 24 de 
Septiembre de 1841, Oribe comunicaba á Rosas: 
« Entre los prisioneros se halló el ex coronel Fausto 
Borda, que fué al momento ejecutado con otros 
traldores.^^—Las orejas y saladas, de esta víctima, 
fueron servidas después en una tertulia en casa 
de Rosas!— E\ 16 de Septiembre del mismo año, 
comunicaba Oribe: «El titulado salvaje general 
Mariano Acha fué decapitado ayer y su cabeza 
puesta á la expectación pública ....» — En nota 
del 3 de Octubre de 1841, decía Oribe: «Los 
salvajes unitarios que me ha entregado el coman- 
dante Sandobal, que lo fué de la escolta de La- 
valle, Marcos M. Avellaneda, titulado gobernador 
general de Tucumán, coronel titulado J. M. Videla, 
comandante Luis Casas, sargento mayor Gabriel 
Suárez, capitán José Espejo y teniente primero 
Leonardo Sousa, han sido al momento ejecutados 
en la forma ordinaria, á excepción de Avellaneda, 
á quien mandé cortar la cabeza, que será colgada 
á la expectación pública en la plaza de Tucumán, » 
— El traidor Sandobal también fué ejecutado, — 
Al comunicar Oribe, en 1842, las matanzas he- 
chas por otro de sus paniaguados en Catamarca, 



318 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

— I - - - ' - - _ ■ 

—el execrable Mariano Maza ^ ^ ^, — decía á Rosas : 
«El Ejército que V. E. tuvo á bien poner bajo 
mis órdenes, ha llenado su gloriosa y digna mlr 
slón, » — Después de dar cuenta Oribe, el 1 7 de 
Abril de 1842, de un combate contra el unitaria 
Mascarilla, dice: «Treinta y tantos muertos, y al- 
gunos prisioneros, entre los cuales quedó el ti- 
tulado salvaje general Juan Apóstol Martínez, al 
que le fué ayer cortada la cabeza, fué el resultado 
de este hecho de nuestras armas federales.»—. 
El general Martínez era amigo y compañero de la 
infancia de Oribe; sin embargo, no obtuvo indul- 
gencia.— Por el contrario, aquella hiena se burló 
de su desgracia.— Le preguntó con qué consi- 
deraciones lo trataría á él, á Oribe, si hubiera 



(1) En la «Historia de la Confederación Argentina », t. iii, se 
expresa asi don Adolfo Saldias, sobre ese siniestro personaje : 
« Maza era el agente favorito de Oribe en estas expediciones (por 
la Argentina) que debían hacerlo tristemente célebre. Por los desa- 
tados alardes en que quieria distinguirse entre los más fanáticos 
partidarios del orden de cosas existente, asi en las reuniones y 
fiestas, en las cuales proclamaba el exterminio de los adversarios, 
como en los ejércitos á que perteneció, y donde no acometió ha- 
zañas mayores que las que fatalmente le tocaban realizar con los 
vencidos y rendidos, la fisonomía moral y política del coronel 
Maza encuadra en relieve el aspecto siniestro y los perfiles san- 
grientos de la cpoca luctuosa que marcaron en la República 
los dos partidos argentinos, igualmente intransigentes.» — Puede 
leerse en la misma obra, y en el mismo tomo, pág. 331, el siguiente 
párrafo de una carta de Maza: «Yo voy en marcha para Cata- 
marca á darle también en la cabeza, en la misma nuca, al cabe- 
cilla salvaje unitario Cubas. Habrá violin y habrá violón. Si los 
últimos salvajes unitarios que han quedado acorralados en Cata- 
marca tuviesen la osadía de esperarnos.... le aseguro que todos 
serán pasados á cuchillo. » 



JULIO M. SOSA 319 



sido SU prisionero.— Martínez le contestó noble- 
mente: « tratarte con las consideraciones que la 
desgraciase merece ».— « Con las mismas voy á 
tratarte», dijo irónicamente Oúht^ y á ocho pasos 
del sitio efi que se desarrollaba el diálogo , lo hizo 
degollar!— Oribe no era hombre de recibir lec- 
ciones de humanidad ! -^ Durante los quince días 
del mes de Diciembre de 1840, que este mons- 
truo se mantuvo en Córdoba, fueron muertos por 
su orden más de seiscientos individuos y azotadas 
infinidad de mujeres honestas. — St cuenta este 
caso: no queriendo la señora Isidora Ibarbas vi- 
var á los federales, el agente Martínez,— una es- 
pecie deMichelotto,— por orden escrita de Oribe, 
publicada en El Nacional en 1842, le b\A\c6 tres- 
cientos azotes, delante de las hijas de aquella se- 
ñora, que, por su parte, no se salvaron de que la 
cuchilla mazorquera cortara de raíz sus blondas 
trenzas, — El verdugo arrojó el pelo cortado sobre 
el cuerpo inerte de la señora, diciendo al mismo 
tiempo : « eso le puede servir de emplasto para 
que sane/ »— En 1841, contestando Oribe unas 
notas en que le comunicaba el gobernador Cele- 
donio Gutiérrez las depredaciones y crímenes atro- 
ces cometidos por él en Tucumán, le escribía « que 
le es muy grato manifestar su aprobación por las 
medidas anunciadas en los expresados documen- 
tos, felicitando á sus autores por tan dignos pro- 
cedimientos.» —lAÁs horroroso aún que todos estos 
crímenes cometidos ú ordenados por Oribe, re- 



320 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

sulta el encarnizamiento feroz con que el impla- 
cable corta- cabezas y — como lo apellidaba la prensa 
de Montevideo,— persiguió el cadáver del ilustre 
Lavalle, — soldado de la independencia de cuatro 
Repúblicas, que había asombrado con su arrojo 
á los opresores de América en las jornadas triun- 
fales de Chacabuco, Maipú y Pichincha. — En 
cuanto supo su muerte, — producida por casualidad, 
en una casa de Jujuy,— Oribe mandó perseguir 
su cadáver, que defendieron con heroísmo digno 
de un romance, sus últimos soldados.— «Enton- 
ces se vio, por primera vez, — dice un autor,— 
ocupado un ejército en rastrear los huesos de un 
muerto. » -¿Con qué fin ? — Lo dijo el mismo Oribe 
en nota del 12 de Octubre de 1841, al goberna- 
dor de Córdoba: «He mandado hacer activas 
pesquisas sobre el lugar en que está enterrado el 
cadáver, para que le corten la cabeza y me la trai- 
gan, » —Juzgando esta nota, un apologista de Ro- 
sas, que generalmente se abstiene de criticar á 
Oribe, y que llega hasta compararlo con San 
Martín, — don Adolfo Saldías, — dice que «es única 
por su hedor carnicero, y que supera por el senti- 
miento perverso que la inspira, á la venganza de 
Pomponia obligando á Philologus, asesino de Ci- 
cerón, á cortarse sus carnes, á asarlas y á comer- 
las,»— Por nuestra parte, no encontramos un he- 
cho semejante, sino en la venganza de Alejandro 
VI, ejercida contra el profeta Savonarola.— Coma 
se sabe, no contento aquél con hacer arder en la 



JULIO M. SOSA 321 



hoguera el cuerpo de Savonarola, quiso vengarse 
hasta con sus cenizas, arrojándolas al Arno.— 
Pero el titulado Presidente legal hizo más en el 
mismo caso: perdida la presa,— á causa de que 
los fieles soldados de Lavalle condujeron el cadá- 
ver hasta Solivia, — Oribe « reclamó la extradición 
del cadáver» al general Urdininea, gobernador de 
Chichas, quien rechazó indignado esa petición, 
digna de caníbales. — El 28 de Septiembre fué de- 
golladOy por orden de Oribe, en Tucumán, un tal 
Cobián, « á pesar de estar garantida su vida por la 
fe de un indulto.» — El 7 de Diciembre de 1841, fué 
degollado, por orden de Oribe, el teniente coronel 
León Berruti.— D^ su cadáver se sacaron lonjas 
para arreos, — E\ 8 del mismo mes y año, fué rf^- 
golladOy por orden de Oribe, en Tucumán, don 
Sebastián Terrada. — En el propio año fué degollado y 
por orden del mismo, el capitán Domingo Teje- 
rina, pocos momentos después de haber estado 
conversando amigablemente con Oribe. — El 17 de 
Mayo de 1842, fué degollado y en la Bajada del 
Paraná, por orden del mismo, un tal Castellote.— 
« Antes de ejecutario le cortaron las piernas, /;¿?r- 
^tt^, — dijeron,— rf^ otro modo no se le podían sacar 
los grillos. » — Cuando Oribe llegó á Santa Fe, de 
regreso de sus vandálicas expediciones en el in- 
terior, hizo degollar y colgar de un balcón á don 
Manuel Frutos, — quizás porque lo de Frutos tenía 
alguna afinidad con Rivera. — Después de su triunfo 
de Arroyo Grande,— obtenido el 6 de Diciembre de 



21 



322 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

1842,— Oribe,— según un actor en aquella jornada, 
— hizo degollar bárbaramente más de ochocientos pri- 
sioneros ( ^ \ — Entre los cincuenta y tantos jefes y ofi- 
ciales asesinados, se hallaban el coronel Mendoza, | 
—sobrino de Rivera; Federico Acosta y Lara,— 
ahijado del propio Oribe; Emilio de la Sierra,— 
sobrino de este verdugo,— al cual, después de 
apuñaleario, ordenó su tío,— en presencia de Ur- 
quiza,— que lo degollaran ; y el coronel Henestrosa, 
que,— según la palabra de don Antonio Díaz,— « fué 
bayoneteado ; muerte tan horrible como feroz. » — 
El 7 de Diciembre del mismo año. Oribe ordenó 
que fuera muerto á palos el mayor Estanislao 
Alonso. — El 11 de Diciembre de 1842, fué muerto 
á lanzazos el santafecino Alen, por orden de 
Oribe; etc., etc. 



Suspendemos con horror esta crónica de san- 
gre—Nuestro objeto era citar casos concretos, 
innegables, para demostrar cuál fué la conducta 
de Oribe en las provincias argentinas, como su- 
balterno de Rosas. — No se crea, sin embargo. 



< 1 ) Dominico Cosío : «Batalla de Arroyo Grande». — Otros auto- 
res hacen subir esa cifra á mil quinientos. — Según la declara- 
ción hecha por un capitán del Ejército de Oribe, ante la policía 
de Montevideo,— y que consta en los diarios de la época, — la 
matanza de los vencidos en Arroyo Grande, fué de lo más horri- 
ble. — Se conducía á las victimas en grupos de veinte; seles ha- 
cía caminar con las manos atadas y bien custodiados. — Llega- 
dos al lugar del suplicio, se hacía arrodillar á los prisioneros, por 
turno, y se les partía la garganta de una cuchillada. 



JULIO M. SOSA 323 



que esos son los únicos crímenes cometidos ú or- 
denados por él en la época de sus campañas 
federales. — Muchos otros registran las crónicas de 
tan bárbaros tiempos, y muchísimos más sólo la 
tradición nos trasmite ^^\— Debe tenerse en cuenta 
que los ejércitos de Oribe eran hordas desenfre- 
nadas de asesinos, y que en pos de sí huellas 
de sangre señalaban á la indignación del patrio- 
tismo la diaria hecatombe de los pueblos y de 
los ciudadanos! — Su ideal era el saqueo de las po- 
blaciones inermes; su placer era el degüello de 
los hombres vencidos. -r- Con át^úv soldado de Oribe, 
se significaba el asesino de profesión, sin con- 
ciencia, relajado en la miserable abyección del 
crimen impune, tan feroz como el tigre que des- 
pedaza su víctima por el solo gusto de olfatear 
su sangre! 



( 1 ) Los lectores encontrarán muchos otros crímenes evidencia- 
dos, en la colección de la Gaceta Mercantil^ de Buenos Aires; en 
los diarios de la época, de Montevideo; en la obra citada de don 
Andrés Lamas, y en las «Tablas de Sangre» de don José Rivera 
Indarte, — quien después de componer himnos en honor de Rosas, 
fué uno de sus implacables enemigos. 



324 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



VI 



Iniciación del sitio de Montevideo en 1843. — La independencia, la civi- 
lización y la libertad política en peligro. — El sistema de Rosas. — • 
Sus pretensiones cesáreas. — Su odio á los extranjeros. — Propósitos 
ulteriores de absorción. — £1 decantado americanismo de Rosas. — 
Grotesca mistifícación. — Mérito de la resistencia á Rosas. 



Consecuencia inmediata de la derrota de las 
armas orientales en la sangrienta jomada de 
Arroyo Grande, fué la invasión de nuestro te- 
rritorio por el general Manuel Oribe, como jefe 
del Ejército de Vanguardia de la Confederación 
Argentina. — El 16 de Febrero de 1843, dicho 
ejército tomó posiciones en el Cerrito de la Vic- 
toria, iniciando con una salva de veintiún caño- 
nazos, el asedio famoso de Montevideo. — Domi- 
nados los movimientos revolucionarios en tierra 
argentina; tranquila ya ésta,— con la tranquilidad 
que engendra el terror, — Rosas fijó sus miradas en 
nuestra chica patria que tanto ambicionara y cuyos 
hijos eran un peligro permanente para su estabili- 



JULIO M. SOSA 325 



dad, y un límite incómodo á su bárbaro predomi- 
nio. — El sistema político de Rosas era el sistema 
de la fuerza impuesto con sangre, con crímenes, 
con todo linaje de infamias.— No podía dejarlo de 
emplear en nuestro país, máxime teniendo al 
frente de su ejército al veterano de las hecatom-^ 
bes argentinas, cuya conciencia había muerto en 
las débácles del asesinato profesional de la Ma- 
zona. — Dentro de los muros de Montevideo^ 
que debían inmortalizarse, no sólo en los ana- 
les de las glorias americanas, sino en la historia 
predilecta de las epopeyas mundiales, se refu- 
giaron los hombres libres del Río de la Plata ; los 
hombres de valer intelectual y científico, de pa- 
triotismo ardoroso, de corazón bien puesto. — Y 
dentro de esta ciudad troyana, la independencia , 
la civüizacióny la libertad política también se re- 
fugiaron, convirtiéndola en el arca santa que so- 
brenadana inmune en el piélago de sangre de la 
tiranía de Rosas, á despecho de sus crímenes y 
de sus avances. 



Se pretende negar esa verdad : para algunos la 
tiranía de Rosas era un hecho fugaz que no podía 
comprometer la estabilidad de las sanas doctrinas. 
— Se pretende así quitar á la Defensa el más her- 
moso título de gloria que puede exhibir ante la 
posteridad. — Sin embargo, Andrés Lamas, Do- 
mingo F. Sarmiento y Bartolomé Mitre,— para no 



326 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

citar otros, — con toda la autoridad que les presta 
su actuación prominente y su poderosa intelec- 
tualidad, han repetido en varias ocasiones, que 
en Montevideo se salvaron la independencia y la 
civilización del Río de la Plata!— Y nosotros va- 
mos á probarlo. 

Hemos demostrado ya que Rosas se proponía 
reincorporar la Banda Oriental á su país, por in- 
termedio de Oribe. — Más adelante lo confirma- 
remos. 

Es notorio también que el gobierno de Ro- 
sas era tal gobierno sólo de nombre, pues 
en realidad era el cesarismo criminal y capri- 
choso erigido en sistema de dominación exclu- 
siva—La libertad política, los derechos de los 
ciudadanos, la dignidad del pueblo, el decoro de 
la nación, la vida y la propiedad de los hombres, 
el respeto á toda institución regular, y hasta la 
honestidad privada, el sagrario del hogar, el pu- 
dor de la mujer, — eran para Rosas tonterías in- 
dignas de tomarse en cuenta, y todo fué vili- 
pendiado y destruido por él. — Torpe, sensual y 
cruel hasta lo increíble, organizaba cotidiana- 
mente escandalosas y brutales orgías ^^l — Era 



( 1 ) « Los que conocen la vida de Rosas, saben que sus solaces 
son otros tantos atentados contra la decencia de los hombres 7 
de las mujeres. Descansa de sus faenas de sanare atormentando 
Á la humanidad que se le postra degradada ; se divierte ultrajando 
y rozando las partes desnudas que hasta los salvajes ocultan ; se 
ríe con las contorsiones grotescas que lanza entre dolores acer- 
bos la locura infeliz é imbécil. Los golpes, los azotes, las violen- 



JULIO M. SOSA ' 327 



un hombre exclusivo, con el instinto de la do- 
minación arraigado en su ser, con la tendencia 
de la bestia hacia el desorden, con el ansia tí- 
pica de matar, del criminal nato. — Ambicioso ex- 
traordinario de altas posiciones, su anhelo de 
mando era,— haciendo uso de la conocida frase 
de Kant,— «una finalidad sin fin. »— Principios, no 
tenía ninguno: eran incompatibles con su idio- 
sincrasia puramente animal, con su educación de 
campamento ó de estancia, con sus protervas in- 
tenciones desquiciadoras. — Cínico, como todos 
los déspotas; artista trágico, como todos los ce- 
sares, no ocultó sus crímenes, pero sí ocultó sus 
propósitos íntimos, aparentando finalidades hala- 
gadoras para el patrioterismo de sus subditos 
aterrorizados. — Era el único medio de robuste- 
cer su hegemonía personal.— Y se impuso, agrie- 
tando de un confín á otro el suelo de su cuna, 
para enterrar cadáveres; y sobre ese catafalco 
ignominioso, sobre ese cementerio de toda una 
República, erigió su cetro para dominar las con- 
ciencias y las voluntades de los que sobrevivían, 
con el ejemplo terroroso de los que ya habían 
muerto! — Heine dijo: «el mundo es un hospi- 



cias, las introducciones dolorosas y sucias son las armonías con 
que se distrae en sus comidas y en sus ocios. Mantiene locos 
para atentar contra su pudor del modo más torpe, y algunos de 
ellos los ha reducido á la triste condición de eunucos, por la do- 
lorosa operación de la vuelta, que se practica con los carneros. » 
— José Rivera Indarte : «Rosas y sus opositores. — Es acción santa 
matar á Rosas. » 



328 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

tal. » — Para Rosas el mundo debía ser un ce- 
menterio. — Agatocles asesinó á los Senadores y 
principales de Siracusa para alcanzar el gobierno. 
— Rosas, más radical en sus procedimientos, hizo 
perseguir y matar á todos los que no entendieran 
como él la federación.— Todo obstáculo á su ex- 
clusivismo, á sus caprichos de déspota irrefrenable, 
era un nuevo incentivo que sublevaba su vanidad 
y abría la válvula de sus instintos vandálicos.— 
No admitía para sus actos lo que Spencer llama 
«self control». — Ó la victoria ó la muerte! — Era 
para él un dilema que debía solucionarse sin va- 
cilaciones. — Quizás fuera ésta su única seme- 
janza con un héroe. — Los tiranos no admiten tér- 
minos medios: arriba, muy alto; ó abajo, muy 
bajo, en el sepulcro \ — Aut Ccesar, aut nihiL—Y 
Rosas fué así: odió á los extranjeros, los obligó 
á emigrar de sus dominios, porque el extranjera 
eludía sus desmanes y era una fuerza de con- 
trol, un valladar á sus caprichos. — Le era necesa- 
ria la disciplina absoluta de la voluntad. — Regla- 
mentó el uso de los trajes, el uso del bigote, del 
papel de escribir, el peinado de las mujeres, sus 
adornos, las ideas de todos, el fuero íntimo, la 
conciencia individual, y ante el ara del crimen la 
voluntad de cada uno desapareció, sustituyéndose 
por la voluntad única del déspota. — Lgs hombres 
fueron degollados á todas horas y en todas par- 
tes ; sus propiedades fueron robadas y sus fami- 
lias entregadas al sensualismo brutal de la Ma- 



JULIO M. SOSA 329 



zorca. — RossiSy — según la frase del general Man- 
silla,— tuvo la « manía de la uniformidad» ; era « un 
nivelador fecundo en expedientes estrafalarios, 
antipáticos ^ ^ I » — Y, — como dice también el mismo 
hijo de uno de los generales más famosos del 
Commodo americano, —Rosas despejó el suelo ar- 
gentino de enemigos, no tuvo rivales,— todo se 
plegó, todo capituló, fué exterminado, ó anduvo 
fugitivo — Pero todo esto que había logrado dentro 
de los límites de su país, no lo podía lograr fuera 
de ellos, é inventó su graciosa teoría americanista, y 
fomentó las ambiciones de Oribe para servirse de 
él contra su patria. — Había soñado ser el arbitro 
de América, como César soñara ser el arbitro del 
Mundo.— Nadie atacaba la independencia ameri- 
cana, y, sin embargo, él se titulaba su defensor 
heroico,— ¿Cuál era su verdadero fin?— Dominar, 
nada más que dominar! í-^— Y, al efecto, atentaba 



(1) Lucio V. Mansilla: «Rozas». 

(2) Para demostrar la falsedad en que se incurre aún hoy, sos- 
teniendo que eran sinceros en Rosas sus ostensibles propósitos 
americanistas, recordaremos» que en 1829, en momentos en que si- 
tiaba á Buenos Aires el mismo Rosas, el vizconde de Venancourt, 
comandante de la escuadra francesa del Río de la Plata, se apo- 
deró injustamente de algunos buques de los enemigos de Rosas. 
— Rosas, entonces, á pesar de su americanismo, — como dice don 
Isidoro Dé - María,— oficia á Venancourt, agradeciendo el acto del 
ajpoderamiento, le pide que retenga los buques, que se apodere de 
los demás existentes en el Paraná, que hostilice al gobierno exis- 
tente en Buenos Aires, y que le permita tener una entrevista en 
la Ensenada, donde su hermano don Prudencio le proporcionaría 
cuanto necesitase. — Esta carta autógrafa, fué leída en la sesión 
del 29 de Diciembre de 1849, de la Cámara Francesa, por Mr. La 
Rochejaquelein. 



330 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

contra la soberanía de los países limítrofes por 
fútiles pretextos.— « En el Estado Oriental,— decía 
el doctor don Manuel Herrera y Obes, en carta 
privada al doctor José Ellauri,— tiene una inter- 
vención armada, para sojuzgar este pueblo y con- 
vertir su nacionalidad en una miserable provincia 
de la Confederación, aniquilando, para siempre, 
todos sus elementos de engrandecimiento y pros- 
peridad futura. — En Bolivia acaba de promover y 
fomentar una revolución que ha tirado ^bajo la 
administración de Ballivián, y establecido otras de 
candidaturas y parciales conocidísimos del Grande 
Americano de las Pampas. — Con Chile tiene 
hoy entre manos una gravísima cuestión sobre 
la posesión y dominio del territorio del Estrecho 
de Magallanes . . . pues dice que siempre ha sido 
parte integrante del virreinato de Buenos Aires — 
Con el Brasil, las relaciones están hoy (1848) en 
tal estado de vidriosidad, que aún los más incré- 
dulos miran ya como inevitable la guerra. » — « En 
Río Janeiro, — continuaba diciendo el doctor Herrera 
y Obes,— se sorprendió una revolución de ne- 
gros, cuyos actores y promotores se vio que eran 
agentes de aquel malvado (Rosas). Al mismo 
tiempo, en Minas y Río Grande se urdían dos 
más. . . apareciendo en todas la mano de Rosas.— 
Todo esto sin contar con las intrigas y manejos de 
toda especie con que Guido (Ministro del tirano) 
promueve y sustenta las agitaciones de los par- 
tidos políticos, cuyos centros están en Río Ja- 



JULIO M. SOSA 331 



neiro. »— Era el sistema de Rosas : aniquilar á los 
pueblos para subyugarlos. — En 1843, Rosas es- 
peraba « su triunfo sobre Montevideo, para intimar 
desde luego al Paraguay la incorporación á las 
Provincias de su mando ^^\»— Y en 1850, la Le- 
gislatura de Buenos Aires autorizó á Rosas para 
disponer de los fondos que necesitase « hasta 
tanto se haga efectiva la reincorporación de la 
Provincia del Paraguay á la Confederación Argen- 
tina ^^\»—¿Qué móvil americanista lo inspiraba? 
— El único móvil de Rosas era destruir lo exis- 
tente, la civilización, la* libertad, la independencia 
de los pueblos, para lograr, como Francia, sobre- 
ponerse al medio y dominar omnímodamente las 
naciones destruidas, sin energías de músculo y 
sin luz de pensamiento.— «¿Qué porvenir, — pre- 
guntaba el mismo doctor don Manuel Herrera y 
Obes,— en presencia de tales hechos, pueden es- 
perar estos pueblos, de la consolidación del go- 
bierno de Rosas, de la influencia de sus hombres 
y de sus cosas?»— Y agregaba: « . . .Nadie se hace 
ilusiones á este respecto. Europeos y americanos 
miran como necesidad y una garantía de seguridad, 
la desaparición del poder de Rosas y la destruc- 
ción completa de su poder gubernativo. » — Ésta 
era la verdad.— Rosas no podía afirmar su predo- 
minio sobre el prestigio de su gloria personal, 



( 1 ) Alberto Palomeque : « De la Diplomacia de la Defensa de 
Montevideo». (Misión Pacheco y Obes). 

(2) Artículo 3.° de la ley del 19 de Marzo de 1850. 



332 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

porque él,— como dijo don Andrés Lamas,— no 
tenía gloria ; no podía afirmarlo sobre leyes tute- 
lares, por cuanto sus leyes eran de confiscación, 
de muerte, de exterminio; no podía afirmarlo so- 
bre sus ideas avanzadas y sobre la pureza de 
sus anhelos, por cuanto su peor enemigo era la 
civilización, que abriría á la luz de la verdad la 
conciencia de sus subditos, y como lo dijo Már- 
mol, 

Tan sólo sangre y cráneos sus ojos anhelaron, 

Y sangre, sangre á ríos se derramó doquier, 

Y de partidos cráneos los campos se cuajaron 
Donde alcanzó la mano de su brutal poder! 

— Rosas, pues, sentó su hegemonía de Atila, so- 
bre el crimen, sobre la negación de todo princi- 
pio de moralidad política y de dignidad social.— 
Representante de la demagogia pampeana, no re- 
conoció en el gobierno absoluto, otro límite á su 
poder que la imposibilidad material del brazo y 
del cuchillo para matar en todas partes á los hom- 
bres, del mismo modo que se carnean reses. 



Tales eran las ideas, tales eran los propósitos,, 
tal era el sistema de Rosas.— ¿Puede decirse, acaso^ 
sin incurrir en ridicula falta de sentido común^ 
que no peligraban la Independencia, la Libertad, la 
Civilización del Río de la Plata, y aún de la Amé- 



JULIO M. SOSA 333 



rica Meridional, con los progresos nefandos de 
la dominación de Rosas?— ¿Adonde hubiera lle- 
gado el déspota de Santos Lugares, si la irrup- 
ción de sus bárbaros, — menos felices que los de 
épocas remotas,— no hubiera' encontrado un va- 
lladar insuperable en Montevideo, y si, como en 
Roma, las puertas de la ciudad se hubieran abierto 
á la voracidad canibalesca de los occidentales? 
— ¡Léanse las declaraciones del general Eugenio 
Garzón, estampadas en su nota de 15 de Mayo 
•de 1851, y en su proclama como jefe del Ejército 
Constitucional, designado por un decreto que lleva 
las firmas de don Joaquín Suárez y de don Lorenzo 
Batlle! ^^^ —¡Pobre destino ! — Francia en el Pa- 



cí) Consideramos de interés que se conozcan estos documen- 
tos suscritos por un general de Rosas y de Oribe, que se disgustó 
con éste después de la batalla de Arroyo Grande, permaneciendo, 
sin embargo, hasta I80I, al servicio del primero, más ó menos di- 
rectamente. 

La nota mencionada es la siguiente : « Excmo. señor Ministro 
de Gobierno y Relaciones Exteriores, don Manuel Herrera y Obes. 
— Cuartel General, Arroyo Grande, Mayo 15 de 1851. — Señor Mi- 
nistro : Los grandes acontecimientos políticos que se han suce- 
dido, uno en pos de otro, desde el primero del actual, han llegado 
á mi conocimiento sin interrupción, y muy especialmente las de- 
clai^ciones solemnes, y procedimientos oñciales elevados y dig- 
nos del Excmo. señor Gobernador y Capitán General de la Pro- 
vincia, brigadier don Justo José de Urquiza, para reivindicar to- 
dos los derechos de que era defraudada la Confederación y la 
República Oriental. — En seguida tuve el más plausible conoci- 
miento de que ese Supremo Gobierno abrazaba decididamente 
aquella causa, y aunaba todos sus intereses con el Estado de 
Entre Ríos y su digno liberal Gobierno. En esta situación, obe- 
deciendo al sufragio de mi propia conciencia y á las leyes de la 
naturaleza, como ciudadano y general oriental, es mi deber de- 
clarar por el intermedio de V. E., al Superior Gobierno de la Repú» 



334 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

raguay; Rosas en América! — He ahí el mérito 
de la Resistencia, que no amenguarán las mis- 
tificaciones de partido; he ahí una gloria de 
la Patria, de todos, de blancos ó colorados, cons- 
titucionales ó fraternistas. — Despreciemos la le- 
yenda, que es, como las piedras falsas, de gran 
efecto aparente, para engatuzar estúpidos; pero 
que no es la verdadera gloria, que, como el dia- 



blica, que yo le reconozco como el único y legítimo, porque es 
él el que ha encaminado los negocios políticos, la guerra y sus 
constantes afanes hacia el fin á que aspiran todos los buenos 
orientales, para salvar la independencia de la patria, su gloria y 
sus pasadas tradiciones, cuya existencia vacilaba á no ser por 
los esfuerzos extraordinarios que han venido á operarse en su 
apoyo. En esta virtud, debo manifestar á V. E. que ofrezco mis 
débiles servicios por si el Superior Gobierno tuviese á bien acep- 
tarlos, en la inteligencia que yo concurriré decididamente con 
ellos á colocarme en el punto en que se me señale al lado de mis 
compatriotas. Quiera el señor Ministro aceptar la alta estima, etc. 
'^Eugenio Garaón. » 

Pocos meses después de esta nota,— como jefe del Ejército Cons- 
titucional,— el general Garzón dictó la siguiente proclama: 

* Soldados de la República: Acabáis de pisar la tierra que to- 
dos hemos tenido por cuna, con la misión más espléndida que el 
Supremo Gobierno del Estado, la naturaleza, el derecho y la jus- 
ticia, os pudo encomendar. — Destruir la tiranía, hacer suceder 
la paz á la bárbara y opresora guerra de ocho años, afianzando 
el imperio de la ley en la presente campaña, es el timbre más 
glorioso á que debéis aspirar, combatiendo con valor sobrf el 
campo de batalla, pero con distinguido honor, para conservar el 
renombre de ese tradicional pabellón, y el de las armas y uni- 
formes que lleváis, como distintivo de virtud y ejemplar cons- 
tancia. Conduciros por esta senda será mi invariable deber, no 
dejaros separar de los usos del tiempo que imponen la civiliza- 
ción, la humanidad y el derecho de la guerra, mi constante anhelo. 

€ Soldados : La bandera nacional está entrelazada con la de 
sus aliados públicos y legítimos los Estados de Entre Ríos, Co- 
rrientes y el Imperio del Brasil. Sus valientes y aguerridos ejér- 
citos y escuadras, presentan su potente efectivo concurso para 



JULIO M. SOSA 335 



mante puro, refleja intensamente los juegos mul- 
ticolores de sus facetas, sin perder jamás, con el 
azogue, como las otras, su valor intrínseco. — Si 
las cuchillas de la Mazorca segaron las cabezas 
de los hombres argentinos que no comulgaban 
en el altar de Rosas,— el cual, como el de las rcr 
ligiones paganas, exigía sacrificios de sangre,— 
las aspiraciones, las ideas, los sentimientos de 



empezar y consumar la obra cuyo éxito no puede ser dudoso 
desde que os anuncio con el mayor entusiasmo hallarse entre 
nosotros el Excmo. señor Gobernador y Capitán General, el in- 
victo Urquiza, cuya invencible espada es para la libertad de las 
dos Repúblicas del Plata, entre los elementos combinados, deci- 
sivo y seguro garante. 

« Orientales todos : En momentos tan solemnes, los ciudada- 
nos y el Ejército deben -componer una sola masa, y expresar en 
todos los ángulos de la República, un solo sentimiento nacional, 
para arrancar de raia esa aborrecible dictadura^ representada 
por el desmedido escándalo que operan los déspotas Rosas y 
Oribe, dañando conjunt amenté , con miras ocultas, la existencia^ 
el ser político, y carcomiendo las tradiciones de la República^ 
devoran su riqueza y hacen imposible la reunión de sus hijos, 
entre quienes 1-evantaron un muro para dividirlos y evitar se den 
el fraternal abrazo á que anhelan los orientales. Vuestros robus- 
tos brazos deben contribuir decididamente á derribarla para 
reincorporaros con los gloriosos antecedentes de que habéis sido 
despojados, siendo el primero de esos bienes, el práctico ejercicio 
de nuestra liberal Constitución, en la parte del territorio que han 
dominado las fuerzas del tirano de Buenos Aires. 

« Compatriotas : Vamos á entrar en una guerra necesaria, pero 
gloriosa; los primeros y últimos pasos que marquéis en ella, que 
sean manteniendo la más rigurosa disciplina, ejemplar obediencia 
y sufrimiento en las fatigas; guardando el mayor respeto y con- 
sideración á los pacíficos habitantes y sus propiedades. Con tan 
heroica conducta venceremos, presentando sin mancha á nuestra 
Patria y al Gobierno, los hechos militares que nos loquen desem- 
peñar, y sobre los cuales fallarán nuestros contemporáneos y la 
posteridad. Así lo espera vuestro general, que subordinó serios 
miramientos para aceptar el honor de mandaros. » 



336 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

libertad, escaparon al filo siniestro de esas cu- 
chillas, y dentro de Montevideo pudo latir, al ca- 
lor de anhelos redentores, el alma de dos pue- 
blos, cuyos destinos juntos decidió, al desplegar 
su manto de oro y de rubíes sobre el cielo de 
América, la aurora triunfal de la batalla de Ca- 
seros l — On ne tue pas les idees ! 



JULIO M. SOSA 337 



Vil 



Los extranjeros en la Defensa de Montevideo.— Las fuerzas orientales y 
las legiones. — Espontaneidad del concurso de los extranjeros á la 
causa de Montevideo. — Carácter mundial de la Defensa. — La Legión 
Francesa. — Sus sacrifícios y sus abnegaciones. — Abandona su ban- 
dera para defender, bajo la bandera oriental, los intereses orientales. 
— Los ingleses y Oribe. — Nacionalismo charrúa de algunos publi- 
cistas. — Los extranjeros en nuestro país. — El extranjero en distin- 
tas épocas de la humanidad. — Un extranjero es un hermano. — Pro- 
greso de las ideas. — Garibaldi. 



Por otra parte, el hecho de que aún los ex- 
tranjeros, los que no sentían directamente la in- 
fluencia dé los apasionamientos sectarios, ni la 
necesidad instintiva de conservar un patrimonio 
nacional, que era ajeno, ofrecieran sin ambages, 
con glorioso entusiasmo, su espontáneo concurso 
á la Defensa de Montevideo, - demuestra también 
la alteza y sanidad de los propósitos que inspi- 
raban á nuestros héroes numantinos. — Los que, 
no pudiendo negar el mérito de la Defensa, escar- 
ban su imaginación en busca de subterfugios ó 



22 



338 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

sofismas sutiles con que sombrear al menos la 
radiosa fulguración de aquella gloria inmensa, di- 
cen que la intervención extranjera, casi hizo, de lo 
que debiera ser una resistencia nacional, una re- 
sistencia de advenedizos, incurriendo en el mismo 
error de Oribe al solicitar el auxilio de Rosas.— 
Y no falta quien agregue á este cargo gratuito, el 
de que « no fué un impulso espontáneo y desinte- 
resado el que prestó origen á las legiones extran- 
jeras. » — Tales afirmaciones, que las hizo en su 
tiempo el órgano de Rosas, -¿c Gaceta Mercan- 
til, de Buenos Aires, — son inexactas é injustas. 



Si es cierto que se formaron dentro de los mu- 
ros de Montevideo tres legiones extranjeras, — la 
Italiana, la Francesa y la Argentina,— no es menos 
cierto que ellas no constituyeron el núcleo de la 
guarnición, — Lo probaremos sencillamente, enu- 
merando los cuerpos militares que guarnecían la 
ciudad.— Según la nómina prolija y detallada de 
las fuerzas de la Defensa, hecha por uno de 
los sobrevivientes de esa epopeya ^^\ existían 
en la plaza, como cuerpos de vanguardia, el bata- 
llón de Extramuros, compuesto de 480 hombres, 
mandado por el coronel Francisco Tajes ; el regi- 
miento Lanceros Orientales, de 360 soldados, que 
después tomó el nombre de su primer jefe, el 

(1 ) Domingo Cosió : «La guerra de doce años». 



JULIO M. SOSA 339 



teniente' coronel Marcelino Sosa, y el Regimiento 
de Dragones, de 450 hombres, al mando del co- 
ronel Manuel Pacheco. — La línea interior estaba 
formada por la 1.a, 2.a y 3.a brigadas, á c^rgo, 
respectivamente, del general Bauza, y de los co- 
roneles López y Labandera. — Constaban esas 
brigadas, de las fuerzas de artillería orientales, 
mandadas, sin embargo, por el general argentino 
Iriarte; del batallón l.o de infantería, comandado 
por el coronel Labandera; del 3.o, de la misma 



arma, a las órdenes del coronel Guerra; del 4.o 
al mando del teniente coronel César Díaz; del 
5.0, mandado por el coronel López, y del 6.», á 
órdenes del coronel San Vicente. — Además, se 
hallaban organizados los batallones l.o, 2.o y 3.o 
de guardias nacionales, mandados respectivamente 
por los tenientes coroneles Lorenzo Batlle, José 
María Solsona y José María Muñoz; el batallón 
Libertady á órdenes del comandante Leschunde; 
el batallón Unión, con su jefe el teniente coro- 
nel Gregorio Conde, y el de Policía, mandado 
por el teniente coronel Masariegos. — Coadyuva- 
ban á la acción de todas estas unidades, cuyos 
jefes y denominaciones cambiaron en el transcurso 
de la guerra, como es natural, y cuyo número se 
aumentó después, las legiones argentina, francesa 
é italiana, á las órdenes respectivamente de Gainza, 
Thiebeaut y Garibaldi. — Del conjunto de todas 
estas fuerzas, resulta la ridiculez en que incurren 
los que pretenden obscurecer las glorias de la De- 



340 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



fensa, presentándola como un esfuerzo exclusivo 
del valor extranjero. 

Es en absoluto falso, igualmente, que no fuera 
espontáneo el concurso prestado por las legio- 
nes extranjeras á la Defensa de Montevideo. — 
Precisamente, la espontaneidad, la abnegación, 
el altruismo de los hombres que, no habiendo 
nacido en nuestra tierra, ofrecieron su sangre por 
la libertad y por la independencia de ella, es lo 
que da un carácter verdaderamente grandioso, 
mundial, á la epopeya de los nueve años.— No im- 
plica honor el concurso prestado en tales circuns- 
tancias, si se exige, si se impone, si se quita el 
derecho de acceder ó de negar por propia volun- 
tad.— Pero el Gobierno de la Defensa no podía 
exigir ni imponer: los hombres nacidos en otro 
suelo no se hallaban comprendidos en sus decre- 
tos marciales. — Y si aquéllos ofrecieron sus ser- 
vicios, lo hicieron porque quisieron compartir con 
los orientales los peligros y las glorias de una 
época de prueba. — ¿ Acaso podía declinarse el 
ofrecimiento de sus energías y de su abnegación ? 
— No: « sólo insensatos podrían rechazar el con- 
curso de hombres interesados vitalmente en com- 
batir al mismo enemigo de la República, que toman 
las armas,— según un contemporáneo, — por un 
principio noble, de convicción y de honor; no 
por salario, pues que á pesar de que Rosas paga 
precio subido, ó al menos lo ofrece pagar, no lo 



JULIO M. SOSA 341 



aceptan, y se enrolan en nuestras filas, sin más 
interés y objeto que dar paz á este país^^\» 

Con la reseña de algunos hechos, demostrare- 
mos que fué espontáneo el concurso de los ex- 
tranjeros á la Defensa.— Á raíz de un decreto contra 
los extranjeros, dictado por Oribe el 1 o de Abril 
de 1843, y cuyo lenguaje, — según los términos 
de una nota del comodoro inglés Purvis, — des- 
honraría aún á los pequeños Estados de Berbe- 
ría ^^\ una Comisión se presentó al Gobierno 
de la Defensa proponiendo la formación de una 
legión de residentes franceses. — Algunos de los 
miembros del Gobierno vacilaron en el primer 
momento, considerando más honroso lidiar y ven- 
cer solos. — Pero don Santiago Vázquez,— Minis- 
tro á la sazón de Gobierno y Relaciones Exte- 
riores, — abogó por el armamento, sosteniendo 
«que se luchaba por la causa de la civilización; 
que el armamento de todos mostrará su concu- 
rrencia y asentimiento á este concepto; que era 
la honrosa unión de la civilización, una idea más 
grande, más temida, más universaH^^.» — Como 

( 1 ) José Rivera Indarte, obra citada. 

(2) Nota dirigida al general Oribe con fecha 9 de Abril de 1843. 

(3) Isidoro De-María : € Anales de la Defensa de Montevideo», 
tomo I. 

Confirman lo dicho por don Santiago Vázquez, las enérgicas 
frases pronunciadas por el Jefe de Estado Mayor de la Legión 
Italiana, don Luis Missaglia, al entregar la bandera negra, que sim- 
bolizaba el luto de sus corazones : €...En esta guerra que sos- 
tiene la República Oriental contra el feroz, el infame, el asesino- 
invasor, se combate también por la causa santa de la humani- 
dad. » 



342 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

es lógico, esta opinión prevaleció en el seno 
del Gobierno, y en breve, contra las tenden- 
cias del propio cónsul francés, Mr. Pichón, se 
organizaron batallones. — Los agentes franceses 
reclamaron, sin embargo, el desarme de estas 
fuerzas, generalizando, implícitamente, el deseo 
á las otras fuerzas extranjeras organizadas.— En- 
tonces el Gobierno de la Defensa, decidido á no 
valerse de elementos de lucha que coadyuvaran 
á sus propósitos contra su voluntad,— porque la 
época era de dura prueba y no de debilidades; 
porque se necesitaban héroes y no mercenarios, 
— encomendó al general Pacheco la honrosa mi- 
sión de pedir, el 2 de Octubre de 1843, alas le- 
giones formadas en las cercanías de la actual 
Plaza Cagancha, una resolución libérrima, de parte 
de los mismos soldados extranjeros.— Y en efecto, 
el día mencionado, Pacheco « invita á todos y 
á cada uno de los legionarios que no se hallasen 
gustosos á seguir en el servicio de las armas, á 
dar dos pasos al frente, y su voluntad sería res- 
petada. »—« Invita á los jefes de las legiones á 
que trasmitan sus conceptos á los batallones para 
deponer las armas, haciéndoles entender que la 
República no contaba para su salvación sino con- 
sigo misma, y que en la lucha actual no podía 
ofreceries sino peligros. » — « Garibaldi y Thiebeaut 
les trasmiten la invitación.— Un grito unísono,— 
jNo! — ¡ Viva la libertad !— ts la respuesta entu- 
siasta de las legiones! Cruzan sus banderas, y 



JULIO M. SOSA 343 



juran sobre la empuñadura de sus armas, morir 
antes que abandonar la causa que habían abra^ 
zado. No hay más que un deseo, un solo senti- 
miento, una sola voluntad : triunfar de Rosas ; con- 
servar el último baluarte de la libertad del Río 
de la Plata í^^.»— No obstante, nuevas pruebas, 
las más dolorosas, darían los legionarios franceses 
de su espontánea resolución de vencer ó morir 
por la causa que representaba Montevideo. — Por 
orden terminante de su rey, Luis Felipe, debían 
desarmarse ó despojarse de sus colores nacio- 
nales.— Los franceses, formados en la plaza, pre- 
fieren arrancarse la gloriosa cucarda tricolor, di- 
ciendo con altivez admirable: «Imitemos á la 
vieja guardia, que al atrancarse su escarapela, la 
colocó sobre su corazón !» — Más aún: el 10 de 
Abril de 1844, el contraalmirante Lainé, que en 
nombre del rey- ciudadano, había vanamente pro- 
pendido á la disolución de la Legión Francesa 
no obstante todo lo que había pasado, se dirigió 
al Gobierno de Suárez, intimándole que, dentro 
de las cuarenta y ocho horas siguientes, se pro- 
cediera al desarme de los franceses militarizados, 
— Se hizo saber este ultimátum á don Juan Cri- 
sóstomo Thiebeaut, jefe de la Legión, y éste de- 
claró, en documento que lleva la fecha del 1 1 de 
Abril del año referido, que satisfaría las exigen- 
cias del Gobierno francés, á fin de evitar nuevos 

( 1 ) Isidoro De - María, obra citada. 



344 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

conflictos á nuestra República. — En la tarde del 
mismo día, formó en la Plaza Cagancha la Le- 
gión Francesa. — El general Pacheco les dirigió 
la palabra en su propio idioma, agradeciéndoles 
sus heroicos servicios á la patria de los orien- 
tales.— «Los legionarios, murmurando palabras de 
descontento, — segi^n un autor, — depusieron las 
armas, retirándose como cincuenta varas á distan- 
cia de ellas. »— Se había cumplido la exigencia del 
Gobierno francés. — Entonces, Pacheco, con la elo- 
cuencia ardorosa y sugestiva que era rasgo pecu- 
liar de su varonil carácter, proclamó á los gru- 
pos desarmados, empuñando la bandera nacional, 
como un símbolo de gloria común; y aquellos 
héroes, aquellos hombres .que habían nacido lejos 
de nuestros patrios lares, aquellos soldados que 
habían depuesto sus armas con angustias en el 
alma y con lágrimas en los ojos, se sintieron arre- 
batados por la voz de Pacheco, y sintieron más 
que nunca, el amor á la causa que abrazaran con 
encomiable altruismo un año antes, y sacrificando 
hasta su propio nombre de franceses, en el pa- 
roxismo de su abnegación, vivaron á nuestra Re- 
pública, vivaron á nuestra libertad, se identificaron 
á nuestros padres en la santa comunión del sa- 
crificio, adoptaron como suya la nacionalidad en 
peligro, y su jefe, el bravo Thiebeaut, paseó orgu- 
lloso, por las calles de Montevideo, la bandera 
azul y blanca, á cuya sombra derrocharían los 
franceses el denuedo característico de su raza. 



ULIO M. SOSA 345 



¿Puede arrojarse, acaso, un mentís más rotundo 
y decisivo, que esa acción generosa de los legio- 
narios, á los que pretenden desconocer la espon- 
taneidad y el desinterés con que procedieron 
durante la Defensa las fuerzas extranjeras? 

Y como sucedió con la Legión Francesa, sucedió 
igualmente con las demás legiones : jamás el Go- 
bierno de Montevideo obligó á nadie, cuya ciu- 
dadanía no fuera oriental, á servir bajo las amplias 
banderas de la Nueva Troya. — Esto se puede com- 
probar fácilmente, recorriendo las crónicas de 
aquellos tiempos de sacrificio. 

La grandeza de una causa, purísima en sus 
múltiples fases sociales y políticas, y la pequenez 
odiosa de la otra, suscitaron la edificante explo- 
sión de entusiasmos cívicos que unió á los ex- 
tranjeros residentes en Montevideo en 1843, con 
los orientales, en la empresa de combatir la tira- 
nía de Rosas.— Propiamente, no se produjeron in- 
tervenciones extranjeras, ni alianzas, ni connubios 
internacionales.- Los legionarios eran hombres li- 
bres que adoptaban nuestra patria para defendería, 
porque sentíariy sin apasionamientos de secta, 
incompatibles con su calidad de extranjeros, el 
deber de ofrecer su concurso, de ofrecer su san- 
gre én aras de la civilización y de la libertad, com- 
prometidas por la influencia triunfante y desqui- 
ciadora de Rosas. — Hasta los mismos subditos 
ingleses, que tuvieron más afinidades con los ele- 
mentos oribistas, se vieron obligados, á raíz 



346 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

del decreto del l.o de Abril, que constituía una 
amenaza de muerte contra los extranjeros, á diri- 
girse al comodoro Purvis, « reclamando,— según 
sus palabras,— la protección que nos es debida, á 
fin de que tengáis á bien emplear las fuerzas que 
están á vuestras órdenes, de tal suerte que se pre- 
vengan eficazmente los males que se seguirán de 
la entrada á esta ciudad del general Oribe, con 
las tropas de su mando, » pues se verían expues- 
tos « á tomar las armas en defensa de la vida » si 
hubiera la posibilidad de que entrara « el ejército 
del general Rosas», que infligiría «á los subditos 
de S. M. el tratamiento que aplica sistemática- 
mente á las personas designadas como rebeldes 
salvajes unitarios ^ ^ ^. » 



En el fondo de las anotadas inculpaciones, que 
pretenden convertirse en desdorosas, en perjuicio 
de la gloria de la Defensa, relativas al concurso de 
las legiones extranjeras, no hay nada más que un 
prurito injustificado de hacer nacionalismo, loca- 
lismo intransigente, sin reflexionar un poco sobre 
la diferencia que hay entre la intervención extran- 
jera, como factor de imposiciones coercitivas y vio- 
lentas, de ventajas partidistas ó de triunfos per- 
sonales, que al fin y al cabo hieren la dignidad 
nacional, y el concurso particular, espontáneo, indi- 

( 1 ) Nota de fecha 6 de Abril de 1843. 



JULIO M. SOSA 347 



vidual, ajeno á todo compromiso solidario, del país, 
independiente de todo preconcepto de absorción 
ó de beneficios exclusivos y deprimentes de parte 
de otro pueblo, como el que prestaron los legiona- 
rios déla Defensa. — Cuando, hace dos años, se co- 
locó la piedra fundamental del monumento á José 
Garibaldi, se alzaron voces muy respetables contra 
la apoteosis del héroe mundial, porque se trataba 
de un extranjero.— Se pretendió entonces hacer 
cuestión del terrañOy para desprestigiar la justi- 
ciera apoteosis de Garibaldi.— Y el error en que 
se incurrió fué tan evidente, como el de sostener 
ahora que la actuación de elementos extranjeros 
en la Defensa de Montevideo, aminora la gloria 
de ese esfuerzo nacional. 

Es un falso patriotismo el que inspira tales sin- 
razones.- El sentimiento de profundo cariño que 
nos vincula al suelo en que nacimos, y que cons- 
tituye, con el amor de los padres, la primera afec- 
ción realmente sensible y duradera de nuestra 
alma, no es sólo, como en épocas remotas y en 
pueblos poco civilizados hoy, un sentimiento 
egoísta, la exclusiva tendencia á formar comuni- 
dades antagónicas ó esencialmente separadas del 
movimiento general de los otros pueblos. — El 
amor de los padres no excluye el amor de la fa- 
milia; el amor de la familia no excluye el de la 
patria; el amor de la patria no excluye el de la hu- 
manidad.— Una evolución lenta al principio, pero 
que hoy se opera con visible rapidez en casi todas 



348 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

las naciones civilizadas, nos demuestra que la 
hostilidad á los extranjeros va desvaneciéndose 
ante las necesidades, cada vez más apremiantes^ 
de la solidaridad humana, merced á la influencia 
del progreso en sus múltiples manifestaciones 
morales é intelectuales. 

En la época primitiva de las tribus salvajes, el 
mismo carácter guerrero de éstas les obligó á con- 
siderar á todo individuo extraño á su comunidad^ 
un enemigo irreconciliable.— En las sociedades grie- 
gas y romanas la base de su legislación fué este 
principio: adversas hostem, ceterna aactoritas esto, 
— El extranjero no vivía en comunidad con los na- 
tivos: se le relegaba á barrios especiales, se le 
separaba del movimiento social y comercial de la 
ciudad, se le imponía un traje distinto, y casi era 
una infamia su misma calidad de extranjero. — Las 
leyes germánicas le conceptuaban un individuo 
errante, indigno ; las leyes inglesas eran más ca- 
tegóricas: le llamaban miserable! — Durante la 
Edad Media,— época que se caracterizó por la casi 
identificación del hombre al terruño,— los extranje- 
ros,— los altanos, — eT2Ln considerados fuera de la 
'sy> Yf á pesar de que se constituyeron las corpo- 
raciones para proteger á los obreros de otros paí- 
ses ó feudos, las garantías más elementales del 
derecho vigente no alcanzaban hasta ellos.— Poco 
á poco fué disminuyendo, sin embargo, ese sen- 
timiento de hostilidad brutal contra el extranjero^ 
y en 1790 la Asamblea Constituyente de la Re- 



JULIO M. SOSA 349 



volución Francesa,— que tantos beneficios reportó 
á la causa de la libertad general, no obstante sus 
grandes errores,— dispuso la abolición de los de- 
rechos de albanaje, que Montesquieu había cali- 
ficado de insensatos, y por los cuales el sobe- 
rano disponía de la herencia de los extranjeros 
que morían en sus Estados. — Desde entonces 
hasta nuestros días, las leyes se han ido suavi- 
zando con respecto á los extranjeros, llegándose 
en algunos países, como en los americanos, y es- 
pecialmente en Estados Unidos, á dar sorpren- 
dentes facilidades á todos los hombres de todos 
los pueblos para incorporarse á entidades nacio- 
nales extrañas á las de su nacimiento, con los 
mismos derechos, con las mismas prerrogativas 
de un ciudadano natural. — Ya el extranjero en 
ninguna parte es un enemigo : los boxers mismos 
atacaron á los europeos porque éstos provocaron 
sus iras patrióticas; porque así defendían de la 
usurpación injusta el suelo en que nacieron y 
que les pertenece por derecho legítimo.— Tardará 
aún mucho tiempo quizás la realización del mag^ 
nífico anhelo de la patria universal; pero la cul- 
tura creciente de las sociedades humanas, los 
progresos notables que se palpan cada día con 
mayor intensidad en todos los pueblos y en todas 
las esferas de la actividad general, han sustituido 
el primitivo patriotismo intransigente de tribu ó 
de comuna, por un sentimiento más generoso y 
altruista, que, sin carecer de los atributos que 



350 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

nos une al territorio que fué nuestra cuna y 
que es nuestro hogar de ciudadanos, no se 
sustrae á las inspiraciones más amplias del amor 
á nuestros semejantes, que complementa y en- 
grandece su significación moral, vinculando to- 
das las razas, todos los pueblos, y, si es po- 
sible, todos los países, por medio de la simpatía, 
que es un afecto casi instintivo, y que, educado 
y fortalecido á través del tiempo, tendrá que so- 
breponerse á los intereses secundarios y á los 
odios de circunstancias para confundir á los hom- 
bres, sin distinciones étnicas, políticas ó religio- 
sas, no en una unidad homogénea y vegetativa, 
sino en la comunión de las grandes glorias de 
todos y de los grandes ideales que todos se es- 
fuercen en alcanzar. 

Y si consideramos el patriotismo de nosotros, 
los orientales, como un sentimiento que com- 
prende el anhelo del progreso, de la grandeza del 
país, debemos tener en cuenta y no olvidarlo 
nunca, ni aun en desgraciados momentos de ofus- 
cado patrioterismo, que para realizar ese anhelo 
contamos en gran parte con la colaboración im- 
portantísima de los elementos de procedencia 
extranjera, con factores importados, con fuerzas 
sociales ajenas á nuestra dinámica ingénita. — 
¡Cuánto perderíamos nosotros si expulsáramos 
de nuestro territorio á todos los extranjeros y ce- 
rráramos nuestros puertos y amuralláramos nues- 
tras fronteras para saber bastarnos á nosotros 



J 



JULIO M. SOSA 351 



mismos! — Los perjuicios que sufriríamos serían 
considerables.— Nuestra población, casi en su ma- 
yoría, está compuesta de elementos extranjeros, y 
los restantes son hijos ó descendientes cercanos de 
extranjeros también. — Casi todas nuestras indus- 
trias, gran parte de nuestro comercio, de nuestras 
fuentes de recursos, de nuestros medios producto- 
res de riqueza, están en manos de extranjeros, y 
nuestra misma cultura, nuestro progreso moral é in- 
telectual, han sido, por lo menos en su origen, 
una acción refleja del progreso moral é intelectual 
de otros países, principalmente europeos. — Ade- 
más, ¿ cómo es posible que nosotros los orienta- 
les, y, en general los americanos, hostilicemos á 
los extranjeros, que son nuestros padres ; que nos 
han formado con su sangre; que han modelado 
nuestro carácter; que han poblado y engrandecido 
un pedazo de tierra que tanto es de sus hijos 
como de ellos; que continúan ofreciéndonos el 
caudal de sus actividades y de sus riquezas para 
realizar la obra de nuestro bienestar y de nues- 
tra civilización; que comparten con nosotros las 
adversidades del destino y nos ayudan, como fac- 
tores esenciales, á reparar nuestras desgracias, á 
evitar nuestra ruina en ciertos casos, á abrirnos 
ancho camino por donde debemos dirigirnos á 
un porvenir auspicioso? 

Lamentable teoría es la de desligar de nuestra 
existencia política la cooperación de los elemen- 
tos extranjeros. — Sería discutible, por lo menos, 



352 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

que en Europa se considerara como individuo ex- 
traño en absoluto á determinada nacionalidad, un 
extranjero que viva un tiempo en ella, pues los 
rencores tradicionales preexistentes, las rivalida- 
des que aumentan con el progreso desigual de 
cada pueblo, los antagonismos profundos de raza, 
de religión, de sistemas políticos, impiden ver en 
un extranjero á un hermano de circunstancias ó 
á un amigo fiel: todos se odian, todos recelan 
de todos.— Pero en América, ó mejor dicho, en 
nuestro país, en que el elemento extranjero es la 
base, constituye el origen de nuestra nacionalidad, 
y es la fuerza efectiva de nuestra vitalidad social, 
comercial é industrial; en un país como el nues- 
tro, en que ya no existen indígenas, y el charruismo 
significa una existencia pasada, absolutamente dis- 
tinta de la actual, porque nadie, ningún uruguayo, 
siente correr por sus venas la sangre viril de 
aquella raza, que sólo vive en los dominios de la 
historia y de la que ni siquiera un ejemplar la 
herencia ha trasmitido á nuestros tiempos; en este 
país en que todos, sin excepción alguna, descen- 
demos de los europeos, de los extranjeros, y que 
hemos formado una raza esencialmente cosmo- 
polita, con defectos y cualidades de todas las ra- 
zas, con caracteres etnológicos distintos, amalga- 
mados y confundidos en una entidad nacional 
nacida recién ayer; en este país, en fin, en que 
todos nuestros grandes ciudadanos fueron hijos 
ó descendientes inmediatos de extranjeros, y nin- 



JULIO M. SOSA 353 



guno presenta á la posteridad títulos de criollismo 
autóctono; — en este país, pues, predicar contra 
los que no han abierto los ojos á la luz de nues- 
iro sol, ni han empapado su primera mirada en 
las claridades de nuestro cielo, es predicar contra 
nuestros propios padres, contra nosotros mismos, 
contra todas nuestras glorias,- destruyendo real- 
mente esa misma tradición patricia que los legen- 
daristas actuales adoran en los templos de las 
religiones de la Historia! 

Por más amor que inspire el terruño; por más 
grande que sea ese sentimiento, — que llamaría- 
mos innato si lo permitiera la moderna psicología, 
—que nos identifica al suelo en que nacemos, — 
«ólo es posible negarles nuestra ofrenda de gratitud 
á los extranjeros, rebelándonos contra los juicios 
altruistas de la conciencia. — Todos sabemos que 
sin los extranjeros nosotros volveríamos á la vida 
salvaje del charruismo ; todos sabemos que si el 
progreso empuja á nuestro pueblo hacia grandes 
destinos; que si figuramos hoyen el mundo ameri- 
cano como uno de los pueblos más adelantados, es 
porque la inmigración nos trae consigo los brazos 
que nos faltan para labrar nuestras tierras desier- 
tas; nos trae los instrumentos con que obtenemos 
de ellas riquezas primordiales; nos trae la última 
palabra del progreso y de la civilización ; nos trae la 
■cultura del espíritu con sus libros y con sus ideas; 
nos trae todo lo que nos es necesario; y, en fin, 
nos consagra su actividad, su trabajo, su saber, 

23 



354 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

SU vida entera, sus mismos hijos, que son nues- 
tros hermanos, que son orientales como nosotros! 
No confundamos el amor patrio con el egoísmo 
sectario, estrecho y absorbente. — ¿Acaso porque 
reconozcamos que aquel sentimiento es de los 
más profundos que experimenta el alma, y que 
está tan ligado al territorio como á la sociedad, he- 
mos de deducir, — como lo dijo hace algún tiempo 
un distinguido periodista, — que ese sentimiento 
debe ser egoísta por excelencia, absorbente, hosco, 
tan incapaz de reconocer su conveniencia propia 
como la consideración y el cariño que á los que 
han nacido en un territorio extraño se les debe? 

— No! — El verdadero patriotismo es una mani- 
festación altruista y generosa del alma humana; 
es la síntesis de las mejores afecciones; es la 
esencia de los grandes cariños; y por esto 
no acepta las perjudiciales intransigencias del 
egoísmo. — No se haga, pues, uso indebido de 
ese sentimiento presentándolo como excusa de 
odios tradicionales y de estrecheces casuísticas de 
criterio. — Respétese como un atributo de todos, 
de la patria, de los que por ella se sacrifican, de 
los que se hacen sus hijos por el derecho de 
nacimiento ó por el derecho de méritos gloriosos. 

— No se le subvierta, en fin, adoptándolo « como 
bandera de raquíticos intereses del momento;» 
no se le infame resucitando el bárbaro patriotismo 
comunero ó el feroz patriotismo de las tribus pri- 
mitivas! 



JULIO M. SOSA 355 



La estatua de Oaribaldi que se proyecta erigir 
en Montevideo, tendría así un significado es- 
pecial que, — olvidando pequeños rencores histó- 
ricos, — debería congregar á todos los orientales 
á su alrededor : sería la demostración del profundo 
cariño y de la sincera gratitud que sentimos por 
los extranjeros! — Oaribaldi, — ya que su estatua 
será la primera que se levante á un extranjero en 
nuestro país, — deberá ser un símbolo del senti- 
miento cosmopolita que completa entre nosotros el 
sentimiento de la patria. — Y como tal símbolo, — 
aunque sus adversarios juzguen desfavorablemente 
la actuación de aquel héroe en la Defensa de Mon- 
tevideo, — es que todos debemos consagrarte, 
porque á ello nos obliga nuestro propio cariño á 
nuestros padres y á nuestros abuelos, que al nacer 
no sintieron las caricias de nuestro sol, ni en su 
primera mirada asimilaron los colores de nuestro 
cielo, que son los colores de nuestra bandera, el 
alma de la patria! 



356 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



VIII 



Los sitiadores de Montevideo. - Fines que perseguían Rosas y Oribe con- 
tra la nacionalidad oriental. — Por qué no tomó la ciudad de Monte- 
video el general Oribe. — Órdenes de Rosas á que obedecía. — Abso- 
luta subordinación de Oribe al tirano de Buenos Aires. — Los inte- 
reses del país comprometidos. — Opinión del doctor Manuel Herrera 
y Obes. — Oribe era un agente de Rosas, no era un aliado. — La 
proclama del 6 de Septiembre de 1851. —Falsedades evidentes com- 
probadas con hechos. — Ofrecimiento de nuestro país á Inglaterra. — 
La Mazorca en la República Oriental. — El aduar del Cerrito. — 
Crónicas de sangre. — El sistema de degüello. 



De todo lo dicho resulta la gloria indiscutible, 
radiosa, de la Defensa de Montevideo, y los mé- 
ritos espartanos de los que, sobre las almenas 
fortificadas, juraron morir antes que rendirse al 
enemigo de la patria ^^\ — Y si tales méritos pue- 

( 1 ) El autor de « La Tierra Charrúa », para sostener lo con- 
trario y demostrar las vacilaciones de los defensores de Monte- 
video, cita una opinión de don Andrés Lamas. — Pues bien: nos- 
otros vamos á transcribir un párrafo del propio doctor Lamas, 
otro df»l doctor Herrera y Obes, otro del doctor Ellauri y otro 
del doctor Carlos María Ramírez, para evidenciar lo contrario de 
lo que dice el autor citado. 

Con fecha 18 de Noviembre de 1848, el doctor Lamas decía en 



JULIO M. SOSA 357 



den atribuirse los defensores de Montevideo, 
¡cuánta ignominia, en cambio, esa misma Defensa 
arroja sobre la memoria del general Oribe !—Á él, 
Rosas, después de convertirlo en verdugo de los 
argentinos, lo convirtió en verdugo de los orien- 
tales!— Y lo fué, en verdad, sin rival y sin ému- 
los. — Ya hemos repetido y probado que Rosas 



carta al doctor Herrera y Obes, refiriéndose á las esperanzas so- 
bre auxilios extranjeros : « Dejemos esas esperanzas, reconozca- 
mos el abismo que nos separa, profundo y horrible, como es, y 
renovemos alto, bien alto, la profesión de nuestra fe política ; ha- 
gamos creer que en esa fe hemos de morir ^ y muramos en esa 
hermosísima fe^ amigo mío, no sólo por deber ^ por honor, por el 
honor de nuestros hijos, por la fama y el porvenir de nuestra 
tierra, si no por la conveniencia de ese buen pueblo de Montevi- 
deo, si su destino es -verse ocupado por el sitiador.» 

El doctor Herrera y Obes decía en carta á Lamas, de fecha 22 
de Diciembre de 1848, refiriéndose á la actitud del Brasil res- 
pecto de la Defensa : 

« El pueblo que se ha batido como el nuestro ; el que posee ape- 
nas nacido una historia tan brillante; el pueblo que tiene, en fin, 
el sentido orgullo de lo que vale y de lo que puede ser, dígales 
usted que no se entrega jamds. * — (Vida Moderna : « Correspon- 
dencia diplomática privada del doctor Manuel Herrera y Obes».) 

El doctor José Ellauri, — Ministro de la Defensa en París, — 
declaraba al Gobierno francés : « Montevideo no puede trata> 
no puede capitular con Rosas ; pero los restos del Ejército Orien- 
tal, que defienden á Montevideo, pueden romper sus estandartes 
entre las bayonetas enemigas, y sancionar con un noble sacrificio 
la voluntad del destino. » — {* De la Diplomacia de la Defensa de 
Montevideo. Misión Pacheco y Obes.») 

El doctor Carlos María Ramírez, refiriéndose á la época de la 
Defensa, dijo que Montevideo, « pequeño, pobre y humilde, fué, en 
cierto momento, el corazón de la América entera ; la viscera po- 
derosa que comunicaba á todos los confines del continente, la 
palpitación de la libertad, el latido enérgico de pasiones genero- 
sas y de sentimientos grandes » «La ciudad sitiada luchó y 

venció cantando como un espartano de los tiempos de Tirteo. » 
(La Raaóny de 25 de Mayo de 1893.) 



358 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

quería ser dueño de la República Oriental, y para 
serio se sirvió de Oribe, que era oriental. — Las 
ambiciones de este último le impelieron á ser un 
instrumento acomodaticio de aquellas protervas 
intenciones, pues la cuestión relativa á la Presi- 
dencia de Oribe era « un objeto secundario » de la 
empresa de 1843,— según el mismo Rosas lo de- 
claró en un documento público. — Sabiéndolo 
Oribe, procedió siempre contra su país, y no tiene 
atenuantes de ninguna especie su conducta.— Lo 
que Rosas y Oribe querían imponer al país « era 
monstruoso, bárbaro y absurdo, — decía en 1857 
uno de los prohombres del Cerrito;— era la de- 
pravación de la patria y el envilecimiento del ciu- 
dadano ^^\» Tal era el patriotismo del libertador 
Oribe. 



Escritores distinguidos opinan que Oribe pudo 
tomar la ciudad de Montevideo, y que no lo 
hizo por evitar derramamiento de sangre, ó por 
otros motivos no menos elevados. 

Quizás hubiera podido, en un principio, hacerse 

(1) Doctor Ambrosio Velazco,— miembro de la famosa Admi- 
nistración de Justicia del Cerrito.— En los números del 8 de Enero 
de 1857 y siguientes, de El Nacional, publicó una especie de proceso 
de su antiguo jefe, con el título de < Crónica de varios hechos del 
general don Manuel Oribe durante la época de los nueve años én 
que gobernó despóticamente, disponiendo á su arbitrio de la vida 
y la reputación de los ciudadanos, y administrando sin cuenta 
ni razón el tesoro público y apropiándose del mismo modo de las 
haciendas de los habitantes de la campaña. » 



JULIO M. SOSA 359 



dueño déla dudad: no lo discutimos (^^. — Pero 
debe saberse que en nada aminora ia traición de 
Oribe el hecho de no haberla tomado.— Cumplía así 
órdenes de Rosas. 

Oribe no era hombre de desacatarlo, mien- 
tras esperara algún beneficio de él. — Su obe- 
diencia siempre fué ciega, como la de un faná- 
tico, con la diferencia de que Oribe obraba por 
interés propio y por cálculo mañosamente formu- 
lado para sí mismo. — Pruebas de esta verdad, se 
encuentran á montones en todos los hechos de 
Oribe, durante el sitio de los nueve años. — Bas- 
taría citar sólo una de esas pruebas que consta 
en documentos oficiales. — Ábranse los protoco- 
los de la negociación Oore-Oros, de 1848, y se 
verá que en ellos se someten los intereses orien- 
tales á la decisión de Rosas, patentizándose que 
nuestra independencia y soberanía, — como lo 
dijo Juan Carlos Gómez, — estaban vendidas al 
tiranuelo de Buenos Aires ^-\ 



(1) Para demostrar la segundad que tenían los sitiadores de 
tomar á Montevideo, bastará recordar aquella frase jactanciosa: 
* ¡ A puñetasos destruiremos las trincheras ! » 

(2) En el mes di Marzo de 1848, el barón Gros y Sir Gore, 
abrieron con Oribe una negociación para que cesaran las hosti- 
lidades entre los sitiados y los sitiadores de Montevideo. -• Cam- 
biadas algunas notas, Oribe prometió, en una que lleva la fecha 
de 24 de Marzo de 1848, dar amplia amnistía á sus adversarios, 
etc., y en otra de 20 de Abril, propuso bases de paz. — Dado cuenta 
de todo á Rosas, éste se declaró contrarío al proceder de Oribe 
y le intimó que rompiera las negociaciones, á pesar de que ellas 
eran favorables al sitiador. — El Presidente legal, entonces, obe- 
deciendo á Rosas, dirigió, por intermedio de su Ministro Villade" 



360 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Concretándonos á la afirmación de que Oribe no 
entró á Montevideo porque él no quiso, probaremos 
ahora que no entró á la ciudad, obedeciendo órde- 
nes de Rosas.— El jefe del Ejército de Vanguardia 
quería á toda costa entrar á sangre y fuego á Mon- 
tevideo, y Rosas se opuso. — Nos atenemos en 
esta parte al testimonio de don Antonio Díaz, — 
insospechable de parcialidad contra Oribe, — quien 
publica una nota de Rosas al titulado Presidente 
legal, de fecha 28 de Febrero de 1843, en que le 
dice : « he resuelto que se evite toda efusión de san- 
gre, para la posesión de la plaza, lo que tiene que 
suceder sin el más mínimo sacrificio ^ ^ I » — Comen- 
tando esta orden, dice el mismo Díaz : « Á la simple 
vista de semejante documento, el general Oribe 
debió conocer que en su propio país, á las puertas 
de su ciudad natal, y al frente de aquel poderoso 
ejército, en su mayor parte extranjero, no represen- 
taba más que un papel secundario y subalterno; que 



moros, una nota de fecha 17 de Mayo al barón de Gros, en que 
le decía en sustancia *que no ha creído el Excmo. Gobierno de 
la Confederación Argentina ver llegado el caso de retirar las tro- 
pas auxiliares argentinas,» y €que nada podía hacerse sin el 
previo acuerdo con el Excmo. Gobierno de la Confederación Ar- 
gentina. » — Como comentario á la actitud de Oribe, dice don An- 
tonio Díaz: cPara el general Oribe no podía darse un arregla 
más satisfactorio : su poder quedaba en pie y sus enemigos ven- 
cidos.— En su Consejo de Ministros, el general Díaz le hostigó 
para que rompiese los vínculos que fatalmente le ligaban al ge- 
neral Rosas, con perjuicio de su porvenir y de su nombre, ya que 
el de su patria no era debidamente tomado en cuenta; pero nada 
pudo conseguir.» (Obra citada. ) 

( 1 ) « Historia Política y Militar de las Repúblicas del Plata », 
tomo VI, pág. 6. 



i 

I 



JULIO M. SOSA 361 



el general Rosas, al ordenarle como jefe, pues no 
es otro el sentido de la carta. . . que se estacio- 
nase á las puertas de la capital de la República, 
estableciendo un cerco á una plaza sin las de- 
fensas aún, no llevaba otro objeto que prolongar 
una guerra desastrosa é inútil, con el fin de reda- 
cir más tarde el Estado Oriental á la categoría 
de Provincia Argentina, — Oribe reunió á sus jefes 
para resolver sobre la nota de Rosas, y como las 
opiniones concordaran en el sentido de atacar á 
Montevideo, el general Pacheco propuso que se 
consultara nuevamente al ilustre Restaurador de 
las leyes, supuesto que iban á jugar su suerte, los 
intereses y las tropas de la República Argentina. » 

— Esa consulta nunca fué evacuada por Rosas. — 
«En ausencia de tal conducta, — continúa Díaz,— 
el general Oribe guardó silencio y se sometió á su 
destino, que no era otro sino marchar atraillado 
á la voluntad muchas veces imperiosa del Dicta- 
dor Argentino.» 

Poco después, ¡oh sarcasmo!. Oribe, como 
Presidente legal, constituía su gabinete y demás 
autoridades. — Es excusado decir que todo era 
simple fórmula. — Oribe era un prosélito: no 
era un mandatario. — Además, él, inspirado por 
Rosas, « mandaba absolutamente, prescindiendo 
cuando quería del Consejo de su gabinete, y 
casi siempre de las prescripciones de la ley (^^. » 

— Sabemos, por referencias de sobrevivientes 



(1) Relación citada del doctor Ambrosio Velazco. 



362 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

de aquella época, que don Bernardo R Berro,— ti- 
tulado Ministro de Hacienda de Oribe,— sólo dos 
veces estuvo en el Cerrito durante los ocho años 
y ocho meses del sitio grande! 

Por otra parte, si la opinión del doctor Manuel 
Herrera y Obes es de algún valor histórico para 
los apologistas de Oribe, léase lo que detía este 
distinguido diplomático, en una carta á don Andrés 
Lamas, del l.o de Abril de 1848, refiriéndose á los 
rumores de desinteligencias entre Rosas y el ge- 
neral sitiador, suscitadas por las negociaciones de 
paz á que había dado oídas el último. -* En esa carta, 
que comprueba aún más la subordinación de Oribe 
á Rosas, dice el doctor Herrera: « Su intención (ha- 
bla de Oribe) es conseguir hoy, por una defec- 
ción aparente, su entrada á mandar como Presi- 
dente; y después servirse de esta misma posición 
para buriar todas sus promesas y desenojar á su 
patrón poniéndole el país á sus pies, y haciéndosey 
como hasta aquí, el ciego instrumento de sus vo- 
luntades. Hombres como Oribe, que llevan la 
prostitución de la ambición hasta donde él la ha 
llevado, son incapaces de ningún arranque gene- 
roso y elevado, — Además, todos conocen su his- 
toria. Ella es la expresión de la perfidia y la trai- 
ción, » 

Recurso lógico de los que no pueden negar 
la obsecuencia de Oribe hacia Rosas, ha sido 
siempre el de decir que el primero fué aliado 
del segundo, y que «por un sentimiento gene- 



JULIO M. SOSA 363 



roso de lealtad,» continuó Oribe, durante doce 
años, comprometido en la alianza. — Preténdese 
explicar ó cohonestar así todos los crímenes 
de este mal oriental— ¡Lamentable ofuscación! 
— Ya hemos visto que Oribe no fué un aliado 
de Rosas. — Oribe fué un simple teniente de 
Rosas, uno de sus generales pretorianos, de me- 
nos escrúpulos y de más insospechable obse- 
cuencia. — El aliado es parte en la guerra, y di- 
vide derechos, prebendas y responsabilidades: 
su voluntad es una voluntad igual á la de la otra 
ú otras partes coaligadas. — El aliado no obedece 
solamente: ordena, hace sentir en las deliberacio- 
nes comunes el peso de su opinión. — Oribe, por 
el contrario, obedecía, ciega, escrupulosamente, 
las órdenes de Rosas, y cumplió hasta el fin sus 
compromisos denigrantes con el déspota, sin que 
jamás los cariños de la Patria ablandaran su alma 
insensible, en presencia de la destrucción de su 
propia ciudad; tan insensible como la de Nerón, al 
mirar con alegría satánica, el incendio colosal de 
Roma! — Su propio título de Jefe del Ejército de 
Vanguardia de la Confederación Argentina, — ade- 
más de los hechos y documentos que ya hemos 
citado, — demuestran que es falso lo que se afirma 
sobre la alianza de Oribe y Rosas.— Era jefe de un 
ejército argentino: nada más. — Poco importaba que 
en él figuraran algunos orientales (^^. — También 

( 1 ) Los orientales que fígruraban en las huestes del vencedor 
de Arroyo Grande, ostentaban divisas con lemas rosistas. — Sólo 



364 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

figuraban en el Ejército de Echagüe, en 1839. — Y 
sin embargo, era un ejército argentino. — En el 
Cerrito, durante los nueve años del sitio, no se 
enarboló otra bandera que la de Rosas. — Se 
establecieron castigos para los que enarbolaran 
la bandera oriental, en los días de fiesta! — 
Cuando el famoso Lucas Moreno entró á sangre 
y fuego á la Colonia, fueron pisoteadas y rotas 
por la soldadesca brutal varias banderas orien- 
tales ! 

Atribuir sentimientos de lealtad á Oribe, es des- 
conocer todas sus traiciones, todas sus infiden- 
cias, todas sus felonías. — Quien fué traidor con 
sus amigos; quien fué traidor con su partido, y 
quien fué traidor con su Patria, no es leal jamás 
por sentimiento honrado ! — Sirvió á Rosas por- 
que tenía sus propias ideas,— si aquél pudo tener 
ideas,— y satisfacía sus avasalladoras ambiciones 
personales ! — Y los defensores de Montevideo 
resistían á Oribe para salvar la independencia del 
país, y no por su persona, — como lo dijo el go- 
bierno de Suárez por intermedio de su Ministro en 
Río Janeiro. — Lo resistían « como principio, como 
símbolo, como sistema.» — Era una lucha imper- 
sonal contra la tiranía y contra la barbarie. — He 
ahí la gran gloria de la Defensa! 

les quitaron el «Viva la federación. » — La divisa de Leandro Gó- 
mez,— el mismo que debía inmortalizarse después en la Defensa 
de Paysandú, — decía: « J/«^^a« los salvajes unitarios. — Oribe, 
leyes ó muerte.» — Esta divisa, quitada A Leandro Gómez, estuvo 
en 1844, expuesta en la librería de Hernández, en Montevideo. 



JULIO M. SOSA 365 



Se pretende también aminorar la gravedad de 
la conducta de Oribe, transcribiendo un párrafo 
de su proclama del 6 de Septiembre de 1851, en 
que decía que se retiraba del país para evitar el 
derramamiento de sangre ! — Y sin embargo, poco 
antes, en una proclama que destila sangre, ex- 
hortaba á combatir «la nueva alianza de traido- 
res salvajes unitarios, » constituida por Urquiza, el 
Brasil y los defensores de Montevideo ^^\ — Más 
aún: á principios de 1851, Oribe pidió autoriza- 
ción á Rosas, — según lo comprueba Saldías, — 
para atravesar el Uruguay, y « concluir con el po- 
der de Urquiza. » — Rosas le negó tal autorización. 
— Recién cuando, invadido ya el país por Urquiza 
y por los brasileños, las mejores fuerzas de Oribe 
fueron á engrosar las del vencedor de India Muerta, 
y cuando todas sus tretas para engañar al general 
entrerriano fracasaron ^^\ recién entonces se some- 
tió á las autoridades de su país, decepcionado, des- 
tituido por Rosas del mando del Ejército de Van- 
guardia de la Confederación Argentina, por nota 
oficial del 24 de Agosto de 1851 ^^^.— Solo, sin la 
protección de Rosas, con un ejército insignificante, 
¿podía permanecer en pie de guerra, cuando el 

( 1 ) Proclama del 25 de Julio de 1851. 

(2) Véase la obra citada de don Antonio Díaz. 

(3) El conductor de dicha nota, que no reproducimos por ser 
muy conocida, fué el coronel Ramos, y según se dijo insistente- 
mente en el mismo ejército de Oribe, llevaba ia consigna de atar 
á este último y llevarlo á Santos Lugares. 



366 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

general Urquiza, los brasileños y los orientales, 
con fuerzas poderosas, se aproximaban para ba- 
tirlo? — ¿Podía continuar manteniendo en toda 
su integridad las pretensiones primeras de la 
causa que representaba? — Ni sus propios ami- 
gos, ni sus partidarios menos accesibles á los 
sentimentalismos patrióticos, le seguían ya con la 
fe de otras épocas. — Estaba en completa banca- 
rrota. — El doctor don Manuel Herrera y Obes decía 
en una carta, en 1851 : « Los hombres que rodean 
á Oribe han escrito á Urquiza y Garzón en tér- 
minos significativos — Don Manuel es objeto 

de odio universal. — Nunca el terror y la domi- 
nación de los porteños ha pesado sobre la gente 
del Cerrito como pesa hoy : tengo de ello pruebas 
irrecusables (^'.» — Pero, aun cuando el terreno 
se hundía bajo sus pies, incapaz de sostenerse 
por sí solo, el general Oribe tentó un recurso su- 
premo para salvarse, para triunfar, sacrificando 
la independencia de su suelo. — Extrañará lo que 
decimos. — No obstante, podemos afirmar que en 
Septiembre de 1851, menos de un mes antes de 
la paz de Octubre, el general Oribe dirigió una 
nota al representante de Inglaterra, ofreciendo á las 
armas de esta nación la plaza de Montevideo y el 
dominio de la República /—El documento que com- 
prueba lo que decimos, no lo tenemos nosotros; 
pero existe, y en breve, creemos, se hará público. 

(1) « De la Diplomacia de la Defensa de Montevideo», por el 
doctor Alberto Palomeque. 



JULIO M. SOSA 367 



Por otra parte, ¿puede decirse, sin faltar á la 
verdad histórica, que Oribe se retirara del país, 
como lo prometía, por evitar derramamiento de 
sangre oriental? — ¿Qué cariño podía profesar á 
su país quien tantos horrores le hizo sufrir? 

Citaremos algunos hechos, — muy pocos, para ser 
breves,— que confirman los perversos sentimien- 
tos del Atila del Cerrito. 

Don Gregorio Lecocq, — un patricio de buena 
cepa, amigo íntimo de Oribe y partidario entusiasta 
de ese hombre,— entró cierto día á la ciudad sitiada, 
de incógnito, para combinar la forma de que aquél 
entrara á Montevideo, concluyéndose, con el acuer- 
do de todos, la guerra desastrosa en que unos y 
otros se hallaban empeñados.— Lecocq habló con 
los hombres principales de la Defensa, y regresó 
al Cerrito á trasmitir á Oribe las disposiciones fa- 
vorables para su entrada. — Éste lo abrazó efu- 
sivamente. — Fué algo así como el beso de Judas 
este abrazo. — Lecocq salió muy satisfecho en 
dirección á su chacra del Rincón. — Oribe reca- 
pacitó después sobre lo convenido, y para evitar 
contingencias peligrosas, envió á su sobrino Pan- 
cho Lasala á que degollara á Lecocq. — Un ayu- 
dante de Oribe previno á ese patriota el peligro 
que corría, y entonces se dirigió inmediatamente á 
Entre-Ríos, siendo Gobernador Urquiza. — Oribe, 
sin embargo, hizo perseguir á Lecocq hasta Buenos 
Aires, donde se asiló después huyendo del ase- 
sinato. — Cuando Urquiza se pronunció contra 



368 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Rosas, el coronel Chilavert lo aprehendió en el Ca- 
moatíy — como se llamaba entonces á la Bolsa en 
Buenos Aires, —y conducido á Santos Lugares, un 
nombre más, un nombre esclarecido, se inscribió 
en las Tablas de Sangre de los asesinatos de Ro- 
sas. — Otro ilustre personaje del Cerrito,— el doc- 
tor don Eduardo Acevedo, — estuvo á punto tam- 
bién de ser asesinado. — El mismo doctor Ace- 
vedo decía, refiriéndose a los subalternos de Oribe: 
« Cuando estos miserables no me han muerto, es 
porque no tienen orden de hacerlo. » — Comentando 
esta respuesta dada en momentos críticos, escribió 
lo siguiente el doctor Luis Melián Lafinur: «Era 
todo lo que había que contestar á la gritería de 
«muera el salvaje unitario Acevedo! » lanzada por 
más de cien oficiales, que conceptuando esas mani- 
festaciones de servilismo propias de sus deberes 
militares, no hacían más que salpicar con lodo 
el rostro del mandón que propiciaba semejante 
ruindad, como un aviso precursor, acaso, de una 
sentencia de muerte ^^\^ — ¿Y todo por qué? — 
Por haber predicado el doctor Acevedo la con- 
fraternidad entre los orientales ! . . . —Ni el respeto 
á las intenciones generosas de los hombres, ni 
á la amistad, ni á la palabra empeñada, eran leni- 
tivos á las furias sanguinarias de Oribe! 

Por orden de éste fué degollado, el 16 de Marzo 
de 1843, un individuo de apellido Zarate, en las 

( 1 ) « Exégesis de Banderías ». 



JULIO M. SOSA 36Q 



cercanías de Montevideo.— El 28 de Abril de 1843, 
siete legionarios franceses cayeron en poder de 
Oribe, por una infame celada, y fueron todos de- 
gollados.— Los hermanos Solís fueron degollados, 
alas puertas de la ciudad, el l.o de Mayo del mismo 
año, y con su piel hicieron maneas los verdugos, — Á 
mediados de Junio de 1843, «el hacendado don 
Félix Artigas, huyendo al Nena Sahib del Plata 
( Oribe ), vino á residir al Pastoreo del señor Pe- 
reira. . . con el consentimiento que éste le dio como 
primo y amigo. » — « En la vida retirada que hacía. 
Artigas se creyó libre de los vándalos del Cerrito. 
Pero una madrugada, presentándose en su casa 
una partida del Nena Sahib, lo arrastraron de su 
hogar, es decir, de la casa del señor Pereira, su 
primo, y lo degollaron en una zanja, prohibiendo 
que fuese enterrado. Las dos hijas de Artigas, pre- 
ciosas niñas, educadas con todo el esmero de 
que una tierna madre es capaz, fueron conduci- 
das por la soldadesca al campamento del Cerrito, 
donde fueron ultrajadas del modo con que los 
salvajes indios tratan en su fanatismo á las muje- 
res extranjeras ; todo lo cual produjo la locura de 
la infeliz esposa y de la desgraciada madre í^^.» 
— Oribe hizo también uso del terrible recurso de 
las minas.— «El l.o de Julio (1843), — dice don 
Isidoro De - María, — prepararon la primera en una 
de las casas inhabitadas del centro de la línea. . . 



(1) Fermín Ferreyra y Artigas: El Nacional^ de Noviembre 
de 1857. 

24 



370 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Con la explosión volaron dos habitaciones, cos- 
tando veintitrés víctimas, de unos treinta hom- 
bres que cubrían el puesto ^^K^ — El 5 de Julio 
del mismo año fué degollado, por orden de Oribe, 
á la vista de Montevideo, el francés Juan Bautista 
Myrier.— El 28 de Julio fué degollado por orden de 
Oribe, en la quinta de don Juan María Pérez, el sub- 
dito francés Juan Pedro Errecart.--Juan Raya, Posi- 
donio Fernández, Rafael Andrada y otro ciudadano 
más, fueron arrancados por las fuerzas marítimas 
de Rosas, de una goleta, para conducirios á pre- 
sencia de Oribe. — Éste los hizo atar en la ma- 
drugada del 7 de Octubre de 1843, y á unos 
pasos de Montevideo los hizo degollar. — Después 
mandó que se arrojaran al pueblo de Montevideo 
los cuatro cadáveres con las gargantas partidas á 
cuchillo! — En el boletín del Ejército del Cerrito, 
número 44, consta que á un laborioso oriental, 
Félix Sobredo, Oribe le hizo bajar de una goleta 
de bandera sarda, y lo mandó degollar en su pre- 
sencia. — El 30 de Diciembre de 1843, fuerzas de 
Oribe atacaron un hospital establecido en el Du- 
razno, y « degollaron á los cirujanos, á los prac- 
ticantes y enfermos que allí encontraron . » — 
Consta en el boletín número 43 del Ejército del Ce- 
rrito.— El 20 de Marzo de 1848, á las 8 1/2 de la 
noche, un sujeto canario — Andrés Cabrera — lle- 
gado del campamento de Oribe, infirió err la parte 

( 1 ) « Anales de la Defensa de Montevideo ». 



JULIO M. SOSA 371 



superior de la espalda, una puñalada mortal al 
noble y talentoso redactor de El Comercio del 
Ptete,— Florencio Várela, — en la calle 25 de Mayo, 
casi esquina de Misiones. — En el veredicto dic- 
tado por el Jurado, en la causa seguida á Cabrera 
por este asesinato, se declaró probado, con fecha 
20 de Junio de 1854, que el mismo Cabrera había 
muerto á Florencio Várela.— Resultó también pro- 
bado que Agustín Iturriaga,— tesorero de Oribe, ~ 
había entregado á Cabrera la cantidad de cincuenta 
onzas de oro, como asimismo que' el criminal 
se refugió impunemente en el campamento de los 
sitiadores ^^\ — Sabemos de muy buena fuente, 
además, que Oribe, pocos días antes del crimen, 
dijo, refiriéndose á Várela: «No sé cuánto daría 
porque me sacaran á este hombre del medio. Vale 
más que un ejército. »— Tantas pruebas se acu- 
mularon contra Oribe, que el Jurado declaró lo 
siguiente: «Que está probado que Cabrera co- 
metió el asesinato, por mandato del brigadier ge- 
neral don Manuel Oribe, jefe de las fuerzas que 
en aquella época sitiaban esta ciudad de Monte- 



( 1 ) Dice un autor, que después de cometer el crimen, Cabrera 
se dirigió á la Peña del Bagre, donde lo esperaba una lancha. — 
« La embarcación se dirigió al campo enemigo y atracó en el 
muelle Lafone, donde desembarcó Cabrera á las 12 de la noche, 
dirigiéndose á la casa de un sargento Antoniño que servía con don 
Francisco Oribe, y que tenía su residencia en el Paso del Molino, 
á la que llegaron acompañando á Cabrera el mismo Antoniño y 
otro tripulante del bote. » Una vez en la casa, refirió á la familia 
todos los detalles del crimen. —( Véase Historia de las Repúbli- 
cas del Plata, tomo viii, págs. 197 y siguientes. ) 



372 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

video. » — La sentencia recaída á raíz de este vere- 
dicto, dictada por los doctores Gómez, Tort y 
Santurio, prescribió el encausamiento de Oribe.— 
Éste se dirigió entonces á las autoridades brasi- 
leñas pidiéndoles que lo garantieran contra las 
resoluciones del Poder Judicial de su país. — 
Con este acto obligaba á las autoridades extran- 
jeras á que cometieran un nuevo vejamen contra 
la soberanía nacional (^^.—Refiriéndose á las de- 
gollaciones de Oribe, el doctor Manuel Herrera y 
Obes decía, en 1851: «Una partida del cuerpo 
de Maza se ha establecido en el paraje denomi- 
nado de las Tabladas con aquel solo objeto, y ha 
dado principio con siete individuos, á quienes 
ha sacrificado de una sola vez, sin que nadie 
sepa, hasta ahora, los motivos de tan bárbaro 
atentado. — La naturaleza y uniformidad de esos 
hechos tienen, pues, un carácter tan marcado de 
sistema, que no es posible dejar de conside- 
rarlo como yo lo considero. » — En 1851, cuando 
Urquiza se pronunció contra Rosas, Oribe, que 
cqnservaba con vida, por influencias de ese gene- 
ral, á Justo Tavares y Santiago Sciurano (a) Chen- 
topé, los hizo matar inmediatamente, como repre- 
salia por la actitud de Urquiza ! . . . 

No continuaremos la enumeración de hechos 
que, aún á través del tiempo, sorprenden y ate- 

( 1 ) Cartas publicadas, de don Andrés Lamas. 



JULIO M. SOSA 373 



rror¡zan.-La época del sitio se recuerda con 
horror en nuestra campaña.— Fueron dos lustros 
de sangre, en que la vida y la propiedad de los 
orientales estuvieron á merced de los caprichos 
canibalescos de la Mazorca, erigida en arbitró de 
todo. — Aún en nuestros ranchos de negra arga- 
masa y de techo de junco ó totora, los viejos 
cuentan á los jóvenes las hecatombes espantosas 
de aquellos años terribles. — La propiedad privada 
era entonces un mito: la soldadesca de Oribe 
era exclusiva en el dominio de los campos, de 
los pueblos, de las estancias, de las pobres vi- 
viendas de los que no podían esgrimir una 
lanza para defenderse, por ser niños, por ser mu- 
jeres, por ser ancianos decrépitos ... — Todos 
los bienes de los salvajes unitarios fueron con- 
fiscados por decretos que llevan la firma de 
Oribe ó de sus ministros ^^\ — Oribe implantó 
en toda su integridad pasmosa, el sistema que 
había usado en las campañas argentinas: violó 
los hogares, arrancó á las mujeres de los brazos 
de sus hijos para degollarías a su vista; para 
entregarías á los apetitos brutales de sus tropas; 



( 1 ) Pueden verse, entre otros, los decretos fechados en el cuar- 
tel general del Cerrito, el 9 de Diciembre de 1841 y el 25 de Julio 
de 1845. — El último de estos decretos establecía en su exordio que 
«los males causados» por «los rebeldes salvajes unitarios», exi- 
gen una « reparación é indemnización de la que deben formar parte 
los bienes de esos mismos salvajes unitarios. » — Y por su art. l.<» 
disponía : « Los bienes de los salvajes unitarios ^ embargados en 
el territorio de la República j son propiedad del Estado.» 



374 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

para azotarlas en carne viva ; para prenderles con 
brea el moño rojo que, por las antiguas leyes espa- 
ñolas, debían usar las prostitutas á fin de distin- 
guirse de las mujeres honestas ; y cuando saciaba 
sus rabiosos paroxismos de destrucción, expulsaba 
de sus dominios á familias enteras, que morían 
en los caminos ó aumentaban las aflicciones de 
la plaza de Montevideo — Las hordas fede- 
rales entraban á los pueblos de campaña, como 
los bárbaros en los viejos imperios civilizados: 
destruyendo todo, robando todo, matando á mon- 
tones las mujeres, los hombres, los niños,— que 
para ellos eran « inmundas crías de los salvajes 
unitarios» .... —Parecía que el delirio de la des- 
trucción se hubiera apoderado de aquellas fieras 
disfrazadas de hombres, que vivían borrachos de 
sangre y de caña.*. . . í^)— Y todas las proezas 
de los mazorqueros se hacían con un refina- 
miento extraordinario de crueldad.— Al Cerrito, 
— cuartel general de tales operaciones, — eran 
conducidas, maniatadas, las esposas de los sal- 
vajes, como rehenes de sus maridos, previnién- 
dose,— según las propias palabras de Oribe, — 
«que si se separaban del punto en que se las 
colocase, sin la licencia respectiva, fuesen tratadas 
con el rigor correspondiente. » — Á los hombres 
que, huyendo del sacrificio, se asilaban en los 



(1) Un diario de 1857, La Nueva Troya» dijo que la maaorca 
federal oribista había degollado 17.000 orientales y 15 mil argén* 
tinos.— Que había robado, además, setenta millones de patacones. 



JULIO M. SOSA 375 



montes ó en las sierras, se les husmeaba con 
perros, como á fieras que se cazan ^ ^ >. — Los de- 
güellos de los prisioneros iban acompañados de 
circunstancias bárbaras. — De una narración de 
esas operaciones^ hecha por don Pedro Alian á 
la Comisión Pública establecida en Montevideo 
para recoger testimonios de los asesinatos «del 
Ejército de Rosas en la República Oriental, » ex- 
traemos los siguientes significativos datos : « Luego 
que es asegurada la persona que debe ser muerta, 
la conducen al punto donde se ha de sacrificar, 
y . . . . por el camino van los asesinos, de cuando 
en cuando pinchando cqn sus cuchillos á la víc- 
tima y ultrajándola con las palabras más obscenas 

que se pueden imaginar ; cuando llegan al 

lugar del suplicio, antes de quitarles la vida, suelen 
castrarlos vivos, como el declarante lo ha visto 
practicar en los dos franceses de que ha hecho 
mención — ; y después de todas esas opera- 
ciones concluyen con degollarlos hasta dividirles 
las carnes de su cuerpo, y esto que el decla- 
rante ha visto y presenciado, está cansado de oir 
que se repite con mucha frecuencia en el campo 
de Oribe, en el Cerrito; el cual abunda por todas 
partes de cadáveres insepultos, no precisamente 
por falta de compasión, sino de temor de la pena 
establecida contra los que tal intentaren. »— Y 
agrega el mismo Alian,— cuyas palabras están co- 

( 1 ) Estos hechos constan de cartas del propio Oribe, publica- 
das en El Sol Oriental. 



376 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

rroboradas por otros testigos presenciales,— «que 
los ejecutores de esas maldades son tan inmo- 
rales y desalmados, que hacen ostentación de la 
animosidad y furor con que han sacrificado á la 
víctima; suelen lamer el cuchillo ensangrentado 
y beber la sangre; lo ha visto con sus propios 
ojos en los dos franceses últimamente degolla- 
dos. »— Sigue diciendo después, que todos los 
jefes tienen sus degolladores especiales, «así es 
que unos se llaman los degolladores de M.aza, 
de Rincón, de Barcena, de Oribe, » etc. ^ ^ ^ — Y 
como un recuerdo lúgubre, como la cristalización 
de la masacre, que evoca sangrientos espectros^ 
aparece allá en el fondo de esa época sombría, 
la célebre Zanja Reyuna ^-\ — el cementerio del 
Cerrito, — cuyas fauces negruzcas impasibles, siem- 
pre abiertas, tragaron tantos cuerpos mutilados 
de orientales .... — Quizás por una lógica aso- 
ciación de ideas, un catalán de la época, de ape- 
llido Bernet, llamó á esa zanja la fosa antropó- 
faga .... 



( 1 ) José Rivera Indarte : « Rosas y sus opositores. — Es ac- 
ción santa matar á Rosas, — Tablas de Sangre. » 

(2) Este nombre fué dado por los orientales á una zanja ó cor- 
tadura de regular profundidad que mandó construir el -general 
Lecor para impedir las sorpresas y los asaltos nocturnos de las 
fuerzas del comandante Rivera, después de las derrotas de Batoví, 
Pintado, Queguay, Guazunambí, etc., infligidas por el jefe arti- 
guista á los portugueses, en los años 1817, 1818 y 1819. — La zanja» 
que estaba fortificada de trecho en trecho, arrancaba de la barra 
del río Santa Lucía y terminaba en el Buceo. 



JULIO M. SOSA 377 



Después de lo que dejamos dicho, no sabemos 
sobre qué razones apocalípticas se fundará quien 
afirme que Ciríaco Alderete, — como calificaba 
Rivera Indarte á Oribe en El Nacional, - quiso, 
durante el sitio, evitar el derramamiento de sangre 
oriental.— Justificar sus crímenes, sus crueldades 
innúmeras, es insensato y desdoroso.- « No pue- 
den ser buenos ciudadanos,— decía el doctor Juan 
Carlos Gómez en 1857, hablando de Oribe, — no 
pueden ser siquiera hombres de bien, los que no 
condenen esos escándalos, esas infamias, y no 
proclamen en alta voz que los que se sacrifica- 
ron combatiéndolos han merecido bien de la 
humanidad y de la patria ^ ^ ^. » — Sí : contra aquel 
hombre, — que era la antítesis de la virtud, del 
patriotismo y de !a civilización,— es que comba- 
tieron sin tregua, durante nueve años; es que 
derrocharon sus abnegaciones y sus estoicismos, 
los que, escudados en las débiles murallas de 
Montevideo, oponían á la fuerza brutal del des- 
potismo, el valor que honra y que no ceja, el 
denuedo que inspira el amor á la patria, el sa- 
crificio que impone la salvación de una madre 
que peligra! 



( 1 ) El Nacional y de 22 de Julio de 1857. 



378 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



IX 



Terminación de la Guerra Grande. — El pacto de Octubre. — « Ni ven- 
cidos ni vencedores ». — Profundo error de los políticos de la De- 
fensa. — Epílogo indigno de una epopeya. — Falsa solidaridad entre 
Oribe y la Defensa. — Por qué no debió celebrarse el pacto de Octu- 
bre. — La política fusionista reabre el libro de sangre de la guerra 
civil. — Los sucesos del 18 de Julio de 1853. — La influencia desqui- 
ciadora de don Bernardo P. Berro. 



El 8 de Octubre de 1851, un tratado de paz 
puso fin á la guerra en el Estado Oriental.— 
Ese tratado era sencillamente monstruoso. — Em- 
pero, no denigraba á Urquiza ni á Oribe, que lo 
formalizaron, porque ambos eran discípulos de 
una misma y oprobiosa escuela; ambos eran 
hijos del crimen, se habían consagrado al cri- 
men, y el crimen era la base de sus presti- 
gios.— Por lo tanto, poco les importaba olvidar 
recíprocamente sus crueldades y hasta dafse pa- 
tente de honestidad. — Pero el profundo error 
estuvo en que lo aceptaran los hombres ínte- 
gros de la Defensa, que habían derramado su 






JULIO M. SOSA 379 



sangre, que habían hecho sacrificios heroicos por 
salvar la nueva Numancia de la sacrilega profa- 
nación del despotismo.— Jamás debieron asentir 
á un tratado de paz que declaraba que de la lu- 
cha no resultaban vencidos ni vencedores y que 
todos los orientales eran hermanos, los que sa- 
bían que Oribe, casi sin ejército, sin recursos, en- 
fermo ya, decepcionado, no tenía otro dilema que 
entregarse rendido ó pagar con su vida todas 
las atrocidades de que fué ejecutor. — Reconocer 
en el general Oribe hermandad de cuna, servicios 
á su país durante el sitio, identidad de afeccio- 
nes patrióticas, era un soberbio desmentido que 
se arrojaba á la faz de los ejércitos de la Re- 
pública, que le habían combatido como á un ex- 
tranjero, como á un conquistador, como á un 
verdugo hambriento de cadáveres ! — No podía 
haber honestamente ninguna clase de solidaridad 
entre Oribe y la Defensa,— Ni siquiera la solida- 
ridad deja paz.— Ni Melchor Pacheco, ni Francisco 
Tajes, ni Marcelino Sosa, ni Neyra, ni Thiebeaut, 
ni Oaribaldi, habían ofrecido la sangre de sus venas 
ó la pujanza de sus músculos, ni habían peleado 
ó habían muerto, para que un tratado de diplo- 
macia cuartelera los declarara hermanos de Oribe 
ante la patria que éste ensangrentara y casi destru- 
yera con el propósito final de entregaria en ruinas 
al déspota de Buenos Aires, que era un ejemplo 
típico de hermafrodismo de hombre y de tigre ! 
Y no se crea que por intransigencia partidista 



380 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

criticamos así un pacto universalmente aceptado 
como una necesidad de las circunstancias. — Es 
que el que escribe historia, con conciencia plena 
de los principios de moral que reglan y enaltecen 
las acciones humanas, debe decir sin ambages, con 
fe en sí mismo, lo que es malo y lo que no lo 
es. — Cuando una causa santa, santísima, como la 
de la Defensa, está en peligro, es desdoroso re- 
bajaría, igualarla á la del adversario, si ésta es 
causa odiosa, estableciendo una solidaridad in- 
compatible con los principios más elementales de 
moral política, entre lo bueno y lo malo. — Pudo 
hacerse la paz; pero no como un acuerdo volun- 
tario y condescendiente, sino como fruto de una 
imposición de los hombres de la Defensa, puesto 
que Oribe ya no contaba con elementos suficien- 
tes para sostener el sitio, ni Rosas podía ni que- 
ría auxiliaríe, ni era á la sazón un peligro este 
déspota, amenazado de muerte por la gloríosa 
alianza de tres pueblos decididos á vencerlo y 
abatirlo. — Coronados por el éxito más lisonjero, los 
esfuerzos del doctor Manuel Herrera y Obes y 
del doctor Andrés Lamas,— los dos grandes talen- 
tos diplomáticos de la época, — para constituir la 
triple alianza de 1851; aislado Oribe, desorgani- 
zado, sin recursos, después de una implacable 
persecución que lo obligó á asilarse en el Cerrito, 
corriéndose desde el Santa Lucía Chico, donde 
se encontraba en los últimos meses de aquel 
año, y rendido ya el 8 de Octubre, hasta el punto 



JULIO M. SOSA 381 



de que se retiró á su propia casa esperando el 
desenlace de los sucesos,— ¿porqué razón suprema, 
invocando qué interés general, se hizo un pacto 
con Oribe, sobre la base de su rehabilitación cí- 
vica, de su vindicación más amplia, á la faz del 
Universo que le había execrado como un ver- 
dugo vulgar?— Y, aunque Oribe no hubiese aban- 
donado el campo de la lucha, ¿no debían consi- 
derarse vencedores los hombres de la Defensa, y 
obrar como, tales, teniendo en cuenta que es un 
axioma militar,— según las palabras de Juan Car- 
los Gómez,— «plaza sitiada, plaza tomada»; que 
el sitiador que no toma una plaza está vencido; 
que la causa de Montevideo había triunfado des- 
pués de nueve años de inútiles tentativas, por 
parte de sus enemigos, para tomarla? (^^— Y aun 
en el caso hipotético de que nada de lo dicho 
fuera exacto, ¿por qué no se cumplió la honrada 
declaración del Gobierno de la Defensa, á raíz 
del contraste de India Muerta: no debe pactarse 
con el enemigo ; si no es posible salvar nuestra na- 
cbnalidady salvemos al menos su honor?— ¿Acaso 
se hizo la paz con los sitiadores para practicar 
las tan decantadas teorías fusionistas, acuerdis- 
tas ó fraternistas, — según el calificativo de cada 
época,— que siempre han servido de careta á los 
hombres que trafican con la buena fe pública? 
— Es inmoral semejante tesis. — Declarar iguales 

( 1 ) El Nacional, de 9 de Octubre de 1857. 



382 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

los méritos de los sitiadores y de los sitiados^ du- 
rante la guerra de nueve años, es simplemente 
monstruoso. — Haber exigido el alejamiento, ad 
vitam, de Oribe, del suelo oriental, era un de- 
ber de patriotismo, y no podía producir anarquía 
entre los orientales, pues eran muy pocos los que 
continuaban siendo fieles á la política tenebrosa 
de aquel hombre en 1851. — Se ha dicho que el 
fin anhelado y buscado por los aliados del 2Q de 
Mayo de 1851, fué el de alejar a Oribe de nues- 
tro país ^^\ — Y ésta es una verdad innegable.— 
En el preámbulo del pacto, de esa fecha, dicen 
sus firmantes ^-^ que, «interesados en afianzar 
la independencia y pacificación de la República 
Oriental, » persiguen el fin de « hacer salir del te- 
rritorio oriental al general don Manuel Oribe y 
las fuerzas argentinas que manda.» —¿Qué obs- 
táculos se presentaron al logro de este deseo legí- 
timo y patriótico?— Nunca debió volver á pisar la 
tierra en que naciera, quien tantas ignominias le hizo 
sufrir y tantas veces propendió á esclavizaría. — El 
doctor Manuel Herrera y Obes olvidó, sin duda, 
también, en los momentos alucinadores de la paz, 
que él había dicho dos años antes: « la Defensa de 
Montevideo no se cerrará sino con actos dignos de 



( 1) Alberto Palomeque: «De la diplomacia de la Defensa de 
Montevideo». (Urquiza, Garzón y el Brasil.) 

(2) Suscribieron ese tratado, el sefior Silva Pontes, por el Bra 
sil; el doctor Manuel Herrera y Obes, por el Gobierno Oriental, 
y Antonio Cuyas y Sampere, por Entre Ríos. 



JULIO M. SOSA 383 



SUS antecedentes y de los inapreciables sacrificios 
que ella cuesta á la República ^ ^ ). » — Don San- 
tiago Vázquez, — hombre de una sola pieza, — 
decía con razón al mismo doctor Herrera y Obes, 
al insinuar éste, en cierto momento difícil, la con- 
veniencia de un arreglo pacífico entendiéndose 
con los enemigos : serán traidores los que tal cosa 
hicieren! — Nosotros no aceptamos el calificativo, 
excesivamente duro; pero sí creemos que el pacto 
del 8 de Octubre fué un error, un profundo error 
de los hombres dirigentes de la política de la De- 
fensa í2). 



Si, apartándonos del hecho en sí mismo, estu- 
diamos sus consecuencias, corroboraremos la ver- 
dad de nuestro juicio. — Hechas las concesiones 



( 1 ) Alberto Palomeque, obra citada. (Misión Pacheco y Obes.) 

(2) Aunque muy conocido, creemos de interés publicar aquí el 
texto del pacto del 8 de Octubre de 1851 : 

« Artículo 1.° Se reconoce que la resistencia que han hecho los 
militares y ciudadanos á la intervención anglo - francesa, ha sido 
en la creencia de que con ella defendían la independencia de la 
República. 

« Art. 2.® Se reconoce entre todos los ciudadanos orientales de 
las diferentes opiniones en que ha estado dividida la República, 
iguales derechos, iguales servicios y méritos, y opción á los em- 
pleos públicos en conformidad á la Constitución. 

«Art. 3.0 La República reconocerá como deuda nacional, aquella 
que haya contraído el general Oribe, con arreglo á lo que para 
tales casos estatuye el Derecho público. 

«Art. 4.® Se procederá oportunamente, y en conformidad á la 
Constitución, á la elección de senadores y representantes en to- 
dos los departamentos, los cuales nombrarán el Presidente de la 
República. 



384 



BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



graciables de 1851, por una de esas aberracio- 
nes que registra la Historia como ejemplos de 
la incidentalidad de las cosas humanas, la si- 
tuación del país quedó en poder del Partido 
Blanco, es decir, del partido de los hombres del 
Cerrito. ~ Muerto el general Eugenio Garzón ^^^ en 
momentos en que el país entero cifraba grandes 
esperanzas en su elección para Presidente de la 
República, fué electo en su lugar,— por una irritante 
sorpresa, — don Juan Francisco Giró, — ciudadano 
ilustrado é inteligente, pero de una carencia ab- 
soluta de carácter, — dócil instrumento de uno de 
los políticos más fatales de nuestro país: don Ber- 
nardo P. Berro. — La política de contubernios ó 
fusionista, iniciada con el pacto de Octubre, em- 
pezó así, pocos meses después, á dar resultados 



« Art. 5.*» Se declara que entre todas las diferentes opiniones en 
que han estado divididos los orientales, no habrá vencidos ni ven- 
cedores, pues todos deben reunirse bajo el estandarte nacional, para 
el bien de la patria y para defender sus leyes é independencia. 

«Art. 6.** El general Oribe, como todos los demás ciudadanos 
de la República, quedan sometidos á las autoridades constituidas 
del Estado. 

«Art. 7.® En conformidad con lo que dispone el artículo ante- 
rior, el general don Manuel Oribe podrá disponer libremente de 
su persona.» 

( 1 ) El general Eugenio Garzón ha merecido de muchos publi- 
cistas opiniones favorabilísimas, contribuyendo no poco á esa be- 
nevolencia de juicio, la reacción que representó entre los orienta- 
les oribistas, en 1851, contra su antiguo jefe, Oribe, y el jefe de 
éste, Rosas. — Su candidatura á la primera Presidencia de la Re- 
pública después del sitio de Montevideo, fué prestigiada por gran 
número de ciudadanos de valimiento de ambos partidos tradicio- 
nales, como vínculo y garantía de concordia y de estabilidad ins- 
titucional. —Militar de cualidades distinguidísimas y de eminentes 



JULIO M. SOSA 385 



contraproducentes y absolutamente desfavorables 
á los hombres de la Defensa — Es decir, la causa 
de Montevideo, que había triunfado de hecho y 
de derecho en 1851, resultó vencida en 1852.— 
Por más que, aparentemente, los ases de la nueva 
situación, netamente oribista, no rechazaran \di fu- 
sión, el hecho es que el gobierno de Giró fué 
un gobierno de partido, y que la influencia del 
general Oribe preponderó hasta el 18 de Julio de 
1853. 

La guerra civil era inevitable. — Esto sucede 
siempre que los partidos se fusionan en un mo- 
mento dado, haciendo uno de ellos concesio- 
nes anormales: tarde ó temprano la anormalidad 
debe desaparecer, y entonces las ambiciones, los 
intereses, las conveniencias de uno ó de otro, oca- 



servicios prestados á la causa de la independencia americana, 
supo honrar el nombre de los orientales hasta en los más lejanos 
ámbitos del continente. — Inició su carrera militar con Artigas, 
que sabía enseñar á ser guapo, y sirvió después con Belgrano, 
con Santa Cruz, con Bolívar, con Alvear, del cual fué consejero 
en la batalla de Ituzaingó.— Sus despachos de coronel llevan la 
fírma del más grande de los capitanes de América: del vencedor 
de Boyacá. — Sin embargo, por más admirable que sea esta faz de 
la personalidad del general Garzón, grandes faltas, errores gra- 
vísimos, empequeñecen, ante las leyes de una moral política se- 
vera, al ciudadano y al soldado. — Garzón fué un servidor incon- 
dicional de Rosas, de Oribe y de Urquiza, sobre todo de este último, 
A quien admiraba por una injustificable subversión de criterio. — 
Si ofreció su concurso á la Defensa, después de haber combatido 
sus principios y sus hombres mejores, sancionando con su presen- 
cia la horrible carnicería de Arroyo Grande, fué porque Urquiza, 
debido á la sagaz y poco escrupulosa gestión diplomática del 
doctor Manuel Herrera y Obes, ofreció también el concuiso de su 
prestigio y de sus armas á la causa de la Nueva Troya. 

26 



386 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

sionan el rompimiento ruidoso, con epílogo de 
violencias. — Esto sucedió en 1853. — Oiró, in- 
fluenciado por Berro, soñó con la dictadura é 
indignó con sus procedimientos egoístas al par- 
tido de la Defensa. — Ocasión propicia para el 
desenlace de los sucesos, fué el 18 de Julio. — 
Los hombres de acción del partido de Oribe fue- 
ron ese día disfrazados de guardias nacionales á 
la plaza, entreverados con algunos ciudadanos ¡no- 
centes que vestían el mismo uniforme cívico. — 
Los ánimos estaban preparados para las solucio- 
nes violentas, y a la primera agresión de aque- 
llos guardias nacionales pretorianos, se produjo 
el movimiento militar que debía traer aparejada 
la caída del Presidente Oiró ^^\ — Aún después 
de ese día, se hubieran evitado lamentables suce- 
sos, si la intransigencia de don Bernardo P. Berro 
no hubiera impedido acceder á las justas exigen- 
cias de los partidarios de la Defensa, relativas al 
cambio de jefes políticos, etc. — Á duras penas 
se consiguió que Oiró otorgara los pasaportes 
necesarios al general Oribe para alejarse del país, 
pues su permanencia en él era una amenaza para 
la tranquilidad general. 



n ) Juan Carlos Gómez: El Nacióla/, de 1857 



JULIO M. SOSA 387 



El pacto de los generales Oribe y Flores. — Su significación histórica. — 
Sus inconveniencias. — La tradición de la Defensa. — La sinceridad 
del general Flores y la falsía del general Oribe. — Las ambiciones 
prepotentes de este último. — El caudillaje. — Antes y ahora. — La 
personalidad histórica del general Flores. 



El 11 de Noviembre de 1855, el general Flo- 
res,— el gallardo adalid de la Defensa, el futuro 
caudillo de la Cruzada Libertadora, — incurrió en 
el gravísimo error de asociarse al general Oribe, 
— ya de regreso éste de Europa,— por medio del 
célebre Pacto de la Unión, contra la élite del par- 
tido de la Defensa, olvidando las tremendas mal- 
diciones que ese partido, — que era la expresión 
de la Nación, — había arrojado sobre su nombre 
con el fuego de los cañones de Montevideo, du- 
rante nueve años ! ' ^ ^ — Ese pacto era algo así 

(1) Juan Carlos Gómez dijo, á este rebpecto : «En 1S55 hubo 
un jefe que se asoció á Oribe contra los que representaban las 
hermosas tradiciones de la libertad, y asociado al degollador, al 
asesino, al monstruo de estos países, regó con la sangre de los 



k 



388 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



como el reconocimiento y la aprobación de todos 
los actos de Oribe; era el acuerdo del Cerrito 
y Montevideo,— dos tradiciones que son absolu- 
tamente antagónicas; dos principios, dos sistemas 
que se repelen y destruyen.— ¿Para qué se había 
luchado tanto?— ¿Acaso para desconocer y des- 
virtuar después todas las razones, todos los he- 
chos, todas las glorias sobre que se había fundado 
el prestigio de la causa de la Defensa?— Oribe 
debió morir, como ya lo dijimos, lejos de su suelo, 
atenaceado su corazón por el remordimiento de 
sus crímenes, y maldecido por los buenos orien- 
tales, como punición justiciera de sus traiciones. 
— La paz que se constituye sobre la base de 
una claudicación, de una indignidad, y que se 
pretende mantener á despecho de los sentimien- 
tos de un pueblo ó de un partido, no es la paz 
que necesitan las naciones : esa paz abochorna y 
es instable, efímera, propensa á todas las con- 
tingencias que el descontento general puede pro- 
ducir. — Los conservadores y — fracción intelectual 
del Partido Colorado,— salvaron el honor compro- 
metido de los defensores de Montevideo, comba- 
tiendo el pacto de los generales, que tantos per- 
juicios, por otra parte, debía aparejar en cercanos 
años. — Muchos ^¿7m^as entusiastas . que habían 
acompañado al gobierno constituido contra los 



hijos del heroico Tajes, de Buzó y de otros patriotas jóvenes, las 
calles de la ciudad que no se habia atrevido á pisar Oribe hasta 
ese momento, 3' en las cuales se paseó desde entonces en coche. » 



JULIO M. SOSA 389 



revolucionarios de Agosto de 1855, aumentaron 
las filas de estos últimos en el movimiento de 
Noviembre del mismo año, indignados de que 
Flores hubiera hecho causa común con Oribe, y 
paseara del brazo con éste por las calles de Mon- 
tevideo ^^\ 

El general Flores,— en nuestro concepto, —era 
un hombre de característica sinceridad ; sus actos 
respondían quizás más al corazón que á la ca- 
beza.— Él pudo creer que se podrían cumplirlas 
cláusulas del pacto que celebró con Oribe.- Pero 
éste, cuya característica era la falsía, el prepotente 
afán de hacerse arbitro, de dominar por sí solo, y 
cuyos negros antecedentes ensombrecían todas 
sus acciones,— porque él fué siempre amigo de los 
extranjeros para ser enemigo de la patria; — el ge- 
neral Oribe— decimos— jamás pudo tener la in- 
tención generosa de evitar á su tierra « el terrible 
flagelo de la guerra civil, » como lo declaraba con 
su firma, ni temer que la disolución de la nacio- 
nalidad la hiciera caer bajo el yugo del extran- 
jero.— Él acechaba, — como dice un joven autor, — 
« con fruición indecible, el momento en que pudiese 
eliminar de un golpe á los hombres de la De- 
fensa. » — Era la misma táctica de Rosas planeada 
en la de Luis XI: dividir para reinar.— Anarquizado 
el Partido Colorado, disuelto por la propia diver- 
gencia radical de opiniones y de actos persona- 



(1) Referencias de sobrevivientes respetables. 



390 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

les, el triunfo del partido de Oribe era un axioma, 
pues contaba para ello, no sólo con los orientales 
adictos a él, sino con los partidarios de Rosas, 
refugiados en Montevideo, que él alentaba, lle- 
gando hasta organizarios y lanzarios á la tierra 
argentina con el fin de restaurar el sistema san- 
griento del déspota vencido en Caseros. — Es 
incuestionable que Oribe tenía ya preparado, 
al morir en 1857, un movimiento revoluciona- 
rio contra el gobierno de Pereira, que era he- 
chura suya, y al cual había servido activamente 
un año antes, «ofreciéndole el testimonio de la 
más firme adhesión ^ ^ \ » — Como decía Mel- 
chor Pacheco y Obes, «nada había aprendido, 
nada había olvidado^^)^» — ^\ ambicionaba man- 



( 1 ) Justo Maeso : « Colección de Leyes y Documentos oficiales » ; 
págs. 26 y 27. 

(2) He aquí un artículo de Juan Carlos Gómez, escrito, como 
todos los de su brillante pluma, con el estilo sentencioso de Tá- 
cito, en que se revelan las maquinaciones de Oribe en 1857, y al 
mismo tiempo se hacen apreciaciones oportunas sobre ese per- 
sonaje : 

« Los diarios de Montevideo se han puesto furiosos con nosotros 
por haber revelado « que pudimos tener á nuestras órdenes á don 
Manuel Oribe, que se nos ofrecía para derrocar al gobierno de 
Pereira y hacer pedazos los tratados brasileros, pero que desgra- 
ciadamente era preciso que Oribe pasase por la expiación de 
Álzaga, de negársele hasta el derecho de morir por la patria. » 

« En primer lugar claman que insultamos á las tumbas, por ha- 
blar contra Oribe después que es polvo y nada. Según esa teoría, 
queda prohibido hablar de Nerón, de Tiberio, de Calígulay otros 
abominables monstruos que la moral recuerda constantemente á 
las generaciones, para que ellas sufran en su memoria el castigo 
de crímenes que no hubieran podido pagar con una sola vida. 

« En segundo lugar, nos reprochan que hablamos así de Oribe, 
porque }'a está muerto y no puede inspirarnos miedo á nosotros 



JULIO M. SOSA 391 



dar solo ! — El general Flores, quizás inconscien- 
temente, decretó la pérdida del Partido Colorado. 
— Él, con esfuerzos heroicos, tendría más tarde 
que salvarlo de la débácle final. 



Los hechos posteriores comprobaron que si era 
inmoral y contraria á los intereses del país la alianza 



que hemos estado durante seis meses llamándole, cara á cara, 
asesino, ladrón, degollador, infame verdug-o de mujeres y niños. 

«Vivía él con todos susgenizaros, cuando nos paseábamos solos 
por las calles de Montevideo, en donde no se atrevía á presentarse el 
valiente caribe, á pesar del patrocinio de Pereira, de su mashorca, 
á pedirnos cuenta de la expiación á que lo sometíamos, día á día, 
en la picota de la prensa. 

« En tercer lugar, nos reprochan que es una impostura que 
Oribe se haya ofrecido jamás á nuestro partido para derrocar al 
gobierno de Pereira, ó haya dado un paso contra la existencia de 
su autoridad. 

« Haremos á los hombres de Montevideo algunas revelaciones 
que pueden importarles. 

«Oribe nos mandó decir, por una persona de su amistad, que si 
tuviera la certeza de que no lo desairásemos, nos daría un te, un 
baile, como homenaje debido á nuestra defensa de los intereses 
nacionales contra las pretensiones del Brasil. Nosotros contesta- 
mos al intermediario que no lo aceptaríamos, porque el te de 
Oribe nos envenenaría. 

«Rechazado en ese primer caso para coadyuvará nuestra obra, 
mandó á Botana con una misión al coronel Tajes, proponiendo 
ponerse á las órdenes de nuestro partido para derrocar al go- 
bierno de Pereira. 

« Aunque la proposición le indignó, el coronel Tajes no quiso 
rechazarla desde el primer momento sin comunicárnosla, y halló 
en nosotros los mismos sentimientos que le animaban, y le hicie- 
ron responder á Oribe que con él no quería ir ni al cielo. 

«Otros pasos dio después Oribe con el mismo mal éxito. 

« Hay un hecho que prueba la verdad de estas revelaciones, y 
que los blancos conocen mejor que nosotros, pues eran actores en 
él, y es la revolución que debió estallar, cuando Oribe cayó mor- 



392 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



de Flores y Oribe, no era menos desastroso un 
acuerdo, absolutamente artificial, entre hombres que 
no podían sentir, que no podían pensar nunca del 
mismo modo, y que pretendieron identificar 
también sus partidos, que, tanto ayer como hoy, 
es insensato unir en determinada acción política, 
si se aspira á consolidar el régimen correcto de 
las instituciones y abolir de una vez el sistema 
absorbente de predominio de los menos sobre 
los más, que da origen al caudillaje. — Y, para 
nuestro país, uno de sus peores males es ese 
caudillaje, hijo natural de las oligarquías omnímo- 
das, producto de la descomposición política de 
ciertas épocas cercanas, consecuencia fatal del des- 
potismo que se asienta y crece sobre los hombros 
recamados de oro de ese gigante audaz y despre- 
ciativo que arrolla todo con el nombre de mili- 
tarismo politiquero. — El caudillaje, en nuestra 
época, es un anacronismo, es una subversión 
que el progreso de las ¡deas y la evolución pro- 



taimente enfermo ; revolución combinada por Oribe para derro- 
car á Pereira, que la enfermedad de Oribe vino á interrumpir, 
disolviendo los elementos que él debfa oponer á las órdenes de 
otro jefe. 

« Este hecho lo saben bien los blancos, lo sabe Olid, que era 
uno de los autores, lo saben casi todos los comisarios de policía 
de Montevideo, que debían atar á Luis de Herrera y á Requena, 
en quienes quería saciar su saña Oribe. 

« He ahí « el constante respeto & la autoridad » del tiranuelo del 
Cerrito, á quien Pereira decretó honores fúnebres para elevarse 
á la altura de sus maldades, de que debía mostrarse muy luego 
continuador en Quinteros. » — Z,os Debates, de Buenos Aires, fe- 
cha 11 de Julio de 1858. 



JULIO M. SOSA 393 



pia del medio ambiente, debe excluir de la idio- 
sincrasia nacional, del organismo bastante mal- 
trecho de nuestra democracia. — La época del 
caudillaje ya pasó. — Sería insensato propenderá 
su restablecimiento. — No es el peso de un sable 
el que debe inclinar la balanza de nuestros des- 
tinos. — Él debe ser un instrumento del derecho 
para oponerse á toda fuerza perturbadora, y no 
un instrumento de la fuerza para desconocer el 
derecho que redime. 

El caudillaje, sin embargo, fué necesario en una 
época, ó, mejor dicho, constituyó una época de 
nuestros fastos políticos. — Mucho le debemos á 
él, y somos los primeros en condenar á los que 
se ensañan en la tarea de rebajarlo y deprimirlo. — 
Distingamos.— Los caudillos cometieron muchos 
errores; algunos de ellos, crímenes sin nombre, 
faltas injustificables. — Y no los justificamos, por- 
que fueron caudillos de hecatombes y de saqueos. 
— Pero esto no puede influir en el juicio general 
sobre el caudillaje.- Todos nuestros grandes hom- 
bres de armas del pasado, fueron caudillos: era 
necesario serio. — La falta de educación en las ma- 
sas, la inconsciencia de la ignorancia, exigía el^ im- 
perio de voluntades definidas y enérgicas.— Rivera, 
por ejemplo, surgió de la masa como un privile- 
giado; era el verdadero tipo del antiguo caudillo 
patriota: guapo como las armas; audaz hasta la 
temeridad; suspicaz y hábil como ninguno; gene- 
roso y tolerante con sus soldados; pródigo hasta 



3M BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

el derroche y la desorganización ; lleno de cariños 
por su tierra, anheloso de serle útil y de gloriarla 
con sus servicios y con sus triunfos.— Y á Rivera 
le seguía una pléyade brillante de caudillos valero- 
sos y meritorios que con él salvaron de las invasio- 
nes rosistas,— durante un período de más de diez 
años, — el patrimonio de los orientales.— No cree- 
mos tampoco que los caudillos estuvieran siem- 
pre equivocados en su acción política. — Muchas 
veces esos caudillos salvaron el honor del país, 
inspirados por la sinceridad de sus opiniones pa- 
trióticas, procediendo en abierta pugna con los 
políticos de gabinete, pictóricos de lirismo y am- 
biciones burocráticas. 



Con estas opiniones ligeramente esbozadas, es 
lógico que no consideremos al general Venancio 
Flores un mal ciudadano ó un mal patriota. — 
¡Ojalá todos nuestros caudillos hubieran tenido 
el gran corazón del héroe de la Cruzada! — Para 
nosotros, el general Flores es una de las per- 
sonalidades históricas más puras del país. — Si 
tuvo errores, grandes errores, como algunos de 
los que hemos criticado severamente, son expli- 
cables en un hombre que tuvo sobre su concien- 
cia más de una vez la responsabilidad de los des- 
tinos de su partido y de su patria, en días ne- 
bulosos de conflictos y de vicisitudes; en esOs^ 
tristes días, de que habla Thiers, en que hasta el 



JULIO M. SOSA 395 



deber es obscuro ! — Por otra parte, esos errores 
no son de tal magnitud que afecten su reputación 
de hombre honrado y de ciudadano inclinado al 
bien, ó que puedan ensombrecer una foja de ser- 
vicios brillantísimos prestados á la independencia 
de su suelo y á la libertad de sus connacionales. 
— Se dejó engañar, como tantos otros, por el es- 
pejismo seductor de las soluciones fraternales, — 
paliativos ó anestésicos propinados á enfermos 
rebeldes. — Tuvo la gran debilidad, sólo justifica- 
ble por su gran corazón, de creer que un pacto 
entre él y Oribe evitana muchas calamidades. — 
Pero en su propia culpa tuvo la penitencia. — 
Pronto se convenció de que la política fusionista, 
de maridajes provisionales y — usando la frase de una 
conocida zarzuela, — no era otra cosa que una 
celada, que una estratagema que debía tener su 
epílogo de sangre en la noche siciliana de la 
hecatombe . . . 

Toda la vida del general Flores abona en favor 
de sus buenos sentimientos cívicos. — Soldado 
de Cagancha, de la Defensa y de la Cruzada, — 
bastan esos títulos de gloria para que la posteridad 
recuerde su nombre con orgullo y con cariño.— 
Caballeresco y altivo; con una noción clara y 
reflexiva de sus deberes y de sus obligaciones; 
guapo y arrogante en la pelea, como sencillo y 
llana en su trato común; sin envanecimientos y 
soberbias incompatibles con su idiosincrasia en- 
teramente democrática, — el general Flores inspiró 



396 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

simpatías profundas, aun á los que las eventual!* 
dades políticas alejaron muchas veces de las fi- 
las de sus partidarios.— De pocos se podrá decir, 
como del general Flores: el desinterés personal 
más absoluto caracterizó su vida pública. — Con 
las manos limpias y con la conciencia tranquila, 
recibió la muerte, en una hora fatal de desvarios 
fratricidas ... ^ ^ ^ 



( 1 ) Juan Carlos Gómez, — cuya opinión se ha invocado por 
algfunos autores para deprimir al jefe de la Cruzada, — tenía en 
muy alto concepto á este meritorio caudillo. —Muchas veces tuvo 
ocasión de demostrarlo. — Entre nuestros apuntes de cosas pasa- 
das, encontramos una anécdota que creemos conveniente repro- 
ducir porque no se conoce, y que confírma lo que decimos antes. 
— El 18 de Septiem re de 1861, — un día después de la batalla de 
Pavón,— se hallaban cenando, en distintas mesas, en un hotel de 
Buenos Aires, entre otros el doctor Juan C. Gómez, el doctor 
Ángel Floro Costa, su hermano don Jaime, el doctor Jardín 3"^ el 
señor Manuel M. de la Bandera. — De pronto llegó el coronel 
Allende, y dijo que había recibido el general Gelly una carta del 
general Flores anunciándole que la infantería y artillería enemi- 
gas habían sido tomadas en Pavón; que le mindara munición, 
pues volvía al campo de batalla. — Esto último hacía suponer que 
Flores había huido del combate, y alguien objetó cómo sería que 
sabía aquel jefe la noticia de la toma de la artillería y de la in- 
fantería enemigas, habiendo salido del campo. — Sin embargo, otro 
de los presentes contestó : si el general Flores ha disparado, ha- 
brá sido el último en hacerlo !— Entonces, Juan Carlos Gómez, 
irguiendo su gallarda cabeza, dijo : « Lo creo, porque se trata de 
don Venancio Flores. Pianta más honrada no ha pisado territorio 
argentino!....* 



JULIO M. SOSA 397 



XI 



Don Gabriel Antonio Pereira. — Consecuencias del pacto de 1855. — 
Muerte del general Oribe. — Honores postumos. — Las intervencio- 
nes extranjeras. —Solicitudes oprobiosas de 1853, de 1854 y de 1857. 
— El auxilio extranjero lesiona la dignidad nacional. — Necesidad de 
evitarlo. — Opinión de don Pedro Bustamante. — La revolución de 
1857. — Matanza de Quinteros. — No hay justificación posible de tal 
hecho. — Es falso que á los revolucionarios de 1857 los inspirara 
un propósito anexionista. — Las pruebas. — Los revolucionarios obra- 
ron por sí solos. — Es falso también que las autoridades argentinas 
protegieran su empresa. — Documentos que comprueban lo que deci- 
mos. — El gobierno de Pereira fué atentatorio é inmoral. — Ejemplos 
demostrativos. — La capitulación de Quinteros. — Evidencia de la 
violación del pacto de honor. — Similitud ridicula. —Juicio rápido 
sobre Quinteros. 



Engendro raquítico y despreciable del pacto de 
1855, fué la Presidencia de don Gabriel Antonio 
Pereira,— candidato propuesto por Oribe en con- 
traposición á don Francisco Agell, que propuso 
Flores. — Pereira era de una debilidad notoria, 
con servicios prestados á la causa argentinista 
en otras épocas y con el vicio funesto de la 
ebriedad consuetudinaria. — Había tenido la virtud 



398 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

de mantenerse en una posición intermedia en 
los partidos tradicionales, aunque por circuns- 
tancias especiaiísimas, había formado parte de la 
administración riverista.— Pero bien sabía Oribe 
de qué pasta era el carácter de Pereira, y lo sos- 
tuvo empeñosamente hasta triunfar con él. — Su 
gobierno fué una serie no interrumpida de des- 
aciertos, de debilidades y de atentados. — Sucedió 
lo contrario de lo que sucede hoy: sus Ministros 
fueron arbitros; el Presidente fué un instrumento 
dócil — Y, producto de un pacto hecho precisa- 
mente para contrarrestar la acción de los con- 
servadores, éstos fueron las víctimas de todos 
aquellos desaciertos, debilidades y atentados. — La 
Mbertad de la prensa fué coartada; los ciudada- 
nos fueron presos y expatriados; los mismos le- 
gisladores de la fracción conservadora fueron 
apostrofados por la policía en pleno Cabildo, y 
las asambleas políticas fueron prohibidas. — El 
despotismo estuvo en auge. — ¿Era necesario algo 
más para que un partido, sin garantías y sin de- 
rechos, protestara con las armas contra semejan- 
tes atentados á la Constitución de la República? 
— ^No: desde que á ciudadanos como Juan Car- 
los Gómez, se les encerraba en un calabozo 
por predicar la moral política; desde que al hé- 
roe de Caseros se le desterraba de su país por- 
que no transigía con las infamias de un gobierno 
prostituido; desde que los fueros constitucionales 
de los representantes del pueblo eran descono- 



JULIO M. SOSA 399 



cidos, y el arbitrio personal había suplantado á 
la voluntad de la ley; desde que el ciudadano 
había dejado de ser tal con la pérdida de todas 
sus prerrogativas, — la revolución era un recurso 
legítimo, — como lo será siempre, — un medio 
necesario para devolver por la fuerza á los pue- 
blos ó á los hombres el supremo patrimonio de 
sus derechos, que también por la fuerza se les 
quita! — Más todavía: Oribe murió el 13 de No- 
viembre de 1857, y el gobierno de Pereira, — 
hechura de aquel hombre, — le decretó honores 
pomposos, haciéndose solidario por ese hecho 
de todas las acciones de aquel mal oriental, que 
siempre fué enemigo de la independencia de su 
suelo í^l 



(1) Para que nuestros lectores se den perfecta cuenta de la 
subversión de la época, diremos, que según el exordio del decreto 
de la referencia, fechado el 19 de Noviembre de 1857, Pereira pre- 
tendía justificar los honores acordados, considerando « un deber 
imprescindible del gobierno honrar ¡a memoria de , os fundado- 
res de nuestra independencia y nacionalidad. » — Y, sin embargo, 
el mismo don Gabriel Antonio Pereira, como Presidente del Se- 
nado en ejercicio del Poder Ejecutivo, con fecha 9 de Agosto de 

1839, se había dirigido á los orientales, calificando en la forma que 
va á verse, á los servidores de Rosas, en cuyo número se contaba 
Oribe : « La independencia nacional^ la Constitución y el orden 
público se ven ya atacados á fuerza armada por una horda de 
extranjeros imbéciles y desmoralizados, y por algunos orientales 
desnaturalizados é ilusos, á quienes es preciso oponer una resis- 
tencia firme y constante. » — Poco después, el 1." de Enero de 

1840, al' dar cuenta á la Asamblea General de los sucesos ocurri- 
djos en el año anterior, decía : « Hace medio año que nuestro te- 
rritorio fué invadido por un ejército extranjero enviado por el 
tirano de Buenos Aires ; se componía de hordas de aventureros y 
de algunos desnaturalizados orientales, que apellidando por es- 
carnio las leyes, derramaban muerte y desolación. » 



400 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



Como si en realidad existiera cierta solidaridad 
de procedimientos y responsabilidades entre el go- 
bierno de Pereiray el general Oribe, el primero si- 
guió la repulsiva tradición de solicitar el auxilio 
extranjero, en formas humillantes para el decoro y 
la integridad del país, con el fin de hacer prevalecer 
determinados propósitos. — En el mismo año de 
1857, don Antonio de las Carreras solicitó del 
general Urquiza, primero, y después del Brasil, 
la protección salvadora de sus armas para sofo- 
car el movimiento de !a opinión contra el go- 
bierno de su alter ego, don Gabriel Antonio 
Pereira. — Además, solicitó del mismo Imperio 
del Brasil, los recursos pecuniarios de que ca- 
recía el gobierno ^^\ — Esto era sencillamente 
monstruoso. 

.Sin embargo, nosotros hemos podido notar que 
algunos escritores, — entre ellos el autor de «La 
Tierra Charrúa», — descompaginan los dicciona- 
rios en busca de vocablos candentes para cali- 
ficar la conducta del general Flores en 1864, por 
haber solicitado la intervención de los brasileños 



( 1 ) « Con dinero del Imperio, — dijo en 1870, el doctor José Pe- 
dro Ramírez, — se compró el plomo que atravesara el cuerpo del 
heroico Tajes, de Freiré, de Díaz, del noble Caballero, y demás 
jefes de aquel ejército de patriotas que había lanzado su reto al 
déspota inmoral y estúpido que hacia una impúdida bacanal de 
la patria, al hombre á quien los excesos de su vida habían con- 
ducido al último grado de la imbecilidad. » 



JULIO M. SOSA 401 



en asuntos puramente orientaíes.— Y olvidan esos 
escritores sectarios, que el 3 de Junio de 1837, 
el general José María Reyes, en representación 
del gobierno de Oribe, suscribió un proyecto de 
tratado de alianza con el Imperio del Brasil 
para combatir á Rivera. — Olvidan que el señor 
don Bernardo P. Berro, como Ministro del Pre- 
sidente Juan Francisco Giró, se dirigió con fecha 
21 de Septiembre de 1853, á los agentes extran- 
jeros residentes en Montevideo, pidiéndoles « que 
con la fuerza armada de que puedan disponer, se 
encarguen de la protección de la ciudad. » — Ol- 
vidan que el mismo Berro se dirigió al Ministro 
del Brasil solicitando su intervención en favor del 
gobierno caído. — Olvidan que Giró, — desde la 
Legación de Francia, en que se hallaba asilado 
en Septiembre de 1853, — dictó un decreto po- 
niendo bajó el cuidado del agente francés la 
Aduana de Montevideo, y autorizó á los demás 
agentes de naciones extranjeras, para que des- 
embarcarán fuerzas en la ciudad, que pudieran 
batirse con los orientales. — Olvidan que el mismo 
Berro y el mismo Giró ofrecieron dobles premios 
á los legionarios extranjeros « para que ultimasen 
á los orientales de cualquier modo, » — según las 
palabras de Juan Carlos Gómez, — al mismo 
tiempo que enviaban á don Jaime Estrázulas á Río 
Janeiro, para pedir el protectorado brasileño, y lo- 
graban traer hasta nuestra frontera «un ejército 
de 5.000 hombres, para apoyar la reacción de Di- 

26 



402 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

ciembre de 1853. »— Olvidan que con fecha 30 de 
Enero de 1854, los leaders de la política oposi- 
tora en esa época, como de las Carreras, Váz- 
quez Sagastume, Juanicó, Luis de Herrera, Arras- 
caeta, Juan José de Herrera, Santiago Botana, etc., 
dirigieron el siguiente documento al Ministro del 
Brasil, don José María do Amaral : « Nosotros los 
orientales que firmamos la representación anexa, 
declaramos que lo hacemos persuadidos de que 
la intervención armada á que ella alude, es indis- 
pensable no sólo para darnos garantías sociales, 
pero también para ponernos en el pleno goce de 
nuestros derechos políticos, de los cuales de fado 
nos hallamos privados , porque anarquizado el País y 
sin garantía de género alguno, necesitamos de la 
intervención armada, á fin de que el Brasil, en 
cumplimiento de los tratados de 12 de Octubre de 
1851, haga efectivos y duraderos la paz, el orden 
y el imperio de las instituciones,»— Olvidan que 
los hombres de la administración Pereira no tu- 
vieron escrúpulos «para mendigar, — según un 
autor, — el auxilio moral y material de los maca- 
cos, de la raza mulata; ni tampoco se acorda- 
ron de la ambición de ese infame Imperio escla- 
vócrata para conquistar nuestro país, como de- 
cían en la revolución del general Flores ^^^ . .» — 
Olvidan la carta de 8 de Febrero de 1858, fir- 



( 1 ) Juan Manuel de la Sierra : « La Revolución de 1857 y la 
Hecatombe de Quinteros ». 



JULIO M. SOSA 403 



mada por Antonio de las Carreras, en que agra- 
dece á los agentes extranjeros el concurso de las 
tropas que desembarcaron, á pedido del gobierno 
de Pereira, para garantir el orden. — Olvidan que 
el general Urquiza, como Presidente de la Con- 
federación Argentina, dio órdenes á sus tropas 
de Entre Ríos para que pasaran á nuestro terri- 
torio, poniéndose á disposición del comandante 
de los departamentos del Norte, coronel Diego 
Lamas, en Enero de 1858, siendo contestada la 
nota en que así lo comunicaba Urquiza, con fra- 
ses entusiastas por el Presidente Pereira ^^\ 

Es necesario, pues, no ser intolerantes. — Es 
necesario ser justos. — Los hombres de mayor 
prestigio de los dos partidos tradicionales, incu- 
rrieron siempre en el mismo lamentable error de 
implorar la protección extranjera en favor de sus 
pretensiones sectaristas, con peligro evidente del 
decoro y de la integridad nacional. — Lo mismo 
Lavalleja, que Oribe, que Flores, que Giró, que 
Berro, que los personajes blancos de actuación 
en la política en 1854, han requerido la protec- 
ción extranjera, distinguiéndose sólo unos de otros 
en el fin inmediato y en la forma de la solicitud. 
— Tales solicitudes, hechas, muchas veces, en tér- 
minos desdorosísimos, fueron sugeridas por la 
impotencia de los partidos en momentos dados, 



(1) Maeso: c Colección de Leyes y Documentos oficiales». — 
Puede verse la nota de Pereira, en la pííg. 337. 



404 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

y por la irritación injustificable que en los hom- 
bres producen los apasionamientos de la lucha 
política. — Y el gran peligro de nuestra naciona- 
lidad está, precisamente, en esas intervenciones 
indebidas, que, en cierto momento, uno ú otro 
de nuestros partidos legaliza y prestigia contra 
los intereses vitales de la comunidad nacional. — 
Es menester, á toda costa, desbaratar, en vez >de 
fomentar, «esa diplomacia artera, — de que ha- 
blaba hace muchos años el doctor don Pedro 
Bustamante, — que desde 1853 especula con nues- 
tras desgracias, que desde 1851 explota entre nos- 
otros el espíritu de partido, ofreciendo y dando 
protección y apoyo á unos y otros, unas veces 
ahernativamente, y otras simultáneamente; pero 
siempre con una mira fija, siempre con la mira 
fija de arruinarnos, de cortarnos las alas, de ani- 
quilarnos, para que en vez de un Estado rico y 
poderoso, capaz de inspirarle recelos, seamos ^un 
pueblo miserable y raquítico, dispuesto como para 
recibir pacientemente la ley del más fuerte. » 



En los hechos reseñados ligeramente, encuén- 
trase el origen de la revolución terminada trágica- 
mente en el Paso de Quinteros, el 2 de Febrero 
de 1858. — Ella es una consecuencia sangrienta 
del Pacto de 1855. — El asesinato de Quinteros 
sólo se ha producido una vez en nuestro país: 
nada le iguala. — No hay justificación posible para 



JULIO M. SOSA 405 



los que el 1.0 y el 2 de Febrero arrancaron la 
vida á ciudadanos de la talla moral de César Díaz, 
de Manuel Freiré, de Caballero, Abella, Sacarello, 
etc., etc., cuyos servicios al país están escritos con 
el sable de los héroes en las páginas de hierro 
de la Defensa y de Caseros. — Fríamente, sin una 
razón justa, con lujo de barbarie y de insolen- 
cia, se inmolaron en los días mencionados, y 
después también, ciento cincuenta y dos jefeSy 
oficiales y soldados, resultando muchos de ellos 
con la garganta partida ! — « Se mató por espa- 
cio de cuarenta leguas, desde el Paso de Quin- 
teros, lugar de la capitulación, hasta la frontera 
de Montevideo. — Se mató Á fusil, á lanza y á cu- 
chillo, — Se mató en grupos y uno á uno. Los ex- 
tranjeros fueron todos degollados, por extranjeros. 

— Los qué quedaban rezagados en la marcha, de 
cansancio, eran lanceados, — Cada vez que se daba 
de beber á los prisioneros, eran degollados algu- 
nos en las orillas de los arroyos. — Al fin de 
cada comida, de postre (decían) degollaban otros. 

— Así llegaron hasta Montevideo, que no fué el 
término de esa atroz carnicería, pues allí fueron 
degollados también en las cárceles y en los cuar- 
teles ^^\» 

La humanidad toda se estremeció de espanto 
ante tal crimen, sin precedentes y sin nombre, que 
por sí solo demostraba la perversión monstruosa 

(1 ) Los Debates, de Buenos Aires, fecha 4 de Marzo de 185S. 



406 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



de SUS autores, de sus inspiradores y sus cóm- 
plices. La prensa del mundo entero agotó el vo- 
cabulario de los términos denigrativos para juz- 
gar la conducta de un gobierno que pretendía 
asentar su predominio sobre charcos de sangre, 
sobre conciencias muertas, sobre el sacrificio de 
los hombres y de las ideas ! — Los Ministros de 
Pereira, — de las Carreras, sobre todo, — que más 
tarde sufriría la pena del Talión, -arrancaron al 
tránsfuga que gobernaba, la orden fatal del ale- 
voso asesinato que el mismo Pereira calificó des- 
pués, sarcásticamente, de ejemplo saludable! ^^^» 
— Y se tuvo la audacia de festejar oficialmente el ex- 
terminio de nuestros primeros militares, después de 
haber violado, contra todas las leyes del honor, la 
promesa de la vida que hiciera el general Medina á 
los rendidos! — El doctor Ángel Floro Costa dijo 
en 1884, ocupándose de la matanza de Quinte- 
ros : « Fué un crimen oficial, franco, descarado á 
la faz del país y del mundo; preconizado en do- 
cumentos oficiales, y en los labios de todo un 
partido político, como un gran acto de justicia 
nacional^ glorificado como un fecundo y provechoso 
escarmiento que aseguraba á perpetuidad la domi- 
nación del Partido que tuvo la intrepidez de per- 
petrario á la faz de la nación. — Fué más que eso: 
fué un crimen chicaneado á los amaños de la 
muerte por las insidias brutales de una capitula- 

(1) Mensaje de 15 de Febrero de 1858. 



JULIO M. SOSA 407 



ción violada; impuesto con sacrilega efervescencia 
á los descaecimientos físicos de un decrépito go- 
bernante, por la febril presión de una tenebrosa 
oligarquía; disputado, en fin, por la embriaguez 
del sofisma á la unísona piedad de todo un pue- 
blo! íi)» 



Los escritores sectarios encuentran, si no lo 
justifican, grandes atenuaciones á la hecatombe 
siciliana de Quinteros. — Unos equiparan ese he- 
cho con el fusilamiento de los defensores de 
Paysandú y de Florida; con el fusilamiento de 
Dorrego, de los hermanos Carrera, y con otros 
casos análogos ; y agregan que «falta averiguar 
si la libertad estaba proscrita del país en 1857, 
bajo los auspicios de un gobierno constitucional, 
recto y honrado, y si en ese supuesto ella venía 
envuelta en los pliegues de una bandera renco- 
rosa y anexionista ^-\» — Otros afirman resuel- 
tamente que el plan de los revolucionarios de 
1857, era «anexar la República Oriental á la Pro- 
vincia de Buenos Aires ^^\» 

A falta de argumentos de otra índole, se pone 
en duda el patriotismo de hombres como César 
Díaz, que jamás tuvieron afinidades con el argen- 

(1) Oración fúnebre, pronunciada el 2 de Febrero de 1884 al 
pie del monumento de los mártires de Quinteros, 

(2) «La Tierra Charrúa». 

(3) Justo Maeso : «La última délas rebeliones en la República 
Oriental» (1858). 



406 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

tinismo de Oribe ó Lavalíeja, y se afirma contra 
la verdad resaltante de los hechos, que el gobierno 
de Pereira era recto y honrado. 

Empezaremos por decir que la revolución de 
1857 no tenía nada que ver con el anexionismo: era 
una revolución oriental con fines puramente orien- 
tales. — Los hombres de acción del Partido Colo- 
rado jamás fueron anexionistas: ésta es una de 
las diferencias fundamentales de nuestros partidos 
históricos. — Mientras muchos de los afiliados 
al Partido Blanco han sido siempre anexionis- 
tas, — y hoy mismo lo confirman los hechos y 
las palabras de algunos de sus prohombres,— el 
Partido Colorado ha representado siempre una 
tendencia enérgica y continua á resistir toda pre- 
tensión reincorporativa. — El propio anexionismo 
de Juan Carios Gómez, no era el anexionismo 
de Oribe: aquel ilustre publicista aspiraba á una 
gran comunión de pueblos, aboliendo hasta las 
denominaciones nacionales anteriores; formar una 
patria grande y absolutamente nueva, sin des- 
doro ni sumisión para una de sus integrantes ^^\ 

Por otra parte, si la anexión hubiera sido el 
fin de la Revolución, lo lógico sería suponer que 
las autoridades argentinas habrían contribuido al 



(1) Juan Carlos Gómez definía así la anexión: «La unión de 
dos Estados, conservando cada uno su independencia, su sobera- 
nía propia, su constitución, sus leyes, su vida, todo lo que emane 
de esa independencia y de esa soberanía. » —El Nacional, 1.* de 
Junio de 1857. 



JULIO M. SOSA 409 



éxito de la empresa. — Pero sobran documentos, del 
propio Gobierno de Buenos Aires y de otras per- 
sonas respetables, para comprobar la absoluta y 
severa neutralidad de aquellas autoridades res- 
pecto de la revolución de 1857. 

El doctor Juan Carlos Gómez- decía en 1858, 
después de historiar los compromisos contraídos 
por los hombres del « Partido de la Libertad »,- se- 
gún su calificativo predilecto,— en el movimiento 
que fracasó en Quinteros : « Entonces se habló 
por primera vez de los elementos que la causa 
tenía en Buenos Aires, y hemos sido francos y 
leales con nuestros amigos, patentizándoles desde 
el primer momento que no debían contar con 
otra cosa que el personal de doscientos emigra- 
dos existentes en Buenos Aires y sus alrededo- 
res, y esto solamente para un golpe militar .... 
Estoy persuadido de que la misma franqueza 
tuvo el general Díaz, porque me consta que él ma- 
nifestó á varias personas en Buenos Aires, que no 
contaba sino con sus recursos personales ... La 
revolución no ha fracasado porque faltase la pro- 
tección de Buenos Aires la revolución ha 

fracasado, pienso, porque se invirtieron los roles, 
reduciendo á los mezquinos límites de una cons- 
piración . . . una gran revolución de principios ; 
en segundo lugar, porque se convirtió una revo- 
lución, que es un suceso político, en una cam- 
paña, que es una simple operación militar. Por 
eso ha fracasado, pero dejando al partido de lá 



410 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

Libertad dos glorías más que le aseguran el porve- 
nir: la gloría del heroísmo de Cagancha y la gloría 
del martirío de Quinteros ! ^ » — El señor Héctor 
F. Várela, en cartas dirígídas al señor Manuel M. 
Castro - , demostraba la falta de fundamento de 
los que atribuían alguna intervención del gobierno 
de Buenos Aires en el movimiento revolucionario 
de 1857. - Transcribiremos algunos párrafos, que 
consideramos deinterés, para comprobar nuestros 
asertos : — :c Como testigo presencial — decía — de 
todo lo que se ha relacionado con la expedición 
(revolucionaria) de Buenos Aires, hablo, pues, con 
pleno conocimiento de causa. La primera cosa 
que hizo el general Díaz á su llegada á Buenos 
Aires, fué ver al doctor José Barros Pazos, Minis- 
tro de Gobierno, y pedirle 200 fusiles. El doctor 
Pazos se los negó, objetándole que el gobierno 
deseaba observar la más estricta neutralidad en 
los asuntos de la República Oriental, lo que está 
justificado por las cartas auténticas del doctor Al- 
sina, publicadas por el señor doctor Carlos Calvo, 
Encargado de Negocios del Estado de Buenos 
Aires en Montevideo ... » — Explicaba después el 
mismo Várela, que gracias al aviso que él dio por 
carta al general Díaz, éste pudo eludir la acción 
de las autoridades argentinas, que se decidían á 



( 1 ) De un artículo publicado por el doctor Gómez en La Tri- 
buna de Buenos Aires, el 7 de Febrero de 1858. 

(2) Insertas en el mismo diario La Tribuna, de 28, 29 y 30 de 
Marzo de 1858. 



JULIO M. SOSA 411 



apresar la Mqypú. — Después agregaba: «Sien la 
policía de Buenos Aires hubiera entrado la mente 
de auxiliar la revolución, lo habría hecho franca y 
decididamente, valiéndose para ello de los pode- 
rosos elementos con que contaba y cuenta toda- 
vía.— ¿Ó cree usted,— preguntaba al señor Castro, 

— que nuestra situación es tan precaria para no 
tener otros auxilios que haber ofrecido á nuestros 
amigos de causa que los pocos elementos de que 
se componía la expedición del general Díaz?...— 
Pocos días antes de haber zarpado del puerto la 
Maypúy el gobernador del Estado, sabedor de que 
algo se hablaba al respecto á expediciones y reu- 
nión de los emigrados orientales, ordenó al jefe 
de policía que llamase al general Díaz y le prohi- 
biese lo uno y lo otro; porque el gobierno que- 
ría conservar su neutralidad acostumbrada en la 
lucha que debatían los partidos en la otra orilla. » 

— Transcribía en seguida el señor Várela una carta 
del doctor Alsina,— gobernador de Buenos Aires,— 
dirigida al señor Calvo, en que se evidencia esa 
misma neutralidad. — Además, agregaba el señor 
Várela: « En la relación del parque tomado al gene- 
ral Díaz después de la matanza sin nombre de 
Quinteros, aparecen solamente los doscientos y 
pico de fusiles comprados aquí por el mismo ge- 
neral, los morrales de lona que le proporcionamos 
sus amigos, y el saquito de balas que se compró 
por no haber cartuchos, ni de donde sacarios. » 

— Esto consta también en los documentos oficia- 



412 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

les del general Medina.— Un testigo presencial de 
todos los hechos preliminares de la revolución de 
1857, y actor en la trágica jornada de los primeros 
días de Febrero, confirma lo dicho por don Héc- 
tor Várela, y agrega que el doctor Juan Carlos Gó- 
mez no tomó parte alguna en el movimiento.— Ese 
ciudadano,— dice,— «no ocultaba sus opiniones á 
este respecto ; á nosotros nos dijo en su cuarto 
del Hotel de Roma, calle San Martín, dos ó tres 
días antes de partir en la Maypú : « No vaya us- 
ted, amigo mío, en esa expedición, pues van á ser 
sacrificados; créamelo. — ¿Por qué doctor? le pre- 
guntamos. — Porque no contamos con ningún re- 
curso de este gobierno egoísta; ni hombres, ni 
armas, ni municiones, nada, absolutamente nada 
podemos esperar de él . . » — « El general, — si- 
gue diciendo el mismo autor, — no vino á su pa- 
tria por cuenta del gobierno de Buenos Aires, 
como los escritores de la época, Acha, Maeso, 
Horne, etc., etc., pretendieron hacerlo aparecer, 
con el maldito intento de traer, como trajeron, el 
auxilio del Brasil y de Urquiza Vino impul- 
sado por sus sentimientos patrióticos, y al llamado 
reiterado de sus amigos de causa en armas y á 
las puertas de Montevideo (^\» — Por su parte, 
el propio doctor Alsina, dijo en carta del 10 de 
Enero de 1858: « los revolucionarios, nada, abso- 



( 1 ) Don Juan Manuel de la Sierra, escapado milagrosamente 
de la masacre de Quinteros. 



JULIO M. SOSA 413 



lutamente nada, han recibido de las autorida- 
des ni establecimientos públicos. » — El doctor 
Juan Carlos Gómez, contestando una carta de 
Héctor F. Várela, en que le preguntaba éste si el 
gobierno argentino había conservado la más com- 
pleta neutralidad, decía: «Tan extremosa ha sido 
la neutralidad del gobierno de Buenos Aires en 
los asuntos orientales, que no temo decir que ha 
faltado á los deberes de hospitalidad que se dis- 
pensa en todas partes á los emigrados políti- 
cos Los emigrados orientales que escaparon 

de los degüellos y las atrocidades que se siguie- 
ron á la carnicería de Quinteros, han podido mo- 
rirse de hambre en Buenos Aires por el exceso 
de neutralidad . . . . » 

Por lo demás, si pudo atribuirse bandera 
anexionista á la revolución de 1857, por la in- 
tervención del doctor Gómez, debe saberse, — 
ya lo hemos probado con las citas anteriores, 
y nadie podrá desmentirio, — que el propio doc- 
tor Gómez se opuso al movimiento, precisa- 
mente porque le auguraba un fracaso, desde que 
el gobierno argentino se negaba á facilitar recur- 
sos para aquella empresa. — Y si algo falta para 
comprobar la inexactitud en que incurren los que 
atribuyen fines anexionistas á la revolución de 
1857, diremos que al mismo Juan Garios Gómez 
pertenece esta noble frase: «Al que hiciese de la 
unión ó de la anexión una bandera de guerra ci- 
vil, aquí ó en Buenos Aires, lo consideraríamos 



414 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

como un criminal contra las instituciones y la 
soberanía del pueblo. » 

Tenemos la pretensión de haber probado hasta 
la evidencia que se comete error al sostener que 
el doctor Gómez inspiró la revolución de 1857, ó 
tuvo afinidades con ella, así como también que se 
falsea la verdad al sostener que el Gobierno de 
Buenos Aires interviniera en forma alguna en ese 
movimiento cívico de tan trágico desenlace. — • 
En cambio, debe tenerse en cuenta lo que ya 
hemos dicho: los que solicitaron y obtuvieron 
realmente la protección de Urquiza y del Brasil, 
fueron los mismos hombres del gobierno de Pe- 
reira, que no tuvieron empacho en traficar con 
la nacionalidad. — Y sin embargo, hoy se pre- 
tende disminuir la gloria del movimiento de 1857, 
diciendo que era anexionista la bandera de César 
Díaz ! . . . 



En cuanto á la atrevida afirmación de que el 
gobierno de Pereira fué un gobierno recto y 
honrado, nos concretaremos á formular estas pre- 
guntas:— ¿Es recto un gobierno que atenta contra 
las garantías individuales; que ultraja y detracta 
á legisladores inmunes por la Constitución; que 
clausura violentamente las imprentas y expatria ó 
encierra en inmundos calabozos á los periodis- 
tas?— ¿Es recto un gobierno que, —para citar 
hechos concretos, — por intermedio de don Diego 



JULIO M. SOSA 415 



Lamas, hace arrancar de su cama, donde se ha- 
llaba paralítico, al capitán don Agustín Silva, re- 
sidente en Paysandú, y lo hace fusilar sin juicio 
previo, porque era colorado, aunque no había to- 
mado parte en la revolución de César Díaz? — 
¿Es recto un gobierno que, por intermedio de 
don Lucas Moreno, hace fusilar en la Colonia al 
comandante Mesa? — ¿Es recto un gobierno que, 

— según las palabras de un ilustre publicista ^ * \ 

— no pudiendo arrancar de la Asamblea Legis- 
lativa la sanción del tratado celebrado con el 
Brasil, ni aún á favor de las amenazas del Jefe 
Político, disuelve por un golpe de autoridad la 
Cámara de Representantes? — ¿Es recto un go- 
bierno que el 18 de Marzo de 1856 hace atro- 
pellar, puñal en mano, á los representantes del 
pueblo, hiriendo á los diputados Torres y Laban- 
dera?— ¿Es recto un gobierno que, en 1856, des- 
tierra á los ciudadanos Del Castillo, Díaz y Pintos, 
por haberse rebelado contra la autoridad del Jefe 
Político de Tacuarembó ?— ¿Es recto un gobierno 
que, el 30 de Marzo del mismo año, destierra sin 
razones valederas, ni causa legal, al general Díaz, 
al coronel Tajes, etc.?~¿Es recto un gobierno que, 
con fecha 2 de Noviembre de 1857, destierra sin 
forma alguna de proceso, á los ciudadanos y mili- 
tares Gómez, Poyo, Abella, Nieto, Zorrilla, Reinal, 
Sacarello, Espinosa, Garzón, Tezanos, etc.?— ¿Es 

( 1 ) El doctor Pedro Bustamante. 



416 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

recto un gobierno que hace perseguir implacable- 
mente y destierra a! doctor Mezquita porque tra- 
baja en Mercedes contra la lista oficialista de dipu- 
tados, y tolera el asesinato, si no lo inspira, de un 
empleado de policía que era amigo de aquél? — 
¿Es recto un gobierno que tolera ú ordena el 
asesinato de un sargento de policía del Salto 
porque prestigia la lista colorada? — ¿Es recto 
un gobierno que destituye por decreto á los 
miembros délos Tribunales de Justicia? í^^—¿ Es 
recto un gobierno que permite ú ordena «que 
en el departamento de Canelones le acechen la 
casa al comandante don Nicasio Borges para 
asesinarlo, obligándole á guarecerse en los mon- 
tes del Santa Lucía, » y que « destierren de la Co- 
lonia al mayor Arroyo y otros vecinos del de- 
partamento porque trabajan por el triunfo de 
la lista colorada?. ...» — ¿Es recto un gobierno 
que priva á los ciudadanos del derecho de reunión, 
por pretextos pueriles, — como aconteció con la 
Asamblea del «Club Defensa» el l.o de No- 
viembre de 1857,— y que hace uso del puñal 
anónimo para intimidar á los ciudadanos íntegros? 
—¿Es recto un gobierno cuyo jefe declara á la 
faz del país, refiriéndose á las elecciones popu- 
lares, que «el triunfo está de parte de quien de- 
bía estar, de parte de la autoridad, » y que duda 
« si es un derecho contrariar á la autoridad? í^) » 

( 1 ) Decreto de 4 de Febrero de 1858. 

(2) Proclama de don Gabriel Antonio Pereira, de fecha 1." de 
Diciembre de 1856. (Colección citada.) 



JULIO M. SOSA 417 



— ¿Es honrado un gobierno que decreta honores 
postumos, correspondientes á los beneméritos de 
la Patria, á don Manuel Oribe, el teniente de Ro- 
sas y el verdugo de su tierra?— ¿Es recto un go- 
bierno que coarta y desconoce la libertad de la 
prensa? (^'— ¿Es acaso honrado un gobierno que 
decreta la muerte de cientos de compatriotas, 
muchos de ellos esclarecidos por sus servicios 
y sus cualidades, violando una capitulación de 
honor? — ¿Es soportable, en fin, un gobierno 
bajo el cual se cometen, sólo en el departamento 
de Cerro Largo, en el término de dos años, 
treinta asesinatos impuneSy muchos de ellos per- 
petrados por los propios secuaces del Jefe Polí- 
lico don Dionisio Coronel? ^-^ 

No citamos opiniones que robustezcan núes- 
Iras palabras en este punto: ellas abundan en 
libros, en documentos y en periódicos. — Todos 
los hechos que citamos como ejemplos, y mu- 
chos otros que sena fastidioso enumerar, no se-' 
rán desmentidos. — ¿Puede decirse entonces, sin 
incurrir en el mayor de los absurdos, que el go-. 
bierno de Pereira era recto y honrado, y que 
lodavía es necesario averiguar de qué parte es- 
taba la razón en la contienda de 1857? 



(1) Decreto de 21 de Diciembre de 1857. 

(2) En El Nacional, de 19 de Octubre de 1857, apareciéronlos 
nombres propios de las víctimas. 

17 



418 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



Llegamos ahora á un punto importante: ¿hubo 
ó no capitulación en el Paso de Quinteros? 

Respondemos sin vacilar afirmativamente.— Se- 
gún las opiniones de un actor en aquella jornada,— 
que merecen de don Antonio Díaz el concepta 
de verídicas,— el general César Díaz recibió, al dete- 
nerse á orillas del Río Negro, del general Medina, 
por intermedio del parlamentario enviado por el 
primero, un documento en que le garantía la vida 
de los insurgentes.— Vuelto al campamento de 
Medina el parlamentario, fué encargado de llevar 
á Díaz el pliego de condiciones de la entrega de 
los revolucionarios.— Esta capitulación fué firmada 
por el general Díaz y el coronel Tajes. 

Varios documentos y hechos comprueban, por 
otra parte, la existencia de la capitulación. — El ge- 
neral César Díaz, en carta íntima á su esposa, le de- 
cía el 29 de Enero : « Ayer hemos sido obligados a 
'capitular con el general Medina .... se convino en 
que serían garantidos todos los oficiales y soldados, 
y que los jefes tendríamos un salvoconducto para 
el Brasil ^ ^ \ ;* — El capitán de la Sierra, en otro 



(1) He aquí el tex'o del pasaporte que fué quitado á César 
Díaz, al hacérsele volver después de emprender el viaje hacia la 
frontera, segün lo declara un testigo pi esencial: 

« Cuartel General, Paso de Quinteros, Enero 28 de 1858.— Ejército 
de Operaciones. — Pasan al Brasil con mi garantía y acompaña- 
dos del señor Jefe Político de Cerro Largo hasta dejarlos del otro 
lado de la frontera, el general don César Díaz, general don Ma- 
nuel Freiré, coronel don Francisco Tajes, coronel don Eulalio 
Martínez, teniente coronel don Isidoro Caballero, teniente coro 



JULIO M. SOSA 419 



párrafo de una carta dirigida á su esposa, con fecha 
28 de Enero, le decía: «No tengas cuidado por mí, 
pues la capitulación celebrada garante la vida de 
todos nosotros y que seremos conducidos á esa .... 
Los jefes, es decir, de sargento mayor arriba, 
serán conducidos al Brasil, pues así se ha es- 
tipulado, » — El mayor Espinosa, decía también 
á su esposa, con fecha 29 de Enero : « En el 
día de ayer hemos depuesto las armas bajo un 
tratado en que el general en jefe del ejército 
del gobierno nos asegura bajo su firma el ser 
indultados oficiales y tropa, y los jefes ser deste- 
rrados al Brasil. » — El comandante Abella le es- 
cribía igualmente á su esposa, explicándole los 
hechos de la campaña hasta que « se mandó un 
pariamentario con proposiciones » al general Me- 
dina, concluyendo éste por avenirse « á dar fianza 
á todos los oficiales y tropa del ejército ; para los 
jefes nos dio un pasaporte con la garantía del 
Jefe Político de Cerro Largo, don Dionisio Coro- 
nel, y firmado por el mismo general Medina . . . . » 
— Cuentan testigos presenciales de tales hechos, 
que, en los momentos de la suspensión de ar- 
mas, varios jefes y oficiales gubernistas llegaron 
al campamento revolucionario, entre ellos el co- 
mandante Burgueño, y que se felicitaban de que 



nel don José Mora, teniente coronel don Eugenio Abella, mayo- 
res en propiedad y graduados don Benigno Islas, Aurelio Freiré, 
Manuel Espinosa, Antonio Almada, Ezequiel Burgos, Ciríaco Bur- 
gos, Luis Viera, Esteban Sacarello, Juan José Poyo. — Firmado : 
Anacleto Medina, — Es copia : César Días. » 



420 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

hubieran capitulado los colorados, para que no co- 
rriera más sangre. - El famoso coronel Olid, — 
degollador profesional, — dijo en uno de esos 
momentos al comandante Mora: «No han sido 
zonzos ustedes al entenderse con el indio Me- 
dina; cómo se conoce que cojean de la misma ren- 
guera ! — ¿ Á que no hubieran ustedes capitulado 
conmigo ú otro jefe blanco? y>—^\ capitán Álvarez, 
encargado de conducir hasta el Brasil á los jefes 
capitulados, declaró más tarde, en el Hospital de 
Caridad, donde se hallaba enfermo, que había 
habido capitulación, y que, como consecuencia de 
ella, se le encomendó la custodia de los jefes re- 
volucionarios, — Otras pruebas, sin embargo, más 
decisivas aún, existen de la capitulación, — Don 
José M. Castellanos, — hermano del Presidente del 
Senado á la sazón,— envió por intermedio del te- 
niente Llupes, una carta á su esposa, con fecha 
28 de Enero, concebida en estos términos: «El 
portador de ésta es el oficial que conduce el 
parte oficial, que dice que todo está concluido. 
Las fuerzas del general Díaz han capitulado; 
éste con todos sus oficiales han caído en poder 
del general Medina, incluyendo la infantería, por 
medio de una capitulación . . . Felizmente todo 
ha concluido sin efusión alguna de sangre, Cé- 
sar Díaz, Tajes, Poyo y todos los oficiales pi- 
dieron ser conducidos al Brasil. Don Dionisio 
Coronel los debe escoltar. » — Este mismo Coro- 
nel, Jefe Político de Cerro Largo, escribió el 28 



JULIO M. SOSA 421 



de Enero a! doctor Ambrosio Velazco, felicitán- 
dolo «por haberse terminado la contienda sin 
más efusión de sangre, y mediante una capitula- 
ción con las fuerzas enemigas. » — El señor Pedro 
Sáenz de Zumarán recibió otra carta, en que se le 
hablaba de la capitulación, — El teniente Llupes, 
que condujo el parte de Medina, al llegar á la 
casa de Pereira, dijo en voz alta, para que todo, 
el mundo lo oyera: «todo está concluido; los 
rebeldes han capitulado. » — El general Enrique 
Martínez, veterano de la Independencia americana 
y padre político del general Díaz, dirigió desde 
el consulado de Estados Unidos, — donde se había 
asilado por falta de garantías,— á los agentes di- 
plomáticos, á raíz de la capitulación de Quinte- 
ros, un brillante documento, del cual transcribi- 
remos dos de sus más interesantes párrafos : « La 
vida de esos hombres desgraciados (refiriéndose 
á los revolucionarios) estaba bajo la custodia no 
sólo de las leyes del país, de la justicia y de la hu- 
manidad, sino también del honor nacional empe- 
ñado en una capitulación que, como la presente,, 
ponía fin á una contienda civil, reservando al país 
la vida de seres que le son tan preciosos, como 
cada uno de aquellos bravos, cuyos nombres en- 
cierran toda una historia, la más brillante de servi- 
cios prestados á la independencia y á la libertad. 
-Ya no es un rumor, sino un hecho desgra- 
ciadamente cierto y notorio, que el gobierno, que- 
riendo revestirse de una severidad que tiene lími- 



«M BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

tes trazados por las leyes del país, ha ido hasta 
ordenar el fusilamiento inmediato de los rendidos, 
sin forma, sin juicio, sin sentencia, sin causa ni 
delito clasificado y probado, y de combatientes 
que, haciendo al gobierno de su país la honra 
que no pudieron negarle sin arrojar sobre él y el 
país el insulto y la vergüenza, habían depuesto las 
armas y renunciado á la contienda en la seguri- 
dad de que la palabra empeñada en un pacto 
bélico, como es la capitulación mencionada, sería 
respetada y cumplida < ' J. » — Sabemos nosotros que 
existe un documento reservado hasta ahora, en 
que uno de los Ministros de Pereira confiesa fran- 
camente el hecho de la capitulación. — El secreto 
de la orden de fusilamiento y de degüello, tras- 
mitida desde Montevideo, después de la capitu- 
lación, puede encontrarse en el siguiente párrafo 
de una carta que el coronel Francisco Lasala,— Jefe 
de Estado Mayor del Ejército de Medina, — dirigió 
á un alto personaje del gobierno de Pereira: «Por 
estos momentos ha sido preciso respetar la pa- 
labra del indiü Medina; pero es necesario que á 
todo trance arranquen ustedes la orden de Pe- 
reira, para que sean pasados por las armas los 
jefes principales, 8 etc.— Y si una prueba del pro- 



;ll Puede leerse e 
■del General don Císar Dfai-, pag. 40. 
. El Ministro de Relaciones Eiteriores de Pereira, A 
las Carreras, pretendió desvirtuar la eiposiciún del gei 
tlnez, en una circular que lleva la íecha de 3 de Febre 



JULIO M. SOSA 423 



pió Presidente Pereira, sobre la capitulación, es 
necesaria, recuérdese que en la orden escrita que 
siguió á la primera^^ \ perdonando la vida á los re- 

beldes, decía aquél á Medina : El gobierno, 

« atento á las circunstancias que han mediado en 
el sometimiento y que recién conoce, y á conside- 
raciones de que no ha podido prescindir, or- 
dena que se suspenda la ejecución de los prisio- 
neros. » — Un historiador imparcial explica tal or- 
den como un medio de que hizo uso Pereira 
para librarse de todas las solicitudes de perdón 
que se le dirigían, sabiendo con certeza «que 
aquella orden no sólo no llegaría á tiempo, sino 
que no sería respetada después de recibida ^2).» 
Las cartas íntimas de César Díaz, Sierra, Espi- 
nosa y Abella, son de una fuerza comprobatoria 
evidente. — ¿Qué razón podía haber guiado á 
esos hombres á mentir á sus esposas ó á sus 
hijos, si en realidad no hubiera existido capitula- 
ción? — En una epístola íntima, en que el corazón 
derrama los sentimientos más sinceres, no se en- 
gaña jamás sin un motivo plausible.— Y los de- 



(1) He aquí la primera orden del gobierno de Pereira: 

1 ® Deberán ser pasados por las armas los generales Díaz, 
Freiré y los coroneles Tajes y Martínez. 

2.« Sufrirá la pena de muerte el mayor Freiré por haberse 
sublevado con parte del Escuadrón de Caballería. 

3.® Serán ejecutados todos los jefes y los ciudadanos que hayan 
levantado fuerzas contra el gobierno. 

4.° Serán quintados todos los oficiales de capitán abajo. 

( 2 ) Don Antonio Díaz : « Historia de las Repúblicas del Plata», 
imitada. 



4U BIBLIOTECA DEL CLUB ViDA NUEVA 

más documentos de que hemos transcripto al- 
gunos párrafos, evidencian asimismo que los levo- 
lucionaríos de 1857 no se entregaron sin la pro- 
mesa de las garantías que las leyes del honor y 
las leyes de la guerra obligan á respetar en todo 
pueblo civilizado y tionesto. - Matar á prisione- 
ros rendidos bajo la fe de una capitulación, es 
el colmo de la perfidia y de la infamia.— ¿Es acaso 
comparable,— como lo creen algunos, — con los fu- 
silamientos de Paysandú y Florida? -No! — Ni 
en Paysandú ni en Florida hubo capitulación pre- 
via: nadie se atreverá á sostenerlo ni á insinuarlo. 
— Hubo exceso de rigorismo inútil y condenable 
en la represión; pero no hubo sangrienta vio- 
lación de un pacto de honor; no hubo la per- 
fidia de los que arrastraron, burlando la buena 
fe de las víctimas, al matadero del Río Negro, las 
cabezas de un César Díaz y de un Manuel Freiré, 
de un Caballero y de un Poyo, que soñaran en 
la angustiosa noche del despotismo la libertad de 
la patria y la vindicación de las Instituciones. 



Para nosotros, en resumen, la hecatombe de 
Quinteros será eternamente condenable, no sólo 
como un error, sino también como un crimen, que 
deben tener muy en cuenta nuestros partidos, 
para evitar su repetición en los días obscuros 
de demencia colectiva. ~ No hay justificación po- 
sible para los verdugos; no habrá jamás exa- 



JULIO M. SOSA 425 



geración en la apoteosis de los mártires! — Ese 
hecho que suscitó protestas de indignación en 
el mundo entero, no tiene siquiera la atenuación 
de ser un asesinato jurídico,— como alguien lo ha 
dicho,— pues no bastaba para autorizarlo la ley 
marcial promulgada ilegalmente, sino la instruc- 
ción de un proceso que hubiera permitido á los 
mártires defender y explicar sus actos. — ¡El Pacto 
de la Unión se había roto: el Partido Colorado 
fué la primera víctima! — Oribe había conseguido 
su objeto, después de muerto: la sangre de los 
defensores de Montevideo era la consagración 
de su victoria postuma! 



426 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 



xn 



Oribe, y la posteridad 

Es un principio elemental de lógica, que cuando 
las premisas de un silogismo son falsas, la con- 
clusión necesariamente debe serio también. 

Hemos probado hasta la evidencia, con hechos, 
con documentos, con opiniones respetabilísimas, 
que Oribe, como Lavalleja, jamás sirvió los ver- 
daderos intereses de la Patria, propendiendo á su 
independencia, sino que, envuelto en los pliegues 
de una bandera anexionista, é inspirado por los 
más criminales propósitos de absorción, fué ver- 
dugo de su tierra con el mismo descaro, con la 
misma impasibilidad con que fué verdugo de la 
tierra argentina ! — Sirvió á Artigas, peleando por 
la autonomía provincial de nuestro territorio; sir- 
vió á los portugueses, bajo las órdenes de da 
Costa; fué uno de los Treinta y Tres, que pres- 
tigiaron la anexión á Buenos Aires ; fué jefe argén- 



JULIO M. SOSA 427 



tino en Ituzaingó; se alió á Rosas en 1836; se 
alistó en sus ejércitos pretorianos en 183Q, y, en 
1843, como general de Rosas, al mando de tropas 
extranjeras, sitió á Montevideo. 

Sin embargo, no falta quien diga que Oribe es 
uno de los padres de la patria !-\^% ignorante, 
es estúpido,— según un autor, — el que no crea 
lo mismo! — ¡No tiene «personería en las lides 
intelectuales! ...» — De este modo, se subvierte 
toda noción de equidad y de justicia, y se des- 
conocen todas las enseñanzas de la Historia, 
para tejer con laureles artificiales la corona triun- 
fal de una leyenda acomodaticia. — No teme- 
mos que se nos llame ignorantes, por quienes 
demuestran más ignorancia que nosotros. —Y al 
condensar en un capítulo el juicio que nos su- 
giere, en conjunto, la personalidad del general 
Oribe, repetimos, con la conciencia de la verdad 
más profunda: Oribe fué un anexionista contu- 
maz; fué un traidor con su patria, con su par- 
tido y con sus amigos; fué un cómplice ó un 
ejecutor de los más abominables crímenes de 
Rosas; fué un verdugo de indefensos prisione- 
ros; fué un ambicioso vulgar y sin escrúpulos; 
fué, en fin,— según los calificativos del doctor Pa- 
lomeque, — un sanguinario, un bárbaro y un estú- 
pido! ^^^— El apasionamiento de secta no inspira 

( 1 ) He aquí los párrafos en que el distinguido publicista cali- 
fica así al general Oribe, con motivo de la retirada de aquél del 
Directorio de su partido, al querérsele denominar nuevamente 
blanco : 



428 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

este severo juicio sobre Oribe: muchos, mu- 
chísimos de los que hoy ostentan divisa blanca, 
concuerdan con nosotros en la reprobación enér- 
gica de la conducta de aquel hombre. — Es el 
eterno estribillo de los que carecen de razo- 
nes convincentes, atribuir á la parcialidad y á 
la obcecación partidista el anatema que algunos 
de nuestros antepasados merecen.— Pero no se 
reflexiona, ó mejor dicho, no se quiere reflexio- 
nar, sobre la verdadera actuación de los hombres 
y sobre los sucesos en que han intervenido, para 
medir, en sus justas proporciones, las responsa- 
bilidades, los méritos, los males ó los bienes que 
han reportado, como consecuencia más ó menos 
mediata. — Por el contrario, para los superficiales, 
para los inferiores, para esa dase numerosa de 
irreflexivos ó inconscientes que forman la masa 
de los partidos. Oribe es bueno, insospechable^ 
glorioso, porque era blanco, ó Rivera es el proto- 
tipo de todas las perfecciones idealizadas, porque 
era colorado, — Así no se hace la Historia; tal 
subversión de principios de justicia no puede 

« Cuando vimos que esa bandera se manchaba con aquel título 
ignominioso, que recordaba al sanguinario Oribe, al bárbaro que 
había hollado la libertad de su patria, poniendo su influencia, su va • 
lor, su brazo, sus hombres y su nombradla al servicio de un tirano 
cruel, de quien aprendiera sus prácticas sanguinarias, una voz 
gritó en nosotros y nos dijo: «No, basta de silencio, de condes- 
cendencias y de contemplaciones. — Tu partido no es el del san- 
guinario Gribe, del hombre inepto y estúpido que sostuvo la doc- 
trina de que podía y debía ser Presidente después de su renuncia, 
y que ensangrentó las campiñas de tu patria durante diez años 
sirviendo al tirano extranjero.-..» 



JULIO M. SOSA 429 



ser fomentada por los que sentimos y pensamos 
un poco más alto. -No debemos contribuir nos- 
otros á secularizar mistificaciones groseras de 
los hechos ó de los hombres, que con el tiempo 
se transforman en evangelios inviolables para la 
conciencia pública, é imposibilitan la tarea profi- 
láctica de purificar la leyenda con la sana pro- 
paganda de la verdad. 

Pobre argumento, de escolasticismo deleznable, 
es el de cohonestar ó disimular los grandes erro- 
res y hasta los grandes crímenes de Oribe, porque 
haya sido uno de los Treinta y Tres, capitán del 
centro en Sarandí ó valeroso jefe escuadronista en 
Ituzaingó. - El valor no es cualidad distintiva, pri- 
vilegiada, de algunos de nuestros antecesores : to- 
dos supieron pelear y supieron morir con el alma 
estoica de Leónidas.— La raza sudamericana es 
indómita y temeraria por naturaleza; tiene de los 
españoles, el coraje altivo y caballeresco, y de los 
indígenas, la empeñosa tenacidad del instinto de- 
fensivo. — Pero no forma la contextura moral de un 
hombre, sólo una de las cualidades necesarias para 
ser relativamente buenoy ante las leyes de la moral, 
y jamás se justificará la conducta criminosa de 
un individuo, porque posea valor suficiente para 
arrostrar sereno y altivo las fuertes contingencias 
del peligro. — Oribe desconoció y vilipendió todos 
los principios morales y políticos; no respetó ni 
el sagrario del hogar, ni la honra de la mujer, 
ni la opinión ajena, ni la vida de sus prisione- 



430 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

ros, ni la propiedad de sus enemigos, ni las ins* 
tituciones de su patria, ni la dignidad de la Re- 
pública, ni la propia Independencia de la tierra 
en que abriera sus ojos á la luz del sol.— Si fi- 
guró en las cargas homéricas de los días triun- 
fales de Ituzaingó y de Sarandí; si fué roman- 
cesco cruzado el IQ de Abril de 1825, — aun 
aceptando como gloriosos para un oriental estos 
hechos,— en cambio, esa misma espada del Are- 
nal Grande, de Sarandí y de Ituzaingó, la depuso 
pocos años después ante el ara ensangrentada 
del tirano Rosas, que era un ejemplar típico de la 
raza execrable que el poeta florentino inmortalizó 
en su leyenda del Infierno; que hizo un aposto- 
lado de las hecatombes ; que convirtió su país y 
parte del nuestro, en una ergástula de horrores 
berberiscos; que reconstituyó en los Santos Lu- 
gares la terrible hegemonía de los cesares roma- 
nos, lamentando,— como Calígula, — que el pueblo 
que regía no tuviera una sola cabeza para dego- 
llarío de una sola cuchillada; que ansiaba, como 
narcotizado por una obsesión borgiana, extender 
hasta nuestras rientes lomas y hasta nuestras 
ciudades, donde la libertad ofrecía su amparo á 
los hombres de honor, los horrores de su pre- 
potencia sin freno, las líneas rojas de sus Ma- 
zorcaSy que habían trazado con la refalosay desde 
los Andes hasta el Uruguay, un drama de san- 
gre, clavando en cada cuchilla la bandera azul y 
negra como un símbolo fatídico de servidumbre 
y de muerte ! 



JULIO M. SOSA 431 



El apasionamiento, el despecho de un mal mo- 
mento, no inspiró el servilismo de Oribe con Ro- 
sas; esto podría disminuir su falta» — No: Oribe 
ofreció sus servicios á Rosas, y durante doce 
años su obsecuencia no reconoció límites, cum- 
pliendo todas las órdenes del déspota y coad- 
yuvando con sus propios hechos á hacer más 
nefario su despotismo. — Si se quiere explicar 
los procederes de Oribe diciendo que su pro- 
pósito único era reconquistar la Presidenciüy y 
no robustecer el predominio de Rosas, resulta 
igualmente la indignidad de su conducta. — En 
primer término, su derecho había cesado con 
su renuncia,— como lo reconocen sus propios pa- 
negiristas,— y toda tentativa revolucionaria en su 
favor era injusta y hasta criminal.— Pero aun atri- 
buyendo este propósito á explicables ofusca- 
mientos del despecho, ¿debió Oribe aceptar el 
mando de los ejércitos de Rosas, compuestos de 
vándalos instruidos en la escuela sangrienta del 
asesinato y del robo?— ¿Debió actuar en una lu- 
cha puramente argentina, titulándose Presidente 
legal de nuestra República, y combatir á todo un 
partido que,— nadie lo negará, — representaba la 
hermosa tradición de los principios y de la moral 
política?— Por lo demás, ¿puede justificarse en al- 
guna forma, los crímenes horrendos, ordenados 
ó cometidos por Oribe, durante sus campañas de 
1839 á 1842?— ¿Tenía necesidad, para congra- 
darse con Rosas, de hacer el sacrificio de su con- 



432 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

ciencia, de su honor, de su propio nombre, aso- 
lando los campos, destruyendo las poblaciones, 
horrorizando á todos los pueblos argentinos del 
interior en una bacanal baltasariana de azotes, 
de robos, de degüellos, de crueldades sin ejem- 
plo?— ¿Puede justificarse acaso su conducta du- 
rante los nueve años del asedio de Montevideo, 
— época que él mismo y sus soldados convir- 
tieron en una tradición horrorosa de sangre, 
desolando nuestra campaña con sus crímenes, 
con las confiscaciones arbitrarias de los bienes 
ajenos, con el predominio exclusivo de su ca- 
pricho y de su sable?— ¿No tuvo en doce años 
una hora de clarovidencia ó de arrepentimiento 
para reflexionar sobre los males que producía á 
su país y sobre el desdoro que arrojaba sobre 
su nombre?— Las ofuscaciones, los apasiona- 
mientos, son rápidos; cuando el corazón empieza 
á sentir, cuando la cabeza empieza á pensar, sin 
los reatos que produce el instinto animal ó el 
desequilibrio de las voliciones, cesan de pre- 
dominar en nuestro espíritu las influencias mal- 
sanas de la bestia, para dar lugar al discer- 
nimiento inteligente del hombre. — Oribe se man- 
tuvo al servicio de Rosas durante doce años, y 
se hubiera mantenido más si éste no le retira 
su confianza, después de todos los sangrientos 
homenajes recibidos, porque su idiosincrasia se 
había adaptado al medio nuevo y horrible en que 
actuó desde 1839: sentía el placer de la sangre 



JULIO M. SOSA 433 



y de la desgracia ajena; reía con la tristeza de 
los demás ; tenía más de fiera que de hombre, y 
sólo podía satisfacer las exigencias de sí mismo 
en los ejércitos de Rosas, bajo el gobierno de 
Rosas y en la época de Rosas! — Como César 
Borgia, por su crueldad había pacificado la cam- 
paña argentina. — Como Alejandro VI,— según la 
frase de Ouicciardini,— era cruel hasta la feroci- 
dad!— Él pudo decir,— como el gran poeta: sólo 
en la paz de los sepulcros creo! 

«Oribe, — dice un escritor extranjero, servidor 

de aquél en cierta época,- que mató, como 

Caín, al hermano que no quiso seguir los pendo- 
nes de Rosas; Oribe, que por ser Presidente de 
su pueblo mató á más de doce mil ciudada- 
nos pacíficos y laboriosos, ensañándose á manera 
de chacal con sus víctimas, porque no podía aca- 
bar de una vez (palabras suyas) con todos los 
salvajes unitarios^ cuyo epíteto aprendiera de su 
jefe el degollador Rosas, con quien había hecho 
causa común para entregarte su patria; Oribe, que 
tan cruel como Tiberio, decía como aquel bárbaro 
á su maestro Teodoro Oadares, que parecía un 
hombre hecho de barro, pero amasado con san- 
gre; que semejante á Calígula, mandó, so pena 
de muerte, que nadie llorase por los que hacía 
matar, aunque fueran padres, hijos ó parientes; 
Oribe, que solía decir como Vitelio, que le olía 
bien el cuerpo del enemigo muerto, pero que le 
olía más bien el cuerpo del ciudadano á quien 



28 



434 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

mataba; Oribe, que era peor que Maximino, Má- 
ximo, Magencio y otros atroces enemigos del gé- 
nero humano; él, y sólo él, causó los males que 
por tan largos años han afligido al pueblo de más 
porvenir de la América del Sur ^ ^l » — Por su parte, 
un esclarecido poeta de la Defensa, juzgaba en 
los siguientes términos á Oribe, días después de 
haber éste muerto : « No era un tirano en la inte- 
ligencia política de esta palabra, porque no tenía 
ni sistema, ni acción propia. — No era un caudillo, 
porque abandonado á sus propios recursos, era 
impotente y rudo. — No era un verdugo, porque 
era más que un verdugo: mataba por orden y 
mataba por gusto. — Era una especie de fenómeno 
que no tiene clasificación. — Si estuviéramos en los 
tiempos de las leyendas escocesas^ diríamos que 
la tierra argentina y oriental brota sangre en cier- 
tos días del año por las huellas que dejó la planta 
de Manuel Oribe! ^2)» 

Oribe era un carácter, en toda la extensión de 
la palabra; pero ese carácter sufrió un proceso 
genésico de evolución hacia el mal.— Si hubiera 
optado por el bien, quizás fuera uno de nues- 
tros primeros ciudadanos. — Le faltaba la bondad, 
que para Víctor Hugo es la más alta facultad del 
alma.— A su educación é instrucción relativamente 



(1) José López de la Vega: «Una lágrima sobre la tumba de 
las víctimas de Quinteros ». 

(2) José Mármol. — De un artículo publicado en Buenos Aires^ 
en 1857. 



JULIO M. SOSA 435 



esmeradas, reunía condiciones indiscutibles de 
buen militar. — Era de los pocos de escuela en 
su tiempo; había alcanzado á ser capitán en Es- 
paña. — Hábil estratégico, de pronto y amplio 
golpe de vista sobre el campo de batalla, sus 
planes fueron siempre precisos y previsores. — 
Rígido, autoritario^ de una inflexibilidad cruel, 
era el verdadero tipo del actual soldado ale- 
mán, en sus primeros años de actuación promi- 
nente, con un concepto exagerado de la disciplina 
y del deber militar. — Sus facciones recias, su mi- 
rada penetrante y profunda, con agudezas de cón- 
dor, con chispazos felinos, denotaban la energía 
de su temperamento. -Un fisónomo hubiera en- 
contrado en él, en la parte superior de la frente, los 
cinco puntos que indican voluntad incontrastable. 
— Aunque el doctor Luis Melián Lafinur y el doc- 
tor Carlos María Ramírez, con criterio divergente, 
fundados en una argumentación erudita, desva- 
necieron la leyenda que se formó alrededor del 
general Oribe, con motivo de un episodio que se 
le atribuye en la batalla de Ituzaingó, — no puede 
negarse que un. valor frío, sereno, imperturbable 
como su propio temperamento, caracterizaba su 
acción en la pelea. — ¡Lástima que estas cualida- 
des las malgastara en empresas tan indignas ! — 
Oribe, — antítesis del general Flores, — obraba con 
la cabeza y no con el corazón. — En la plenitud 
de su vida, nunca un sentimiento generoso con- 
troló ó moderó las insanias de su instinto. — Ha- 



436 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

blando de otro, Burkedíjo: «sus virtudes fueron 
sus medios. »^~- Hablando de Oribe, nosotros po- 
demos decir: sus medios fueron sus crímenes! 
-Y, como Luis XI, jamás se cuidó de disimu- 
larlos. — Desde los 17 años se reveló su instinto 
homicida para hacer predominar sus caprichos.— 
En ese prurito instintivo de • sobreponerse, aun 
matando si era necesario, se encuentra el origen 
de todas sus luchas posteriores. — Dominado por 
el vértigo de lo enorme, quiso subir, subir siem- 
pre, "sobre montones de cadáveres. — Su carácter 
no soportaba la caída; debía vivir sobreponién- 
dose á los demás, y el sacrificio de los escrúpu- 
los señalaba su norma de conducta. — Aun sus 
propios amigos más cercanos, eran víctimas de 
sus intemperancias, « sacrificándolos,— como dijo 
el doctor Velazco en 1857, — á su egoísmo, á su 
ambición de mandar arbitrariamente y de disponer 
á su antojo de la fortuna pública y de los parti- 
culares. » — Su carácter fué formándose poco á 
poco en una funesta escuela de ambiciones per- 
turbadoras; evolucionando en un medio pernicioso 
y deletéreo, llegó á convertirse en una voluntad de 
hierro, dura, sin ternezas, sin maleabilidades com- 
patibles con la rectitud de la conciencia. — Dege- 
neró en un instinto,''solo, aislado, basto.— Así fué 
Oribe en aquella década terrible, en que, hasta olvi- 
dando su austera disciplina de otros tiempos, auto- 
rizó á sus ejércitos para que desplegaran al viento, 
como un símbolo de muerte, la bandera de las 



JULIO M. SOSA 437 



hecatombes federales!— Y menos disculpable es 
en Oribe este acrecimiento paulatino de perver- 
sidad ingénita, por cuanto su educación, su roce 
social desde la cuna; su actuación en medios cul- 
tos, europeos y americanos, deberían de haber sua- 
vizado las asperezas innatas de su idiosincrasia 
moral. — Era un producto morboso de una socia- 
bilidad selecta.— Practicaba, quizás sin conocerla, 
la máxima de Sófocles : « la falta de prudencia y 
juicio es la única que hace agradable la vida. » — 
Era uno de los anormales involutivos, de que 
habla Ferri; criminal atávico, siempre maléfico, 
patológico ; fermentación de la demencia del fana- 
tismo ! 

Es ridículo sostener que Oribe, con el auxilio 
de Rosas, pretendiera reconquistar posiciones po- 
líticas en su país, sin compensaciones materiales 
para aquel déspota. — Decir esto, es desconocer 
los propósitos de Rosas, que nadie mejor que 
Oribe conocía; es mirar el sol expresamente para 
que sus rayos nos cieguen.— En el curso de nues- 
tro estudio hemos demostrado con toda eficiencia 
la complicidad de Oribe en la obra conquistadora 
de Rosas, y que Oribe no podía dejar de cono- 
cer la intención del dictador de Buenos Aires.— . 
Este le había propuesto, durante su Presidencia, 
la anexión de la Banda Oriental á la Confedera- 
ción Argentina; poco después se alistó en sus 
ejércitos, declaró que los destinos de nuestro país 
podían entregarse « á las fieles y poderosas manos 



438 BIBLIOTECA DEL CLUB VIDA NUEVA 

del Ilustre Restaurador, » é invadió el territorio na- 
cional como subalterno de Rosas, á quien obedecía 
y en nombre de quien luchaba.— ¿Puede dudarse 
acaso de que Oribe traicionaba á su patria aten- 
tando contra su Independencia, para entregarla al 
arbitrio personalísimo y cruel de Rosas?— No.— 
Oribe frente á Montevideo, no es oriental; reniega 
de su tierra; la escarnece y la destruye; sólo con- 
cupiscencias individuales le inspiran.— Ahí perma- 
nece durante nueve años, presenciando la aflic- 
ción y las necesidades dolorosas de los defensores 
de Montevideo, con la impasibilidad de Dióge- 
nes, con el placer canibalesco de Nerón, con la 
ansiedad del hijo espurio que lacera el corazón 
de su madre, la mata lentamente con sus felonías, 
goza con sus angustias, ríe de su llanto, espe- 
rando con una sonrisa de triunfo su muerte para 
aprovechar después la herencia arrebatada á sus 
últimos suspiros! — Ni siquiera sus apologistas 
pueden justificar las hazañas inquisitoriales de 
Oribe con el célebre apotegma maquiavélico: // 
fine giustifica i mezzi! 

La posteridad comparte el deber de decir lo que 
dejamos dicho, sin ambages, sin miedos pueriles, 
con la recta intención de hacer escuela de ca- 
racteres. — Seremos demasiado francos, pero no 
demasiado severos.— Oribe es un personaje sinies- 
tro, el más sombrío y siniestro de nuestra His- 
toria.— Aún después de muerto,— un año después, 
— á semejanza de Douglas, cuyo nombre ganó 



JULIO M. SOSA 439 



una batalla, — los manes de Oribe presidieron la 
quinterada famosa del Río Negro! — Si la Historia 
es el ejemplo que educa y que amolda el carácter 
de los pueblos ; si se quiere respetar la dignidad 
nacional; si el cariño de la patria obliga á mal- 
decir á los que la traicionaron y la vendieron al 
precio vil de sus raquíticas conveniencias perso- 
nales ; si la moral y los principios no son un mito 
para las generaciones que se levantan sobre el 
marco de las edades presentes, y hacen justicia 
distributiva; — si todo esto, como decimos, y 
como el criterio sano lo enseña, es cierto, Oribe 
no debe inspirar á los orientales otro concepto 
que el de un hijo espurio, de un apóstata de la 
religión del patriotismo, de un ambicioso singu- 
larizado por sus crímenes, de un hombre que sin- 
tetiza y encarna las pasiones más. despreciables y 
los instintos más funestos! 

En la apreciación de los hechos pasados no 
debe haber términos medios.— Y nosotros deci- 
mos la verdad en toda su verdad.— La presenta- 
mos completamente desnuda, sin los maillots que 
ocultan las deformidades de aparentes modelos 
de bellezas plásticas! 



FIN. 



ÍNDICE 



índice 



Págs. 

Notas cambiadas entre el Vicepresidente del Club « Vida Nueva » 

y el señor Julio María Sosa v 

PrÓLOoo 1 

PRIMERA PARTE 
I 

Los orientales bajo la dominación portuguesa. — Entrada triunfal 
de Lecor á Montevideo. — Servilismo del Cabildo. — Repre- 
sentación al Rey. — Inconsecuencias y claudicaciones. — Reac- 
ción antiartiguista. — Comentarios que sugiere. — La traición de 
Bauza, Oribe, etc 4Q 



II 

El Cabildo de 1819. — Cesión de territorios por una farola. —So- 
metimiento de los jetes artiguistas. —La conquista triunfante. 
— El Congreso de 1821. — Incorporación de la Provincia Orien- 
tal al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves. — Comenta- 
ríos que suscita este acto. — Restablecimiento de antiguos límites 
provinciales 57 



III 



La Independencia del Brasil. — Efectos que produjo en la Provin- 
cia Cisplatina. — Lecor y da Costa. — Los orientales en campos 
opuestos. — Los * Caballeros Orientales ». — Propaganda ar- 
gentinista. — Diputaciones á Buenos Aires. — Actitud de Riva- 



444 índice 



Págs. 

davia. — Solicitudes á Bolívar y á López. — Rivera y Oribe. — 
El Cabildo de Montevideo declara incorporada la Provincia 
Oriental á las demás del Río de la Plata. — Los pueblos de la 
Provincia juran la Constitución Imperial. - Hace lo mismo el 
Cabildo de Montevideo 81 



IV 

La independencia nacional no tuvo defensores. — Preliminares de 
la revolución argentinista. — Causas de descontento. -- La polí- 
tica de Buenos Aires con relación á la Provincia Oriental. — 
El partido de Dorrego. — Propaganda en favor de la incorpo- 
ración de la Cisplatina á las Provincias Unidas. — El Ministro 
García, y Balcarce. — La actitud de Rivera. — Sus propósitos. 
—Trabajos revolucionarios. — Un ideal superior : la Confedera- 
ción del Sud. — Preparativos de la empresa anexionista de los 
Treinta y Tres orientales. — Rosas y Rivera. — Solidaridad de 
este último con los cruzados de 1825 98 



La revolución argentinista de los Treinta y Tres. — Sus propósitos 
fundamentales contrarios á la Independencia Nacional. - Itine- 
rario de los invasores. — Proclama de Lavalleja á los argenti- 
nos - orientales. — Programa de la revolución. — Protección de 
Buenos Aires. — Diputaciones á esta ciudad. El primer Go- 
bierno Provisorio. — Declaración expresiva de Lavalleja. — La 
Asamblea de la Florida, impuesta por el Gobierno de Buenos 
Aires. — Declaraciones contradictorias del 25 de Agosto. - Ane- 
xión á las Provincias Unidas 110 



VI 



La Provincia Oriental envía sus diputados al Congreso de las Pro- 
vincias Unidas. — Combates del Rincón y de Sarandí. — Influen- 
cia de estos hechos de armas. — Aceptación de la declaratoria 
de la Florida. — Lavalleja, gobernador de la Provincia. — Sus 
juramentos. — La guerra argentino - brasileña. — Proclama de 
Las Meras. - La representación oriental en el Congreso de las 
Provincias Unidas. — Sustitución de la bandera de los Treinta 



índice 445 



Págs. 

y Tres por la de Belgrano. ~ Los cuerpos orientales en el Ejér- 
cito argentino. — Previsión patriótica de Rivera. — Rivalidades 
y defecciones. — Correspondencia entre Alvear y Lavalleja. — 
La «anarquía» de Artigas. —Operaciones del Ejército argen- 
tino. — Ituzaingó. — Lavalleja sustituye á Alvear en el mando 
del Ejército. — Falta de escrúpulos de la Legislatura Oriental. 123 



VII 

Rivera en Buenos Aires. — Recibimiento entusiasta. — Orden de 
prisión contra el caudillo. — Intrigas en juego. — Rivera se asila 
en Santa Fe. - Proyecto de invadir las Misiones. — Defensa de 
Rivera. — Inacción de Lavalleja en el campamento de Cerro 
Largo. — Su incapacidad evidenciada. — Oposición sistemática á 
los proyectos de Rivera. — Invasión de las Misiones por este 
caudillo. — Actitud de Lavalleja. — Rivera es perseguido por 
Oribe. — Jactanaas de este último. — Conducta criminal. — Triun- 
fos de Rivera. — Nota á Lavalleja. —Juicios sobre la campaña 
de Misiones 136 



Vlll 

Importancia de la campaña de .Misiones. — Sus efectos. — Propó- 
sitos emancipadores de Rivera. — Factores que también con- 
tribuyeron á la cesación de la guerra argentino-brasileña. — 
La intervención del Ministro Ponsomby. — Condiciones de paz 
qne propone. - - La Convención de 1828. — Disposiciones de- 
nigrantes para la dignidad nacional. — El pésimo efecto que 
causa en Buenos Aires la noticia del tratado de paz. - Opinión 
de Rosas. — Declaraciones antipatrióticas de Lavalleja y Laguna. 
— Rivera aspira á fíjar los límites de la República en el río 
Ibicuy. — Noble defensa del territorio 152 



IX 



Examen de los argumentos con que se pretende cohonestar la 
leyenda de la Independencia Nacional. — La esperanza de la 
emancipación desde 1817 á 1828. — ¿«El instinto de la Inde- 
pendencia estaba en la sangre » ? — Por qué prefirieron los orien- 
tales la dominación argentina. — El partido argentinista de La- 



446 índice 



Págfs. 

valleja. — ¿ Puede suponerse que las Provincias Unidas conce- 
derían la Independencia á la Provincia Oriental, después de 
vencer al Brasil ? — La Independencia fué impuesta. — Las lu- 
chas de los orientales y la Revolución de Mayo. — Parangón 
ridículo. 164 



Las personalidades de Lavalleja, de Oribe y de Rivera con rela- 
ción á la Independencia Nacional. — El 19 de Abril y el 25 de 
Agosto son fechas ominosas de la Historia uruguaya. — El gran 
día de la patria es el 18 de Julio de 1830 177 



SEGUNDA PARTE 



Lavalleja, Gobernador provisorio de la Provincia. — Se le impele 
á ocupar su puesto en el Ejército nacional. — Sus ambiciones 
políticas. — Falsos méritos. — Prevalencia del militarismo. — Ar- 
bitrariedades de Lavalleja. — Actitud de la Junta de Represen- 
tantes. — El motín militar del 4 de Octubre — Dictadura de La- 
valleja. -Atentado injustifícable. — La bondad del Gobierno de 
don Joaquín Suárez. — Contraste que ofrece con el de L^^valleja. 
— Atropellos de éste.— Elecciones escandalosas. — Opinión de 
don Miguel Barreiro sobre el motín lavailejista. — Lucha de 
ambiciones durante el gobierno de Rondeau. — Vuelve Lavalleja 
otra vez al gobierno. — Indignidad de su elección 191 



II 



La primera Presidencia constitucional de la República. - Por qué 
Lavalleja no merecía ese puesto. — Las tendencias argentinas 
de Lavalleja y el orientalismo de Rivera. — La libertad de la 
prensa durante el gobierno de este último. — Propaganda sub- 
versiva de los lavallejistas. — Propósitos de Rosas respecto de 
nuestra República. — Necesidad de apropiarse de nuestro terri- 
torio ó de la voluntad de nuestros gobernantes. — Rosas y los 



i 



índice 447 



Págs. 

extranjeros. — Solidaridad de Lavalleja con el siniestro gober- 
nador. — Preparativos revolucionarios contra el gobierno de 
Rivera. — Negocios inmorales de Lavalleja. — La protección 
brasileña á los conspiradores 205 



III 

Las chirinadas lavallejistas. — Atentado frustrado contra el gene- 
ral Rivera. — El motín del 3 de Julio de 1832. — La dictadura 
nominal de Lavalleja. — La reacción. — Huida de Lavalleja á 
la frontera. — Protección de los riograndenses. — Grave acusa- 
ción de don Antonio Díaz. — La intervención de Correa Mo- 
rales en las conspiraciones subsiguientes. — Rosas aspiraba á 
la incorporación de la República Oriental á la Confederación 
Argentina. — Conducta culpable de Lavalleja al servir los inte- 
reses de Rosas. — El Gobierno argentino protege á los lavalle- 
jistas. — Proclama federal de su jefe contra los hombres me- 
jores de la época. — Invasión del coronel Olazábal. — Impopu- 
laridad de los chirinos rosistas. — Tenacidad de Lavalleja. — 
Las montoneras de 1834. — Composición del «Ejército Restau- 
rador ». — Fracaso de la tercera chirinada 215 



IV 

El gobierno de Rivera. — Opiniones favorables autorizadas. — Im- 
posibilidad de justificar las chirinadas lavallejistas. — Sólo pue- 
den explicarse por la ambición desatentada de Lavalleja y por 
sus connivencias con Rosas. — Lavalleja, constituido en instru- 
mento de los planes del déspota de Buenos Aires, entra á servir 
al Presidente Oribe, en 1836. — Lavalleja desembarca en nues- 
tras costas con un ejército argentino, ostentando el cintillo de 
la Mazorca. — Otra proclama federal. — Campañas de Lava- 
lleja. — Batalla de Cagancha. — Las milicias entrerrianas al 
mando de Lavalleja degüellan á los enfermos, á las mujeres y á 
los niños del Hospital ambulante del Ejército oriental 229 



Los últimos años de Lavalleja. — Su actitud durante la Defensa. — 
Su actuación en el Triunvirato. — La influencia d€ Pacheco y 



448 índice 



Págs. 

Obes. — Declaración' de co!oradisnio. ~ Actitud del Partido 
Blanco.— Lavalleja no fué colofado ni blanco. — Su muerte.. 241 

VI í 

i 

Lavalleja y la posteridad 245 



TERCERA PARTE 
I 

La personalidad de Oribe hasta 1832. — Su actuación en el motín 
del 3 de julio. — Traiciona á Lavalleja para servir á Rivera, — 
Compromiso previo. — Elevación de Oribe á la segfunda Pre- 
sidencia constitucional de la República. — ¿ Era digno de este 
cargo ? — Conducta altruista de Rivera. — Opinión de don An- 
drés Lamas 261 



II 



La política rosista de Oribe. — Su alianza con el Gobernador de 
Buenos Aires. — Inmoralidad de tal alianza. — Concesiones del 
gobierno de Oribe á Rosas. — Acuerdo atentatorio contra la li- 
bertad de la prensa. — Contraste con el decreto de Rivera de 
1838. — Intimación á El Moderador. — El decreto del 4 de Marzo. 
— Indigno servilismo de Oribe. — Ultraje á la dignidad nacio- 
nal. — Reconocimiento del comisionado ad hoc Correa Mora- 
les. — Influencia de éste sobre Oribe. — El Presidente de la 
República y las relaciones exteriores. — Oribe protege á los 
revolucionarios riograndenses. — Actitud correcta de Rivera.. 268 



III 



La revolución de 1836. -Enemistad de Rivera y Oribe. — Las cau- 
sas. —El Gobierno de Oribe. - Burla de los derechos electo- 
rales. — Vejámenes y atropellos. - La cuestión económica. — 
Complicidades políticas de Rosas y Oribe. — Producida la re- 
volución riverista, Oribe se dirige al Gobernador de Buenos 



índice 449 



Págs. 

Aires. — Actitud de este último. — Decreto del l.o de Agosto 
contra los orientales. — El concurso de las provincias argenti- 
nas en favor de Oribe. — La expedición federal de Lavalleja. 
— Dualidad de conducta. — Actitud digna de don Joaquín Suá- 
rez. — Más pruebas de las connivencias de Oribe y Rosas. — La 
bandera argentina tremola en Paysandú. — Los unitarios y la 
revolución de Rivera. — Opiniones de Lamas y Juan Carlos Gó- 
mez. - Relaciones de los franceses con Oribe y con Rivera.— 
Los fines de Rosas 283 



IV 



Triunfo de la revolución riverista. — La campaña militar. — Renun- 
cia de Oribe ante la Asamblea General. — Su aceptación. — 
Protesta injustificable ante Rosas. — Razones de pie de banco 303 



La guerra contra Rosas. - Oribe se considera « Presidente legal » 
de la República. — Como general de Rosas, pierde su ciudada- 
nía oriental.— Conducta denigrante deOribe. — Su obsecuen- 
cia hacia Rosas. — Notas serviles. — El elogio del Restaurador. 
— Oribe traiciona á su país. — Documentos que lo prueban. — 
Sus campañas en las Provincias argentinas, como subalterno 
de Rosas. — Sus crueldades. — Sus crímenes. - Crónicas de 
sangre 308 

VI 

Iniciación del sitio de Montevideo en 1843. — La independencia, la 
civilización y la libertad política en peligro. — El sistema de 
Rosas. — Sus pretensiones cesáreas. — Su odio á los extranje- 
ros. — Propósitos ulteriores de absorción. — El decantado ame- 
ricanismo de Rosas. — Grotesca mistificación. — Mérito de la 
resistencia á Rosas 324 

VII 

Los extranjeros en la Defensa de Montevideo.— Las fuerzas orien- 
I tales y las legiones. — Espontaneidad del concurso de los ex- 

tranjeros á la causa de Montevideo. - Carácter mundial de la 

•J9 



450 índice 



Págrs 



j»- 



Defensa. — La Legión Francesa. — Sus sacrificios y sus abne- 
gaciones. — Abandona su bandera para defender, bajo la ban- 
dera oriental, los intereses orientales. — Los ingleses y Oribe. 
-- Nacionalismo charrúa de algunos publicistas. — Los extran- 
jeros en nuestro país. — El extranjero en distintas épocas de la 
humanidad. - Un extranjero es un hermano. — Progreso de las 
ideas. — Oaribaldi 337 



VIII 



Los sitiadores de Montevideo. - Fines que perseguían Rosas y Oribe 
contra la nacionalidad oriental. — Por qué no tomó la ciudad 
de Montevideo el general Oribe. — órdenes de Rosas á que 
obedecía. - Absoluta subordinación de Oribe al tirano de Bue- 
nos Aires. -- Los intereses del país comprometidos. — Opinión 
del doctor Manuel Herrera y Obes. — Oribe era un agente 
de Rosas, no era un aliado. - La proclama del 6 de Septiem- 
bre de 1851. -Falsedades evidentes comprobadas con hechos. 
- - Ofrecimiento de nuestro país á Inglaterra. — La Mazorca en 
la República Oriental. — El aduar del Cerrito.— Crónicas de 
sangre. — El sistema de degüello 356 



IX 



Terminación de la Guerra Grande. — El pacto de Octubre. — « Ni 
vencidos ni vencedores ». — Profundo error de los políticos 
de la Defensa. — Epílogo indigno de una epopeya. — Falsa so- 
lidaridad entre Oribe y la Defensa. - Por qué no debió cele- 
brarse el pacto de Octubre. — La política fusionista reabre el 
libro de sangre de la guerra civil. — Los sucesos del 18 de Ju- 
lio de 1833. — La influencia desquiciadora de don Bernardo P. 
Berro 378 



El pacto de los generales Oribe y Flores. — Su significación histó- 
rica. — Sus inconveniencias. — La tradición de la Defensa. — 
La sinceridad del general Flores y la falsía del general Oribe. 

— Las ambiciones prepotentes de este último. — El caudillaje. 

— Antes y ahora.— La personalidad histórica del general Flores. 387 



índice 451 



Págs. 
XI 

Don Gabriel Antonio Pereira. — Consecuencias del pacto de 1855. 
— Muerte del general Oribe. — Honores postumos. — Las in- 
tervenciones extranjeras. — Solicitudes oprobiosas de 1853, de 
1854 y de 1857. — El auxilio extranjero lesiona la dignidad na- 
cional. — Necesidad de evitarlo. — Opinión de don Pedro Busta- 
inante. — La revolución de 1857. — Matanza de Quinteros. - 
No hay justificación posible de tal hecho. — Es falso qu^ á 
los revolucionarios de 1857 los inspirara un propósito anexio- 
■ nista. — Las pruebas. — Los revolucionarios obraron por sí so- 
los. — Es falso también que las autoridades argentinas prote- 
gfieran su empresa. — Documentos que comprueban lo que deci- 
mos. —El gobierno de Pereira fué atentatorio é inmoral. — 
Ejemplos demostrativos. — La capitulación de Quinteros. — 
Evidencia de la violación del pacto de honor. — Similitud 
ridicula. — Juicio rápido sobre Quinteros 397 

XII 
Oribe y la posteridad 426 



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